Por José Castillo, dirigente de Izquierda Socialista/FIT Unidad
22/4/2025. Jorge Bergoglio asumió su pontificado como Francisco en 2013, en medio de una Iglesia Católica sumida en una profunda crisis y descrédito. Tras doce años de mandato, ¿cambió la Iglesia? ¿Se trató efectivamente de “el Papa de los pobres”?
Este lunes 21 falleció el primer (y hasta ahora único) Papa argentino. Millones se sienten profundamente conmovidos en nuestro país y otros tantos en el resto del mundo. Respetamos profundamente su dolor. Al mismo tiempo, a partir del hecho de que se trataba de una de las figuras políticas más influyentes del mundo, queremos hacer llegar nuestras reflexiones y balance de sus doce años de pontificado.
¿Por qué Bergoglio fue elegido Papa?
“Tuvieron que ir a buscar un Papa al fin del mundo”. Estas fueron expresiones del propio Francisco en uno de sus primeros discursos. Recordemos. Corría el año 2013. La Iglesia Católica estaba más desprestigiada que nunca. El Papa Benedicto XVI (el alemán Joseph Ratzinger, que incluso tenía denuncias de haber pertenecido a las juventudes hitlerianas) se encontraba asediado por las innumerables denuncias de pedofilia y abusos sexuales en prácticamente todas las diócesis del planeta. A eso se sumaban los escándalos financieros en el Vaticano. La iglesia venía perdiendo fieles de a millones, en especial en Latinoamérica, a manos de las Iglesias Evangélicas. Todo esto sucedía en el marco de un capitalismo imperialista sumido en medio de la crisis económica más grande de la historia, abierta en 2008 y que estaba movilizando a millones de trabajadores y sectores populares contra las políticas de ajuste. Por todo esto Ratzinger se vio obligado a renunciar, algo inédito en más de 600 años.
La designación de Francisco fue un intento de dar “un golpe de timón”. Por eso el cónclave (el grupo de cardenales electores de cada Papa) eligió a un latinoamericano, región donde viven más de la mitad de los 1.200 millones de católicos del planeta. Eran los tiempos en que aparecían fuertes los gobiernos denominados “progresistas” de la región: gobernaba Cristina Fernández en Argentina, Dilma Rousseff (sucesora de Lula) en Brasil, recién había muerto Chávez en Venezuela y Maduro comenzaba su mandato como sucesor, Evo Morales era el presidente de Bolivia y Correa el de Ecuador. El nuevo Papa buscó rápidamente mostrarse cercano a los sectores populares (“quiero una Iglesia con pastores con olor a oveja”), a los jóvenes (“hagan lío”, dijo en uno de sus Encuentros) y hasta realizó algunos guiños hacia la comunidad LGBTIQ (“quién soy yo para juzgarlos”, afirmó ante un grupo de periodistas).
La Iglesia Católica y el Vaticano no cambiaron
Muchos analistas, a partir de estos y otros gestos discursivos, empezaron a decir que se habían producido cambios importantes en el seno de la Iglesia. Creemos que no es así. La inmensa masa de los curas pedófilos o abusadores de todo tipo siguen siendo apañados por las autoridades eclesiásticas. Como mucho son “trasladados” para evitar el escándalo. La Iglesia no colabora, por el contrario, obstaculiza cualquier investigación al respecto. Las mujeres siguen teniendo vedado el acceso al sacerdocio o a cualquier cargo importante dentro de la Iglesia. Los divorciados y las disidencias sexuales continúan siendo fuertemente discriminados. Las Iglesias Católicas de todos los países siguen siendo punta de lanza militante contra los derechos más básicos de las mujeres, como la legalización del aborto legal, seguro y gratuito (de hecho, esta conquista en Argentina fue obtenida a pesar de tener en contra la campaña de todo el aparato eclesiástico) e incluso se pronuncia en contra del uso del preservativo o cualquier otro método de anticoncepción. También se opuso y se sigue oponiendo a la legalización del matrimonio igualitario. En muchos países, como la Argentina, la Iglesia Católica se aferra a los recursos económicos y a los privilegios que le dan los distintos gobiernos, negándose a la separación de la iglesia y el Estado.
Francisco no fue el Papa de los pobres
Una parte importante del desprestigio de la Iglesia proviene de que es vista como defensora y pegada a los poderosos, a los ricos, a los gobernantes más reaccionarios. El “oro del Vaticano” es apenas una de las expresiones de todo esto. Mucho más escandaloso cuando estallan crisis económicas que incrementan por miles de millones los pobres y marginados del planeta.
Jorge Bergoglio, al asumir, era consciente de esto. Sabía que la Iglesia no podía cumplir su rol histórico, de “consolar” a los pobres en la tierra, con la promesa del paraíso en el cielo, si la propia institución era vista como un reinado de privilegios y corrupción. Por eso eligió como su nombre de Papa “Francisco”, emulando a San Francisco de Asís. Toda una serie de gestos buscaban cambiar la imagen y mostrarse como lo opuesto a sus predecesores: usar zapatos usados en vez de los aristocráticos “zapatos rojos”, vivir en la relativamente menos lujosa residencia de Santa Marta en vez de en los palacios vaticanos, o incluso mostrarse como futbolero (hincha de San Lorenzo). Viajes a Lampedusa (donde se hacinaban los migrantes ilegales) o visitas a las cárceles italianas, eran también parte de esta búsqueda de cambio de imagen, de una iglesia “más cerca de los pobres”.
Sin embargo, sus planteos siempre dejaban la puerta abierta al doble discurso, a la igualación de opresores y oprimidos. Así, cuando hacía referencia al pueblo palestino o reclamaba el alto el fuego en Gaza, inmediatamente llamaba a rezar por Israel. Lo mismo sucedió las veces que se refirió a Ucrania, llamando a la paz, igualando las responsabilidades con el invasor ruso. Bajo la pantalla del diálogo, se juntó así con los líderes más reaccionarios del planeta que aprovechaban la visita para lavarse la cara. El símbolo de todo esto fue que el último visitante recibido por el Papa haya sido nada menos que el ultraderechista vicepresidente de los Estados Unidos James David Vance.
En síntesis, ninguno de los discursos o gestos simbólicos del Papa Francisco modificó el tradicional rol de la Iglesia Católica. El Vaticano continuó “consolando a los pobres” mientras se reunía y negociaba con los ricos. Cumpliendo el papel histórico que ya había definido León XIII en 1891 en la encíclica Rerum Novarum, donde ante el ascenso de las luchas obreras y la popularidad del socialismo, se pronunció contra este último y a favor de la “conciliación de clases”. El lugar de rueda de auxilio ideológico del capitalismo imperialista, de convencer a las masas de que no hay que luchar y consolarlas, proclamando la resignación con su destino.
En el caso de Francisco esto empalmó, como argentino, con su visión cercana al peronismo. Planteando una conciliación entre el capital y el trabajo que, si nunca fue viable, mucho menos lo es en este mundo sumido en la crisis más grande de la historia. Ilustremos esto con un ejemplo. Apenas asumido el gobierno peronista de Alberto y Cristina, el propio Francisco se ofreció como garante de un nuevo acuerdo con el FMI, invitando a Alberto Fernández y a su flamante ministro de Economía Martín Guzmán a reunirse con Kristalina Georgieva, a quien presentaba como la nueva y “progresista” titular de un FMI que había “cambiado” y era más receptivo a las necesidades populares. Todo terminó con el ajuste que el propio Fondo obligó a llevar adelante en nuestro país a partir de la firma del acuerdo en 2022.
A nivel mundial, la prédica de “escuchar y acercarse a los pobres” no tuvo obviamente ninguna repercusión entre los poderosos del planeta, que siguieron exigiendo que la crisis la paguen los pueblos, mientras ellos continuaban acrecentando sus fortunas multimillonarias.
En el caso argentino, con Milei la relación fue conflictiva desde el comienzo (éste lo llamó “enviado del maligno”), aunque luego Francisco lo recibió y abrazó lo que le permite ahora ahora al presidente ultraderechista argentino también buscar subirse a la ola de elogios ante su muerte.
Nosotros, desde Izquierda Socialista tenemos una posición distinta tanto a la de los elogios y definiciones de Bergoglio como el “Papa de los pobres”, que levanta el peronismo en todas sus variantes, como a los planteos reaccionarios (y también ahora oportunistas) del ultraderechismo de La Libertad Avanza. Los socialistas revolucionarios estamos firmemente convencidos que la justicia social, la dignidad para los miles de millones de pobres y marginados de este planeta e incluso el cuidado del planeta del que también llegó a hablar el Papa, sólo se logrará luchando, en vez de resignarse, ante todas y cada injusticia, peleando contra la explotación en cada lugar y, en definitiva, tirando abajo este sistema inhumano que es el capitalismo e instaurando otro, el socialismo con plena democracia para el pueblo trabajador. Creando un mundo donde todas y todos seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres.
La Iglesia Católica y su rol histórico
Los socialistas respetamos todas las creencias religiosas y el derecho irrestricto de profesar cualquiera de ellas o no tener ninguna. Creemos que es algo que pertenece al ámbito privado de cada individuo y que debe estar estrictamente separado de toda intervención del Estado al respecto.
Por eso diferenciamos las distintas religiones (el cristianismo en este caso) de las iglesias que se autoproclaman sus representantes. Así, sostenemos que la Iglesia Católica, como institución, a lo largo de sus casi 2.000 años de historia, ha cumplido un rol violento y absolutamente reaccionario. Fue responsable y ejecutora de matanzas de musulmanes y judíos en la Edad Media durante las cruzadas, del genocidio de los pueblos originarios de América, de la ejecución en la hoguera de miles de mujeres, acusadas de “herejía” y brujería. La Iglesia Católica bendijo a los reyes, se opuso ferozmente a la revolución francesa, a la independencia de los pueblos latinoamericanos. Más cerca en el tiempo, Pío XII fue colaboracionista del nazismo, y la cúpula eclesiástica argentina cómplice de la dictadura genocida.
Todo esto sin olvidar que, por supuesto, en la base de la Iglesia hubo y hay curas que defendieron al pueblo trabajador, denunciaron las injusticias y se jugaron contra las dictaduras. Tales son los casos del obispo Romero, asesinado por la dictadura salvadoreña, o Angelelli y los curas palotinos, en el caso de la dictadura argentina. Sin embargo, reafirmando su rol histórico, aún estos mártires de la propia Iglesia, fueron desconocidos en su momento por la cúpula eclesiástica y hasta por el propio Papa de entonces. El propio Jorge Bergoglio, como jefe de los jesuitas argentinos, desautorizó y dejó librados a su suerte a los sacerdotes villeros Jalic y Yorio, permitiendo entonces su secuestro por los grupos de tareas de la dictadura, hecho por los que tuvo que dar cuenta incluso en uno de los juicios contra los genocidas.