El cerco se estrecha sobre la resistencia popular en Siria
Hace más de cinco años el pueblo se levantaba en Siria contra el régimen de Bashar Al Assad exigiendo libertad y justicia social, como había ocurrido en Túnez y en Egipto. La fuerza del movimiento popular era tan incontrolable, tan profundo su potencial de cambio en el corazón de Medio Oriente, tan peligroso para la estabilidad de la región, que desde el primer minuto todas las potencias regionales e internacionales tomaron posiciones para mantener el proceso bajo control. Alepo bombardeada sistemáticamente es el bastión de la revolución y de la resistencia.
Escribe Layla Nassar de Lucha Internacionalista
Arabia Saudita y Qatar financiaron brigadas islamistas, Turquía y Estados Unidos alentaron una oposición burguesa en el exilio que nada tenía que ver con la realidad del interior y que sólo buscaba su tajada en la nueva Siria. Esto fraccionó y debilitó a la oposición en el terreno, la auténtica dirección del proceso revolucionario, a la que nunca, nadie, tuvo en cuenta y la única que en realidad sufrió el embargo de armas impuesto por Estados Unidos y la UE. Al otro lado, Rusia e Irán, los dos aliados estratégicos de Damasco, salieron en ayuda del dictador para preservar sus propios intereses en la zona. Israel declaraba que prefería la continuidad del régimen que el caos en su frontera norte.
El régimen convirtió una ola de protestas populares masivas en una carnicería y consiguió mantenerse en el poder manu militari, porque pudo contener las disidencias dentro del ejército, que en Siria funciona como una auténtica guardia pretoriana del clan Al Assad. Cuando parecía que sus horas estaban contadas, la intervención militar primero de Teherán y después de Moscú resultó decisiva. Mientras Al Assad contaba con un puente aéreo de combatientes y material militar de Hezbollah (la milicia chíí libanesa), de Irán y las milicias chiíes iraquíes y de Putin, la oposición era descompuesta en facciones que recibían armas ligeras a cambio de radicalización o raciones de comida preparada y gafas de visión nocturna por parte del imperialismo norte-americano. Nunca se permitió el suministro de misiles antiaéreos para defender a la población de los bombardeos de la aviación siria y después rusa. El régimen domina el cielo y ninguno de los 18 países que intervienen militarmente en Siria cuestiona este dominio: el martirio del pueblo sirio cae del cielo y la principal causa del elevado número de muertos, refugiados y del crecimiento del jihadismo es la lluvia de barriles explosivos y bombas sobre los pueblos y las ciudades rebeldes. Así es cómo sobrevive el régimen: asesinando a miles desde el aire, gracias al apoyo militar primero iraní y cuando éste no fue suficiente, la aviación rusa. Así, la revolución devino en guerra y la guerra fue cada día más de los intereses geopolíticos que de los sirios, que en cuanto podían volvían a salir a la calle para exigir la caída del régimen.
La aparición del ISIS ( Daesh, autodenominado Estado Islámico en árabe) en Iraq en 2012 fue útil para toda la reacción. Para el régimen -que desde el principio alentó a los elementos más reaccionarios para pretender que no se enfrentaba a un levantamiento popular, sino a un complot islamista- porque abrió un nuevo frente contra los rebeldes y contra los kurdos, que aprovecharon la debilidad de Damasco para proclamar su autonomía al norte del país. Para Turquía porque tampoco estaba dispuesta a permitir que el partido hermano del PKK tuviera un pseudo-estado al otro lado de la frontera. Para Estados Unidos para legitimar una nueva intervención en la zona, aunque la prioridad de Obama no era entrar en Siria sino defender el régimen de post-ocupación en Iraq. Para Putin porque le permitía intervenir más directamente en favor de Damasco, con el beneplácito de Israel y de Estados Unidos. En Siria todos dicen luchar contra el «terrorismo»: aunque bajo este paraguas Al Assad y Putin se refieren a los rebeldes, Hezbollah a los sunís, Erdogan a los kurdos y Estados Unidos a quienes combaten el gobierno títere y corrupto de Bagdad. Y como ISIS era útil a todos, se convirtió excusa útil que creció hasta proporciones insospechadas, asesinando, extorsionando y sometiendo a cientos de miles de sirios e iraquíes que –no lo olvidemos- han sido las principales víctimas de su barbarie.
Y así llegamos a los acontecimientos de julio-agosto, en el que todos parecen haberse puesto de acuerdo en apuntalar a un dictador que sólo puede permanecer en el poder con el apoyo exterior.
Alepo, la Guernica del siglo XXI
Alepo es la capital económica de Siria y un bastión de la revolución desde los primeros meses. La ciudad vieja y los barrios del Este de la ciudad, donde se calcula que aún viven entre 250.000 y 300.000 personas, están fuera de control del régimen, que a principios de julio consiguió cerrar el cerco a su alrededor. Era el resultado de semanas de intensos bombardeos conjuntos de la aviación siria y rusa que masacraban cada noche edificios de viviendas, escuelas y hospitales. Ya hace tiempo que las escuelas funcionan en subterráneos y los hospitales se denominan en código para evitar más ataques. Sólo quedan ocho centros médicos operativos en la zona Este, con unas pocas decenas de camas y todos han sido bombardeados. La perspectiva para los barrios rebeldes cercados después de que el régimen controlara la carretera del Castello, eran los asedios del hambre que ya hemos visto en poblaciones como Madaya, Moauadamiya y otras decenas de pueblos y ciudades de Siria. Putin ofreció «corredores humanitarios» por los que ni civiles ni combatientes se atrevieron a escapar.
Pero contra todo pronóstico, una ofensiva en la que participó también el Frente Al-Nusra desde el exterior de la ciudad consiguió abrir un paso por el sur a finales de julio. Sin embargo, la victoria era sobre todo simbólica, ya que no permitía abrir una nueva ruta de abastecimiento.
La imagen del pequeño Omrane Daqnesh, ensangrentado y lleno de polvo en una ambulancia, después de que aviones Sujoy-24 de fabricación rusa bombardearan su casa de Alepo a la hora en la que se metía en la cama, se convirtió en un nuevo símbolo del desastre sirio. De nuevo carne de portada, sin que los medios señalaran a los responsables: la imagen de una violencia irracional, ciega, desprovista de significado político. Ya ocurrió con la foto del pequeño Aylan ahogado en una playa de Turquía. Tanta espectacularización como ocultación de los culpables del crimen. Ninguna reacción, ninguna condena a Al Assad.
Turquía hace su guerra en Siria
El segundo hecho importante de julio-agosto ha sido la intervención terrestre de Turquía en la frontera de Jarablus. Tras el golpe de estado fallido y su contragolpe triunfante, Erdogan se ha visto con las manos libres para intervenir más directamente en Siria. Su primer objetivo es frenar el avance de los kurdos de Rojava, que con apoyo aéreo norte-americano en su lucha contra ISIS, habían conseguido posiciones importantes en el norte de Siria. Pero a mediados de agosto las llamadas Fuerzas Democráticas de Siria (controladas militarmente por el PYD kurdo pero en la que participan también grupos árabes) empezaron a salirse del guión y en lugar de continuar su avance hacia Raqqa, la llamada capital del ISIS, se detuvieron para abrir al oeste un corredor que conectara las zonas ya liberadas al este con el cantón de Afrin, al oeste. Esto hubiera supuesto, a la práctica, el domino kurdo sobre toda la frontera con Turquía. Algo inaceptable para Erdogan.
La intervención turca se anunciaba como una campaña contra los «terroristas», el saco en el que Turquía pone al ISIS y al PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán), pero lo cierto es que, a la hora de cerrar este artículo, está golpeando mucho más a los kurdos que a los jihadistas, que, por cierto, huyeron en desbandada sin oponer resistencia. Lo que demuestra una vez más que si acabar con ISIS fuera una de verdad una prioridad para Ankara, Washington, Moscú, Teherán y Damasco, los barrerían en cuestión de semanas.
Con la entrada de tanques turcos en Siria Erdogan conseguía además otros dos objetivos. Por un lado realinear sus alianzas internacionales. Putin fue de los primeros jefes de estado que llamó a Erdogan la noche del golpe y le demostró que era más fiable que sus aliados europeos y norte-americano de la OTAN. Tras su reunión en Moscú a principios de agosto, Erdogan y Putin sellaron un acuerdo en el que, si bien no resolvieron todas sus diferencias en Siria sí se pusieron de acuerdo en lo principal: ahogar a los kurdos y conseguir un entente político con Al Assad. No es casual que por primera vez el primer ministro turco hablara de reconocer el papel de Al Assad en la salida a la crisis siria ni tampoco la visita a Damasco de los servicios de inteligencia. El tercer objetivo de Erdogan es interno: demuestra quién manda en el ejército tras las purgas por la intentona golpista y se embarca en una operación a las que los generales, ahora muertos o encarcelados, se habían opuesto.
La contrapartida la hemos visto en Hassakeh, donde por primera vez el régimen sirio bombardeaba posiciones kurdas. Al Assad le demostraba a Erdogan que también está dispuesto a combatir a los kurdos si de este modo Turquía corta la llegada de suministros a la oposición. Que es precisamente lo que ya estamos viendo en Alepo. Erdogan parece no tener ningún problema en dejar caer la ciudad si a cambio todos dejan de apoyar a los kurdos.
Estados Unidos también se suma a la operación y da apoyo aéreo a la intervención turca mientras ordena públicamente a los kurdos que retrocedan al lado este del Éufrates, como exige Ankara. El imperialismo tampoco tiene empacho en abandonar a los kurdos, que hasta ahora ha usado como fuerza de choque contra el ISIS por su propia debilidad, porque Obama no está en condiciones de ordenar otro nuevo desembarque en Oriente Medio. Justificándose con los avances del Frente al Nusra en Alepo, el imperialismo calla ante la masacre de la ciudad a manos de Putin y cede también con los kurdos, aún al precio de debilitar la lucha contra ISIS.
Tras años aprovechándose de las contradicciones entre unos y otros, en que los kurdos se han movido con apoyo de Estados Unidos y también de Rusia sin implicarse en la lucha contra Al-Asad y enfrentándose al ISIS, la dirección kurda ha recuperado el viejo lema de «nuestros únicos amigos son las montañas». Atacados en todos los frentes se pueden llegar a ver pronto tan aislados como la resistencia contra Al Assad. Es vital ahora resolver un problema que ha debilitado a la revolución desde el primer día: la incapacidad de la dirección árabe de reconocer la cuestión kurda y la negativa del PYD a enfrentarse con todas las consecuencias al régimen de Al Assad. La falta de colaboración ha beneficiado tanto al régimen como a Turquía, que ahora manda grupos árabes sirios a combatir bajo su protección a los kurdos. Hay que conseguir de una vez el reconocimiento mutuo, basado en el reconocimiento del derecho de autodeterminación de los kurdos y la lucha coordinada contra Al Assad y el rechazo a la injerencia turca, porque de lo contrario unos y otros están perdidos.
Las fuerzas de la revolución y las de la reacción
Estamos asistiendo pues a una convergencia de todas las fuerzas reaccionarias para sofocar al movimiento popular en siria e imponer la paz de los cementerios preservando intacto al régimen. Nunca Estados Unidos, Turquía, Arabia Saudita ni Qatar estuvieron al lado de la revolución siria. Pero había tensiones con el régimen, Rusia e Irán que les obligaban al menos a declararse contra el régimen. Hoy se está formando un frente de todos para apuntalar a Al Assad con el objetivo de enterrar lo que más temían: aquél sueño de libertad y justicia social que llevó a millones de sirios a las calles y por el que han pagado tan elevado precio. Todo apunta a que se abra una nueva ronda de negociaciones sobre Siria sin los sirios para blanquear a un régimen que ha asesinado y torturado a cientos de miles y que ha dejado sin hogar a la mitad de la población siria.
Más grave la responsabilidad de la izquierda internacional que cuando no calla sobre Siria directamente defiende al tirano. El deber de todo el que quiera merecer llamarse revolucionario es estar al lado de los pueblos y su lucha por la libertad y la justicia en lugar de sacrificarlos en el altar de malintencionados pretextos geopolíticos.
4/9/2016
Este artículo forma parte de la edición N°39 de nuestra revista Correspondencia Internacional