Socialist Core
El Partido Laborista inglés, que tantas expectativas alimentaba hace pocos años, hoy está atravesado por una profunda crisis. La derrota electoral de 2019 ha sido seguida por el retorno con revancha de la tradicional dirigencia de derecha, luego de un breve paréntesis representado por la jefatura de Jeremy Corbyn, a quien ahora intentan expulsar.
Miles de activistas que ingresaron al partido en el último período están confundidos sobre las perspectivas y hacia dónde dirigir sus esfuerzos, ante una pugna entre corrientes dirigentes que se libra con métodos administrativos, sin ninguna deliberación de las bases. Para muchos se vuelve a evidenciar que el laborismo no puede ser una herramienta de lucha. Las ilusiones que generó el liderazgo de Corbyn se disipan y cada vez más activistas ven la necesidad de organizarse por fuera de ese partido tradicional inglés.
Por su historia, el Partido Laborista es un partido peculiar. A fines del siglo XIX comienza a organizarse, como parte del surgimiento de grandes partidos obreros socialdemócratas en Europa, y su fundación formal se lleva a cabo en el año 1900. En un desarrollo que en cierta medida se anticipa a la evolución de toda la Segunda Internacional, ya al momento de su creación era un partido que daba expresión política fundamentalmente a los sectores más acomodados de la clase trabajadora y especialmente a su burocracia sindical. A pesar de ello, siempre tuvo corrientes minoritarias de izquierda e incluso la Tercera Internacional en tiempos de Lenin y Trotsky recomendó a los comunistas ingleses tener tácticas de apoyo crítico electoral al laborismo como parte de sus esfuerzos de construcción política. Con idas y venidas, la tendencia clara con el paso de las décadas ha sido a una derechización cada vez mayor, en la medida en que se consolidó su carácter de partido burgués imperialista. Esta tendencia tuvo un punto culminante con el llamado “nuevo laborismo” encabezado por Tony Blair, cuyo falso discurso de una “tercera vía” entre el capitalismo y el socialismo en realidad dio continuidad a las reformas neoliberales del thatcherismo y se subordinó al guerrerismo imperialista yanqui, con la participación del Reino Unido en las invasiones genocidas de Afganistán e Irak. Blair tuvo que renunciar como consecuencia de los escándalos en torno a la fabricación de evidencias para justificar la agresión contra el pueblo irakí, pero su sucesor Gordon Brown siguió a grandes rasgos la misma política. Pero esta expresión extrema de descomposición y corrupción no se debía a una “traición” blairista, sino a un desarrollo orgánico de largo alcance.
La contradicción entre su origen obrero, y actual peso en el movimiento sindical, y esa condición de partido burgués e imperialista, se expresa en tensiones a lo interno del aparato que darían lugar al surgimiento de la corriente corbynista. Capitalizando un giro a la izquierda en sectores de la juventud, alimentado por el repudio a las políticas de ajuste aplicadas en el marco de la crisis de 2007-08 y los años siguientes, Corbyn fue elegido dirigente del laborismo en 2015. Para ese momento llevaba 32 años como miembro laborista del parlamento. Como parte de los sectores de centroizquierda del partido, Corbyn fue en sus inicios activo en el movimiento anti-apartheid, en campañas contra el armamento nuclear, de denuncia del fascismo, por la unificación de Irlanda, y más recientemente jugó un rol importante en el movimiento contra la invasión de Irak, recibiendo reconocimientos de organizaciones pacifistas.
Con el crecimiento del movimiento de apoyo a Corbyn, hubo una ola de cientos de miles de afiliaciones de jóvenes al Partido Laborista, que se convirtió en el partido más grande de Europa, precisamente en un período en el que se retrocedían, en algunos casos de manera catastrófica, los partidos tradicionales socialdemócratas en Francia, Alemania, Grecia, el Estado español y otros países europeos.
El giro juvenil a la izquierda era muy positivo. Sus ilusiones en la posibilidad de convertir al Partido Laborista en un partido de izquierda que defendiera los intereses de la mayoría trabajadora, revirtiendo los ataques de décadas a los derechos sociales, resultarían sin embargo infundadas. La crisis desatada este año ratifica que no era posible cambiar el carácter burgués e imperialista del partido.
Corbyn intentó impulsar reformas tímidas por la vía electoral, sin apelar a la movilización de masas. Su programa incluía la creación de un servicio nacional de educación para fortalecer al sector educativo público, nacionalizar servicios públicos como los ferrocarriles, el agua, la electricidad y el correo, una reforma tributaria progresiva, defensa de los derechos de los inquilinos, reducción de la semana laboral, renta básica universal, algunos elementos de cogestión obrera en las empresas privadas, aumentar el salario mínimo y realizar un plan de viviendas de interés social. Al mismo tiempo había lagunas y ambigüedades en sus posiciones políticas ante hechos muy importantes de la lucha de clases a nivel internacional, por ejemplo su negativa a condenar enérgica y categóricamente a la dictadura fascistoide de Assad en Siria. En relación con el Brexit, tema político de primer orden, Corbyn pasó de un apoyo tímido y cuasi vergonzante al Lexit (la campaña por una salida de la Unión Europea con consignas y un programa de izquierda), a la postura de “ni a favor ni en contra” y la convocatoria de un segundo referendo. No disputó de manera clara y contundente el espacio del rechazo a la Unión Europea a la derecha, que le agitaba un contenido xenófobo, racista y nacionalista, a la ruptura con la Unión Europea. De hecho, tendía a capitular a la demagogia anti inmigrantes de la derecha conservadora.
Estas debilidades llevaron a que el importante avance electoral del laborismo en 2017 se revirtiera en una derrota desastrosa en 2019 que puso fin a la jefatura de Corbyn en el partido. Fue reemplazado por el reaccionario Keir Starmer, un abogado condecorado con el título de caballero real por la monarquía por sus servicios al sistema judicial. Al no haber apelado nunca a la movilización, fue incapaz de enfrentar las maniobras del ala más derechista del partido, que luego de la derrota de 2019 arremetieron con una purga que incluyó la suspensión del propio Corbyn en octubre de este año, bajo acusaciones de no tomar medidas contra el antisemitismo en el partido, una revancha del laborismo pro sionista por sus críticas a las políticas de Israel y su apoyo a la llamada solución de dos Estados. Posteriormente se revocó la suspensión pero no se le permite hablar en el Parlamento como miembro del partido laborista.
Más allá de que el antisemitismo existe en todos los partidos burgueses ingleses, no solo en el laborismo, y debe ser combatido, lo cierto es que las principales y más virulentas formas de racismo en el Reino Unido son la islamofobia, el racismo anti negro, así como la generalizada xenofobia contra los inmigrantes del Este europeo y los países periféricos. Más allá de los errores del propio Corbyn, es evidente que el tema ha sido instrumentalizado cínicamente por sectores a quienes no importa en lo más mínimo la cuestión del racismo, comprometidos ellos mismos en la justificación de los crímenes racistas de Israel y del propio Estado británico.
Mientras las pugnas se suceden en el pantano de la dirección laborista, por abajo el desconcierto lleva a miles a alejarse del partido. Ni Corbyn ni la coalición Momentum, hegemonizada por socialdemócratas y estalinistas de diverso cuño, tienen una estrategia de ruptura con el aparato laborista y de apuesta por construir una organización obrera independiente. En este sentido, su capitulación y llamado a la “calma” a las bases que confiaron en su liderazgo, ha servido, de un modo parecido al rol de Sanders en el partido Demócrata, para obstruir el camino hacia la construcción de una alternativa política, brindando un punto de apoyo “de izquierda” a un aparato burgués e imperialista que no puede ser reformado ni convertido en herramienta organizativa del pueblo trabajador. Es necesario hacer un balance de la experiencia con el liderazgo de Corbyn, en el marco de la bancarrota de otros intentos del nuevo reformismo como Syriza en Grecia, Podemos en el Estado español o el Movimiento 5 estrellas italiano. Sacar las lecciones necesarias y reagrupar al activismo honesto y comprometido que está rompiendo con el laborismo para avanzar en la construcción de un partido independiente de la clase trabajadora, los jóvenes, las mujeres y las comunidades oprimidas.