Golpe de la Resistencia al nazismo
Por Mercedes Petit
Hace 70 años moría Reinhard Heydrich, uno de los principales jerarcas del Tercer Reich. El 27 de mayo había sido atacado por dos humildes campesinos, miembros del Ejército Libre de Checoeslovaquia, entrenados en Inglaterra. Las represalias fueron brutales, pero el hecho fue decisivo para alentar la lucha contra el nazismo en el momento de su máximo poderío.
A fines de septiembre de 1938, con el siniestro «pacto de Munich», las grandes potencias imperialistas condenaban al primer pueblo a ser aplastado por el nazismo: Hitler fue autorizado a dividir Checoeslovaquia. Se ponía en marcha la maquinaria bélica del Tercer Reich. Hitler, en agosto de 1939 logró también pactar con Stalin, el dictador de la URSS, con quien se dividieron Polonia. Cuando Hitler avanzó sobre el oeste polaco, el 1º de septiembre, comenzó la segunda guerra mundial.
El hombre que industrializó el genocidio
En el nazismo cumplieron un papel fundamental la Gestapo y sus fuerzas de choque, las SS, encabezadas por Himmler. Su mano derecha era Reinhard Heydrich, considerado por muchos el verdadero «cerebro» y hombre muy cercano a Hitler*.
En 1941 el frente oriental fue adquiriendo creciente importancia, luego de que en junio comenzó la invasión nazi a la URSS. El 27 de septiembre Heydrich fue nombrado «protector de las provincias de Bohemia y Moravia» en la ocupada República Checoeslovaca. Esta especie de virrey estaba obsesionado en el perfeccionamiento de las técnicas de los asesinatos masivos. Los nazis los practicaban cada vez con más frecuencia, pero aún no eran muy conocidos fuera de las regiones martirizadas.
En la localidad de Wannsee, en las afueras de Berlín, el 20 de enero de 1942 los nazis hicieron una conferencia siniestramente célebre. Allí, secundado por otro carnicero, Adolf Eichmann**, Heydrich presentó con meticulosos detalles su proyecto de «Solución Final». Ya estaba convencido de que era poco eficiente el método de fusilar en pequeños grupos a miles de personas. Según él, era lento, producía cierto malestar entre los ejecutores, siempre podía quedar alguno para contarlo, etcétera. Se decía que incluso Himmler se había desmayado en una sesión de esas. Para Heydrich, necesitaban una avanzada industrialización para eliminar once millones de judíos. Su eficiente «solución» fueron las cámaras de gas, que permitieron el asesinato rápido y masivo de cientos de miles en los campos de concentración más grandes.
La Operación Antropoide
Heydrich había perseguido implacablemente a la resistencia, debilitándola al extremo. En Londres funcionaba un gobierno checo en el exilio, encabezado por quien fuera presidente hasta la invasión en 1938, Edouard Benes. En 1941 pusieron en marcha un audaz operativo, denominado «Antropoide», buscando golpear al carnicero y fortalecer la lucha. Dos jóvenes campesinos, el eslovaco Jozef Gabcík y el checo Jan Kubis, recibieron un entrenamiento especializado en Escocia y se lanzaron en paracaídas en su patria en diciembre. Durante meses sobrevivieron a duras penas y en pésimas condiciones, con el apoyo de los pocos integrantes de la resistencia que pudieron ayudarlos.
Poco a poco fueron conociendo las costumbres y rutina cotidiana del Carnicero. Este vivía a 25 kilómetros de Praga, e iba todos los días a sus oficinas de la Gestapo en el Banco Petschek en un Mercedes Benz descapotado, manejado a gran velocidad por un eficiente chofer/ custodio. Otros paracaidistas se habían sumado, pero al mismo tiempo Heydrich lograba mantener un cerco permanente sobre los checos antinazis, exterminándolos y logrando algunas traiciones.
El 27 de mayo Gabcík y Kubis dieron el paso que los llevó a perder luego la vida y a entrar en la historia. Esperaron la llegada del coche en una curva de la carretera de acceso a la ciudad. Allí también pasaba un tranvía, que coincidió con la llegada del auto de Heydrich. Cuando éste se vio obligado a desacelerar, los jóvenes lo atacaron. La metralleta de Gabcík se atascó, Kubis tiró una granada. El chófer comenzó a dispararles. Heydrich quedó herido. Finalmente, los dos jóvenes lograron huir. El 4 de junio, el Carnicero murió, el atentado había sido exitoso.
Martirio y resistencia
Cuando decidieron integrar el comando, Gabcík y Kubis sabían que seguramente sus días también estarían contados. En forma inmediata, el mismo 27 de mayo, se puso en marcha una represión masiva, seguida al minuto desde Berlín por Himmler y Hitler, que enviaron varios médicos a Praga. Se anunció una millonaria recompensa a quien entregue a los héroes, y el fusilamiento junto con su familia de quien los ayude. Comenzó el toque de queda y la Gestapo registraba casa a casa, con detenciones preventivas, que pronto alcanzarían las 3.000 personas.
La resistencia logró que los dos jóvenes y otros cinco compañeros se refugiaran en la Iglesia Ortodoxa de San Cirilo, en la calle Resslova, en Praga, protegidos por su pope y el obispo locales. Pero el terror nazi logró un par de delaciones. Fueron 800 integrantes de las SS quienes asediaron la iglesia, con muchas bajas. Durante cinco horas fueron rechazados por los heroicos comandos, quienes, cuando acabaron con toda su munición, reservaron una última bala para cada uno de ellos.
La represión en Praga y en el pueblito de Lidice (ver recuadro), pese a su ferocidad, no logró paralizar a la resistencia, aunque en 1942 los nazis arrasaban. Sus tropas se acercaban cada vez más peligrosamente a Moscú, el Africa Corps de Rommel parecía invencible, Francia, Bélgica, Grecia y prácticamente todo el mapa europeo era negro, mientras la estrella amarilla de millones de judíos los llevaba a las cámaras de gas.
Pero el heroísmo de ese atentado, que fue el más importante contra un alto jerarca nazi de toda la guerra, anticipó que se podía derrotar al nazismo. En febrero de 1943, con la victoria de Stalingrado, comenzó el punto de inflexión hacia su inexorable caída. La lucha de los millones que enfrentaron la barbarie nazi, muchos de los cuales cayeron en ella, logró en 1945 la caída definitiva del Tercer Reich.
*Este año Seix Barral publicó la muy documentada novela HHhH, de Laurent Bidet, ganador del Premio Goncourt primera novela. El título alude a la frase de la época «Himmlers Hirn heisst Heydrich» (El cerebro de Himmler se llama Heydrich). También véase, entre otros, La segunda guerra mundial, de José Fernando Aguirre, Argos Vergara, Barcelona, 1980, Tomo III.
**En estos días se cumplen los 50 años de su ejecución. Eichmann había logrado escapar de Alemania luego de la derrota. Como otros nazis, se refugió en Argentina. Vivía con otra identidad en Gran Buenos Aires, donde trabajaba de obrero en la Mercedes Benz. Fue secuestrado por un comando del servicio secreto israelí Mossad, que lo sacó clandestinamente del país. En Israel fue juzgado y ejecutado el 31 de mayo de 1962.
Un pueblo arrasado: «¡Lidice vivirá!»
La represión nazi apelaba a los fusilamientos indiscriminados y masivos de civiles como represalia ante las acciones de la resistencia. Lidice era un pequeño pueblo minero y de obreros metalúrgicos cercano a Kladno. Fue prácticamente borrado del mapa. El 9 de junio a la mañana aparecieron diez camiones con tropas de la Gestapo. Fueron ejecutados los 172 hombres. Se detuvo a las 195 mujeres, llevadas al campo de concentración de Ravensbruk, donde buena parte murieron. Exterminaron 82 niños, y del resto nunca más se supo nada. Luego, arrasaron las casas, para nivelar el terreno con bulldozers, y se prohibió volver a mencionar el nombre de la aldea.
El 11 de junio de 1942, el periódico alemán Der Neue Tag publicó la noticia, «explicando» que los pobladores masacrados habían cooperado con el atentado.
Al ser conocida, la noticia impactó a la opinión pública. El martirio de Lidice fue una de las primeras muestras ante el mundo de la monstruosidad de Hitler y alentó el repudio y la solidaridad. Relata Binet* que en Inglaterra los mineros de Birmingham hicieron una colecta para reconstruir el pueblo, y lanzaron una consigna que empezó a recorrer el mundo: «¡Lidice vivirá!». En Estados Unidos, México, Cuba, Venezuela, Uruguay, Brasil, se pone el nombre de Lidice a plazas, barrios, incluso pueblos. Egipto y la India dan oficialmente solidaridad. Artistas e intelectuales se suman, así como periódicos, radios y la televisión. Bombas arrojadas por los aliados sobre Alemania llevan su nombre, así como los T34 soviéticos que avanzan desde el Este. Hitler y sus monstruos habían perdido al «carnicero» y también la mentira de Lidice. Finalmente, perderían todo.