A partir de la Primera Guerra Mundial de 1914-1918, se abre una nueva época histórica. El sistema capitalista mundial agotaba su previa capacidad de desarrollar las fuerzas productivas e iniciaba su decadencia. El dominio de los monopolios y el capital financiero cubrió a todo el planeta. Bajo ese dominio imperialista, la burguesía ya no cede conquistas y mejoras para las masas, dejando atrás los logros reformistas. Ahora, la política del imperialismo y los monopolios es buscar, de forma permanente, mayores niveles de miseria en las masas para tratar de superar su crisis, que se combina con el freno del desarrollo de las fuerzas productivas.
En esta época de crisis, guerras y revoluciones, el triunfo de la revolución socialista en Rusia, en octubre de 1917, mostró por primera vez a la clase obrera como el protagonista principal para cambiar el mundo, iniciando la época de la revolución socialista internacional. O sea, definimos como época a todo este periodo histórico que plantea como única salida para salvar a la humanidad de la decadencia el triunfo de la revolución socialista en todo el mundo. Indudablemente, toda época, que puede durar cientos de años, tiene distintas etapas. No puede ser un proceso histórico siempre con el mismo nivel de relación de fuerzas entre las clases. Por eso, para los socialistas revolucionarios ha habido distintas etapas históricas hasta el presente. Desde la revolución rusa, vemos cuatro grandes etapas.
La primera, la etapa de la ofensiva revolucionaria de la clase trabajadora que se inicia con la toma del poder por los soviets y el Partido Bolchevique en octubre de 1917. La revolución rusa dirigida por Lenin y Trotsky fue parte de una oleada de nuevas revoluciones, en primer lugar en Alemania. También en Hungría y Turquía. Por la traición de la socialdemocracia y la inexperiencia de los partidos revolucionarios de la Tercera Internacional, la única que logra triunfar como revolución socialista será la rusa.
La segunda, que va desde 1923 a 1943, es la etapa de la contrarrevolución burguesa, que ya había tenido los primeros elementos con el triunfo del fascismo en Italia en 1922 y que se va a consolidar claramente con el triunfo de Hitler en Alemania, que aplasta al proletariado más organizado del mundo. Unos de sus puntos más altos son la derrota de la revolución en China en 1927 y de la española en la gran guerra civil de 1936 a 1939. Un elemento determinante será la ofensiva militar del nazismo, exitosa hasta 1943, que desarrolla la invasión a toda Europa y África del norte. La otra cara de esta etapa contrarrevolucionaria es el triunfo en 1924 en la URSS de la burocracia dirigida por José Stalin, luego de la muerte de Lenin y la posterior expulsión de Trotsky. El triunfo de lo que denominamos estalinismo significó la imposición de una dictadura totalitaria y el fin de la democracia obrera, aunque se mantuvieron las bases económico-sociales logradas por la expropiación de la burguesía. El aparato burocrático que encabeza Stalin va a producir cambios políticos fundamentales que liquidan el carácter revolucionario del Estado obrero soviético, a la Tercera Internacional y ubican al PCUS (Partido Comunista de la URSS) como el principal colaborador del imperialismo en la contrarrevolución mundial. La URSS se convierte, al decir de Trotsky, en un Estado obrero degenerado.
La tercera es la etapa revolucionaria que se abre a partir del triunfo de la batalla de Stalingrado del Ejército Rojo sobre el ejército de Hitler. Esta etapa, que se abre en febrero de 1943 y que se va a fortalecer con la caída del nazismo en 1945, es un periodo de grandes revoluciones triunfantes. Estamos hablando de una etapa que va de 1943 hasta 1989. Triunfan revoluciones anticoloniales y se extiende la expropiación de la burguesía a un tercio de la humanidad, aunque con regímenes burocráticos. En el este de Europa, la China, la revolución cubana, el triunfo de Vietnam en 1974, otros como la revolución portuguesa, la liberación de Angola y Mozambique o la iraní en 1979. Aunque con desigualdades, todos estos han sido triunfos colosales. Porque, lógicamente, esto no niega derrotas como la caída de Sukarno en Indonesia en 1965, los triunfos de Pinochet en Chile en 1973, y de las dictaduras en Argentina y Brasil. Pero la tendencia predominante a partir de la caída del nazismo es de gran ascenso revolucionario y de grandes movimientos de masas que producen cambios revolucionarios. Lamentablemente, toda esta etapa está teñida de un punto de continuidad con la anterior que es el fortalecimiento del aparato burocrático estalinista y de las conducciones contrarrevolucionarias y reformistas (en primer lugar, la socialdemocracia), que impidieron nuevos triunfos socialistas revolucionarios como el de Rusia en 1917. Los nuevos Estados obreros, surgidos de grandes procesos revolucionarios que impusieron la expropiación de la burguesía, como China, Yugoslavia, Cuba y Vietnam, no dejaron de burocratizarse, con todas sus consecuencias negativas sobre los trabajadores del mundo, manteniéndose como un obstáculo para el triunfo de una nueva revolución de octubre.
La cuarta etapa es la que se abrió en 1989, una etapa revolucionaria, con la caída del Muro de Berlín. Aparentemente, ésta sería igual a la anterior. Pero hablamos de una nueva etapa por un punto cualitativo distinto que es la caída de las dictaduras de partido único, autotituladas «comunistas», y que eran el aparato mundial estalinista pro Moscú. Se trata, entonces, de la caída del mayor aparato contrarrevolucionario. Indudablemente, esta etapa tiene este punto fundamental que la distingue y la convierte en una nueva, porque se abre una gran rebelión de masas mundial, lo que llamamos revolución política, contra las viejas direcciones reformistas y traidoras. Tiene dos aspectos de continuidad con la anterior: uno, sigue un gran ascenso revolucionario de masas. Y, dos, no se supera aún la crisis de dirección revolucionaria de las masas, que sigue siendo la gran tarea a superar.
Lo otro que la distingue de la anterior etapa es que surge el protagonismo de la clase obrera como fundamental del ascenso revolucionario. Entran en acción algunos de los batallones pesados del proletariado, como el chino, el ruso y el europeo, quedando todavía por detrás el de Estados Unidos y Japón. Pero la entrada de millones de trabajadores de China, Rusia y de toda Europa es un punto cualitativo en la nueva etapa.
El ascenso revolucionario no es un proceso lineal
Desde ya, que hablemos de una etapa revolucionaria y de un proceso revolucionario a partir de 1989 no quiere decir que sea un proceso lineal, sin altas y bajas ni períodos distintos. Como tampoco significa que en todos los países haya situaciones revolucionarias. Sino que estamos marcando la tendencia predominante. Que en la relación de fuerzas lo que predomina es el ascenso de la movilización de las masas, que es la causa de las distintas fases de crisis que soporta el imperialismo. Tanto su crisis militar, económica como política. Incluso la no superación rápida de la gravedad de su crisis está explicada por ese ascenso y esa resistencia de las masas a sus planes de ajuste. Hay una discusión, pues puede provocar confusión que los socialistas revolucionarios hablemos de una etapa y/o de una situación revolucionaria en el mundo cuando a veces se producen derrotas, pérdidas de conquistas sociales y económicas, lo cual es una realidad. Pero, siguiendo a Lenin, cuando hablamos de una etapa y una situación revolucionaria nos estamos refiriendo a aquella definición de «que los de arriba ya no pueden seguir como antes y los de abajo ya no quieren vivir como antes». No significa que estemos pronosticando el triunfo de una revolución de octubre, de un nuevo triunfo al estilo soviético, en forma inmediata. Sino que lo que estamos señalando es que el mundo está abierto a que, por esta relación entre las clases, por este nuevo elemento que es la pérdida de control de un aparato mundial contrarrevolucionario, en cualquier país o en cualquier región se puedan producir rebeliones populares o revoluciones que cuestionen o derrumben a gobiernos y regímenes, aunque no se llegue a un nuevo octubre. Y eso es lo que ha venido ocurriendo más claramente con los triunfos de la revolución árabe, el proceso de movilización obrera, popular y juvenil en Europa y en Latinoamérica. Entonces, esto es lo que queremos decir con una etapa y una situación revolucionaria mundial.
Indudablemente, hay idas y venidas. No puede haber un proceso lineal y es importante para nosotros reconocer estas altas y bajas del proceso revolucionario. Por eso podemos hacer una periodización desde 1989. Hay una coyuntura de triunfo de las revoluciones contra el aparato estalinista que va desde 1989 a 1991, con la caída del aparato y del régimen del partido de la URSS. En 1991-94 se abre un nuevo periodo de una contraofensiva imperialista contra el movimiento de masas en el mundo, que tuvo triunfos económicos y políticos. Entre ellos está, naturalmente, la restauración capitalista en la ex URSS, Europa del Este, China y Cuba; una ola de privatizaciones en muchos países del mundo, como en Latinoamérica, y mayores niveles de explotación. La imposición en muchos países de la flexibilización laboral, la tercerización como sistema mundial de nuevas formas de explotación. O sea, se pierden conquistas importantes. Sin embargo, el imperialismo y las burguesías aliadas, aunque participan y encabezan esta contraofensiva, no logran imponer una derrota global al movimiento de masas, una derrota histórica, sino que éste se recompone y sigue luchando.
Desde 1994 hay un cambio, a partir de la rebelión de Chiapas, una rebelión campesina e indígena que marca un giro a favor de las masas por su impacto mundial. Le seguirán hechos muy destacables como la movilización en Seattle, Estados Unidos, en 1999, que da inicio al movimiento antiglobalización y que tendrá nuevas expresiones con movilizaciones multitudinarias en Europa. Luego surge la nueva Intifada en 2000. La caída de Fujimori en Perú, Milosevich en Serbia, el Argentinazo de 2001 y, en abril de 2002, la derrota del golpe militar proyanqui en Venezuela, que es una gran victoria democrática antiimperialista del pueblo venezolano y latinoamericano.
En 2003 se inicia una nueva contraofensiva imperialista con la invasión a Iraq y la derrota de las masas iraquíes. Anteriormente se había dado la invasión a Afganistán. Pero como todo triunfo del imperialismo en esta etapa, tiene pocas bases o se le vuelve en contra como la «ley del bombero loco», que quiere apagar el incendio con gasolina. Porque este intento de una nueva contraofensiva política militar de Bush, con el triunfo de Iraq, el posterior intento de imponer el ALCA, etcétera, empieza a volvérsele en contra al provocar una reacción en cadena contra la invasión, donde van a surgir, a partir de 2003, grandes movilizaciones multitudinarias. En Florencia, Italia, llega casi a un millón de personas. También en los países árabes. Y esto va a culminar con la derrota del ejército israelí en el Líbano en 2006 y con el reconocimiento por parte del imperialismo de su fracaso en Iraq. Entonces empieza a realizar una retirada ordenada, constituyendo Iraq un nuevo Vietnam, en el sentido que se convierte en una segunda derrota militar del ejército imperialista norteamericano, el más importante del mundo.
A partir de 2007, con el estallido de la crisis económica más grave del capitalismo mundial, a la altura de la crisis de los años 30, se abre una nueva coyuntura mundial. Allí se pone en evidencia la decadencia del sistema capitalista-imperialista. La crisis es tan aguda que ha perdurado hasta ahora, 2013, sin poder solucionarse. Con lo cual se puso de manifiesto una crisis aguda no solo económica, sino política y militar del imperialismo, en medio de una incentivación del ascenso de las masas en el mundo contra el intento de que la crisis del capitalismo la paguen los trabajadores y los pueblos. Con grandes huelgas en Europa, China, Latinoamérica y en distintas partes del mundo.
Con el triunfo de la revolución árabe, a partir de la caída del dictador de Túnez a principios de 2011, de Mubarak y Kadaffi en Egipto y Libia, se produce un nuevo período de ascenso revolucionario mundial. Revolución que impacta en las masas del mundo y que tiene una continuidad en la rebelión popular contra el dictador sirio y las nuevas acciones obreras y populares en Túnez y Egipto. La revolución árabe provocó un debilitamiento del imperialismo y de su socio em la región, Israel. Y ha incentivado o entusiasmado a los pueblos de Europa y el mundo en esta lucha revolucionaria.
Hacia nuevas confrontaciones revolucionarias de masas
A modo de conclusión de esta etapa, podemos decir que, por un lado, la restauración capitalista en un tercio de la humanidad, si bien le otorgó un respiro momentáneo a la crisis capitalista, no pudo parar la crisis crónica que venía desde los años 60 y no pudo evitar que entrara en una fase de agudización total de esa crisis desde 2007. Y que le provocara la decadencia en la cual se está debatiendo toda Europa y el propio Estados Unidos. Además, lo que es importante en la nueva etapa es que nos muestra un protagonismo cada vez mayor de la clase obrera contra aquellos que pronosticaron su fin, porque se decía que estaba siendo sustituida por la tecnología y la robótica. Incluso por los que apostaron desde la izquierda a que no podía ser más un sujeto social de la revolución. China se ha convertido en un país con el 50% de su población urbana y esto ha mostrado un crecimiento descomunal del proletariado. Y son conocidas, pese a todas las formas de censura, las heroicas huelgas y luchas de resistencia que se desarrollan desde las fábricas. Lo mismo podemos decir de otros países asiáticos, como Vietnam, Camboya, Tailandia o Indonesia, donde se han implantado la mayoría de las multinacionales gracias a la mano de obra semiesclava. O sea, que la restauración, tanto en China como en Vietnam, ha tenido como punto a favor del imperialismo que las multinacionales recobraran ganancias y siguieran explotando. Pero ha tenido este punto contradictorio que, ligado al resurgimiento del ascenso del proletariado europeo, donde se suceden huelgas generales y parciales que abarcan a sectores importantes de la clase obrera, hace que el proceso en esta etapa de la revolución mundial pos caída del estalinismo tienda a ser cada vez más obrero y que esto se combine con la incorporación y el protagonismo vigente de sectores de la juventud, campesinos, indígenas, desocupados y explotados en general, que indican la gravedad de la crisis y la profundidad del ascenso mundial.
También los procesos revolucionarios que acabaron con el aparato estalinista mundial abrieron las compuertas de la lucha contra las burocracias sindicales, extendieron el fenómeno de la revolución política, posibilitando el surgimiento de corrientes y movimientos clasistas, aunque por el momento sean de vanguardia. Estos tres aspectos centrales nos están indicando la existencia de mayores posibilidades de luchar por superar la crisis de dirección, en una pelea dura contra las nuevas y viejas direcciones reformistas, neoreformistas y revisionistas.