Por Adolfo Santos
6/12/23. El 29 de noviembre pasado, a los 100 años, murió Henry Alfred Kissinger. Nacido en Alemania el 27 de mayo de 1923, en 1938 emigró a los Estados Unidos donde a partir de los años 70 se convirtió en uno de los personajes más influyentes de la política internacional del principal país imperialista. Fue el impulsor de guerras en el sudeste asiático y de dictaduras en América Latina, entre otras.
Con esos antecedentes, no es de extrañar que tenga las manos manchadas de sangre de millones de soldados y civiles víctimas de esas políticas a lo largo y ancho del planeta. Actuó como secretario de Estado entre 1969 y 1977 durante los gobiernos de Richard Nixon y Gerald Ford, y como consejero de Seguridad Nacional, desde donde cumplió un papel preponderante en la guerra de Vietnam. Por esa actuación, fue acusado de prolongar inútilmente, por casi un lustro, esa guerra con la pérdida de cientos de miles de vidas de soldados norteamericanos y de combatientes y civiles vietnamitas.
Basado en la premisa de que el fin justifica los medios, desestimó cualquier protección a los derechos humanos, retardó las negociaciones de paz y extendió la guerra de Vietnam a Laos y Camboya con acciones bélicas que provocaron cientos de miles de muertos y generaron un proceso de guerra civil y catástrofes humanitarias en esos países. Se estima que, en 1970, más de 500 acciones aéreas diarias fueron lanzadas en Laos por orden de Kissinger. También apoyó la represión del régimen del general Suharto a la población civil en Indonesia y en el Estado Español al dictador Francisco Franco hasta su muerte en 1975.
Los costos de las políticas promovidas por Kissinger fueron catastróficos también para América Latina. “No podemos dejar que Chile se vaya a las alcantarillas” dijo en 1970 cuando el triunfo de Salvador Allende. Y desde ese momento, comenzó a pergeñar el sangriento golpe de Estado que en 1973 colocaría a Pinochet en el poder para instalar uno de los regímenes más represivos y violentos de la región. Con la misma impunidad iría a favorecer el golpe militar de 1976 en Argentina que provocaría 30000 muertos y desaparecidos. Sin embargo, en 1982, durante la Guerra de Malvinas, como buen agente del imperialismo, no dudó un instante en apoyar al Reino Unido contra Argentina.
«A Kissinger no le molestaban las dictaduras. De hecho, le gustaban si estaban del lado de Estados Unidos y mantenían el comunismo fuera de América Latina», explicó recientemente Mario Del Pero, historiador de Sciences Po en París y autor de la biografía ‘The Eccentric Realist’. En ese contexto de dictaduras y dictadores que actuaban en nuestra región bajo la protección yanqui en los años 70, Kissinger fue el arquitecto del Plan Condor, un esquema clandestino internacional para desarrollar el terrorismo de Estado entre los países de América del Sur. Su objetivo era vigilar, detener, interrogar, torturar, matar y desaparecer a las y los militantes y dirigentes políticos, sindicales, campesinas, juveniles y populares de organizaciones izquierda que les significaban un obstáculo para los planes del imperialismo.
Las dos caras de un personaje siniestro
A pesar de este extenso currículo de atrocidades, por los que fue acusado varias veces de cometer crímenes de guerra, Henry Kissinger en los años 70 era el hombre más popular de los Estados Unidos, una popularidad que se extendía por el mundo. En esa época aparecía en las tapas de las principales revistas caracterizado como Superman, era recibido con honores por los gobiernos del mundo y su fama de intelectual brillante eclipsaba al propio presidente Richard Nixon. Es que, junto con ordenar ataques e invasiones, aparecía la imagen del gran negociador y diplomático. Fue el artífice del acercamiento de Washington a Beijing en 1973 y de la distensión con la Unión Soviética en plena guerra fría. Por encima de su carácter bélico, primaba el olfato sobre los negocios con los que el imperialismo yanqui iría a beneficiarse.
Esa política le valió una estrecha amistad y reconocimiento tanto de la dictadura china encabezada por Xi Jinping, a quien visitó recientemente luego de cumplir 100 años, como de Vladimir Putin. No es casual que después de la muerte del político norteamericano, los medios oficiales de China y Rusia hayan sido unánimes en los elogios. Para el líder chino, “murió un viejo amigo”, para Putin, Kissinger fue “un sabio y visionario estadista, que disfrutó de una merecida autoridad en todo el mundo”. Putin tiene sus razones para tantos elogios. En 2022, Kissinger propuso que Ucrania aceptara el statu quo de 2014, una posición que llevaba al país agredido a renunciar a la anexionada península de Crimea y parte del Dombás lo que, con razón, fue rechazado por los ucranianos.
Ni la estrepitosa caída de su jefe Nixon después del Watergate consiguió desprestigiar su imagen. Continuó actuando en el gobierno Ford y al dejar el Departamento de Estado se convirtió en un consultor internacional para asistir con sus libros y charlas a políticos capitalistas de todo el mundo. Sin embargo, había dejado rastros de sus crímenes hasta en la nominación para el Premio Nobel de la Paz de 1973 que debería recibir con su homólogo norvietnamita Le Duc Tho por los acuerdos de paz en Vietnam. Pero el tamaño de la hipocresía fue tal, que Tho se negó a aceptarlo y dos miembros del comité del Nobel dimitieron en protesta por la concesión de ese premio al artífice de una guerra que no había acabado.
Ese halo de diplomático brillante había comenzado a ser cuestionado antes de su muerte. En los últimos tiempos dedicaba mucho de su tiempo a refutar las duras críticas que recibía por su actuación política internacional. Así lo reflejó en una reciente entrevista con la cadena estadounidense CBS cuando se le preguntó qué opinaba de las acusaciones de ser un criminal de guerra, “Son un reflejo de la ignorancia” se defendió. Seguramente que los pueblos explotados del mundo, bombardeados, invadidos y sojuzgados por regímenes dictatoriales orientados por Henry Kissinger no pensaban lo mismo y hubieran deseado verlo en el banquillo de los acusados respondiendo por sus crímenes. Murió uno de los más fieles representantes del imperialismo, la clase trabajadora del mundo no tiene nada a lamentar. Al final, él mismo se describió de cuerpo entero cuando entre sus frases más “celebres” dijo: “Lo ilegal lo hacemos de inmediato, lo inconstitucional lleva algo más de tiempo”.