Fuente: Periodismo Humano
Son tiempos raros para los médicos en Siria. El doctor Mohamed al Mohamed era un simple internista cuando la revolución irrumpió en su país impelida por los levantamientos sociales en países vecinos. Ali Hazuri era un dentista de Homs, con una pequeña clínica y sin más pretensiones que ganarse la vida. Ahora, Mohamed es el médico más famoso de la revolución y Hazuri una de las caras sirias más visibles de los canales árabes. Ambos se transformaron por las circunstancias en médicos de guerra: sencillamente, no había nadie más para realizar el trabajo de asistir a las víctimas de los bombardeos.
Aquellos 27 días de febrero quedaron marcados a fuego en la memoria de los doctores. «Fue muy duro porque muchos sanitarios han huido de la violencia fuera de Siria, y algunos de los que se quedaron han muerto a manos de las fuerzas de Seguridad», explica Mohamed. «Además las restricciones nos impedían la entrada de suministros para equipar los hospitales de campaña. A eso hay que sumar el bombardeo incesante e indiscriminado, y que los hospitales de campaña no están habilitados para tratar heridos en general, no hablemos ya de heridos de guerra: no hay el mínimo de esterilización necesario».
Pero el principal factor que marcó al equipo sanitario de Baba Amr es que ni el doctor Mohamed, ni ninguno de los médicos o enfermeros que trabajaron en el barrio más castigado de la ciudad de Homs podían estar preparados para atender a las víctimas de 27 días de bombardeos, incluido uno contra el propio centro médico clandestino –en la revolución siria, los hospitales públicos son lugares de detención por lo que se recurre a clínicas habilitadas en viviendas- en el segundo día que redujo drásticamente el número de recursos.
«Tres doctores y cinco enfermeros resultaron heridos, uno murió en aquel ataque», recuerda Mohamed, médico desertor volcado en el alzamiento contra el régimen de Bashar Assad, sentado en un hospital clandestino situado a las afueras de Homs, la tercera ciudad de Siria. En la habitación, Ali Hazori, y dos oficiales del Ejército Libre de Siria se intercambian cigarrillos y se sirven aromático té hirviendo tumbados en varios colchones dispuestos en el suelo. En una estancia contigua otros tres enfermeros charlan animados: aquí se concentra todo el personal sanitario que atendió a las víctimas de Baba Amr hasta que el Ejército tomó el barrio.
No les cuesta nada evocar lo sucedido en febrero en Baba Amr. En cierto modo, dan tantos detalles como si siguiesen mentalmente en las cuatro paredes de aquella clínica. «Acababa de comenzar la ofensiva cuando nos bombardearon. En el ataque contra el hospital murieron cuatro personas, 23 resultaron heridas. Quedamos aterrorizados, desesperados, no puedo describir lo que sentí aquel día», explica el doctor mientras Ali Hazori amplía la descripción. «Yo estaba entrando en el hospital, y saludé al doctor Abdul Qader, que salía del mismo. El cohete cayó a pocos metros». Abdul Qader, hoy en un hospital del Líbano tras una huída de película de Baba Amr, ya se ha sometido a varias operaciones para intentar salvar sus piernas; Hazori por su parte se ha recuperado razonablemente bien de las heridas en el abdomen y la espalda, de las que sólo quedan grandes cicatrices. «Fue el peor momento de mi vida. Mire hacia un lado y vi a un hombre tendido al lado de Abdul Qader: había perdido media cara». Mohamed continúa el relato. «Muchos de los heridos acababan de recibir el alta. Nos sentamos en el suelo y nos echamos a llorar. Pensamos que entraría el Ejército y nos mataría a todos. De pronto entró un hombre en medio del caos, y nos dijo ‘despertad, tenéis mucho trabajo por hacer’. Nos levantamos y nos pusimos a atender a los heridos».
No había opciones. En aquel entonces, en Baba Amr sólo funcionaba otro hospital gestionado por un obrero de la construcción que se había formado de forma urgente en medicina de guerra y por toda su familia, situado muy cerca de la línea de frente. Los heridos no podían acudir al mismo, y aunque lograran llegar Abu Berri no tenía capacidad ni habilidad para tratar las terribles heridas de los morteros. «Y nosotros sólo teníamos un sala de operaciones. Aquel segundo día recibimos 90 muertos y más de 400 heridos. Desde todo punto de vista era imposible trabajar en aquellas circunstancias, pero no teníamos opción. Sin la ayuda de dios, no se entiende que sacásemos adelante el hospital».
Sin embargo, la cifra de víctimas que registró Baba Amr en la ofensiva más brutal que ha padecido no superaron las 130, al menos en lo que respecta al número de cadáveres llegado al centro médico clandestino. «Calculamos que ha habido 600 muertos, entre ellos 85 desertores, y unos 3.000 heridos en la ofensiva», calcula Mohamed. La cifra, sin embargo, contrasta con la ofrecida por los activistas y por la familia que se encargó de sepultar las víctimas. «Enterramos a 120 en el barrio de Jobar y a siete en el antiguo cementerio», explica Abdel Salam, hermano de Abu Sufian, núcleo de la familia de Baba Amr que se encargó de la parte más ingrata de la revolución. Abdel Salam es el encargado del registro de bajas.»Después se han conocido más masacres, pero es imposible calcular la cifra de víctimas», afirma este vendedor de 29 años que hoy se ha integrado en el Ejército Libre de Siria.
Los doctores explican sus estimaciones sumando datos: a las 130 personas que, según ellos, murieron o fueron recibidas ya cadáver en el hospital suman las víctimas de las matanzas posteriores, cuando el Ejército entró por tierra tras casi un mes de bombardeos. «Esa fue la parte más trágica», admite Ali. «Estuvimos presentes en el entierro de los 66 cadáveres, y nos han llegado noticias de otras dos fosas similares en otros puntos de la provincia de Homs, una con un centenar y otra con dos centenares de cadáveres», añade Mohamed.
Hubo momentos, relatan los doctores, en que los heridos llegaban «de 40 en 40». «Los acogimos en casas vecinas, no teníamos espacio», dice en referencia a la casa donde habilitaron la clínica, de cuatro habitaciones. «En cada casa cercana teníamos a unos 20 heridos». Una de ellas albergó también a los periodistas Edith Bouvier y Paul Conroy, heridos en el ataque contra el centro de prensa que costó la vida a Marie Colvin y Remi Ochlik. Los doctores mantuvieron personal al cuidado de los extranjeros de forma permanente, pese a la falta de manos. «Para nosotros, ellos también son mártires», aclara Mohamed. También fueron los encargados de dar sepultura a los cadáveres de los reporteros cuando la inminente entrada por tierra del Ejército sirio les obligó a escapar.
La huída, relatan, se realizó por el túnel que aliviaba el cerco de Baba Amr y que ayudó a la población civil y a los miembros del ELS a abandonar la ciudad antes de la ofensiva terrestre. «El fin del hospital fue miserable. No podíamos llevarnos con nosotros los equipos, y yo pensaba que el régimen lo dejaría intacto, pero destruyeron todo y quemaron el edificio». «Incluso destruyeron mi clínica», aduce Ali.
Desde que las explosiones son inexistentes y los tiroteos esporádicos, los heridos han dejado de llegar a cualquier hora del día, y Mohamed y Hazuri parecen acostumbrarse a esta quietud con cierto recelo. Su presencia mediática, gracias a los vídeos de los activistas que solían apostarse en el hospital para documentar la muerte de civiles, les ha ganado la condena del régimen. «Yo lo tengo todo para que me odien: soy un oficial desertor, soy médico y me opongo a Assad», dice Mohamed, que afirma haben enviado a sus dos esposas e hijos al extranjero. «Si no me ha ocurrido nada hasta ahora es gracias a la protección del ELS», asegura. En la televisión oficial le apodan el carnicero de Baba Amr, al doctor Ali sus amigos le llaman el muerto viviente por la gravedad de sus heridas originales. «Un trozo de metralla quedó instalado a un centímetro de mi médula espinal», dice con un explícito gesto en los dedos.
Dos meses después de la brutal ofensiva de Baba Amr, los doctores permanecen a la espera de nuevas oleadas de violencia, atenazados por la incertidumbre de cómo degenerará la revolución siria, en la que muchos ven un nuevo Irak. «Es cierto que hay una guerra sectaria», admite el dentista antes de que Mohamed puntualice sus palabras. «Estamos luchando contra Bashar, no contra su religión. Por eso en el hospital atendemos a todos los heridos, sean alauíes, cristianos o suníes». Cuando se le interroga sobre las acusaciones de tortura y malos tratos ejercidas a manos del Ejército Libre de Siria, la facción desertora de las Fuerzas de Seguridad, Mohamed pasa de la negación al matiz. «No sé lo que hace el ELS, si tortura o no, pero en el hospital jamás se ha hecho algo semejante. En una ocasión tardamos seis horas en intervenir a un shabih (miliciano del régimen) y, durante la espera, otro herido murió». «Si ha habido casos de torturas, son casos individuales», arguye Mohamed.
La tensa calma que vive hoy la provincia de Homs, gracias al alto el fuego obtenido por el enviado especial de la ONU Koffi Anan, ha dado un respiro a los sanitarios más ocupados y populares, que siguen concediendo entrevistas a los canales árabes a diario. Hazuri y Mohamed desarrollaron una complicidad durante la ofensiva que hoy se revela como una estrecha amistad. Recorren juntos la provincia para evaluar las necesidades de los hospitales clandestinos (nueve en toda la provincia de Homs) y siguen ofreciendo sus servicios allá donde se requieren. «Hemos perdido el miedo, ya no tememos las heridas de la guerra. La experiencia nos ha transformado», dice Mohamed, fumador impenitente, semitumbado en la habitación del hospital de campaña que le sirve de vivienda por unos días y donde se produce esta entrevista.
A medida que la entrevista degenera en una conversación sobre la situación, los ánimos se calientan y los temores más íntimos de los médicos afloran. «No seguiremos la ruta de la guerra civil», asevera el doctor Ali. «Pero no podremos controlar la oleada de venganzas que sin duda llegará», apostilla Mohamed. «Al principio fue una revolución completamente pacífica, pero ante los ataques horrorosos contra población civil nos encontramos en la necesidad de defender a la gente. En este momento, sólo hay una salida para esta revolución: la vía armada».