Por Federico Novo Foti, para El Socialista
6/8/2025. El 6 de agosto de 1945, Estados Unidos lanzó la bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. Tres días después, arrojó otra sobre Nagasaki. Miles murieron calcinados o tras una lenta agonía por la radiación. Harry Truman, presidente yanqui, dijo que era la única forma de terminar la guerra.
A fines de julio y comienzos de agosto de 1945, en la localidad alemana de Potsdam, la antigua capital prusiana, se encontraban los líderes de las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial en Europa: el presidente norteamericano, Harry S. Truman; el primer ministro británico, Winston Churchill (reemplazado por el laborista Clement Attlee); y Iósif Stalin, de la URSS. Tras las rendiciones italiana y alemana a comienzos de mayo, “los tres grandes” definían las reparaciones de guerra y el reparto del mundo de posguerra, y garantizaban la reconstrucción y un nuevo orden capitalista gracias a la traición de Stalin.* La guerra continuó en el Pacífico, ya que Japón aún no había capitulado.
Un día antes de iniciada la Conferencia de Potsdam, Truman recibió el mensaje: “el niño nació bien”. El telegrama en clave no se refería a un tierno acontecimiento, sino a que el “Proyecto Manhattan”, dirigido por el físico Robert Oppenheimer en Los Álamos (Nuevo México), había logrado su objetivo: crear la bomba atómica.** La noticia llenó de optimismo a Truman, quien vio en la bomba atómica un instrumento clave para volcar las negociaciones a su favor y consolidar la hegemonía imperialista estadounidense.
Destructor de mundos
El 6 de agosto, a solo cuatro días de finalizada la conferencia, a las 8:15 de la mañana, Estados Unidos lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima, que contaba con 250 mil habitantes. Era la primera vez en la historia que se lanzaba una bomba atómica. La ciudad fue devastada.
La explosión generó una bola de fuego que, en el hipocentro (área de impacto de la bomba), alcanzó una temperatura de 4 mil grados centígrados. El efecto del calor provocó inmediatamente una onda expansiva que derribó todo a su paso. En diez segundos, el viento feroz ya había avanzado casi cuatro kilómetros a la redonda. A medida que la onda expansiva se debilitaba, una succión de aire y una presión inversa se generaron desde el hipocentro: el viento se revirtió y empezó a soplar a la misma velocidad, pero ahora hacia el centro. No quedó nada en pie en un radio de tres kilómetros. Todos los hogares sufrieron daños severos hasta seis kilómetros de distancia. Después de veinte o treinta minutos, comenzó a caer una espesa “lluvia negra” en un área de 30 kilómetros a la redonda, que contenía hollín y polvo radiactivo.
Cerca de 150 mil personas murieron por efecto de la bomba, entre los afectados instantáneamente y quienes fallecieron en las semanas o meses siguientes producto de la radiación. Todos los que estaban en un radio de 1,2 kilómetros del hipocentro perecieron calcinados. A dos kilómetros de distancia, las quemaduras alcanzaban el 100% de la piel, que se desprendía en tiras. Los que se encontraban hasta a cuatro kilómetros del hipocentro sufrieron severas quemaduras en las partes del cuerpo expuestas al aire.
Miles de personas ingresaron al área al día siguiente en busca de heridos o de familiares desaparecidos: muchos murieron posteriormente, tras padecer horribles malformaciones en la piel. Aún para 1960 se observaban efectos residuales, especialmente leucemia, cáncer de tiroides, mama y pulmón. Las mujeres embarazadas expuestas a la radiación sufrieron abortos espontáneos y, en una tasa desproporcionadamente alta, dieron a luz niños con diversas discapacidades.
Tres días después, el 9 de agosto, Estados Unidos lanzó una segunda bomba atómica sobre la ciudad de Nagasaki. Los resultados fueron igualmente devastadores. Las cifras oficiales hablan de más de 250 mil asesinados en ambos bombardeos. El 15 de agosto el emperador japonés Hirohito anunció la rendición.
Años después, Robert Oppenheimer, el padre de la bomba atómica, convertido en un abierto opositor a la carrera armamentista, recordó con cierta amargura que, tras la detonación exitosa en Nuevo México, pensó: “me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”.***
Superar el capitalismo decadente
La propaganda del imperialismo yanqui afirma que debieron tirar las bombas para finalizar la Segunda Guerra Mundial. Se trata de una mentira insostenible. Hacía ya tres meses que se habían producido las rendiciones italiana y alemana en Europa. Mientras se desarrollaba la Conferencia de Potsdam, Japón negociaba su rendición en los mismos términos que Italia y Alemania para dar fin a la guerra por vía diplomática. La realidad es que el imperialismo yanqui necesitaba mostrarles a los pueblos del mundo, en particular a la URSS, que contaba con un arma que lo hacía invencible, para reforzar su hegemonía en el nuevo orden capitalista de la posguerra.
El capitalismo, en su fase de decadencia y degeneración, se transformó en el siglo XX en imperialismo, y dio lugar a todo tipo de fenómenos aberrantes. El fascismo y el nazismo fueron una brutal expresión de ello, así como las horrorosas bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, y la carrera armamentística que provocaron. Hoy, en pleno siglo XXI, en el marco de la crisis de dominación del imperialismo estadounidense, a pesar de los tratados de no proliferación, crece el armamentismo a escala global.**** La barbarie capitalista condena a millones a la pobreza e indigencia en todo el mundo, promueve el ascenso de la ultraderecha de Donald Trump, Giorgia Meloni o Javier Milei, y el genocidio atroz de Israel contra el pueblo palestino.
Un mundo sin estas atrocidades, que pueda aplicar los avances de la ciencia y la técnica para usos pacíficos, sólo será viable si desaparece la fuente de esta barbarie: el sistema capitalista, mediante la conquista de gobiernos de trabajadoras y trabajadores que luchen por un mundo socialista.
* Ver El Socialista Nº 608, 10/07/2025. Disponible en www. izquierdasocialista.org.ar
** Ver la película multipremiada “Oppenheimer” (2023), dirigida por Christopher Nolan.
*** Ben Platts-Mills. “Quién fue Robert Oppenheimer” en BBC Future, 15/07/2023. Disponible en www.bbc.com
**** Ver Correspondencia Internacional. Edición Especial, Abril 2024. Disponible en www.uit-ci.org
La bomba atómica y las fuerzas destructivas
En los años y décadas siguientes a Hiroshima y Nagasaki, se aceleró la carrera armamentista, encabezada por Estados Unidos y la URSS, dominada por la burocracia estalinista, a la que los trotskistas llamamos “estado obrero burocratizado”. A comienzos de la década de 1980, el dirigente trotskista Nahuel Moreno, a raíz de los peligros que implicaba el desarrollo del armamento nuclear y su fuerza destructiva en manos del imperialismo y la burocracia, actualizó la predicción alternativa definida por el marxismo revolucionario desde comienzos del siglo XX: “socialismo o barbarie”.
“A pesar de todos los triunfos revolucionarios la humanidad está al borde del precipicio. El marxismo, el trotskismo, señalaron que bajo el régimen imperialista y aún bajo el de la propia burocracia [estalinista], de no superarse la crisis de dirección del proletariado, estaba planteada para la humanidad la caída en la barbarie, en un nuevo régimen de esclavitud como continuación del régimen imperialista. Sólo el socialismo le permitiría superar el mundo de la necesidad y entrar en el mundo de la libertad”.
“Los colosales medios de destrucción desarrollados por el imperialismo y los estados obreros burocráticos hacen que el peligro que enfrenta la humanidad haya cambiado. Ya no se trata de la caída en un nuevo régimen esclavista, bárbaro, sino de algo mucho más grave: la posibilidad de que el globo terráqueo se transforme en un desierto sin vida o con una vida degradada debido a la degeneración genética provocada por los nuevos armamentos”.
“La única forma de evitarlo es liquidar las fronteras nacionales, el dominio imperialista y la propiedad privada capitalista. [Para lograrlo] no hay otro método que la movilización permanente del proletariado mundial y la unificación de sus luchas con este claro objetivo. […] Ya no es barbarie o socialismo, sino holocausto o trotskismo”.*
Izquierda Socialista y la UIT-CI sostienen en la actualidad el rechazo al aumento creciente de los presupuestos militares de las potencias imperialistas y al uso irresponsable de la energía nuclear por parte de los monopolios transnacionales que la controlan. El peligro nuclear continúa, y en definitiva, la alternativa sigue siendo socialismo o catástrofe capitalista.
* Nahuel Moreno. “Actualización del Programa de Transición”. Tesis XL, Ediciones El Socialista, Buenos Aires, 2020. Disponible en www.nahuelmoreno.org