Por: Nicolás Núñez*
Se cumplen 50 años del asesinato del Che Guevara, y mientras por un lado vemos en el diario La Nación la «noticia» de una organización «liberal clásica» que quiere remover la estatua del revolucionario en Rosario, por otro lado vemos en mayor medida florecer decenas de reivindicaciones de su figura en la prensa progresista y en palabras de referentes de partidos patronales.
Derechistas anti-guevaristas siempre hubo. Son ideólogos del terror que le genera a algunos el Che como referente de la única revolución socialista triunfante en América Latina. Lo llamativo es que reivindicaciones completamente desfiguradas cada vez aparecen más.
Por caso, un video de La Cámpora liga el cumpleaños de Juan Domingo Perón al día de la detención de Guevara, para desarrollar una supuesta identidad entre ellos a partir de palabras del líder justicialista desde Puerta de Hierro. ¿Acaso se puede obviar cuál fue la suerte que corrieron los que siguieron el ejemplo del Che bajo el gobierno de la Triple A, o el rol cómplice del partido peronista con la dictadura militar que tuvo entre sus objetivos tratar de borrar en la juventud y los trabajadores el horizonte revolucionario que abrió Cuba socialista? Estamos ante una impostura que no dista mucho de la remera amarilla con un Macri con boina que circuló por redes sociales.
La operación ideológica no es nueva. Hace 100 años, Lenin decía respecto de Marx y el «marxismo» lo siguiente:
«En vida de los grandes revolucionarios, las clases opresoras les someten a constantes persecuciones, acogen sus doctrinas con la rabia más salvaje, con el odio más furioso, con la campaña más desenfrenada de mentiras y calumnias. Después de su muerte, se intenta convertirlos en iconos inofensivos, canonizarlos, por decirlo así, rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para «consolar» y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de su doctrina revolucionaria, mellando su filo revolucionario, envileciéndola. En semejante «arreglo» del marxismo se dan la mano actualmente la burguesía y los oportunistas dentro del movimiento obrero. Olvidan, relegan a un segundo plano, tergiversan el aspecto revolucionario de esta doctrina, su espíritu revolucionario. Hacen pasar a primer plano, ensalzan lo que es o parece ser aceptable para la burguesía. Todos los socialchovinistas son hoy — ¡bromas aparte! — «marxistas».»
Lenin comenzaba con ese señalamiento su obra «El Estado y la Revolución», publicada pocos meses antes de la Revolución de Octubre. Planteaba que era necesario recuperar la esencia del legado de Marx y Engels ante el hecho aberrante de que en nombre del «marxismo» los partidos más importantes del movimiento obrero europeo pusieron a los trabajadores al servicio de sus respectivos gobiernos y ejércitos en el derramamiento de sangre más grande conocido hasta ese momento: la Primera Guerra Mundial.
Como es sabido, Lenin no solo sacó al marxismo de esa debacle, sino que lideró al Partido Bolchevique hacia la revolución que abrió una nueva época histórica: la época en que por primera vez en la historia de la humanidad la clase mayoritaria pone en discusión con posibilidades de triunfo la pelea por el control del Estado para edificar una sociedad que deje de estar ordenada en función de los intereses de una minoría. A 100 años de la Revolución de Octubre, seguimos reivindicando una gesta que demostró que un país atrasado con su Estado en manos de los trabajadores -aún y a pesar de las deformaciones de la burocratización- podía avanzar en acabar flagelos como el hambre y el analfabetismo más rápidamente que cualquier país capitalista.
Tras su muerte, Lenin no se salvó de tener intérpretes que también perviertan su legado. El stalinismo fue el encargado central de transformar al «leninismo» en la justificación del régimen de partido único, de la concepción reformista de largas etapas de colaboración con la burguesía nacional que tendrían que anteceder a la revolución socialista, y la «coexistencia pacífica» con el imperialismo.
Los trabajadores y los pueblos del mundo continuaron buscando su rumbo para deshacerse de la opresión capitalista, con triunfos, derrotas y experiencias de todo tipo. A su momento, la Revolución Cubana sacudió el «patio trasero» del imperialismo yanqui y fue un balde de agua fría para los anquilosados Partidos Comunistas (stalinistas) latinoamericanos. La tenaza que ejercieron la presión de las masas cubanas por un lado, y del imperialismo por otro, encauzaron la revolución por un camino que no fue ni de desarrollo «por etapas» ni «pacífico», y que en poco tiempo puso los principales resortes de la economía bajo control del Estado. La Cuba socialista que supo terminar con el hambre en la isla fue un ejemplo para los pueblos de América Latina.
El Che supo advertir que el destino de la revolución cubana estaba ligado a la revolución latinoamericana. Hoy lamentablemente hemos constatado que las políticas de no expandir la revolución al resto de Latinoamérica y de directamente recomendar a gobiernos bajo la influencia de Cuba, como el sandinismo o el chavismo, no salir de los marcos del capitalismo, han ido de la mano de la restauración del capitalismo en Cuba.
Nuestra corriente política, el Morenismo, y Nahuel Moreno en particular, reivindicaron la Revolución Cubana al mismo tiempo que se polemizó con la concepción guevarista que obviaba las excepcionalidades de Cuba para pregonar extender su táctica hacia el conjunto de América Latina. La polémica abierta y franca contra las tesis de la Guerra de Guerrillas no significó dejar de reivindicar el ejemplo militante e internacionalista del Che y a considerarlo un «Héroe y Mártir de la Revolución Permanente».
Pero no solo reivindicamos su entrega completa a la pelea por la Revolución.
El Che dio en el centro de la comprensión de la dinámica del proceso revolucionario en América Latina, supo ver lo que todos los nacionalistas de ayer y de hoy eluden:
«Las burguesías autóctonas han perdido toda su capacidad de oposición al imperialismo y solo forman su furgón de cola. No hay más cambios que hacer; o revolución socialista o caricatura de revolución.» (Mensaje a los Pueblos del Mundo a través de la Tricontinental, abril 1967)
Del sandinismo nicaragüense al Chavismo, pasando por la «Vía pacífica al Socialismo» de Allende, por Correa en Ecuador, o Evo Morales en Bolivia, todos han intentado desarrollos de un «socialismo» de la mano de las «burguesías autóctonas», pero no solo eso, sino también de transnacionales. Ninguno consiguió ni un atisbo de lo que consiguió la Cuba que expropió a la burguesía y expulsó al imperialismo de la isla.
En Argentina, hoy nos quieren vender un «guevarismo kirchnerista». Un afiche de «Unidad Ciudadana» en provincia de Buenos Aires profesa «si el Che viviera también le pondría un freno a Macri». Creemos que el Che estaría del lado de enfrente de este gobierno de CEOs que gobierna para las multinacionales. Pero no de la mano del decadente proyecto burgués del peronismo kirchnerista.
Los gobiernos kirchneristas vinieron a cumplir el rol de apaciguar la convulsionada situación política del pos-Argentinazo del 2001, a buscar desmovilizar el proceso del «Que se vayan todos», a intentar, en palabras de Néstor Kirchner «reconstuir un capitalismo nacional». Así, «burgueses autóctonos» del negocio inmobiliario –los Kirchner-, nos vendieron un «proyecto nacional y popular» de la mano de los también autóctonos Cristobal López, Lázaro Báez, Roberto Urquía, que como el Che había avisado, terminaron siendo «furgón de cola» de otros no tan autóctonos como Chevron, Monsanto, Cargill, General Motors, entre tantos otros. Doce años de gobierno terminaron con un 30% de pobreza, más de un 40% de trabajo precarizado, con un incremento de la extranjerización de la economía, y un crecimiento de la deuda externa (a pesar del pago en contado al FMI y el acuerdo con el Club de París).
Embarrar al Che en toda esa deriva es un crimen político. Hay un abismo que separa la convicción y la moral que ejerció el Che y por la que fue a luchar a Cuba, a África y finalmente a Bolivia, y la utilización de la política y de los recursos del Estado para el enriquecimiento personal en un proyecto político que tuvo a figuras como Boudou y De Vido de referentes.
El Che es ejemplo de lucha intransigente contra el imperialismo y también contra la colaboración de clases, es el legado de «sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo». Necesitamos miles de jóvenes que tomen su ejemplo. «Guevaristas» en ese sentido profundo: el de comprometerse para combatir por una sociedad sin explotadores ni explotados, una sociedad socialista y no caricaturas de revolución. Y los necesitamos peleando unidos, para que nuestros golpes sean más fuertes, para que cada vez más «grande y cercano» sea el futuro. Por eso construimos nuestro partido, Izquierda Socialista, y por eso construimos el Frente de Izquierda. Necesitamos avanzar en construir la herramienta política que ayude a los trabajadores a conquistar su propio gobierno y tomar las riendas de su propio destino.
A 100 años de la Revolución Rusa,
A 50 años de la muerte del Che,
Seguimos peleando por tomar el cielo por asalto.
*Dirigente de la Juventud de Izquierda Socialista y Candidato a legislador Porteño por el Frente de Izquierda.