Por: Miguel Lamas
El presidente Vladimir Putin creó en diciembre un comité organizador de los actos conmemorativos de la revolución de 1917. El comité incluye figuras independientes, ministros y responsables de la Iglesia ortodoxa. Y prevé más de 500 manifestaciones, conferencias, mesas redondas, exposiciones o festivales de cine que pondrán en relieve los acontecimientos «contradictorios» de 1917, según el copresidente del comité, el historiador Anatoli Torkunov.
Putin afirmó posteriormente «Es nuestra historia y hay que respetarla… Las lecciones de historia sirven ante todo para la reconciliación y el fortalecimiento de la armonía política, social y civil», agregó el jefe de estado, llamando a dejar atrás «las divisiones, la cólera y las ofensas» del pasado.
El presidente se ha expresado abundantemente sobre el legado soviético y ha llegado a decir que «quien no lamente la caída de la URSS no tiene corazón y el que desee su restauración carece de razón». También ha dicho que considera la desaparición de la URSS «la mayor catástrofe geopolítica» del siglo pasado. Además, ha descartado la idea de enterrar a Vladímir Lenin y cerrar su mausoleo en la Plaza Roja de Moscú.
Putin, reivindicando y, a su vez, negando a la revolución, intenta capitalizar en su favor la llamada «nostalgia» por la Unión Soviética. El 56% de los rusos dice en encuestas que desearía volver a vivir en la Unión Soviética.
Por supuesto Putin no tiene ningún plan de restablecer lo que fue socialmente la Unión Soviética (es decir la expropiación de la burguesia, trabajo, salud y educación pública aseguradas). Pero además la rehabilitación histórica es totalmente engañosa y tramposa. Putín, ex agente de la policía política KGB de la Unión Soviética, heredera directa del estalinismo, tiene además entre sus planes rehabilitar a los Romanov, ¡es decir a la dinastía de los zares!
Para el periodista e historiador Nikolai Svanidze, miembro del comité organizador de los actos conmemorativos, designado por Putin, lo más importante es lo que el imperio zarista y su sucesor soviético tenían en común: «el estado primaba sobre el individuo». Es decir después de todas las falsificaciones históricas de Stalin, que borró a Trotsky de la historia oficial y canonizó a Lenin como una especie de santo, borrando su verdadero contenido socialista, ahora Putin intenta otra falsificación, aún más burda. Que es algo así como que al final los zares y Lenin eran más o menos lo mismo. Como si la revolución contra una dictadura zarista que esclavizaba bárbaramente a las masas del inmenso imperio ruso, que aplicaba corrientemente los latigazos contra los campesinos y mandó a la muerte en la guerra mundial a millones de pobres campesinos y obreros, fuera lo mismo que la revolución agraria entregando la tierra a los soviets campesinos, y la expropiación y estatización de los grandes medios de producción capitalistas nacionales y extranjeros. Como si hubiera sido todo poco menos que un «malentendido» y que ahora, un siglo después, hay que «reconciliar» a ambos bandos, revolución y contrarrevolución, obreros y campesinos de 1917, con sus verdugos y explotadores, los Romanov y el capitalismo. Una revisión histórica apta para alimentar la ideología de la restauración capitalista y el nacionalismo subimperialista ruso.
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¿Putin «antiimperialista»?
Los castristas, chavistas y neoestalinistas, en general, presentan a Vladimir Putin como si fuera un «antiimperialista», que enfrentaría las pretensiones hegemónicas del imperialismo yanqui. Este año decretó la conmemoración de las revoluciones de 1917 (febrero y octubre), lo que alimentaría ese relato. Sin embargo es una enorme falsedad. Los hechos, más allá de algunas palabras, muestran que Putin no es antiimperialista, ni progresista en ningún sentido.
Una encuesta de diciembre del 2016, realizada por el instituto Levada, indicó que el 56% de las personas lamenta la caída de la Unión Soviética, un 28% que no, y un 16% no se pronuncia. Según algunas interpretaciones esto sería de alguna forma un sentimiento estimulado por Putin, en base a una idealización de la antigua Unión Soviética. Sin embargo, los propios encuestadores dicen que «muchos todavía se sienten engañados con las posteriores reformas económicas que de la noche a la mañana hicieron pobres a millones de personas».
Putin desde antiguo oficial de la KGB (policía política estalinista), fue escalando posiciones desde la caída de la Unión Soviética, hasta llegar a la presidencia en el 2000. Desde entonces gobierna como presidente, o como primer ministro, convirtiéndose en la figura más poderosa del régimen. Putin es el articulador de la nueva burguesía rusa, los que se adueñaron a toda velocidad de las empresas públicas durante los años 90, con métodos mafiosos en la mayoría de los casos. Se creó una de las sociedades capitalista más desiguales del mundo.
Aunque los admiradores de Putin dicen que tendió a remediar esto y bajó la pobreza, un informe del 2013, del banco suizo Credit Suisse, precisa que Rusia presenta actualmente el nivel más alto de desigualdad económica, si descontamos los pequeños paraísos fiscales del Caribe. «El 35% de las riquezas de Rusia se concentran hoy en las manos de 110 milmillonarios», señala el Informe de Riqueza Mundial. De acuerdo con el informe Credit Suisse Global Wealth Report 2016, un 1% de la población de Rusia está en posesión del 74,5% de la riqueza nacional. En contraste, hoy el salario mínimo en Rusia es de 112 dólares. ¡Es uno de los más bajos del mundo! ¡El ingreso mínimo para no ser pobre es de 150 dólares al mes, según el estado ruso!
Los años 90 fueron caóticos, con despidos masivos, empresas privatizadas, cierre y disolución de empresas públicas, hiperinflación que destruyó los ahorros de millones de trabajadores y jubilados, derrumbe de salarios y jubilaciones. Muchos economistas lo han calificado de la transferencia de riquezas más gigantesca de la historia.
Putin encabezó una estabilización, basada en los altos precios de las materias primas, en especial el gas. La situación tuvo una mejora relativa, respecto a los noventa, pero consolidando la miseria de una gran parte de la sociedad rusa. «Un 30% de la población vive en umbrales de pobreza y depende de los subsidios sociales» (Germán Gorraiz, en Telesur, 244/17)).
Esto explica la «nostalgia», que obviamente no es por la dictadura del PC estalinista, sino por las conquistas que venían de la revolución, básicamente salud gratuita y de calidad, educación pública gratuita y trabajo garantizado. Hoy todo eso no existe. Rusia es una sociedad capitalista atrasada, semicolonial respecto a Europa y Estados Unidos (EE.UU.) Los magnates rusos invierten en Europa en turismo, clubes de futbol y cuestiones suntuarias, llevándose así de Rusia una buena parte de la plusvalía (lo que producen los trabajadores rusos y las riquezas naturales). La caída de los precios del gas y del petróleo de los últimos dos años, afectó severamente la economía rusa, como ocurrió en América Latina, ya que la recuperación económica rusa desde el 2000 se basó en la exportación de materias primas principalmente (según datos del ministerio de Desarrollo Económico, en 2015 la producción del ámbito de combustible y energía ascendía a un 63% de todo lo que Rusia había vendido al extranjero).
En cambio, la inversión extranjera crece. «Entre los países que más contribuyeron al aumento, se destaca Alemania, que cuadruplicó sus inversiones directas en 2015, lo que demuestra el atractivo del mercado ruso tras la devaluación del rublo» (diario ruso RBC). La devaluación del rublo fue en primer lugar una devaluación del salario, por eso estos inversores van tras el «atractivo» de mano de obra baratísima y educada (algunas fuentes destacan que el salario industrial promedio en Rusia es inferior al de China).
Subimperialismo y acuerdos con Estados Unidos
Putin, como jefe de la oligarquía semicolonial rusa, trata de restaurar parte del poderío industrial, militar, para tener una esfera de influencia política y económica, con métodos de saqueo y militares similares a los del imperialismo. Para eso le sirve la reivindicación de la antigua Unión Soviética e incluso del imperio zarista ruso.
Por eso actúa como «subimperialismo», es decir por una parte sometido al imperialismo de la Unión Europea y Estados Unidos, y por el otro tratando de tener, en menor escala, una esfera de influencia económica y militar de países sometidos.
Una de las acciones fue la brutal represión contra la pequeña Chechenia, una de las repúblicas, que es parte de la Federación Rusa, y que trató de independizarse tras la disolución de la Unión Soviética. Pero que fue aplastada militarmente.
De igual forma Putin intervino en Ucrania e invadió Crimea, sobre el Mar Negro.
El operativo más exitoso fue en Siria, adonde Rusia tiene una base militar heredada de la antigua Unión Soviética, sobre el mar Mediterráneo. La aviación rusa dio un apoyo directo que impidió la caída de la dictadura de Al Assad. Este apoyo incluyó como una de las acciones principales el devastador bombardeo que redujo a escombros al sector rebelde de Alepo.
Pero esta intervención en Siria, realizada con la excusa de «combatir al terrorismo» fue en el marco de un acuerdo semipúblico con Estados Unidos y la Unión Europea. Mientras aviones y tropas rusas y de Irán destruyeron Alepo y otras ciudades rebeldes, la Unión Europea y Estados Unidos no movieron un dedo en defensa de los rebeldes a los que en teoría apoyaban, tampoco les dieron armas de defensa antiaéreas. E incluso Estados Unidos firmó con Rusia un pacto de coordinación aérea, para evitar hacerse daños entre ambos y, en los hechos, garantizar que solo se ataque a los combatientes y a la población siria.
El bombardeo de los yanquis a una base siria, después de la utilización por parte de Al Assad de armas químicas, causaron roces políticos pero no alteraron el acuerdo de fondo. Según apunta el diario madrileño El País «La circunstancia de que Moscú no protegiera la base de Shayrat ante los Tomahawk norteamericanos indica que el presidente Vladímir Putin no está dispuesto a enfrentarse militarmente con EE.UU. por Siria ni a utilizar sus baterías de misiles S-300 y S-400 contra los norteamericanos» (El País, 9 abril 2017). Además los yanquis le avisaron antes a los rusos de su ataque, en cumplimiento del «pacto de coordinación aérea». Y, por último, el bombardeo no tuvo gran efecto sobre la capacidad bélica del régimen sirio, que siguió con sus bombardeos sin mayor problema.
Rusia no sólo mantiene su presencia militar en Siria, sino que ésta no es objetada en absoluto por Estados Unidos. Por eso esa intervención, en favor de un dictador sanguinario que produjo un inmenso genocidio, asesinando a medio millón de sirios, no tiene absolutamente nada de «antiimperialista». No está defendiendo a un país atacado por el imperialismo, como quieren hacer creer algunos falsos izquierdistas, sino a la dictadura siria que bombardea a su propio pueblo.
En suma, Putin no es ni progresista ni antiimperialista. Por el contrario ejerce una semidictadura capitalista, explotadora de los trabajadores y el pueblo ruso y además subimperialista hacia lo que considera su periferia.
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Pegarle a la mujer una vez al año no es delito penal
El carácter ultrareaccionario de Putin y su régimen, también se manifiesta en relación a la mujer, como no podría ser de otra manera.
A iniciativa de los diputados y senadores del partido de Vladimir Putin, Rusia Unida, se discute un proyecto de ley que señala que una agresión en el ámbito familiar no es delito penal, si no se repite en un año. Solo sería castigada con una multa de unos 500 euros. El argumento de una reforma absurda es que la justicia no debe «invadir» el ámbito familiar. Esta ley dejaría indefensas a las víctimas, ya que tendrían que denunciar la primera agresión, que no tendría consecuencias penales. Y luego denunciar si hay una segunda agresión. Pero es fácil de entender que la mayoría de las mujeres ni siquiera denunciarán la primera agresión, dado que saben que no tendrá mayores consecuencias. Y, para hacerlo, tendrán que peregrinar ante una justicia basada en una ley que legitima una paliza al año… por un módico precio.