Introducción
Las huelgas y las rebeliones obreras, juveniles y populares recorren los continentes, de China a Sudáfrica, pasando por Chile, Grecia o Egipto. Son millones los que en el mundo se levantan y enfrentan la dureza de los planes de ajuste que el imperialismo y las burguesías pretenden imponer para que sean los trabajadores y los pueblos los que paguen por la crisis. Derriban dictadores sanguinarios como en el Norte de África y enfrentan la represión y la criminalización de la protesta con fuerza renovada y coraje a toda prueba, provocando la crisis e incluso la caída de diferentes gobiernos.
Lo nuevo es que esta crisis económica del capitalismo comenzó en el corazón del imperialismo, los Estados Unidos, se instaló en Europa y con distintos ritmos e intensidades abarca a todos los países, pues la crisis es mundial. Sin embargo, la importancia que tiene la entrada a la lucha de la clase obrera y los sectores populares europeos es estratégica, como lo es también el comienzo de las movilizaciones en los Estados Unidos, aunque todavía son débiles. Será allí donde se decidirá la pulseada entre la revolución y la contrarrevolución. Allí están las trincheras que el imperialismo pretendía inexpugnables en cuanto descargaba su explotación fundamentalmente en las colonias y semicolonias. Pero hoy, frente a la magnitud de la crisis económica, no tiene otra salida que atacar a su propia clase trabajadora y a los demás sectores populares.
La gravedad de la crisis de la economía capitalista imperialista mundial, la extensión y la profundidad de la respuesta de las masas y los métodos asamblearios, de democracia directa, rechazando a las viejas y nuevas burocracias, así como los nuevos organismos democráticos que crean, solo se pueden explicar porque no existe más el aparato mundial estalinista. El más poderoso aparato contrarrevolucionario mundial que en nombre del «socialismo» ayudó a sostener al capitalismo desde que se impuso en la ex URSS la burocracia bonapartista dejó de existir. Este hecho, de dimensiones históricas, marca de forma contundente el nuevo siglo y para nosotros es lo que explica la situación que estamos viviendo.
La caída del estalinismo abre mejores y mayores espacios para avanzar en la superación de la crisis de dirección revolucionaria. Los nuevos «aparatos» como el castro-chavismo comenzaron su decadencia y crisis mostrando, una vez más, los límites estrechos del nacionalismo burgués. Pero la crisis de dirección sigue siendo el problema fundamental, pues, pese a las mejores condiciones abiertas, ella no se ha resuelto. El desafío es grande, ya que la restauración capitalista que se terminó de imponer en los ex Estados obreros burocratizados, de la mano de la burocracia y del imperialismo, trajeron en un principio falsas ilusiones y mucha confusión.
Así como existe un importante avance en la conciencia anticapitalista, hay también un rechazo a formar partidos. En amplios sectores de la vanguardia luchadora se niega la importancia de la centralización, del programa, de la dirección; se fortalecen temporariamente sectores anarquistas, autonomistas o que rechazan la participación electoral como espacio de disputa de las masas. En síntesis, el eje central de la etapa alrededor del cual es necesario y urgente articular el programa, que es el problema del poder de los de abajo, del poder obrero y popular para avanzar hacia el socialismo con democracia obrera y la necesidad del partido revolucionario, enfrenta no solo las lógicas confusiones de la gente, sino también las capitulaciones de corrientes revisionistas y/o neoreformistas. Éstas divulgan que se puede cambiar el mundo sin tomar el poder, que hay que hacer partidos con los reformistas, pues el programa es secundario, u otras ideologías por el estilo.
Pero sabemos que en épocas de revoluciones es posible avanzar en pocos días lo que en épocas de paz demoraría años. Por eso, los revolucionarios debemos intervenir en esta realidad tan rica con toda audacia y sin sectarismo, aprender a participar de estos poderosos procesos ayudando y disputando la dirección de los mismos, buscando confluir con los sectores más luchadores y consecuentes. Unidades electorales, frentes de izquierda, listas únicas de oposición en los sindicatos para barrer a la burocracia o en el movimiento estudiantil para derrotar a los agentes del gobierno, unidad de acción para impulsar la movilización, corrientes amplias estudiantiles o sindicales. Todas las tácticas deben ser utilizadas para construir polos de referencia que ayuden a sectores de masas a avanzar hacia el programa y el partido revolucionario en cada país. De la misma forma, buscar los puntos mínimos revolucionarios que puedan acercar y unificar con corrientes, grupos y sectores revolucionarios que vengan de otras tradiciones revolucionarias o que sean fruto de la actual situación debe ser nuestra principal apuesta para seguir construyendo una internacional revolucionaria.