Cuando cayó el Muro de Berlín, y en poco tiempo los gobiernos del mal llamado «campo socialista» (ex URSS, Rumania, Polonia, Checoslovaquia, etcétera), los capitalistas del mundo festejaron lo que para ellos significaba el triunfo histórico del capitalismo como sistema superior. «La lucha de clases acabó, nosotros ganamos», llegaron a decir y pregonaron el fin de la historia.
Los socialistas revolucionarios tenemos otra interpretación de lo que sucedió. En primer lugar, porque lo que existía en esos países no era socialismo ni nada parecido: existían gobiernos dictatoriales de partido único, no había libertad de expresión, prensa, de hacer partidos, sindicatos o huelgas. Las conquistas extraordinarias de los trabajadores a partir de la revolución rusa de 1917, como fueron la expropiación de la burguesía, la economía planificada, la nacionalización y el control del comercio exterior, el pleno empleo, educación y salud de calidad, etcétera, desde la década del 20 fueron siendo desfiguradas y finalmente entregadas por la burocracia estalinista, que defendió siempre y en primer lugar sus privilegios de burócratas pactando con el imperialismo.
Una referencia de estos pactos son los acuerdos de Yalta y Postdam establecidos después de la segunda guerra mundial. En ellos, Churchill (Inglaterra), Roosevelt (Estados Unidos) y Stalin se repartieron el mundo y pactaron una coexistencia pacífica. Por ella, la burocracia del Kremlin se comprometió a evitar o traicionar toda nueva revolución socialista en el mundo. Las nuevas expropiaciones logradas desde la posguerra fueron enchalecadas desde su nacimiento por las burocracias.
A partir de 1989, como fueron grandes movilizaciones de masas, de trabajadores y de la juventud las que derribaron el Muro e insurrecciones populares las que acabaron con las dictaduras, y porque con el fin de esos gobiernos se liquidó el mayor aparato mundial contrarrevolucionario que era el de los partidos comunistas burocráticos -y a la vez, los acuerdos de Yalta y Postdam-, consideramos estos hechos como positivos, como triunfos revolucionarios históricos del movimiento de masas.
El Kremlin actuó como el principal aliado del imperialismo durante todos esos años, para derrotar los levantamientos del movimiento obrero y de masas por el mundo. Hasta 1989, el imperialismo apelaba al peso del PC de Moscú y sus aliados para frenar, desviar y traicionar las revoluciones, evitando que lleguen a nuevos triunfos socialistas y a gobiernos de los trabajadores que expropiaran a la burguesía en sus países. Así evitaron, por ejemplo, que hubiera nuevas Cubas en Latinoamérica, contribuyendo a dejar en el terreno del capitalismo las revoluciones de Nicaragua o El Salvador. Y en Europa, jugando un papel similar en el Mayo Francés del ´68 o en la revolución de Portugal del ´74. O en los países árabes apoyando a los regímenes dictatoriales de Kadaffi, Mubarak o Bashar Al Assad. O enviando los tanques rusos a rebeliones antiburocráticas como ocurrió en Hungría del ´56 o Checoslovaquia del ´68.
Por todas estas razones, afirmamos que la caída del Muro y del estalinismo inaugura una nueva etapa en el proceso de la revolución mundial. Lo consideramos un cambio cualitativo, pues el imperialismo, al perder su principal aliado, tiene mayores dificultades para enfrentar y derrotar el actual ascenso de la movilización de las masas.
Un triunfo que incentiva la rebelión de las masas contra sus direcciones traidoras
Los socialistas revolucionarios llamamos a estos hechos como el primer triunfo de la revolución política. O sea, una rebelión de las bases contra las burocracias traidoras. Esto es lo que ocurrió en la Alemania Oriental, en Rumania y en todos los países del Este. Y, finalmente, en la ex URSS, con el levantamiento de millones de obreros, de mujeres y jóvenes hartos de las dictaduras de partido único de los jerarcas de los Partidos Comunistas, que en nombre del socialismo aplastaban a sus pueblos. Los alzamientos revolucionarios que se extendieron por la ex URSS y los países del Este europeo en 1989-91 acabaron con la burocracia totalitaria que desde 1923 aplastó las conquistas de la revolución de octubre, asesinó a sus principales protagonistas, reprimió y amordazó sus pueblos, mandó a matar a los que tuvieron la osadía de divergir o bien los envió a los campos de trabajo forzado o a clínicas psiquiátricas de «recuperación».
Este triunfo, pese a las contradicciones que tuvo al no poder liquidar la restauración capitalista que impulsaban desde tiempo atrás los burócratas del partido comunista de la URSS, el PC chino y todos sus aliados, y a que creó así mayores confusiones en la conciencia, incentivó el proceso de rebeliones antiburocráticas o revolución política en todo el movimiento obrero y de masas del mundo. O sea, la rebelión de las masas contra los aparatos y las burocracias sindicales. Esto es lo que se ha venido manifestando en forma creciente en la revolución árabe con la caída y cuestionamiento a los Kadaffi, al «nasserista» Mubarak o al «socialista» Al Assad, y que luego ha continuado con el cuestionamiento de los sectores islámicos (los Hermanos Musulmanes) que se hicieron del poder para continuar explotando a sus pueblos. En la rebelión y repudio a los viejos partidos patronales y sus gobiernos que vemos en Europa, en especial en las movilizaciones sindicales, juveniles y populares de Grecia, España, Portugal, Italia, etcétera. En las huelgas sindicales y rebeliones campesinas-indígenas que se producen en Bolivia, Brasil, Argentina, Venezuela, Ecuador, Perú, Chile y en todo Latinoamérica, desbordando a sus direcciones. O en las huelgas obreras en China por fuera de los sindicatos controlados por la dictadura del PCCh.
Éste es el aspecto más favorable del proceso abierto con la caída del aparato estalinista de la ex URSS. Porque es lo que crea mejores condiciones para seguir dando la pelea por la superación de la crisis de dirección revolucionaria, en escala nacional y mundial.
Las contradicciones del triunfo de que cayera el estalinismo
Esta gran victoria del proletariado, que explica la situación actual de debilidad del imperialismo por haber perdido a su principal aliado en tratar de controlar al movimiento de masas, tuvo y tiene profundas contradicciones que también se expresan en la realidad.
La primera de ellas es que el triunfo de la revolución política no pudo liquidar el curso restauracionista que había iniciado la burocracia traidora. La burocracia de la ex Unión Soviética y todo el aparato pro Moscú pudo avanzar en la restauración del capitalismo aliada al imperialismo y a las multinacionales, porque de la revolución no surgió una nueva dirección revolucionaria ni organismos del movimiento obrero que pudieran impedir ese proceso. Esto se combinó con la gran confusión en la conciencia de millones de obreros y de jóvenes en la ex URSS y en los países del Este que creyeron, en un primer momento, en la ilusión de que el capitalismo les podría traer, además de libertades, conquistas sociales cualitativas.
Es un hecho que, por el rol de la burocracia, se perdió el tercio de la humanidad que había sido expropiado al capitalismo. Lo que se llamó los países «socialistas» o el «socialismo real», y que los trotskistas definíamos como Estados obreros burocratizados o deformados. Esos Estados, como la ex URSS, Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania, China o Cuba fueron conquistas del proletariado mundial. Porque con la expropiación del capitalismo y la planificación, aunque sea en manos de la burocracia, esos pueblos lograron inmensas conquistas. China logró superar un hambre masiva y que todos tuvieran un trabajo y educación. Entonces, fueron grandes conquistas que se perdieron. Esto es un hecho que no podemos minimizar. Por otro lado, también es evidente que el imperialismo se aprovechó de la restauración capitalista para su beneficio, para sus multinacionales, semicolonizando más estos países, como Rusia, China y todo Europa del Este. Imponiendo su producción, su división del trabajo y el surgimiento de nuevos capitalistas.
Pero también es un hecho que, pese a la restauración del capitalismo en este tercio de la humanidad, el imperialismo no logró superar su crisis crónica. Como luego lo demostró el estallido de una de las crisis más graves del capitalismo mundial, a partir de 2007.
Las campañas del imperialismo y la conciencia de las masas
El otro punto contradictorio o negativo de la caída del muro de Berlín es que se profundizó la confusión en la conciencia de las masas del mundo. Justamente, esta contradicción en la conciencia partía de una combinación de factores. Por un lado, los setenta años de perversión que hizo del socialismo el estalinismo, que confundió a millones, que hasta en sus propios países empezaban a descreer de él, viendo que el supuesto socialismo era una burocracia privilegiada que les quitaba libertades y conquistas sociales. Esto llevó a que al momento de la caída del muro de Berlín y del aparato de los partidos comunistas burocráticos, el imperialismo instalara la campaña de que había fracasado el socialismo y que el que triunfaba era el capitalismo. Sobre todo en los primeros años, esta campaña melló fuerte en la conciencia de millones. Pusieron un signo igual entre socialismo y estalinismo, llevando a enlodar aún más la lucha por el socialismo. Esto se combinó también con el descrédito de la expropiación y de la propiedad estatal, con lo cual se fueron introduciendo aún más confusiones. A esto se le sumó la izquierda reformista, los ex estalinistas, la corriente castro-chavista, que pretendieron hacer pasar el fracaso del llamado socialismo real como causado por un «exceso de estatismo», para de esa manera favorecer sus políticas de conciliación de clases, de un supuesto socialismo del siglo XXI con economías capitalistas mixtas, con un «socialismo moderno» entrelazado con las multinacionales, los empresarios y los capitalistas. Tal cual el modelo de China o el nuevo plan del castrismo en Cuba que divulgan como una «modernización» o un «mejoramiento del modelo socialista», cuando en realidad se trata de la restauración del capitalismo.
Por eso el castro-chavismo o el neoestalinismo, el neoreformismo, renuevan la teoría de la revolución por etapas y de revoluciones «en unidad con la burguesía», justificándose en el exceso de estatismo y creando una nueva ideología de «nuevas formas de producción económica» basadas en la teoría de extender la llamada propiedad social, empresas públicas «no estatales» o cooperativas, todo menos la expropiación de las multinacionales y los grandes capitalistas. Así se disfraza y se enmascara la política de la izquierda reformista y el neoestalinismo para seguir traicionando a la revolución y encasillándola, tratando de desviar los procesos revolucionarios para sostener al capitalismo en los marcos de un nuevo reciclaje de las teorías de conciliación de clases del falso socialismo.
Esta es una de las peleas fundamentales que tenemos: la reivindicación de que el verdadero socialismo está ligado a la expropiación de la burguesía, a la no colaboración con ella, y también a la democracia y la libertad de las masas para participar en esa planificación y esa nueva economía. Todo lo que la burocracia que se encaramó en el poder en la URSS desde la década del 20 siempre negó.
Otro aspecto que también ha sido negativo en la conciencia de las masas es que los neoestalinistas explican que el fin del «socialismo real» no solo tuvo su causa en el exceso de estatismo, sino que se combinó con el partido totalitario único, que identifican como «partido leninista». Sostienen que la culpa de la burocratización y de la hegemonía dictatorial del aparato soviético y chino se originó en la teoría leninista del partido revolucionario, en el famoso centralismo democrático, lo cual es totalmente falso. Y esto es otro de los debates, porque esta confusión ha ido entrando con fuerza, en especial entre la juventud, para debilitar y cuestionar la construcción de los verdaderos partidos revolucionarios y facilitó que surgieran nuevas teorías como la de los movimientos sociales, los agrupamientos amplios, el autonomismo, el zapatismo, el horizontalismo. O sea, surgen dirigentes como el subcomandante Marcos, teóricos como Tony Negri, se reflota a Foucault. Distintos teóricos de lo que podemos llamar el neoreformismo, variantes distintas del castro-chavismo que siguen reivindicando el partido único como en Venezuela y Cuba, que reflotan las viejas teorías anarquistas y van a la autoorganización, al autonomismo, negando el programa revolucionario y la construcción del partido leninista.
Esto se combina también con la revolución política objetiva que se da en el mundo, que es que las masas rechazan los partidos políticos tradicionales burgueses, los partidos de izquierda reformistas burgueses y las organizaciones políticas tradicionales en un sentido progresivo, porque ven que todos ellos están llevando el mundo a la actual catástrofe social y económica. Pero a ese rechazo a los partidos políticos, todas estas corrientes del neoreformismo lo quieren desviar evitando la construcción de partidos revolucionarios, construyendo movimientos autonomistas y de autoorganización, movimientos sociales que terminan siempre claudicando a la burguesía.
Sin embargo, la realidad de la lucha de clases ha provocado avances importantes en la conciencia del movimiento de masas, en un sentido progresivo y anticapitalista. A partir de la crisis de 2007 y 2008 del capitalismo y del ascenso revolucionario que se fue acompasando, ha crecido la conciencia anticapitalista en las expresiones de millones de jóvenes, de trabajadores y sectores populares que salen a la calle cuestionando a los bancos, como había pasado antes en Argentina en 2001. Hoy esto se ve claramente en toda Europa y en el propio Estados Unidos, como el movimiento Ocupa Wall Street, los Indignados, las manifestaciones de los trabajadores de Europa contra los bancos y las multinacionales. O sea, avanza la conciencia anticapitalista por la negativa. Todavía no da el salto positivo hacia un programa y una propuesta socialista. Pero esto es muy progresivo y también avanza en contra de los regímenes capitalistas. Ya sea monárquicos democrático burgueses, democrático burgueses, las dictaduras, contra todos los viejos partidos.
El «que se vayan todos» de Argentina en 2001 es una consigna que se vuelve reiterativa en el proceso revolucionario de Grecia, en las movilizaciones de España y Portugal. Ese rechazo, tanto al capitalismo y a sus entidades más odiadas como la banca, el FMI y las multinacionales, también se traslada a los partidos y a los sindicatos. Entonces se abre, en ese sentido, un espacio muy importante a partir de estos aspectos progresivos que la lucha de clases produce en la conciencia, para pelear por el programa y las consignas del trotskismo y de la revolución socialista.