Por Adolfo Santos (Para El Socialista, Argentina)
En este Mundial los comentarios extradeportivos han ocupado gran parte de los espacios dedicados al torneo. A decir verdad, los mundiales de fútbol vienen perdiendo cada vez más la verdadera esencia de este bello deporte en la medida que son secuestrados por dirigentes corruptos y colocados al servicio del mundo de los negocios capitalistas. Qatar ha significado un salto en ese sentido.
El fútbol es el deporte más popular del mundo. Como entretenimiento, no requiere de una preparación especial, ni de un físico determinado, ni de una identificación de género. Cualquier espacio sirve para armar un partido y hacer rodar desde pelotas de cuero hasta la popular “pelota de trapo”, inmortalizada en la película de Leopoldo Torres Ríos en 1948. El fútbol es de todos, tiene un carácter democrático, ya que desde adentro de un campo de juego o desde afuera nos adueñamos para siempre de los colores del club de nuestros amores.
Sin embargo, con el tiempo se ha ido perdiendo ese poder de pertenencia por parte del hincha en la medida que los poderes políticos, económicos, de los grandes medios de comunicación y de la dirigencia corrupta de la FIFA vieron que ese fenómeno de inmensa popularidad, les brindaba una oportunidad única para realizar jugosos negocios capitalistas. Las grandes marcas de ropa deportiva, las corporaciones de la comunicación e importantes actores políticos comenzaron a meter mano. Por eso, en los últimos mundiales las gambetas, los goles y las grandes atajadas pasaron a compartir espacio con las denuncias de fraudes y negocios turbios.
Un mundial de corrupción
Qatar dio un salto para desvirtuar lo que representa el fútbol para millones. En 2010 Tamim Bin Hamad Al Thani, el jeque de ese pequeño territorio, se adueñó del mayor espectáculo deportivo de la tierra solo por ser el dueño de la tercera mayor reserva de gas y petróleo del mundo. No necesitó saber nada de fútbol, le bastó pagar millones de dólares a un grupo de delegados de las Confederaciones del Fútbol. En esa repartija, el eterno presidente de AFA Julio Grondona (fallecido en 2014) habría embolsado 10 millones por dar el sí a Qatar.
Acostumbrada a la fastuosidad, la monarquía catarí mandó a construir estadios en un “país” donde no se juega al fútbol. Y para levantar los ocho estadios, hoteles, aeropuertos, autopistas y centros comerciales, pusieron en marcha el “Kafala”, un sistema laboral utilizado en los países del Golfo Pérsico. Consiste en darle poder a un administrador para que contrate inmigrantes y los explote reteniéndoles los pasaportes, hacinándolos en viviendas precarias, con horarios de trabajo extenuantes y sin ningún derecho laboral. Un régimen que desde 2010 a la fecha, llevó a la muerte a 6.750 trabajadores contratados para esas obras.
Este crimen ha sido posible por la complicidad de los gobiernos imperialistas, sobre todo de la Unión Europea. En esta semana se han conocido una serie de denuncias contra líderes del parlamento europeo que habrían recibido fuertes sumas de dinero para hacer la vista gorda frente a estos atropellos. Descubierto el esquema, la policía belga realizó una serie de allanamientos en oficinas y domicilios de eurodiputados descubriendo grandes cantidades de dinero. Una de las más comprometidas es la griega Eva Kaili, vicepresidenta del parlamento europeo, detenida junto a Antonio Panzeri, ex diputado italiano. Para los investigadores, se trata de sobornos para mejorar la imagen de Qatar en medio de las críticas recibidas por sus prácticas laborales y de derechos humanos.
Qatar mancha la pelota
Las prohibiciones impuestas son vergonzosas. Las mujeres, que han conquistado un espacio en la práctica del fútbol, van a asistir a un torneo en un país donde sus congéneres, además de ser tuteladas por los hombres, son prohibidas de practicar deportes. La diversidad está vedada. El periodista deportivo norteamericano Grant Wahl, que cubría la Copa, fue impedido de ingresar al estadio usando una camisa con el símbolo LGBTQIA+. Grant acabó falleciendo durante el partido Argentina vs Holanda sin que todavía se haya establecido la causa de su muerte.
Gran parte de la prensa ha sido omisa ante estas violaciones. Los enviados quedan deslumbrados con los palacios, los autos de alta gama, las obras faraónicas, pero se callan frente a una realidad donde la absoluta mayoría de los habitantes sufre por ser extranjera. Los inmigrantes no pueden quedarse en Qatar después de cumplir sesenta años, porque ya no sirven para trabajar y para que no usen el sistema gratuito de salud. No pueden casarse con una persona local, ni sus hijos nacidos en Qatar reciben la ciudadanía catarí, y a los sesenta también serán expulsados.
Mientras tanto la FIFA, que le entregó la mayor fiesta del deporte a esta dictadura que vulnera los derechos humanos, mira para otro lado. Ese silencio cómplice se justifica: tiene previsto embolsar 6 mil millones de dólares de los cuales apenas 440 serán destinados a pagar premios a las selecciones, las verdaderas generadoras de este gran espectáculo. No podemos dejar que nos roben el fútbol. Seguiremos denunciando la corrupción y los negociados. Al final, el fútbol es nuestro, de quienes lo jugamos y de quienes lo alentamos con pasión. Ojalá que podamos hacer una gran final porque después de pasar por Croacia podemos cantar bien fuerte: “Muchachos, ahora nos volvimo´ a ilusionar…”