Por: Miguel Sorans
Han pasado 100 años y no se ha repetido un triunfo similar. ¿Cuál es la causa? ¿No va más la lucha por el poder obrero y popular? ¿Es utópico luchar por gobiernos de los trabajadores y el socialismo? El problema no es la falta de revoluciones ni de luchas. Sino la subsistencia de los aparatos reformistas y la no superación aún de la crisis
de dirección revolucionaria.
Indudablemente este es el debate crucial en la izquierda mundial y fuera de ella. Y se ha agudizado desde los 90, luego de la caída del Muro de Berlín y la disolución de la ex URRS. Justamente el imperialismo y sus voceros usaron la caída del falso socialismo del aparato estalinista para poner un signo igual con el «fin del socialismo» y el triunfo del capitalismo. La confusión creada en la conciencia de millones favoreció el discurso de las direcciones de izquierda reformista mundial para levantar diversas consignas como la «lucha por lo posible». Sin embargo, no habrá progreso ni cambios de fondo para los trabajadores y los sectores populares sin triunfos de nuevas revoluciones socialistas.
¿Utopía o necesidad histórica?
Tanto desde los políticos patronales como desde la izquierda reformista tradicional o los neoreformistas enrolados en corrientes chavistas,»nacionales y populares» o las variantes europeas de «nueva izquierda» como Podemos, nos acusan de «utópicos», de defender «cosas antiguas» o de «ultrasectarios». Y que ha llegado la hora de la «renovación» de los programas y de la izquierda y sus políticas. De allí el mensaje de «lo posible» y de cambiar o actualizar las consignas.
La experiencia ha demostrado que todos los proyectos «renovadores» y «realistas» del marxismo y la izquierda han terminado en un rotundo fracaso para los trabajadores, la juventud, las mujeres y las masas empobrecidas. Veamos dónde quedaron el «Socialismo del Siglo XXI» del chavismo, el modelo social de Lula-Dilma-PT en Brasil o el de Syriza en Grecia. Prometiendo «lo posible» y «realista» terminaron todos pactando con las multinacionales, pagando deudas fraudulentas y hambreando a sus pueblos con ajustes y recortes sociales.
La única salida «realista» para lograr un cambio real en la vida de las masas es que triunfe una revolución socialista y que asuma un gobierno de los trabajadores con democracia obrera y popular. Nunca hemos dicho que sea fácil pero es el único cambio de fondo como lo ha demostrado la experiencia histórica. Solo las medidas socialistas, la expropiación de la burguesía y las multinacionales y la planificación de la propiedad estatal de la economía desde un nuevo estado gobernado por los trabajadores, podrán traer conquistas sociales cualitativas. Hasta una planificación socialista burocrática y nacional se demostró superior al capitalismo, como se vivió, por ejemplo, en los primeros años de las revoluciones de Cuba o China.
Hubo revoluciones triunfantes pero no se repitió una nueva revolución de «octubre»
Desde hace 100 años se ha demostrado que no hay posibilidad de cambios de fondo por la vía reformista. Solo las revoluciones sociales han provocado cambios. Durante el siglo XX y lo que corre del siglo XXI ha habido grandes revoluciones, muchas triunfantes, que derribaron dictaduras genocidas o liberaron a pueblos de su situación colonial. Pero ninguna de esas revoluciones llegó a ser una nueva revolución socialista como la de 1917. La experiencia de la revolución rusa sigue siendo una excepción.
La revolución rusa se caracterizó por dos cosas: 1) que surgieron organizaciones revolucionarias de poder obrero y de masas como los soviets y, 2) la más importante: la existencia de un partido revolucionario, como el bolchevique de Lenin, de influencia tal que pudo dirigir la movilización de masas para tomar el poder e iniciar los cambios socialistas con democracia para los obreros y los campesinos. Sin estas dos condiciones y, en especial, sin un partido revolucionario que dirija a las masas, no hay nueva revolución de octubre. Y, lamentablemente, esto es lo que no volvió a repetir.
No es que faltaron revoluciones en estos 100 años. Hubo muchas revoluciones, triunfantes y derrotadas. Pero ninguna tuvo a su frente a un partido como el de Lenin y Trotsky. Todas ellas fueron encabezadas por partidos y direcciones reformistas, burocráticas y traidoras de la revolución socialista. Incluso triunfaron dos grandes revoluciones como la china (1949) y la cubana (1959) que llegaron expropiar a la burguesía y rompieron con el imperialismo, pero no tuvieron el protagonismo de las organizaciones obreras y fueron encabezadas por direcciones burocráticas como la del PC chino o el castrismo. Esto llevó a que surgieran «estados obreros» burocráticos, donde sus dirigentes congelaron la revolución y terminaron pactando con el imperialismo culminando con la restauración del capitalismo.
La clave para que no se repitiera un nuevo «octubre» no fue la falta de heroísmo y de capacidad de acción de las masas sino la falta de una dirección revolucionaria.
El triunfo del estalinismo fue una catástrofe
En todos los procesos revolucionarios citados y en tantas otras revoluciones que hubo en estos 100 años, faltó una alternativa revolucionaria del peso y las características de lo que fue el partido bolchevique de Lenin en 1917.
Trotsky que decía que la «crisis de la humanidad es la crisis de la dirección revolucionaria». La fundación del IV Internacional en 1938, por Trotsky, tuvo el objetivo de preservar el marxismo revolucionario, su programa y por esa vía reconstruir partidos revolucionarios que enfrentaran a los aparatos contrarrevolucionarios socialdemócratas y estalinistas.
¿Por qué no se logra aún superar esa crisis de dirección? ¿Porque no surgieron fuertes partidos revolucionarios con influencias de masas al estilo del partido bolchevique?
La causa central de todo esto tiene una explicación que no podemos cansarnos de repetirla: el estalinismo triunfó por sobre los revolucionarios desde mediados de la década del 20 del siglo pasado y todo eso significó una catástrofe para el movimiento obrero mundial.
Ese triunfo de Stalin, que perduró después de la segunda guerra mundial, provocó un inmenso retroceso en la conciencia de millones que, de diversas formas, llega a nuestros días. Moreno lo calificó de «la sífilis del movimiento obrero». El estalinismo distorsionó todo el marxismo y las enseñanzas de la revolución de octubre. Cambio y distorsionó hasta las palabras. La palabra revolución pasó ser «revolución por etapas», es decir, conciliación y pactos con sectores burgueses «progresistas». El partido pasó ser «partido único» burocrático que podría expulsar a todos aquellos que se opusieran a la «disciplina comunista». Socialismo pasó a ser una sociedad controlada dictatorialmente por una casta burocrática llena de privilegios por sobre la mayoría de sus pueblos.
El drama se amplió cuando luego de la segunda guerra mundial el estalinismo se fortaleció y se hizo de masas en el mundo. Millones creyeron en la figura de Stalin. La derrota del nazismo y la entrada del Ejército Rojo a Berlín en 1945 hicieron que millones atribuyeran eso a las virtudes «socialistas» de Stalin y del Partido Comunista de la URSS.
Trotsky apostaba a que la caída del nazismo en manos de los trabajadores y el pueblo soviético terminaría con la burocracia estalinista. Haciendo un paralelo con lo ocurrido con la socialdemocracia luego de la primer guerra. Pero no fue así. Por el contrario, Stalin y la burocracia de la URSS capitalizaron el inmenso triunfo que significó la derrota de Hitler. Los partidos comunistas se hicieron de masas, en especial en Europa. Por esa vía entregaron la revolución en Francia, Italia, Grecia y pactaron la reconstrucción del capitalismo imperialista en Europa en la posguerra.
Esta confianza en los aparatos estalinistas significó un extraordinario retroceso en la conciencia de las masas. Millones creyeron que Stalin era un revolucionario, cuando en realidad era un traidor, verdugo de la revolución. Millones de trabajadores salieron a las calles de Paris o de Roma con carteles de Stalin. Los trabajadores franceses siguieron la consigna del PC francés de «producir primero» para frenar la oleada de huelgas y liquidar la movilización revolucionaria del movimiento obrero francés, que estaba armado y podría haber tomado el poder, así como el italiano. El PC italiano llegó a tener 9 millones de afiliados, siendo el partido comunista más grande fuera de la URSS y China. Millones de obreros comunistas italianos confiaban en la línea de cogobernar con la democracia cristiana y reconstruir la Italia burguesa. El estalinismo o el comunismo de Moscú, se transformó en un movimiento de masas. Gran parte de la intelectualidad y los artistas progresistas se hicieron simpatizantes de Stalin y los PC. Hasta Diego Rivera y Frida Khalo, que habían simpatizado con el trotskismo, se pasaron al estalinismo.
Otro tremendo triunfo de Stalin y sus aparatos es que borraron a Trotsky de la historia de los primeros años de la URSS, lo convirtieron en un «contrarrevolucionario» y lo asesinaron en 1940. Millones de militantes comunistas se educaron en la convicción de que los trotskistas eran divisionistas agentes del enemigo.
Luego de la muerte de Stalin en 1953, la «desestalinización» que encabezó desde 1956 Nikita Kruschev solo fue una lavada de cara ante la crisis que tenía ya el aparato estalinista y la figura de Stalin, manifestado en el levantamiento obrero en Berlín del 53. Pero las políticas de la «coexistencia pacífica» con el imperialismo, la revolución por etapas y la distorsión del marxismo continuaron.
Tal fue la presión del estalinismo y la confusión que creó, que hasta sectores del trotskismo capitularon. La Cuarta Internacional era muy débil, con unos miles de militantes en distintos países. Su dirección, encabezada por el «pablismo», nombre que se le dio a la corriente que encabezaban Michel Pablo y Ernest Mandel, entre otros, analizó a comienzo de los años cincuenta que se venía la tercera guerra mundial y que los partidos comunistas, obligados a defender a la URSS, se harían revolucionarios, Y decidieron que los trotskistas hicieran entrismo en ellos. Esto duró veinte años. Esta capitulación al estalinismo provocó que por muchos años el trotskismo desapareciera de Europa. Recién en 1968, con el Mayo Francés, los mandelistas rompieron con el PC y fundaron la Liga Revolucionaria Comunista (LCR). Este sector mandelista, oportunista y revisionista, cedió a las grandes presiones de los poderosos partidos comunistas y de los movimientos nacionalistas burgueses. Por eso el trotskismo perdió la gran oportunidad de la revolución boliviana de 1952, que pudo haber sido un nuevo octubre y hubiera significado un cambio cualitativo para la reconstrucción de la Cuarta Internacional y en especial en un continente de revoluciones como Latinoamérica (ver recuadro). El revisionismo en nuestras filas fue un factor muy destructivo.
El impacto de las revoluciones china y cubana y el factor de la guerrilla aisló más a los revolucionarios
Los triunfos de las revoluciones de China y Cuba, con sus líderes Mao y Fidel Castro, impactaron sobre las masas e hicieron que miles de elementos de vanguardia en el mundo se hicieron maoístas, castristas y guerrilleristas. Esos movimientos canalizaron en los años 60-70 la crisis de desprestigio del aparato de Moscú. La dirección de Mao en China, aunque eran estalinistas declarados, rompió con Moscú a comienzos de los sesenta. Aparecían como los que querían impulsar la revolución internacional vía la «guerra popular prolongada». Con el tiempo fue quedando más claro que la dirección maoísta, por ser estalinista, también aconsejaba la unidad con «burgueses nacionales» como, por ejemplo, el peronismo en Argentina. Y traicionaba la revolución de Indonesia, en 1965, por su pacto con el burgués Sukarno. En Latinoamérica el impacto de Cuba fue absoluto. Los comandantes guerrilleros no eran los «secretarios generales» del aparato del Kremlin, sino gente que se jugaba la vida por una revolución. De esa forma se puede decir que la guerrilla maoísta y cubana amortiguaron o canalizaron la crisis de la burocracia soviética y sus partidos comunistas satélites. El trotskismo volvió a quedar aislado. Maoísmo y castrismo opusieron, en una primera etapa, el método guerrillero al desarrollo de la movilización obrera y popular y a la formación de partido obreros con un programa revolucionario. La dirección cubana, salvo el Che Guevara, capituló rápidamente a la burocracia de Moscú y pasaron a acompañar sus políticas de «coexistencia pacífica» con el imperialismo. Fidel Castro dejó de apoyar revoluciones y pactó con los gobiernos burgueses regionales. Pero lo hacía desde su autoridad de «comandante» de una revolución. Incentivando la confusión en miles y miles de luchadores. Así cuando se dio la revolución nicaragüense de 1979 aconsejó a los sandinistas que «no hicieran una nueva Cuba». Un gran traición, que los trotskistas morenistas denunciamos, pero no fue vista así por miles y miles de luchadores que siguieron confiando ciegamente en Fidel.
Nahuel Moreno señalaba esta relación entre atraso de la conciencia de las masas y la existencia los aparatos contrarrevolucionarios: «Casi todas las revoluciones surgen cuando sus profundas necesidades objetivas se tornan para el movimiento de masas en una situación intolerable. Pero en relación a esta situación objetiva que lleva a la revolución, su nivel de conciencia […] sigue siendo atrasado. A pesar de este atraso, las revoluciones se producen. […] El bajo nivel de conciencia que tiene este movimiento obrero aun durante la revolución, permite a los aparatos contrarrevolucionarios y a las corrientes pequeñoburguesas (reformistas por su programa y concepción) empalmar con él y dirigirlo durante una etapa» (Tesis XV, Actualización del Programa de Transición). En este marco, pese a las grandes revoluciones del siglo XX, la crisis de los aparatos no terminó de estallar y no pudo ser superada la crisis de dirección revolucionaria.
Causas de una crisis que se prolonga después de la caída del Muro de Berlín
Finalmente en 1989 se cumplieron los pronósticos de Trotsky, seguidos luego de la segunda guerra por Nahuel Moreno, de que el aparato contrarrevolucionario con cabeza en Moscú iba a estallar en una tremenda crisis y que podría tumbarse con la movilización. La caída del Muro de Berlín simbolizó la caída del régimen dictatorial comunista de Alemania Oriental, fruto de una movilización revolucionaria. Luego siguieron la insurrección rumana contra Ceasescau y finalmente la disolución de la ex URSS, en 1991, en medio de grandes movilizaciones. La destrucción del aparato estalinista por la movilización fue un triunfo enorme de las masas. Pero fue un triunfo con muchas contradicciones que no permitió aún superar la crisis de dirección revolucionaria. La primera de ellas es que esas movilizaciones, sin dirección revolucionaria, no pudieron cortar el proceso de restauración capitalista en curso. Volver al capitalismo significó una contrarrevolución social. Setenta años de represión hicieron que no pudiera desarrollarse la formación en esos países de un partido revolucionario trotskista que pudiera tomar la dirección del proceso. Se generó un vacío político enorme que fue rápidamente ocupado por fuerzas restauracionistas burguesas como los Yeltsin y luego Putin.
Se abrió un período de grandes confusiones en la conciencia de las masas en el mundo. Penetró la campaña imperialista de que había «fracasado el socialismo» y que ya se había terminado la lucha por esa «utopía».
La caída del aparato estalinista no podía dar automáticamente una nueva dirección revolucionaria. En el siglo XXI hay que constatar que existe una prolongación inesperada de la crisis de dirección revolucionaria. No se dieron los pronósticos de nuestra corriente morenista de que el triunfo de una revolución política en el ex URRS y la caída revolucionaria del aparato contrarrevolucionario estalinista podría dar paso al surgimiento de corrientes de izquierda revolucionaria o centristas revolucionarias que alimentaran la construcción de nuevos partidos revolucionarios. Esas corrientes de izquierda revolucionaria, por ahora, no se han dado. Esto es un hecho.
Pero el aspecto positivo de la caída del aparato estalinista está dado en que abrió un proceso de revolución política mundial. Un proceso de rebelión de las bases contra sus dirigentes políticos o sindicales. Este es un fenómeno mundial actual. Y se da en casi todos los países de diversas formas. Se manifiesta un descreimiento generalizado en los viejos partidos tradicionales burgueses, se rompen los bipartidismos, se crean situaciones de inestabilidad política, crece el voto castigo, la abstención y, en lo más positivo, crecen las huelgas y movilizaciones populares contra los gobiernos que aplican los ajustes y recortes sociales. Este proceso es el que alimenta la pelea por lograr superar la crisis de dirección revolucionaria.
En ese proceso de cambios se volvieron reciclar corrientes neoreformistas que lograron canalizar circunstancialmente esas rupturas. Se autopostularon, de hecho, como los continuadores con «críticas», del aparato soviético pero con formas aggiornadas como el «Socialismo del Siglo XXI» o la «Revolución bolivariana». Chávez siempre citaba a Lenin y a veces, hasta a Trotsky. Así surgieron el chavismo, estrechamente ligados a la dirección cubana, Evo Morales, en Bolivia, Lula y el PT en Brasil, o variantes similares en Europa como Syriza o Podemos. Es un neoreformismo o neoestalinismo que sostienen las mismas concepciones contrarrevolucionarias de los mencheviques en 1917, de conciliación y pacto con las burguesías, la revolución por etapas, sus políticas antiobreras y que ya han empezando a entrar en crisis. Pero vuelve a crear nuevas confusiones ensuciando el socialismo. Miles y miles empiezan a preguntarse si estos no son «otros fracasos del socialismo».
Estos nuevos aparatos neoreformistas en el gobierno han entrado en su crisis final: con mayores o menores confusiones, las masas y su vanguardia harán su experiencia. Es parte del proceso general de revolución política antiburocrática, de rebelión desde abajo.
La lucha por construir nuevos partidos revolucionarios es el desafío del siglo XXI
Seguimos viendo en los hechos la necesidad de los nuevos octubres y por lo tanto, planteamos la tarea estratégica de construir partidos revolucionarios, bajo el modelo de los bolcheviques, y desde una perspectiva internacionalista. La misma visión que nos legaron Lenin y Trotsky. En ese sentido seguimos en el camino de reconstruir la Cuarta, buscando la unidad con otras fuerzas revolucionarias. No es un imperativo moral. Tampoco somos una iglesia. Seguimos viendo que no hay otra alternativa para las masas explotadas. Se tarde más o menos tiempo. Pero la lucha es la misma.
Por eso seguimos combatiendo a todos aquellos que ceden a la confusión en la conciencia y a las presiones de las modas de «lo posible». O del estilo del Sub comandante Marcos de poner todo en duda y «caminar preguntando». O de tentarse por construir partidos o movimientos amplios «anticapitalistas», por internet, con programas lavados y sin palabras como «expropiación», «estatización», «partido burgueses», «centralismo democrático» o «gobierno de trabajadores». Para reemplazarlas por «economía mixta», la «propiedad social», «la casta política», «construir poder popular desde abajo» o «gobiernos populares en disputa».
Por eso venimos combatiendo las nuevas variantes reformistas como el falso «Socialismo del Siglo XXI» o los nuevos engaños de variantes de «nueva izquierda» como Syriza o Podemos.
La tarea sigue siendo luchar por superar la crisis de dirección revolucionaria en cada país y en el mundo. Eso pasa por construir partidos revolucionarios en base a un programa de lucha por el poder de los trabajadores y por el triunfo de una nueva revolución de octubre.
La crisis de los aparatos políticos reformistas y burocráticos continúa. La rebelión de las bases contra los gobiernos y sus dirigentes políticos crece. Esto abrirá nuevas oportunidades para seguir peleando la dirección. Hay que estar abiertos a los nuevos fenómenos políticos y sindicales que puedan surgir a izquierda, para que los revolucionarios intervengamos, sin sectarismo y con toda audacia, para construir los partidos revolucionarios.