En las elecciones gringas
– Publicada en El Socialista 419, de reciente publicación-
Andrés Manuel López Obrador vota por Donald Trump
Con el objetivo de sellar como uno de sus triunfos la firma del “nuevo” acuerdo comercial entre México Estados Unidos y Canadá, y así presentarlo en medio del proceso electoral en curso en el principal país imperialista, Donald Trump invitó al presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, a visitarlo en la Casa Blanca y tener una cena de honor con un grupo de connotados empresarios mexicanos y estadounidenses. López Obrador aceptó de muy buen grado.
El encuentro ocurrió apenas unas semanas después de que Estados Unidos fuera sacudido por una revuelta popular que se extendió por todo el país en repudio a la violencia racista, luego del asesinato de George Floyd a manos de un grupo de policías blancos de Mineápolis. La respuesta del ultraderechista gobernante a las incesantes movilizaciones fue amenazar con desplegar al ejército para contener las protestas de cientos de miles, sobre todo jóvenes, lo mismo que de la comunidad afroamericana, la de hispanos y una participación masiva de blancos.
Por esos días, Trump había presumido el avance en la construcción del muro fronterizo con México, al haberse aprobado un contrato por más de mil 200 millones de dólares para una empresa vinculada a él.
La «invitación» de Trump a López Obrador ocurrió poco más de un año después de que el primero amenazara con la imposición de un arancel inicial de 5 por ciento, que podría aumentar a un 10, 15 y hasta un 20 por ciento, a todas las mercancías que desde México se vendieran a Estados Unidos, a menos de que el gobierno mexicano atendiera sus instrucciones para frenar la migración proveniente de América Central, manteniendo en México a miles de solicitantes de asilo. López Obrador se apresuró a atender la instrucción y cediendo a las amenazas presentó, a través de su canciller Marcelo Ebrard, un plan para convertir a la naciente Guardia Nacional en la policía migratoria que en el sur mexicano desplegaría miles de efectivos para impedir el paso de los migrantes centroamericanos que se dirigen a Estados Unidos en su huida de la miseria, la inseguridad y la represión de sus gobiernos, títeres del imperialismo norteamericano.
Calificó como amigo al presidente xenófobo, el que cotidianamente hizo declaraciones y publicaciones en redes sociales evidenciando su discurso de odio contra los migrantes y en particular los mexicanos; quien subestimó la peligrosidad de la pandemia y con sus acciones ha contribuido a que cientos de miles de estadounidenses se expongan al contagio y mueran, sobre todo personas afrodescendientes, hispanas y blancas que viven en la pobreza. El mismo que se ha obstinado por expulsar del país a los jóvenes llamados dreamers, hijos de migrantes mexicanos que han podido estudiar y aspirar a convertirse en universitarios en Estados Unidos, trazándose un futuro más promisorio.
López Obrador acudió a la Casa Blanca a emitir un discurso que embellece al gobernante que ha dado continuidad a la política injerencista y golpista, en casos como Venezuela y Bolivia, y ha contribuido a la masacre de cientos miles y el destierro de millones en Siria, víctimas de la brutalidad del régimen de Bashar Al Assad. El mismo que ha desdeñado las medidas para enfrentar la crisis climática y ha expresado su abierta simpatía por las corrientes más conservadoras y fascistoides no sólo en su país, sino en el mundo, persiguiendo al movimiento antifascista al declararlo como terrorista.
Para rematar, en su mensaje conjunto en la Casa Blanca, frente a los medios de comunicación de todo el mundo, pero sobre todo ante los electores de Estados Unidos, López Obrador aseguró que Trump “nunca ha buscado imponernos nada que vulnere nuestra soberanía”, más adelante casi al cerrar dijo “usted no ha pretendido tratarnos como colonia, sino que, por el contrario, ha honrado nuestra condición de nación independiente”. ¡Es una vergüenza decir esto, después de la imposición que convirtió a México en su guardia migratorio!
Pero, el mismo tratado comercial que dio contexto al viaje del presidente mexicano, significa la profundización de la dependencia económica y política de México ante la voluntad del gobierno de Estados Unidos y los capitalistas de ese país. Un ejemplo dramáticamente elocuente lo hemos tenido con la presión ejercida desde el gobierno y los capitalistas manufactureros gringos, en especial del sector automotriz, quienes para reiniciar sus actividades productivas, luego de la paralización obligada por la pandemia del coronavirus, necesitaron que en México se reabrieran las fábricas que son parte de su cadena de suministros. Así, desde mediados de mayo, mientras se aceleraban sin control los contagios y fallecimientos, el gobierno de López Obrador declaró como esenciales a las industrias automotriz, minera y siderúrgica para que pudieran reabrir, cediendo una vez más a la voluntad de los imperialistas.
El acuerdo, ahora conocido como TMEC es la continuidad intensificada de la política que se impuso con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que a lo largo de 26 años ha garantizado a las compañías estadounidenses la posibilidad de instalarse en México, pagando salarios de miseria, evadiendo la contratación colectiva, beneficiándose de la complicidad de representantes sindicales corruptos. Por supuesto, también las grandes compañías mexicanas se han beneficiado de la posibilidad de comerciar sus mercancías en Estados Unidos, garantizándose jugosas ganancias que también se generan con la explotación de la fuerza de trabajo mexicana, que, una vez más, es la gran oferta de López Obrador para este renovado acuerdo.
Algunos de los más poderosos capitalistas mexicanos fueron invitados al viaje y a una cena ofrecida por Trump. Carlos Slim el multimillonario número uno de México y uno de los más ricos del mundo; Ricardo Salinas Pliego el segundo más rico de México, además de otros capitalistas de la comunicación y banqueros mexicanos, se sentaron en la misma mesa que los altos ejecutivos de General Motors, Ford y Chrysler entre otros representantes de los capitalistas gringos. Donald Trump lo calificó como el mejor acuerdo comercial jamás suscrito por Estados Unidos; los capitalistas se congratularon, pues en este tratado ellos son protagonistas. Nada bueno puede esperar la clase trabajadora de estas celebraciones.
La mayoría del pueblo estadounidense, la clase trabajadora migrante, las mujeres de ese país, también gran parte de la juventud tienen claro quién es realmente Donald Trump y ahora pueden comprender mejor que el presidente de México, quien es calificado como progresista y hasta “de izquierda”, nada tiene que ver con eso y que, en cambio, como él mismo lo ha reconocido, hay muchas más cosas que le hacen semejante al todavía jefe del imperialismo mundial.
Ahora es más claro que lo mismo en Estados Unidos que en México, la clase trabajadora, los pueblos originarios, las llamadas minorías raciales, las mujeres, la juventud, tenemos que construir nuestra propia alternativa política y luchar contra el racismo, contra los capitalistas y su voracidad, contra el imperialismo persistente y contra los falsos progresistas, contra los políticos que se enmascaran como izquierdistas o populistas, pero no dejan de servir al capital.