Las petroleras provocaron un enfrentamiento fraticida
El 31 de julio de 1932 los ejércitos de Bolivia y Paraguay comenzaron una guerra digitada por las petroleras Standard Oil, yanqui, y la Shell, anglo-holandesa. Duró tres años, muriendo entre 90 y 150 mil combatientes, y se desangraron ambos pueblos. Nunca se encontró petróleo en esa región.
El Paraguay estaba gobernado por una elite oligárquica ligada a Inglaterra. Bolivia, por la «rosca», las tres familias que dominaban el estaño, los Patiño, Aramayo y Rotschild, ligada a Estados Unidos.
Ambos países eran de los más pobres de América Latina, con la amplísima mayoría de la población aborigen o mestiza. Bolivia había perdido su territorio sobre la costa del Pacífico en otra guerra en 1879. Paraguay fue martirizado entre 1865 y 1870 en la guerra de la Triple Alianza.
Las partes en conflicto
El gobierno boliviano atacó al Paraguay buscando una rápida victoria que le diera estabilidad política, directamente alentado por la Standard Oil. La petrolera de Rockefeller se había instalado en 1921. Había descubierto fuentes de hidrocarburos de gran rendimiento y calidad, y pretendía extenderlos a la inhóspita región del Chaco paraguayo. Pero más aún le interesaba acceder directamente a la vía fluvial para salir al Atlántico, que le daría, en caso de ganar, el instalarse sobre el río Paraguay. Otro paso hacia el sur lo tenía bloqueado por el territorio de Argentina, dominada por Inglaterra y donde operaba su rival, la Shell.
Los dos bandos imperialistas hicieron un enorme despliegue de material bélico y municiones, provocando la primera gran guerra moderna de nuestro continente, que hasta ahora no fue superada. Durante tres años se enfrentaron 250.000 soldados bolivianos y 150.000 paraguayos. La malaria y otras enfermedades, al igual que la falta de agua, diezmaron más a los ejércitos que las balas. Los números oficiales consignaban 90.000 víctimas, pero las bajas podrían ascender a 150.000.
La tropa boliviana fue encabezada al comienzo por un general alemán, contratado por la Standard Oil, que le pagó por su tarea en Nueva York antes de hacerse cargo del puesto. Luego fue sustituido por generales bolivianos por inepto, quienes demostraron la misma o mayor ineptitud.
Una voz revolucionaria contra la guerra
Exiliados bolivianos en Córdoba fundaron el Grupo Tupac Amaru, que luego en 1935 dio lugar a la fundación del POR (Partido Obrero Revolucionario), que reivindicaba la lucha de León Trotsky contra la burocracia de Stalin en la URSS y en los partidos comunistas de todo el mundo. Sus dirigentes eran Tristán Marof y José Aguirre Gainsborg. Llamaban en su declaración de principios fundacional a «[…] trabajar de inmediato, valiéndose de todos los medios, a la liquidación de la guerra, el restablecimiento de la páz, derrocando a los gobierno feudales de Bolivia y Paraguay, los cuales subordinan los intereses de sus pueblos a las ganancias de las compañías petroleras» y llamaban a «constituir el primer gobierno socialista en América del Sur».*
El fin del fraticidio
Como parte de su ubicación de semicolonia británica (ya había firmado el tratado Roca-Runciman), el gobierno argentino actuó del lado paraguayo/inglés. Fue el mediador supuestamente «neutral» el canciller Carlos Saavedra Lamas, buen representante de la oligarquía conservadora. Era bisnieto de Cornelio Saavedra y yerno del presidente Roque Sáenz Peña. En 1936 recibió el Premio Nobel de la Paz.
El 12 de junio de 1935 se firmó el armisticio. En lo económico, la guerra fue un desastre para ambos países. Años después se descubrió que no existían más yacimientos petrolíferos aparte de los que ya se habían descubierto en la precordillera boliviana del Chaco. El gobierno boliviano fue obligado a retirarse y a reconocer como paraguayo casi todos los territorios en disputa. El fin de la carnicería alivió sin suprimirlo el sufrimiento de ambos pueblos, y se siguió desarrollando un gran descontento.
En Bolivia, históricamente se sucedían los presidentes militares, con golpes de estado o «elecciones» de una pequeña elite. Con una población de 3 millones, votaban unas 60.000 personas. Durante la guerra hubo varios presidentes. Terminado el conflicto asumió el gobierno del coronel Toro, afín a Hoschild y Aramayo, sucedido por el teniente coronel Germán Busch, más ligado a Patiño. Pero ante la crisis total provocada por la guerra, Busch tuvo un giro nacionalista, ya que nacionalizó el petroleo y fundó YPB. También nacionalizó el Banco Central, decretando que este concentrara el 100% de las divisas que producía la gran minería. Poco después, la presión de la «rosca» y de los intereses de los imperialistas yanquis y británicos, lo llevaron al suicidio.
* Citado por Liborio Justo (Quebracho) en Bolivia: la revolución derrotada
Escribió Eduardo Galeano*
Comienzo
Están en guerra Bolivia y el Paraguay. Los dos pueblos más pobres de América del Sur, los que no tienen mar, los más vencidos y despojados, se aniquilan mutuamente por un pedazo de mapa. Escondidas entre los pliegues de ambas banderas, la Standard Oil Company y la Royal Dutch Shell disputan el posible petróleo del Chaco. Metidos en la guerra, paraguayos y bolivianos están obligados a odiarse en nombre de una tierra que no aman, que nadie ama: el Chaco es un desierto gris, habitado por espinas y serpientes, sin un pájaro cantor ni una huella de gente. Todo tiene sed en este mundo de espanto. Las mariposas se apiñan, desesperadas, sobre las pocas gotas de agua. Los bolivianos vienen de la heladera al horno: han sido arrancados de las cumbres de los Andes y arrojados a estos calcinados matorrales. Aquí mueren de bala, pero más mueren de sed.
Nubes de moscas y mosquitos persiguen a los soldados, que agachan la cabeza y trotando embisten a través de la maraña, a marchas forzadas, contra las líneas enemigas. De un lado y del otro, el pueblo descalzo es la carne de cañón que paga los errores de los oficiales. Los esclavos del patrón feudal y del cura rural mueren de uniforme, al servicio de la imperial angurria.
Habla uno de los soldados bolivianos que marcha hacia la muerte. No dice nada sobre la gloria, nada sobre la patria. Dice, resollando:
– Maldita sea la hora en que nací hombre.
Final
Al mediodía llega al frente la noticia. Callan los cañones. Se incorporan los soldados, muy de a poco, y van emergiendo de las trincheras. Los haraposos fantasmas, ciegos de sol, caminan a los tumbos por campos de nadie hasta que quedan frente a frente el regimiento Santa Cruz, de Bolivia, y el regimiento Toledo, del Paraguay: los restos, los jirones. Las órdenes recién recibidas prohiben hablar con quien era enemigo hasta hace un rato. Solo está permitida la venia militar; y así se saludan. Pero alguien lanza el primer alarido y ya no hay quien pare la algarabía. Los soldados rompen la formación, arrojan las gorras y las armas al aire y corren en tropel, los paraguayos hacia los bolivianos, los bolivianos hacia los paraguayos, bien abiertos los brazos, gritando, cantando, llorando, y abrazándose ruedan por la arena caliente.
* Memoria del fuego 3 (1986). Del lado paraguayo escribió sobre los sufrimientos de esa guerra Augusto Roa Bastos: Hijo de hombre (1953)
Las amenazas de Braden
Son ampliamente conocidas las andanzas de Spruille Braden, el yanqui que fue embajador en la Argentina en los años 40. El aglutinó a la coalición electoral proyanqui y conservadora (a la que se sumaron el Partido Comunista y los socialdemócratas) que fue derrotada por la formula Perón- Quijano en febrero de 1946. Pero no era un recién llegado a Sudamérica.
Según cuenta el economista e investigador del Conicet Mario Rapaport, «el propio Braden tenía fuertes intereses en la región. Estaba relacionado directamente con la creación de la Standard Oil of Bolivia, ya que parte de los territorios de la compañía fundada en 1921 pertenecían a William Braden, su padre. Algunas versiones sostienen que este último incluso había insinuado al presidente boliviano Daniel Salamanca la posibilidad de obtener armas y créditos para apoderarse militarmente del Chaco paraguayo.»
Más allá de versiones, Braden fue delegado estadounidense en las negociaciones de paz. Saavedra Lamas, canciller del presidente Agustín P. Justo, era el «delegado» de los ingleses.
Según Rapaport, en su autobiografía Braden ataca a Saavedra Lamas con «injurias, desprecios y calificativos varios –antinorteamericano, ególatra, vanidoso, ambicioso, estúpido e inepto, entre otras cosas–, incluyendo una opinión negativa acerca de la obtención del Premio Nobel». De todos modos, en la década siguiente, cuando la mayoría de los conservadores se pasaban al bando proyanqui, Braden y Saavedra Lamas quedaron del mismo lado, aunque evidentemente eso no borró los resentimientos del prepotente diplomático imperialista.
* Pagina 12, 29/4/2009