Por Mercedes Petit
Lenin y Trotsky encabezaron, en 1917, el triunfo de los soviets que tomaron el poder en Rusia, imponiendo la primera revolución socialista con democracia obrera de la historia. Juntos comenzaron a combatir el proceso de burocratización que era encabezado por Stalin.
Luego de la muerte de Lenin, Trotsky siguió consecuentemente con esa pelea (1). Stalin logró aislarlo, lo exiliaron, y finalmente un agente de la GPU lo asesinó en agoste de 1940. Pero el estalinismo no pudo impedir la continuidad de su lucha y su legado.
A fines de la década del 30, Stalin era uno de los dictadores más poderosos de la tierra. El otro, era Hitler, con quien había firmado un pacto de “no agresión” en 1939, facilitando que el nazismo desatara la Segunda Guerra Mundial.
El triunfo de la burocracia en los años 20 había transformado al PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética) en un monstruoso aparato contrarrevolucionario y represivo. Trotsky y sus seguidores, perseguidos y diezmados, denunciaban los crímenes de Stalin y su política de capitulación a la burguesía, que llevó a la derrota de la revolución española en 1936-37. Denunciaban la farsa de los “procesos de Moscú”, cuando hizo fusilar a casi todos los viejos dirigentes de la revolución del 17, incluso los que habían sido sus secuaces o le habían capitulado. La voz de Trotsky se levantó contra su pacto con Hitler, llamándolos “estrellas gemelas”. Y los trotskistas llamaban a la defensa incondicional de la Unión Soviética, definida como un estado obrero, pero “degenerado” por la burocracia.
¡Mátenlo cuanto antes!
Trotsky, que se había refugiado junto a su esposa en México desde enero de 1937, agrupaba una pequeña corriente de varios miles de revolucionarios. En la URSS casi todos sus seguidores estaban confinados en los campos de concentración. En los distintos países eran perseguidos por la policía secreta (la GPU, luego KGB), y muchos de ellos asesinados, comenzando por el propio hijo mayor de Trotsky, León Sedov, su gran colaborador. La Cuarta Internacional se fundó en septiembre de 1938 en una reunión totalmente clandestina, en las afueras de París. Pero el todopoderoso Stalin estaba obsesionado por acabar con su infatigable rival.
A comienzos de 1939, luego de una de sus habituales purgas, reorganizó un departamento de la policía secreta, y nombró a Pavel Sudoplatov como jefe, con una única misión: matar cuanto antes a Trotsky. En sus memorias (2), éste contó que Stalin le habría dicho: “En el movimiento trotskista no hay figuras políticas importantes aparte del propio Trotsky. Eliminado Trotsky, la amenaza desaparece, […] Trotsky debe ser eliminado antes de que acabe el año y la guerra estalle irremediablemente.” Sudoplatov le dio la explicación política al apuro de Stalin. Escribió que “el núcleo de la lucha ideológica entre los dos líderes” era la idea de Stalin “de la revolución en un solo país, en contra del internacionalismo de Trotsky. […] El desafío de Trotsky a Stalin tuvo confundido al movimiento comunista y debilitó nuestra posición en Europa Occidental y Alemania en los años treinta.” Ese “desafío” era la lucha infinitamente desigual entre un exiliado y perseguido que defendía con uñas y dientes el programa y la continuidad revolucionarios, contra el jefe inescrupuloso de un superpoderoso aparato burocrático. Trotsky cuestionaba la mentira inmensa de que los partidos comunistas “defendían la revolución y el leninismo”. Y demostraba que la única “ideología” de los burócratas era la defensa de sus privilegios. Por todo eso, Stalin tenía que acabar con él.
El asesino Mercader, asesor de Fidel Castro
El operativo se puso en marcha. En mayo de 1940, un grupo de militantes del Partido Comunista mexicano, encabezados por el muralista David Alfaro Siqueiros, hizo un ataque fallido a la fortificada casa de Trotsky en la calle Viena, Coyoacán (3). Mientras tanto, se había infiltrado en el entorno de Trotsky un militante comunista catalán, Ramón Mercader, entrenado como asesino profesional en la URSS, que no fallaría.
El 20 de agosto de 1940, Mercader logró atacar a solas en su despacho a Trotsky, que murió al día siguiente. El asesino fue capturado, pero nunca involucró a Stalin y a la GPU. Pasó 20 años en prisión. Cuando salió, vivió en la URSS y luego en Cuba, donde fue asesor de Fidel Castro. Está enterrado como “héroe de la Unión Soviética”, muy cerca del espía británico Philby, en el cementerio Kuntzevo de Moscú.
Como lo describe Nahuel Moreno, la muerte de Trotsky fue un duro golpe para la Cuarta Internacional. Pero ante la barbarie del capitalismo y la continuidad de las luchas obreras, campesinas y populares en todo el mundo, su programa y el legado de León Trotsky siguen vigentes. La UIT-CI (Unidad Internacional de los Trabajadores-Cuarta Internacional), lucha por hacerlos realidad, con el triunfo del socialismo con democracia obrera en todo el mundo.
1. Adquiera El testamento de Lenin, por León Trotsky, Ediciones El Socialista.
2. Operaciones especiales, por Pavel y Anatoli Sudoplatov. Plaza y Janés, Barcelona, 1994.
3. Véase El Socialista Nº168, 16/6/2010
Los partidos comunistas y la restauración capitalista
Trotsky acertó al definir que, en la URSS, un aparato burocrático se había apoderado del poder a mediados de la década de los veinte. Por eso, justamente, fundó la Cuarta Internacional: para encabezar una revolución política contra esa burocracia y construir nuevos partidos que siguieran encabezando a los trabajadores, en la URSS y todo el mundo, para derrotar a la burguesía y todos los burócratas.
Sabía que era una lucha dura. Solo nuevos triunfos revolucionarios de la clase obrera podrían revertir la regresión estalinista e impedir el regreso del capitalismo, que se produciría si seguía la burocracia en el poder.
En el Programa de Transición en 1938 escribió: “El pronóstico político [respecto de la URSS] tiene un carácter alternativo: o bien la burocracia, convirtiéndose cada vez más en el órgano de la burguesía mundial en el estado obrero, derrocará las nuevas formas de propiedad y volverá a hundir al país en el capitalismo, o bien la clase obrera aplastará a la burocracia y abrirá el camino del socialismo.”
Al culminar el siglo XX vimos que se fue cumpliendo la primera opción del pronóstico de Trotsky. La propia burocracia del Partido Comunista de la Unión Soviética y sus satélites en Europa del Este fueron entregándose cada vez más a la subordinación al imperialismo, hasta dar lugar a la restauración del capitalismo.
Entre 1989 y 1991, las movilizaciones y huelgas obreras acabaron con las burocracias dictatoriales de partido único. Su máximo símbolo fue la caída del Muro de Berlín. Sin embargo, esos triunfos de revolución política antiburocrática no alcanzaron para cortar el retorno al capitalismo de los Gorbachov y los Yeltsin. No fueron acompañados por el surgimiento de nuevas direcciones y organizaciones consecuentemente revolucionarias que reabrieran “el camino del socialismo”. Los estragos producidos sobre la clase obrera por ese falso “socialismo” de represión, conciliación con el imperialismo y crecientes dificultades económicas, abrieron paso a ilusiones en el capitalismo entre las masas de lo que llamaron el “socialismo real”. Al mismo tiempo, reafirmaron que las tareas y el programa por los cuales Trotsky fundó la Cuarta y dio su vida, siguen planteados.
Nahuel Moreno sobre el crimen
El fundador de nuestra corriente, fallecido en 1987, fue el principal dirigente del trotskismo latinoamericano. Desde la década de los cincuenta, el dirigente belga Ernesto Mandel impulsó una orientación oportunista, de capitulación a los partidos comunistas y las direcciones nacionalistas burguesas y reformistas. Moreno encabezó la defensa consecuente de las posiciones revolucionarias del programa de la Cuarta Internacional.
Como parte de ese debate, Moreno insistía siempre en la importancia histórica de la muerte de Trotsky para el posterior desarrollo de su movimiento. Así lo recordaba en su libro Conversaciones:
“Efectivamente, siempre hemos dicho que la muerte de Trotsky es un elemento objetivo, no subjetivo, en la crisis de dirección de la Cuarta. Ese análisis es propio de nuestra tendencia. Fue un hecho cualitativo: no es que la Cuarta fuera peor dirigida que antes de su muerte, sino que se quedó lisa y llanamente sin dirección.
“Estoy convencido de que si Trotsky hubiera vivido unos años más, la Cuarta hubiera avanzado en su programa, sus análisis y sus números.
“Otro aspecto del vacío de dirección es la experiencia en el movimiento obrero, que para mi es decisiva. Sin una larga experiencia en el movimiento obrero no puede haber una gran dirección. […]
“Trotsky había participado en la dirección de las tres revoluciones rusas [1905, febrero y octubre de 1917]. Había formado parte de la dirección revolucionaria más grande que ha conocido la humanidad, la de la Tercera Internacional en sus primeros cinco años. Entre 1905 y 1917, en el exilio, había militado en el movimiento socialista de varios países de Europa, principalmente en Francia y Alemania. Esa experiencia colosal, irremplazable, se perdió de un solo golpe con su asesinato.”