Por Federico Novo Foti, dirigente de Izquierda Socialista/FIT Unidad
El 11 de septiembre de 1973 un golpe de estado derrocó al gobierno de la Unidad Popular presidido por Salvador Allende e impuso la dictadura del nefasto General Augusto Pinochet. Fracasaba así el intento de lograr el socialismo por “la vía pacífica”, en acuerdo con la burguesía.
Desde finales de los sesenta un fuerte ascenso revolucionario de las masas sacudió Latinoamérica. En Chile, en 1967, comenzó un período de luchas protagonizado por los trabajadores, al cual se sumaron campesinos, barrios populares y estudiantes.1 En este contexto nacía la Unidad Popular (UP), integrada por los dos partidos mayoritarios de la clase trabajadora, el Partido Socialista de Salvador Allende y el Partido Comunista, y el pequeño Partido Radical (burgués), para canalizar el ascenso por la vía electoral.
En las elecciones presidenciales del 4 de septiembre de 1970, la UP alcanzó el 36,6% de los votos, superando el 34,9% del derechista Jorge Alessandri y el 27,8% de la Democracia Cristiana (DC). Gracias a un pacto con la DC, la UP logró que el parlamento diera la presidencia a Allende, quien asumió el 4 de noviembre de 1970 en medio de la euforia popular. En su primer discurso como presidente, Allende criticó al capitalismo y anunció que “Chile inicia su marcha hacia el socialismo” en una “evolución pacífica”.2 Por su parte, el Partido Comunista anunció el inicio de la experiencia de la “vía chilena al socialismo”, un camino de reformas que desembocaría en el socialismo por medio de la conciliación con la burguesía. Fidel Castro, el Partido Comunista de la URSS y sus satélites, y hasta el Vaticano apoyaron al nuevo gobierno chileno.
Bajo el gobierno de la UP se fortaleció el golpismo
El primer año, al calor de las movilizaciones, la UP nacionalizó parte de la industria, expropió el 30% de los grandes latifundios y las grandes empresas del cobre sin indemnización. Aumentó el poder adquisitivo de los trabajadores (entre 12% y 38%) y cayó el desempleo (de 7,2% a 3,9%). Se acordó con la Central Única de Trabajadores (CUT), con dirección mayoritaria de comunistas y socialistas, una creciente participación de los trabajadores en distintos aspectos de la vida social y política.3 Todas estas medidas se fueron realizando bajo las leyes y mecanismos constitucionales burgueses, con discursos presidenciales prometiendo “paz y democracia”. La “vía pacífica” ilusionaba a los trabajadores con encontrar una salida en acuerdo con los patrones “progresistas” e irritaba a los explotadores locales y extranjeros.
Pero en el segundo año de gobierno, comenzó a verse que las medidas eran insuficientes. La baja del precio internacional del cobre, sumada a la necesidad de comprar productos alimenticios del exterior, provocaron una espiral inflacionaria y la falta de productos indispensables para la vida cotidiana. La burguesía opositora y el imperialismo yanqui, que hasta el momento habían tolerado al gobierno, aprovecharon la situación para agitar a sectores de clase media descontenta. En octubre de 1972 se produjo el primer gran enfrentamiento abierto, con un “lock out” patronal, una huelga de propietarios de camiones, y las empresas yanquis del cobre impulsaron un embargo a los cargamentos en el exterior. Las masas obreras y populares respondieron a la huelga patronal con su lucha y organización, formando los “cordones industriales”, un inicio de doble poder.
La revolución chilena se enfrentaba a una encrucijada: avanzar por la vía de la movilización en la ruptura con la burguesía, el poder obrero y el socialismo o frenar la movilización y ceder ante las presiones del imperialismo y la burguesía opositora. El gobierno de Allende y la burocracia de la CUT, las direcciones mayoritarias de las masas, se decidieron por el segundo camino. Llamaron a la “calma” para intentar sostener la “unidad” entre las distintas clases, haciendo cada vez más concesiones a la envalentonada burguesía opositora. Se detuvieron las nacionalizaciones e incorporaron a las fuerzas armadas (“patrióticas”) en el gabinete nacional.
Durante 1973 se profundizó la polarización social. Los obreros y las poblaciones reclamaban y se organizaban. La burguesía y la cúpula de las fuerzas armadas aceleraron sus planes golpistas. En la base del ejército y la marina soldados y suboficiales denunciaron a sus jefes. Pero el gobierno no los escuchó ni los defendió cuando muchos de ellos fueron apresados y torturados en Valparaíso. El 11 de septiembre, pese a la heroica resistencia de los obreros de los cordones industriales de Santiago y otras ciudades, sucedió el golpe de estado comandado por el nefasto General Augusto Pinochet, quien había sido nombrado Comandante en Jefe del Ejército pocas semanas antes y presentado por el presidente un “general sanmartiniano”. Allende murió resistiendo el bombardeo de la Casa de la Moneda. Hubo miles de muertos, desaparecidos, torturados y presos. Así terminaba la “vía chilena al socialismo”. Diecisiete años duró la dictadura pinochetista que sirvió para entregar al país a las garras del imperialismo y la burguesía, aumentando el saqueo, la superexplotación, la pobreza y la miseria.
El fracaso del falso socialismo
Ya ha pasado medio siglo del fracaso de la “vía pacífica al socialismo” chilena. Sin embargo, hoy en día se repiten los cantos de sirena, anunciando falsamente que es posible alcanzar un mejoramiento duradero en la vida de los pueblos o incluso lograr el socialismo en acuerdo con las multinacionales o las burguesías “progresistas”. Esta utopía reaccionaria se reedita con nombres diversos, como “socialismo del siglo XXI” o “socialismo de mercado”. En todas ellas, lejos de avanzar al socialismo han aumentado la miseria y las penurias de los pueblos, ensuciando las banderas del verdadero socialismo.
El capitalismo vive su peor crisis económica de la historia. Un enorme ascenso de las luchas recorre nuevamente el mundo, protagonizado por pueblos que rechazan que los gobiernos capitalistas de todo pelaje descarguen la crisis sobre sus espaldas. Los socialistas revolucionarios tenemos la obligación de intervenir en las luchas combatiendo a los gobiernos patronales y también enfrentando a los falsos socialistas que pregonan la conciliación de clases que lleva a nuevas decepciones. Para lograr progresos permanentes y el verdadero socialismo no hay otro camino que construir partidos revolucionarios que alienten la movilización independiente de las masas, la ruptura con la burguesía y el imperialismo para avanzar hacia gobiernos de trabajadores y trabajadoras que expropien a las grandes empresas y reorganicen toda la economía bajo la dirección democrática de los propios trabajadores. A esa tarea nos abocamos las y los militantes de Izquierda Socialista y la UIT-CI.
1. Ver AA.VV. “Chile: la derrota de la ‘vía pacífica al socialismo’”. Ediciones El Socialista, Buenos Aires, 2013.
2. Salvador Allende. “Primer discurso del presidente S. Allende pronunciado el 5 de noviembre de 1970”. Ministerio de Asuntos Exteriores, Departamento de Impresos, Santiago, 1970.
3. AA.VV. Op. Cit.
Nahuel Moreno: la línea de colaboración de clases fue un desastre
En diciembre de 1973 se realizó el Primer Congreso Nacional del Partido Socialista de los Trabajadores (PST). En su intervención final, reproducida en Avanzada Socialista, Nahuel Moreno dijo: “La tremenda derrota del proletariado chileno estuvo presente [en este Congreso] […] en tres sentidos. Primero, porque nos planteó -y nuestro Congreso supo responder- que frente a una derrota de clase contra clase, se plantea el frente único. Acá tenemos que estar todos unidos para defender a los mártires de la siniestra dictadura gorila chilena […] Pero hay dos aspectos más: con Chile tenemos la prueba de cuál línea es la correcta. El estalinismo, desde 1935, viene insistiendo en que la solución de todos los problemas del mundo se van a dar a través de ‘frentes populares’. […] Es decir, la unidad con las burguesías ‘progresistas’ y los militares ‘progresistas’. […] Y después de tantos años de hablar, el reformismo y el estalinismo mundial dijeron: […] ‘Chile es el ejemplo, ésta es la vía pacífica. Este es el ejemplo más categórico de que se puede unir un partido obrero con la burguesía ‘progresista’ y llegar al socialismo poquito a poquito, con mucha paciencia, sin destruir al estado burgués ni al aparato militar del régimen.’ […] Los trotskistas vaticinamos que la ‘vía pacífica’ del ‘frente popular’ que se estaba aplicando en Chile iba a llevar a la vía violenta del fascismo y de la reacción pro imperialista. […] Despreciemos de una vez a los traidores que se unen al explotador […] ese era el principio fundamental del trotskismo, que el estalinismo, todos los reformistas o el nacionalismo burgués niegan completamente. […] Es decir, compañeros que, en su tercer aspecto, la experiencia chilena que presidió este Congreso, confirmó total y absolutamente las premisas, la política, el programa, la teoría de la revolución permanente y de nuestro movimiento mundial; confirmó la necesidad del partido y la Internacional.” […][4]
4. Ver AA.VV. Op. Cit.