Por primera vez en los dieciseis años que lleva en el poder, el partido del presidente Recep Erdogan fue derrotado en elecciones municipales en Estambul, Izmir y Ankara, la capital y grandes ciudades del país, por el Partido Republicano Democrático (CHP, sigla en turco del partido patronal seguidor del fallecido fundador de la República Turca Kemal Ataturk). Erdogan fue derrotado en medio de una crisis económica con altos niveles de desempleo, inflación y devaluación de la lira. Aunque su fuerza política fue la más votada a nivel nacional, por el dominio que sigue manteniendo en zonas rurales y ciudades chicas.
Este resultado electoral revela que crece un profundo descontento popular. Erdogan aplicó una política de ajuste basada en privatizaciones, precarización laboral y tercerización en la industria. Los aproximadamente 60.000 millones de dólares obtenidos de este saqueo, sumado a un enorme endeudamiento, fueron en su mayor parte a beneficiar a una oligarquía de inversores de construcción de megaobras alrededor de Erdogan y su familia. Esto vació las arcas públicas y arrastró a el país a una deuda insuperable.
Turquía “globalizada” se transformó en un paraíso de inversión y especulación para el capital imperialista. Como ocurre en otros países, eso preparó la actual crisis económica que pretenden que paguen los trabajadores.
Esta política se acompañó de un
ataque a libertades democráticas y sobre la clase obrera. Miles de presos políticos y decenas de miles de despedidos en el poder judicial, universidades, magisterio… El gobierno hizo casi imposible la sindicalización de los trabajadores y las pocas huelgas convocadas fueron prohibidas por “seguridad nacional”. Mientras el salario mínimo ronda los 266 dólares, la inflación del último año se comió casi 18% de los salarios. El 10% de la población tiene más ingresos que todo el resto.
Como plantea el Partido de la Democracia Obrera (IDP, de la selección en Turquía de la UIT-CI), para enfrentar los planes de ajuste antiobrero y antipopular del gobierno, hace falta (más que nunca) luchar por las libertades democráticas y sindicales y unir a la izquierda y los sindicatos en un frente de movilización y lucha contra el pago de la deuda externa, nacionalizar la industria pesada y las empresas en quiebra bajo control obrero y establecer un plan central económico a favor de las clases populares.
Escribe Miguel Lamas (para El Socialista 421)