En la residencia de verano del presidente yanqui Jimmy Carter, en Camp David, el 17 de septiembre de 1978 se formaron los acuerdos egipto-israelíes. El presidente Anwar El Sadat cometió la traición histórica de reconocer a Israel, a cambio de recuperar el Sinaí y sus ricos pozos petroleros. Los palestinos y los pueblos árabes siguieron sus luchas.
En lo que es ahora el Estado de Israel, desde tiempos ancestrales vivía pacíficamente el pueblo palestino, junto a minorías judías y cristianas. Desde 1947-48, hay una espina clavada en esas tierras, porque triunfó la invasión del sionismo.
El pueblo palestino fue víctima de un genocidio, con miles de muertos y más de un millón de expulsados a los países árabes vecinos. En aquel entonces, los gobiernos de estos países árabes cerraron filas contra el invasor. Rechazaron su reconocimiento diplomático y denunciaron su ilegitimidad. Con el apoyo militar y económico de los Estados Unidos, Israel fue consolidando su dominio territorial y su papel de gendarme contrarrevolucionario en la región. En 1956 atacó a Egipto, al servicio de los intereses de ingleses y franceses, cuando el gobierno nacionalista burgués de Nasser nacionalizó el Canal de Suez.
La expansión del sionismo en 1967
El sionismo se mantuvo en constante agresión militar, arrasando aldeas y hostigando a sus vecinos árabes. Para sus ambiciones, lo logrado en el 47-48, era apenas una «cabeza de playa». Como lo proclamaba Ben- Gurión, su objetivo era expandir «el Gran Israel, del Nilo al Eufrates». En una guerra relámpago, que duró solo 6 días, en junio de 1967 invadió en forma simultánea a Siria, Jordania y Egipto. Les produjo una humillante derrota y multiplicó cuatro o cinco veces su usurpación territorial. Desde entonces, quedaron en manos israelíes las alturas del Golan en Siria (importantes en reserva de agua y posición militar), y Jerusalén Oriental y Cisjordania, pertenecientes a Jordania. A Egipto le quitó la Franja de Gaza y la península del Sinaí (ver ES Nº 69, 6/6/2007).
Tan brutal fue la agresión sionista (siempre alegando que «los atacaban los racistas árabes»), que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, en noviembre de ese mismo año, les reclamó que se retiraran de los nuevos territorios usurpados (Resolución 242).
Otra derrota para los árabes
En octubre de 1973, Egipto, en acuerdo con Siria, lanzó un ataque militar contra las tropas invasoras en Sinaí y el Golan. Los palestinos, con la OLP (Organización para la Liberación de Palestina, dirigida por Arafat) impulsaron una huelga general dentro del enclave. Repuesto rápidamente de su sorpresa, el ejército israelí, sostenido por un gigantesco operativo de abastecimiento proporcionado por Estados Unidos, derrotó nuevamente a los árabes. Sin embargo, al calor de la lucha permanente del pueblo palestino y el ascenso de las masas árabes, a Israel se le fueron complicando sus objetivos de expansión.
La traición de Anwar El Sadat
El presidente Nasser falleció en 1970, y lo sucedió otro militar, Sadat. Luego del fracaso militar, a fines de 1973, el presidente egipcio abrió negociaciones con Israel, apadrinados por Estados Unidos y la Unión Soviética. El enlace era Henry Kissinger, y estaba totalmente excluida la OLP, calificada como «organización terrorista», a pesar de ser la legítima representación nacional del pueblo palestino. En 1977, Sadat dio un paso decisivo hacia el reconocimiento de los invasores: viajó a Jerusalén «en misión de paz». Los países árabes vecinos lo calificaron de traidor. Por su parte, poco después Israel, llevado por su inexorable militarismo, invadió el sur del Líbano, poblado por los exiliados. La resistencia palestina siguió manteniendo la inestabilidad de toda la región.
En ese marco, el 17 de septiembre de 1978 se consumó la traición. En la residencia de verano del presidente Carter, en Camp David, Menajem Begin, del partido de gobierno israelí Likud, y Sadat, presidente egipcio, firmaron los acuerdos. Egipto fue el primer país árabe que aceptó el reconocimiento oficial del Estado de Israel. Este, por su parte, tuvo que devolver el Sinaí. Este «tratado de paz» por separado le significó a Sadat recuperar sus ricos pozos petroleros y una millonaria ayuda anual por parte de los Estados Unidos, con la cual modernizará su ejército. Los palestinos rechazaron la oferta miserable de una cierta autonomía, manteniendo la lucha por el legítimo retorno a sus tierras. La Liga Arabe repudió el acuerdo y Egipto quedó aislado.
Los pueblos contra los gobiernos proimperialistas
Los acuerdos de Camp David fueron un éxito relativo del imperialismo yanqui y su gendarme contrarrevolucionario Israel. Por primera vez habían logrado fracturar al mundo árabe y que el país más grande reconociera la «legitimidad» de los invasores. La conducción de la OLP lentamente comenzó el abandono de su consigna tradicional, «por una Palestina laica, democrática y no racista». Pero el ascenso del mundo árabe abría nuevos capítulos. En 1979, las masas iraníes derrocaron a la monarquía del Sha, dando un importante golpe al dominio imperialista en la región.
El propio Sadat poco pudo «disfrutar» de los dólares y su traición. En octubre de 1981 fue ajusticiado por un comando de integristas islámicos en medio de un desfile militar que era trasmitido en directo por la televisión (ver recuadro). Su sucesor Hosni Mubarak mantuvo la capitulación al imperialismo y a Israel. Pero en 2011 fue derrocado por la revolución de la «primavera árabe». Actualmente, aunque no han sido anulados formalmente los acuerdos de 1978, la mayoría del pueblo egipcio ha manifestado su solidaridad con los palestinos, que siguen su lucha, y su repudio a Israel, que debió cerrar su embajada en El Cairo. Israel, por su parte, está cada vez más en crisis y aislado en la región y en el mundo.
El asesinato de Sadat: «No lo lloran los pueblos árabes, a los que traicionó uniéndose a Israel y el imperialismo»
Así era el título del artículo del periódico del PST en la clandestinidad, Opción Nº 33, de noviembre 1981. Reproducimos partes:
[…] «dime quiénes fueron a tu entierro y te diré quién has sido». Porque la presencia de los tres últimos presidentes yanquis en los funerales, no fue casualidad: Nixon, Ford y Carter estuvieron allí para expresar que los Estados Unidos están de acuerdo totalmente con la política que siguió Sadat en relación a todo el conflicto de Medio Oriente. […]
El asesinato de Sadat está relacionado con la revolución de los pueblos árabes, que tiene una larga historia. Todos ellos estuvieron dominados, hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial por el imperialismo inglés y el francés. Dentro de esa situación el pueblo palestino, que era mayoritario, convivía con otro pueblo, el judío, en el territorio que hoy ocupa Israel. Pero en 1948, las grandes potencias mundiales separaron a las dos comunidades, dividiendo el país. Los palestinos se resistieron a esa mutilación, pero fueron vencidos y expulsados de su tierra. Desde entonces, nunca han cesado de luchar por recuperar su país y volver a constituirse como nación.
[…] Israel, armada hasta los dientes y asistida por el imperialismo yanqui, hoy se ha convertido en un verdadero «policía» en Medio Oriente, cuya tarea principal es frenar precisamente el proceso revolucionario árabe, encabezado por los palestinos y las masas iraníes.
Aquí encontramos a Sadat: éste, en lugar de apoyar esa causa revolucionaria, terminó poniéndose del lado de Estados Unidos. No sólo le dio asilo al Sha de Irán cuando el pueblo de ese país exigía su extradición y la devolución de su fortuna, sino que también firmó con Israel los «acuerdos de paz» de Camp David, que significan el abandono de los palestinos.
Camp David, verdadera traición a los pueblos árabes, aisló a Sadat de todos ellos, incluido el de su propio país. […] No hizo nada para que Egipto saliera de la crisis y del estancamiento. Por esa razón, no tuvo más remedio que «venderle» los destinos de su país al imperialismo. Egipto sigue siendo hoy uno de los países más atrasados del mundo. […]
Esta situación es la que explica el asesinato de Sadat. No es la violencia gratuita de cuatro «locos», sino la violencia de todo un pueblo provocada por la política imperialista a lo largo de décadas, lo que ha creado las condiciones para acciones terroristas como la que terminó con la vida de este agente yanqui.
La «Hermandad Musulmana» se adjudica la responsabilidad directa del asesinato. Detrás de ella hay un movimiento religiosopolítico de carácter contradictorio, pero que ha logrado un relativo apoyo de masas.
Nosotros no coincidimos con este movimiento ni con sus métodos, pero estamos de acuerdo, eso sí, con esas masas que buscan una salida revolucionaria, aunque todavía no tengan el partido o la organización que necesitan. Sadat se unió a las fuerzas que quieren aplastarlas, por eso nosotros no lo lloramos. Tampoco lo lloran los pueblos árabes.