Por C.L.R. James
Nota de La Voz de los Trabajadores: Hoy se cumplen 230 años de la gloriosa insurrección antiesclavista de 1791 en Saint Domingue. A partir de su adopción en 1997 por la Unesco, también se conmemora cada 23 de agosto como Día Internacional del Recuerdo de la Trata de Esclavos y de su Abolición. Para quienes luchamos por el socialismo y contra la explotación capitalista es de fundamental importancia recordar la gesta que se desarrollaría en esta isla caribeña para lograr el fin de la esclavitud, proceso revolucionario que luego fructificó en la independencia de Haití y la unificación de la isla, poniendo fin a la esclavitud también en la parte oriental y extinguiendo el dominio colonial español. Como contribución a la reflexión del joven activismo marxista que se desarrolla en nuestro país, compartimos la traducción que hemos hecho del artículo “La revolución y los negros”, del revolucionario trinitario C.L.R. James, originalmente publicado en la revista Nueva Internacional, en diciembre de 1939. Por entonces, James formaba parte de la Cuarta Internacional fundada por Trotsky y un grupo de marxistas que, en defensa del socialismo, se opusieron a la degeneración reaccionaria que el estalinismo imprimió en el proceso político y social en la URSS, así como en el movimiento comunista internacional.
La historia revolucionaria del negro es rica, inspiradora y desconocida. Los negros se rebelaron contra los secuestradores de esclavos en África; se rebelaron contra los traficantes de esclavos en el paso del Atlántico. Se rebelaron en las plantaciones.
El negro dócil es un mito. Los esclavos de los barcos negreros saltaban por la borda, hacían grandes huelgas de hambre y atacaban a las tripulaciones. Hay registros de esclavos que vencieron a la tripulación y dirigieron el barco a puerto, una hazaña de tremenda audacia revolucionaria. En la Guayana Británica, durante el siglo XVIII, los esclavos negros se rebelaron, tomaron la colonia holandesa y la mantuvieron durante años. Se retiraron al interior, obligaron a los blancos a firmar un tratado de paz y han permanecido libres hasta hoy. Todas las colonias de las Indias Occidentales, en particular Jamaica, Santo Domingo y Cuba, las islas más grandes, tenían sus asentamientos de cimarrones, negros audaces que habían huido a las selvas y se habían organizado para defender su libertad. En Jamaica, el gobierno británico, después de intentar en vano suprimirlos, aceptó su existencia mediante tratados de paz, escrupulosamente observados por ambas partes durante muchos años, y luego rotos por la traición británica. En Norte América, los negros hicieron casi 150 revueltas distintas contra la esclavitud. El único lugar donde los negros no se rebelaron es en las páginas de los historiadores capitalistas. Toda esta historia revolucionaria sólo puede sorprender a aquellos que, sea cual sea la Internacional a la que pertenezcan, ya sea la Segunda, la Tercera o la Cuarta, aún no han expulsado de sus sistemas las pertinaces mentiras del capitalismo anglosajón. No es extraño que los negros se hayan rebelado. Habría sido extraño si no lo hubieran hecho.
Pero la Cuarta Internacional, cuya tarea es la revolución, no tiene que demostrar que los negros eran o son tan revolucionarios como cualquier grupo de oprimidos. Eso tiene su lugar en la agitación. Lo que nosotros, como marxistas, tenemos que ver es el tremendo papel desempeñado por los negros en la transformación de la civilización occidental del feudalismo al capitalismo. Sólo desde este punto de vista podremos apreciar (y prepararnos para) el papel aún mayor que deben desempeñar necesariamente en la transición del capitalismo al socialismo.
¿Cuáles son las fechas decisivas en la historia moderna de Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos? 1789, el comienzo de la Revolución Francesa; 1832, la aprobación de la Ley de Reforma en Gran Bretaña; y 1865, el aplastamiento del poder esclavista en Estados Unidos por los estados del Norte. Cada una de estas fechas marca una etapa definitiva en la transición de la sociedad feudal a la capitalista. La explotación de millones de negros había sido un factor básico en el desarrollo económico de cada una de estas tres naciones. Era razonable, por tanto, esperar que la cuestión negra desempeñara un papel no menos importante en la resolución de los problemas que enfrentaba cada sociedad. Sin embargo, nadie en la época prerrevolucionaria preveía ni de lejos la magnitud de las contribuciones que iban a hacer los negros. Hoy los marxistas tienen muchas menos excusas para caer en el mismo error.
El negro y la Revolución Francesa
La Revolución Francesa fue una revolución burguesa, y la base de la riqueza burguesa fue el comercio de esclavos y las plantaciones de esclavos en las colonias. No hay que equivocarse en esto. “Triste ironía de la historia humana”, dice Jaures, “las fortunas creadas en Burdeos, en Nantes por la trata de esclavos dieron a la burguesía ese orgullo con el que exigió la libertad y contribuyó a la emancipación humana”. Y Gaston-Martin, el historiador de la trata de esclavos, lo resume así: aunque la burguesía comerciaba con otras cosas además de los esclavos, del éxito o del fracaso del tráfico humano dependía todo lo demás. Por eso, cuando la burguesía proclamó los Derechos del Hombre en general, necesariamente con reservas, una de ellas fue que esos derechos no se extendieran a las colonias francesas. En 1789 el comercio colonial francés era de once millones de libras, dos tercios del comercio de ultramar de Francia. El comercio colonial británico era entonces de sólo cinco millones de libras. ¿Qué precio se pagaría por la abolición francesa? Había una sociedad abolicionista a la que pertenecían Brissot, Robespierre, Mirabeau, Lafayette, Condorcet y muchos otros hombres famosos, incluso antes de 1789. Pero los liberales son liberales. De cara a la revolución, estaban dispuestos a transigir. Dejarían al medio millón de esclavos en captividad, pero al menos los mulatos, hombres con propiedades (inclusive esclavos) y educación, deberían tener los mismos derechos que los colonos blancos. Los magnates coloniales blancos se negaron a las concesiones y eran personas de peso, aristócratas por nacimiento o matrimonio, burgueses por sus conexiones comerciales con la burguesía marítima. Se oponían a todo cambio en las colonias que disminuyera su dominio social y político. La burguesía marítima, preocupada por sus millonarias inversiones, apoyaba a los coloniales, y frente a once millones de libras de comercio al año los políticos radicales estaban indefensos. Fue la revolución la que los pateó por atrás y les obligó a avanzar.
Primero fue la revolución en Francia. El ala derecha girondina del club jacobino derrocó a los Feuillants pro-monárquicos y tomó el poder en marzo de 1792.
Luego, la revolución en las colonias. Los mulatos de Saint Domingue se rebelaron en 1790, seguidos unos meses después por la revuelta de los esclavos en agosto de 1791. El 4 de abril de 1792, los girondinos concedieron derechos políticos y sociales a los mulatos. La gran burguesía estuvo de acuerdo, ya que los aristócratas coloniales, después de intentar en vano conseguir el apoyo de los mulatos a la independencia, decidieron entregar la colonia a Gran Bretaña antes que tolerar interferencias en su sistema. Todos estos propietarios de esclavos, la nobleza y la burguesía francesas, los aristócratas coloniales y los mulatos, estaban de acuerdo en que la revuelta de los esclavos debía ser reprimida y los esclavos permanecer en la esclavitud.
Sin embargo, los esclavos se negaron a escuchar las amenazas y no se les hizo ninguna promesa. Dirigidos de principio a fin por hombres que habían sido ellos mismos esclavos y no sabían leer ni escribir, libraron una de las mayores batallas revolucionarias de la historia. Antes de la revolución habían parecido infrahumanos. Muchos esclavos eran azotados hasta para que se movieran de donde estaban sentados. La revolución los transformó en héroes.
La isla de Santo Domingo estaba dividida en dos colonias, una francesa y otra española. El gobierno colonial de los Borbones españoles apoyó a los esclavos en su revuelta contra la república francesa, y muchas bandas rebeldes se colocaron al servicio de los españoles. Los colonos franceses invitaron a Pitt a hacerse cargo de la colonia, y cuando se declaró la guerra entre Francia e Inglaterra en 1793, los ingleses invadieron la isla.
La expedición inglesa, acogida por todos los colonos blancos, capturó una ciudad tras otra en el sur y el oeste del Saint Domingue francés. Los españoles, operando con el famoso Toussaint Louverture, un ex esclavo, al frente de una tropa de cuatro mil negros, invadieron la colonia desde el este. Británicos y españoles engullían todo lo que podían antes de que llegara el momento del reparto. “En estos asuntos”, escribió el ministro británico Dundas al gobernador de Jamaica, “cuanto más tengamos, mejores serán nuestras pretensiones”. El 4 de junio cayó Puerto Príncipe, la capital de Saint Domingue. Mientras tanto, otra expedición británica había capturado Martinica, Guadalupe y las demás islas francesas. Salvo un milagro, el comercio colonial de Francia, el más rico del mundo, estaba en manos de sus enemigos y sería utilizado contra la revolución. Pero aquí las masas francesas tomaron cartas en el asunto.
El 10 de agosto de 1792 fue el comienzo de la revolución triunfante en Francia. Las masas de París y sus partidarios en toda Francia, en 1789 indiferentes a la cuestión colonial, golpeaban ahora con frenesí revolucionario contra todo abuso del antiguo régimen y ninguno de los antiguos tiranos era tan odiado como los “aristócratas de la piel”. La generosidad revolucionaria, el resentimiento por la traición de las colonias a los enemigos de la revolución, la impotencia frente a la marina británica, todo ello arrasó en la Convención. El 4 de febrero de 1794, sin debate, se decretó la abolición de la esclavitud de los negros y dio por fin su aprobación a la revuelta negra.
La noticia llegó de alguna manera a las Antillas francesas. Víctor Hugues, un mulato, una de las grandes personalidades producidas por la revolución, logró romper el bloqueo británico y llevó la noticia oficial de la emancipación a los mulatos y negros de las islas antillanas. Entonces se produjo el milagro. Los negros y mulatos se vistieron con los colores revolucionarios y, cantando canciones revolucionarias, se volvieron contra los británicos y los españoles, sus aliados de ayer. Con poco más de la Francia revolucionaria que su apoyo moral, expulsaron a británicos y españoles de sus conquistas y llevaron la guerra a territorio enemigo. Los británicos, tras cinco años de intentar reconquistar las colonias francesas, fueron finalmente expulsados en 1798.
Pocos conocen la magnitud y la importancia de esa derrota sufrida a manos de Víctor Hugues en las islas menores y de Toussaint Louverture y Rigaud en Saint Domingue. Fortescue, el historiador tory (conservador) del ejército británico, estima las pérdida totales para Gran Bretaña en 100.000 hombres. Y en toda la Guerra Peninsular Wellington perdió por todas las causas -muertos en batalla, enfermedades, deserciones- sólo 40.000 hombres. La sangre y el tesoro británicos se derramaron con profusión en la campaña de las Indias Occidentales. Esta fue la razón de la debilidad de Gran Bretaña en Europa durante los críticos años de 1793-1798. Dejemos que el propio Fortescue hable: “El secreto de la impotencia de Inglaterra durante los primeros seis años de la guerra puede decirse que reside en las dos fatales palabras: Santo Domingue”. Los historiadores británicos culpan principalmente a la fiebre, como si Santo Domingo fuera el único lugar del mundo en el que el imperialismo europeo se encontró con la fiebre.
Sean cuales fueren las negligencias o distorsiones de los historiadores posteriores, los propios revolucionarios franceses sabían lo que la cuestión negra significaba para la revolución. La Constituyente, la Asamblea Legislativa y la Convención se vieron repetidamente sumidas en el desorden por los debates coloniales. Esto tuvo graves repercusiones tanto en la lucha interna como en la defensa revolucionaria de la República. Dice Jaures: “Sin duda, de no ser por los acuerdos de Barnave y de todo su partido sobre la cuestión colonial, la actitud general de la Asamblea después de la huida a Varennes habría sido diferente”. Excluyendo las masas de París, ninguna porción del imperio francés desempeñó, en proporción a su tamaño, un papel tan grandioso en la Revolución Francesa como el medio millón de personas negras y mulatas de las remotas islas antillanas.
La revolución negra y la historia mundial
La revolución negra de Saint Domingue estranguló en su fuente una de las corrientes económicas más poderosas del siglo XVIII. Con la derrota de los británicos, los proletarios negros derrotaron al Tercer Estado Mulato en una sangrienta guerra civil. Inmediatamente después, Bonaparte, representante de los elementos más reaccionarios de la nueva burguesía francesa, intentó restaurar la esclavitud en Saint Domingue. Los negros derrotaron a una expedición de unos 50.000 hombres y, con la ayuda de los mulatos, llevaron la revolución a su conclusión lógica. Cambiaron el nombre de Saint Domingue por el de Haití y declararon la independencia de la isla. Esta revolución negra tuvo un profundo efecto en la lucha por el cese de la trata de esclavos.
La mejor manera de rastrear esta estrecha relación es seguir el desarrollo de la abolición en el Imperio Británico. El primer gran golpe a la dominación Tory de Gran Bretaña (y por lo tanto al feudalismo en Francia) fue asestado por la Declaración de Independencia en 1776. Cuando Jefferson escribió que todos los hombres son creados iguales, estaba redactando la sentencia de muerte de la sociedad feudal, en la que los hombres estaban divididos por ley en clases desiguales. Crispus Attucks, el negro, fue el primer hombre asesinado por los británicos en la guerra que siguió. No fue un fenómeno aislado o casual. Los negros pensaron que en esta guerra por la libertad podían ganar la propia. Se calcula que de los 30,000 hombres del ejército de Washington, 4,000 eran negros. La burguesía americana no los quería. Ellos mismos forzaron su entrada. Pero los negros de Saint Domingue también lucharon en la guerra.
La monarquía francesa acudió en ayuda de la revolución estadounidense. Y los negros de las colonias francesas se sumaron por su propia iniciativa a la fuerza expedicionaria francesa. De los 1.900 soldados franceses que recapturaron Savannah, 900 eran voluntarios de la colonia francesa de Saint Domingue. Diez años más tarde, algunos de estos hombres -Rigaud, André, Lambert, Beauvais y otros (algunos dicen que también Christophe)-, con su experiencia política y militar, serán los principales líderes de la revolución de Saint Domingue. Mucho antes de que Karl Marx escribiera “Trabajadores del mundo, uníos”, ya la revolución era internacional.
La pérdida de las colonias americanas esclavistas sacó mucho algodón de las orejas de la burguesía británica. Adam Smith y Arthur Young, heraldos de la revolución industrial y de la esclavitud asalariada, ya predicaban contra el despilfarro de la esclavitud. Sordos hasta 1783, los burgueses británicos escucharon ahora y volvieron a mirar a las Indias Occidentales. Sus propias colonias estaban en bancarrota. Estaban perdiendo el comercio de esclavos frente a sus rivales franceses y británicos. Y la mitad de los esclavos franceses que traían iban a parar a Saint Domingue, la India del siglo XVIII. ¿Por qué deberían seguir haciéndolo? En tres años se formó la primera sociedad abolicionista y Pitt empezó a clamar por la abolición de la esclavitud, “por el bien de la humanidad, sin duda”, dice Gastón-Martin, “pero también, entiéndase bien, para arruinar el comercio francés”. Con la guerra de 1793, Pitt, acariciando la perspectiva de ganar Saint Domingue, se calló sobre el tema de la abolición. Pero la revolución negra acabó con las aspiraciones tanto de Francia como de Gran Bretaña.
El Tratado de Viena de 1814 concedió a Francia el derecho a reconquistar Saint Domingue: los haitianos juraron que preferían destruir la isla. Con el abandono de las esperanzas de recuperar Saint Domingue, los británicos abolieron el comercio de esclavos en 1807. Estados Unidos le siguió en 1808.
Si sus propiedades en las Indias Orientales en Gran Bretaña eran uno de los grandes arsenales financieros de la nueva burguesía (de ahí las diatribas de Burke, portavoz del partido Whig, contra Hastings y Clive), las de las Indias Occidentales, aunque nunca tan poderosas como en Francia, eran una piedra angular de la oligarquía feudal. La pérdida de Estados Unidos fue el comienzo de su declive. De no ser por la revolución negra, Saint Domingue los habría fortalecido enormemente. La burguesía británica reformista los maltrató, en tanto el eslabón más débil de la cadena oligárquica. Una gran revuelta de esclavos en Jamaica en 1831 ayudó a convencer a los que tenían dudas. En Gran Bretaña la consigna “Más vale la emancipación por arriba que por abajo” se anticipó treinta años al Zar. Uno de los primeros actos de los reformistas victoriosos fue abolir la esclavitud en las colonias británicas. De no ser por la revolución negra de Saint Domingue, la abolición y la emancipación podrían haberse pospuesto otros treinta años.
La abolición no llegó a Francia hasta la revolución de 1848. La producción de azúcar de remolacha, introducida en Francia por Bonaparte, creció a pasos agigantados y puso a los intereses del azúcar de caña, basados en la esclavitud en Martinica y Guadalupe, cada vez más a la defensiva. Uno de los primeros actos del gobierno revolucionario de 1848 fue la abolición de la esclavitud. Pero, al igual que en 1794, el decreto no fue más que el registro de un hecho consumado. Tan amenazante era la actitud de los esclavos que en más de una colonia el gobierno local, para atajar la revolución de la servidumbre, proclamó la abolición sin esperar la autorización de Francia.
El negro y la guerra civil
1848, el año que siguió a la crisis económica de 1847, fue el inicio de un nuevo ciclo de revoluciones en todo el mundo occidental. Las revoluciones europeas, el cartismo en Inglaterra, fueron derrotadas. En Estados Unidos, el irrefrenable conflicto entre el capitalismo en el Norte y el sistema esclavista en el Sur fue atajado por última vez por el Compromiso de Missouri de 1850. Los acontecimientos políticos que siguieron a la crisis económica de 1857 imposibilitaron nuevos acuerdos.
Fue una década de lucha revolucionaria en todo el mundo, en los países coloniales y semicoloniales. 1857 fue el año de la primera guerra de independencia de la India, comúnmente malllamada Motín de la India. En 1858 comenzó la guerra civil en México, que terminó con la victoria de Juárez tres años después. Fue el periodo de la revolución Taiping en China, el primer gran intento de romper el poder de la dinastía manchú. En Estados Unidos, el Norte y el Sur llegaron a su predestinado enfrentamiento sin quererlo, pero los negros revolucionarios ayudaron a precipitar la cuestión. Durante dos décadas, antes de que comenzara la Guerra Civil, abandonaban el Sur por miles. La organización revolucionaria conocida como el Ferrocarril Subterráneo, con audacia, eficacia y prontitud, despojó a los esclavistas de su propiedad humana. Los esclavos fugitivos eran el tema del día. La Ley de Esclavos Fugitivos de 1850 fue un último y desesperado intento del Gobierno Federal por detener esta abolición ilegal. Diez estados del Norte respondieron con leyes de libertad personal que anulaban las fuertes penas de la ley de 1850. Quizás la más famosa de todas las personas blancas y negras que dirigieron el Ferrocarril Subterráneo es Harriet Tubman, una negra que había escapado ella misma de la esclavitud. Hizo diecinueve viajes al Sur y ayudó a escapar a sus hermanos y sus esposas y a otros trescientos esclavos. Hizo sus incursiones en territorio enemigo con un precio de 40.000 dólares por su cabeza. Josiah Henson, en quien se basó el Tío Tom, ayudó a escapar a casi doscientos esclavos. Nada molestó tanto a los propietarios de esclavos como esta sangría de veinte años en su ya quebrado sistema económico.
No es necesario detallar aquí las causas de esta, la mayor guerra civil de la historia. Todo escolar negro sabe que lo último que Lincoln tenía en mente era la emancipación de los negros. Lo importante es que, por razones tanto internas como externas, Lincoln tuvo que atraerlos a la lucha revolucionaria. Dijo que sin la emancipación el Norte podría no haber ganado, y con toda probabilidad tenía razón. Miles de negros luchaban en el bando del Sur, con la esperanza de ganar su libertad de esa manera. El decreto de abolición rompió la cohesión social del Sur. No fue sólo lo que ganó el Norte sino, como señaló Lincoln, lo que perdió el Sur. En el lado del Norte, 220.000 negros lucharon con tal valentía que era imposible hacer con las tropas blancas lo que se podía hacer con ellas. Lucharon no sólo con valentía revolucionaria sino con frialdad y disciplina ejemplar. Los mejores estaban llenos de orgullo revolucionario. Luchaban por la igualdad. Una compañía apiló las armas ante la tienda de su oficial al mando como protesta contra la discriminación.
Lincoln también se vio impulsado a la abolición por la presión de la clase obrera británica. Palmerston quería intervenir del lado del Sur, pero Gladstone se opuso en el gabinete. Encabezada por Marx, la clase obrera británica se opuso tan vigorosamente a la guerra, que fue imposible celebrar una manifestación a favor de la misma en cualquier lugar de Inglaterra. Los tories británicos se burlaron de la afirmación de que la guerra era para la abolición de la esclavitud: ¿no lo había dicho Lincoln muchas veces? Los obreros británicos, sin embargo, insistieron en ver la guerra como una guerra por la abolición, y Lincoln, para quien la no intervención británica era una cuestión de vida o muerte, decretó la abolición con una brusquedad que demuestra su falta de voluntad fundamental para dar un paso tan revolucionario.
La abolición se declaró en 1863. Dos años antes, el movimiento de los campesinos rusos, tan alegremente aclamado por Marx, asustó al zar para que declarara la semi-emancipación de los siervos. El Norte obtuvo su victoria en 1865. Dos años más tarde, los trabajadores británicos ganaron la Segunda Ley de Reforma, que dio el derecho al voto a los trabajadores de las ciudades. El ciclo revolucionario concluyó con la derrota de la Comuna de París en 1871. Una victoria allí y la historia de la Reconstrucción habría sido muy diferente.
El negro y la revolución mundial
Entre 1871 y 1905 la revolución proletaria estuvo latente. En África los negros lucharon en vano por mantener su independencia contra las invasiones imperialistas. Pero la Revolución Rusa de 1905 fue el precursor de una nueva era que comenzó con la Revolución de Octubre en 1917. Mientras que medio millón de negros lucharon con la Revolución Francesa en 1789, hoy la revolución socialista en Europa tiene como aliados potenciales a más de 120 millones de negros en África. Donde Lincoln tuvo que buscar una alianza con una población esclava aislada, hoy millones de negros en Estados Unidos han penetrado profundamente en la industria, han luchado codo con codo con los trabajadores blancos en los piquetes, han ayudado a rodear con barricadas las fábricas para las huelgas con ocupación de fábrica, han desempeñado su papel en las luchas y enfrentamientos de los sindicatos y los partidos políticos. Sólo a través del lente de esta perspectiva histórica podemos apreciar plenamente las enormes potencialidades revolucionarias de las masas negras de hoy.
Medio millón de esclavos, al oír las palabras Libertad, Igualdad y Fraternidad gritadas por millones de franceses a muchos miles de kilómetros de distancia, despertaron de su apatía. Ocuparon la atención de Gran Bretaña durante seis años y, citando de nuevo a Fortescue, “prácticamente destruyeron el ejército británico”. ¿Qué pasa hoy con los negros en África? Este es apenas un esbozo de lo registrado.
África Occidental Francesa: 1926-1929, 10,000 hombres huyeron a los pantanos de la selva para escapar de la esclavitud francesa.
África Ecuatorial Francesa: 1924, levantamiento. 1924-1925, levantamiento, 1,000 negros asesinados. 1928, de junio a noviembre, levantamiento en Alto Sangha y Lai. 1929, levantamiento que duró cuatro meses; los africanos organizaron un ejército de 10,000 personas.
África Occidental Británica: 1929, revuelta de mujeres en Nigeria, 30,000; 83 muertos, 87 heridos. 1937, huelga general de la Costa de Oro. Agricultores, a los que se unieron estibadores y camioneros.
Congo Belga: 1929, revuelta en Ruanda Urundi; miles de muertos. 1930-1931, revuelta de los Bapendi, 800 masacrados en un lugar, Kwango.
Sudáfrica: 1929, huelgas y disturbios en Durban; el barrio negro fue completamente rodeado por las tropas y bombardeado por los aviones.
Desde 1935 ha habido huelgas generales, con fusilamiento de negros, en Rodesia, en Madagascar, en Zanzíbar. En las Indias Occidentales se han producido huelgas generales y acciones de masas como no se habían visto en esas islas desde la emancipación de la esclavitud hace cien años. Se han producido grandes cantidades de muertos y heridos.
Lo anterior es sólo una selección al azar. Los negros de África están enjaulados y golpean continuamente contra los barrotes. Es el proletariado europeo el que tiene la llave. Que los trabajadores de Gran Bretaña, Francia y Alemania digan: “Levántense, hijos del hambre” tan fuerte como los revolucionarios franceses dijeron Libertad, Igualdad y Fraternidad y ¿qué fuerza en la tierra puede retener a estos negros? Todos los que saben algo sobre África lo saben.
El Sr. Norman Leys, funcionario médico del gobierno en Kenia durante veinte años, miembro del Partido Laborista Británico y tan poco revolucionario como el difunto Ramsay MacDonald, escribió un estudio sobre Kenia en 1924. Siete años después volvió a escribir. Esta vez tituló su libro Una última oportunidad en Kenia. La alternativa, decía, es la revolución.
En Calibán in Africa, Leonard Barnes, otro socialista reblandecido, escribe lo siguiente: “Así que él [el blanco sudafricano] y el nativo que tiene cautivo van girando fatalmente por la corriente, girando locamente juntos a lo largo de los rápidos por encima de la gran catarata, ambos bajo el yugo del momento omnipotente”. Esa es la revolución, envuelta en papel plateado.
La revolución persigue a este inglés conservador. Vuelve a escribir sobre los bantúes: “Se agazapan en su rincón, alimentando una ira hosca y buscando desesperadamente un plan. No tardarán muchos años en decidirse. El tiempo y el destino, más imperiosos aún que el rastrillo de los afrikáners, los empujan desde la retaguardia. Algo debe ceder; no será el destino ni el tiempo. Hay que llevar a cabo una amplia reconstrucción social y económica. ¿Pero cómo? ¿Por la razón o por la violencia? …”
Plantea como alternativas lo que en realidad es una misma salida. El cambio se producirá, por la violencia y por la razón combinadas.
“Tenemos una falsa idea del negro”
Volvamos de nuevo a la revolución de Saint Domingue con su mísero medio millón de esclavos. Escribiendo en 1789, el mismo año de la revolución, un colono dijo de ellos que eran “injustos, crueles, bárbaros, mitad humanos, traicioneros, engañosos, ladrones, borrachos, orgullosos, perezosos, impuros, desvergonzados, celosos hasta la furia y cobardes”.
Tres años más tarde, Roume, el comisario francés, observó que, aunque luchaban con los españoles monárquicos, los negros revolucionarios, organizándose en secciones armadas y cuerpos populares, observaban rígidamente todas las formas de organización republicana. Adoptaron consignas y gritos de guerra. Nombraron jefes de secciones y divisiones que, por medio de estas consignas, podían convocarlos y enviarlos de vuelta a casa de un extremo a otro de la provincia. Sacaron de sus entrañas a un soldado y a un estadista de primer orden, Toussaint Louverture, y a líderes secundarios plenamente capaces de enfrentarse a los franceses en la guerra, la diplomacia y la administración. En diez años organizaron un ejército que se enfrentó al de Bonaparte en igualdad de condiciones. “¡Pero qué hombres son estos negros! Cómo luchan y cómo mueren”, escribió un oficial francés al recordar la última campaña después de cuarenta años. Desde su lecho de muerte, Leclerc, cuñado de Bonaparte y comandante en jefe de la expedición francesa, escribió a casa: “Tenemos… una falsa idea del negro”. Y de nuevo, “Tenemos en Europa una falsa idea del país en el que luchamos y de los hombres contra los que luchamos…”. Necesitamos saber y reflexionar sobre estas cosas hoy en día.
Amenazados durante toda su existencia por el imperialismo, europeo y americano, los haitianos nunca han podido superar la amarga herencia de su pasado. Sin embargo, aquella revolución de medio millón no sólo contribuyó a proteger la Revolución Francesa, sino que inició grandes revoluciones por derecho propio. Cuando los revolucionarios latinoamericanos vieron que medio millón de esclavos podían luchar y ganar, reconocieron la realidad de su propio deseo de independencia. Bolívar, roto y enfermo, fue a Haití. Los haitianos le curaron, le dieron dinero y armas con las que se embarcó hacia el continente. Fue derrotado, volvió a Haití, fue de nuevo acogido y asistido. Y fue de Haití de donde zarpó para emprender la campaña final, que terminó con la independencia de los cinco Estados.
Hoy, 150 millones de negros, unidos a la economía mundial de forma infinitamente más estrecha que sus antepasados de hace cien años, superarán con creces la labor de aquel medio millón de Saint Domingue en la obra de la transformación social. Los continuos levantamientos en África; la negativa de los guerreros etíopes a someterse a Mussolini; los negros americanos que se ofrecieron para luchar en España en la Brigada Abraham Lincoln, como Rigaud y Beauvais se habían ofrecido para luchar en América, templando sus espadas contra el enemigo en el exterior para usarlas contra el enemigo en casa – estos relámpagos anuncian el trueno. Los prejuicios raciales que ahora se interponen en el camino se doblegarán ante el tremendo impacto de la revolución proletaria.
En Flint, durante la huelga con fábrica ocupada de hace dos años, setecientos blancos sureños, empapados desde la infancia en prejuicios raciales, se encontraron asediados en el edificio de General Motors con un negro entre ellos. Cuando llegó el momento de la primera comida, el negro, sabiendo quiénes y qué eran sus compañeros, se mantuvo en un segundo plano. Inmediatamente se propuso que no hubiera discriminación racial entre los huelguistas. Setecientas manos se levantaron juntas. Ante el enemigo de clase, los hombres reconocieron que los prejuicios raciales eran una cosa subordinada que no podía perturbar su lucha. El negro fue invitado a tomar su asiento primero, y después de la victoria, en la marcha triunfal de los trabajadores, se le dio el primer lugar. Ese es el pronóstico del futuro. En África, en América, en las Antillas, a escala nacional e internacional, los millones de negros levantarán la cabeza, dejarán de estar de rodillas, se levantarán y escribirán algunos de los capítulos más masivos y brillantes de la historia del socialismo revolucionario.