Por Francisco Moreira, para El Socialista de Izquierda Socialista sección Argentina de la UIT-CI
7/5/2024. El 30 de abril de 1945 se suicidó el líder nazi Adolf Hitler. El 2 de mayo los ejércitos alemanes se rindieron en Berlín, la capital alemana. La derrota nazi en la Segunda Guerra Mundial representó el triunfo revolucionario más grande y democrático de la historia de la humanidad.
Eran cerca de las 22.30 del 1º de mayo de 1945 cuando Radio Hamburgo de Alemania interrumpió la emisión de la séptima sinfonía de Anton Bruckner para hacer un anuncio impactante: “Desde el cuartel general se informa que nuestro Führer, Adolf Hitler, luchando hasta el último aliento contra el bolchevismo, cayó por Alemania esta tarde”. Con el tiempo testigos presenciales del hecho desmintieron esa versión sobre la muerte de Hitler. No había muerto en combate aquel día, sino que se había suicidado un día antes, junto a su esposa Eva Braun, en su oficina subterránea en el búnker ubicado debajo de la Cancillería en Berlín. Sus cuerpos fueron incinerados y enterrados fuera del búnker.1
El suicidio de Hitler marcó el desmoronamiento definitivo del régimen nazi y la derrota del ejército alemán en la Segunda Guerra Mundial, cercado en Berlín tras la ofensiva arrolladora del Ejército Rojo. Dos días antes había sido capturado y fusilado por partisanos (guerrilleros) italianos el líder fascista, Benito Mussolini, en medio del avance de los ejércitos aliados.2
La batalla de Stalingrado en 1943 cambió el curso de la guerra
En marzo de 1939 los ejércitos alemanes invadieron Checoslovaquia. En septiembre entraron en Polonia. Una semana antes de la invasión la conducción burocrática de la Unión Soviética, con José Stalin a la cabeza, había facilitado el avance nazi al firmar un aberrante y escandaloso pacto de “paz y ayuda mutua” con Hitler, con quien se repartieron Polonia.
León Trotsky, el líder revolucionario ruso, que venía denunciando desde el ascenso del nazismo en Alemania en 1933 la perspectiva de una nueva guerra imperialista, calificó al pacto germano-soviético como “una capitulación de Stalin ante el imperialismo fascista con el fin de resguardar a la oligarquía soviética”.3 Denunciaba que el fascismo y el nazismo tenían por objetivo imponer regímenes de superexplotación contra los trabajadores en los países conquistados y borrar del mapa a la Unión Soviética donde, a pesar de la dictadura burocrática, se mantenían las conquistas socialistas del gran triunfo revolucionario de 1917.
En junio de 1941, efectivamente, comenzó la Operación Barbarroja, la invasión nazi a la Unión Soviética. La confianza de Stalin en su pacto con Hitler y la desorganización del Ejército Rojo, descabezado a fuerza de purgas por la burocracia estalinista en su intención de barrer toda oposición “trotskista”, no permitieron oponer resistencia a la maquinaria de guerra nazi. En diciembre ya ocupaban Lituania, Bielorrusia, Ucrania y habían llegado hasta las puertas de Moscú, ocupando Stalingrado (Volgogrado) y sitiando Leningrado (San Petersburgo). Para 1942, gran parte de Europa y un tercio de la Unión Soviética habían caído bajo las garras del nazismo y el fascismo.
Pero pese a las terribles penurias vividas, el pueblo soviético logró recuperarse y poner de pie al Ejército Rojo nuevamente. Luego del desastre inicial se pusieron al frente del ejército los generales soviéticos más capacitados: Gueorgui Zukhov, Constantin Rokossovski y Vasily Chuikov. Stalin se auto tituló “jefe de la defensa”. Así comenzaba “la gran guerra patria” de los pueblos soviéticos. En feroces combates y, a pesar de los continuos desastres provocados por la burocracia, el Ejército Rojo recuperó terreno he hizo retroceder a los nazis. En febrero de 1943 se produjo la primera gran victoria soviética, la rendición de los nazis que ocupaban Stalingrado, en una batalla que cambió el curso de la Segunda Guerra y marcó el principio del fin del nazismo.
Este triunfo devolvió a los pueblos ocupados la esperanza de que era posible derrotar a los nazis. Los movimientos de la resistencia se fortalecieron en todas partes. En Polonia se levantó el Gueto de Varsovia en abril de 1943 y toda la ciudad en agosto de 1944, pese a que había sido abandonada por orden de Stalin.4 Los maquis franceses, los partisanos italianos y las guerrillas yugoslavas y griegas se fueron fortaleciendo. En junio de 1944 ingleses y estadounidenses desembarcaron en Normandía, en la Francia aún ocupada por los nazis. En agosto la resistencia liberó París.
La batalla de Berlín y el fin del régimen nazi
El 12 de enero de 1945 el Ejército Rojo entró en territorio alemán. Tras un avance arrollador, el 14 de abril llegó a las afueras de Berlín. Dos días después comenzó la batalla final de la guerra en Europa. Los nazis organizaron dos líneas defensivas para proteger la ciudad sitiada. Prepararon barricadas y cientos de búnkers. Con lanzagranadas enfrentaron el avance de los tanques del Ejército Rojo. El costo para los soviéticos fue altísimo. Solo en esta batalla murieron 80 mil personas y más de 270 mil resultaron heridas.
La acción final se libró por el control del Reichstag (Parlamento), que era el edificio más alto del centro de la ciudad y cuya captura tenía un valor simbólico. En la tarde del 30 de abril, soldados soviéticos lograron la toma del edificio e hicieron ondear la bandera roja. Para esas horas se había suicidado Hitler.
El 2 de mayo el comandante a cargo de la defensa de Berlín firmó la rendición ante los generales soviéticos. Seis días después, se realizó una ceremonia con la presencia de generales ingleses, franceses y estadounidenses que, junto a Zhukov, firmaron un acta con la definitiva rendición del alto mando alemán. La guerra había terminado en Europa, dejando tras de sí más de cincuenta millones de muertos, de los cuales veintidós millones eran soviéticos.
Nahuel Moreno, maestro y fundador de nuestra corriente trotskista definió la derrota del nazi-fascismo como “el más colosal triunfo revolucionario de toda la historia de la humanidad”, a pesar de los dirigentes burocráticos y traidores.5 Es que el nazi-fascismo representó el embrión de una nueva sociedad esclavista bajo el capitalismo, con los campos de exterminio y de trabajos forzados adonde enviaban, no sólo a los judíos, sino también a gitanos, izquierdistas, homosexuales y a cualquier opositor a su régimen totalitario y racista. La derrota de la barbarie alemana en la guerra frenó el intento de extender la contrarrevolución nazi-fascista imperialista a todo el mundo.
1. La película “La caída” (2004) de Oliver Hirschbiegel retrata los frenéticos últimos días de Hitler y sus secuaces en el bunker. Disponible en Amazon Prime.
2. Ver El Socialista Nº 602, 11/04/2025. Disponible en www.izquierdasocialista. org.ar
3. León Trotsky. “La alianza germanosoviética” (4/9/1939) en Escritos (1929- 1940). Editorial Pluma, Bogotá, 1974. Disponible en www.marxists.org
4. Ver El Socialista Nº 558, 12/04/2023 y Nº 588, 21/08/2024. Disponibles en www.izquierdasocialista.org.ar
5. Nahuel Moreno. Revoluciones del siglo XX. Ediciones Antídoto, Buenos Aires, 1986. Disponible en www. nahuelmoreno.org
Una nueva etapa revolucionaria
El triunfo de los pueblos soviéticos y europeos abrió una nueva etapa de enorme ascenso de masas mundial. Nahuel Moreno señaló que la derrota del nazismo había iniciado una nueva etapa revolucionaria mundial. Desde el fin de la guerra “el proletaria do y las masas del mundo entero obtienen una serie de triunfos espectaculares. El primero es la derrota del ejército nazi, es decir, de la contrarrevolución imperialista, por parte del Ejército Rojo, aunque esto fortifica coyunturalmente al estalinismo, que es quien dirige la URSS”.1 Efectivamente, desde entonces, las masas populares protagonizaron numerosas revoluciones triunfantes logrando la independencia de decenas de colonias y la expropiación de la burguesía en un tercio del planeta en países como Yugoslavia, China, Cuba y Vietnam. Pero durante esta etapa también salieron fortalecidas direcciones burocráticas del movimiento obrero y de masas. Stalin, por ejemplo, utilizó su renovada autoridad para rechazar la extensión de la revolución socialista e imponer pactos (Yalta y Potsdam) con los gobiernos imperialistas para la reconstrucción capitalista de Europa. Tras su muerte, otros aparatos y dirigentes estalinistas o nacionalistas burgueses continuaron con esa política. La restauración capitalista promovida por la burocracia desde la década del ‘80 en aquel tercio del planeta y la caída de las dictaduras estalinistas, abrieron una nueva etapa revolucionaria donde sigue planteada la tarea de construir una nueva dirección revolucionaria para acabar definitivamente con la contrarrevolución imperialista, en cualquiera de sus variantes, y con el dominio capitalista mundial.
1. Nahuel Moreno. Actualización del Programa de Transición. (1980). Ediciones El Socialista, Buenos Aires, 2014.