En febrero de 1943 los nazis se rindieron ante los soviéticos
Por Mercedes Petit • mpetit@izquierdasocialista.org.ar
Stalingrado (luego Volgogrado) está situada en el sur de la ex URSS donde comienza el cáucaso. Hasta allí habían llegado los nazis. La batalla de Stalingrado cambiò el curso de la Segunda Guerra Mundial y marcó el comienzo del fin del poderío de Hitler.
En 1925 la contrarrevolución política se había instalado en la URSS. Comenzaba el «culto a la personalidad» hacia el jefe del aparato burocrático, José Stalin. La ciudad de Tsaritsin, donde el caucásico Stalin había sido comisario político durante unos meses en la Guerra Civil, fue rebautizada Stalingrado. Menos de 20 años después era una importante ciudad industrial, con alrededor de 600.000 habitantes. Se producían motores para autos y tractores, cañones y municiones, derivados de petróleo y productos químicos. Había aserraderos y silos cerealeros, un nudo ferroviario que enlazaba Moscú con la región sur, y un activo puerto fluvial sobre el Volga.
La Operación Barbarroja
Uno de los más grandes objetivos estratégicos del nazismo era aplastar a la Unión Soviética. León Trotsky lo denunciaba desde su exilio, y también la Cuarta Internacional fundada en 1938. El dictador Stalin sostenía lo contrario. En agosto de 1939 firmó un «pacto de no agresión» con Hitler, facilitándole la invasión a Polonia y el inicio de la guerra.
Como parte de las purgas y asesinatos contra todo vestigio de oposición o «trotskismo», Stalin había decapitado al alto mando del Ejército Rojo. Y sistemáticamente rechazaba los informes de sus espías que, desde Japón y Alemania, venían informando sobre los preparativos de invasión nazi a la URSS.
El 22 de junio de 1941 sucedió lo previsible. Comenzó la Operación Barbarroja: un colosal despliegue de tropas terrestres y la aviación cruzaron las fronteras, penetrando en la desprevenida Unión Soviética como cuchillo caliente en manteca. Para diciembre, habían sido ocupadas Lituania, Bielorrusia y Ucrania. Unos 1.500 aviones fueron destruidos en tierra, y miles de tanques. Más de dos millones de soldados cayeron prisioneros. En el norte, la ciudad de Leningrado (desde 1991 nuevamente San Petersburgo) sufrió un espantoso sitio, con cientos de miles de muertos de hambre, que duró hasta enero de 1944. Los nazis llegaron hasta los alrededores de Moscú, aunque desde diciembre de 1941 lograron frenarlos.
Pasada la sorpresa inicial, la Unión Soviética lograba poner de pie al Ejército Rojo y a la heroica resistencia del pueblo soviético. Había comenzado la «gran guerra patria». Por supuesto, Stalin se autotituló el jefe de la defensa. Al mismo tiempo, luego del desastre inicial, se ponían al frente del ejército generales soviéticos muy capacitados, como Zukhov (responsable principal de la defensa de Moscú), Rokossovski o Chuikov, entre otros.
La batalla de Stalingrado
En diciembre de 1941, Hitler, descontento con el resultado de la primera ofensiva, tomó personalmente el control del Alto Mando. La URSS era un hueso mucho más duro de roer que lo previsto. A mediados de 1942 se puso en marcha un nuevo operativo que, buscando mantenerse en lo ya logrado, permitiera avanzar a los nazis hacia la estepa cerealera y los pozos de petróleo del Cáucaso. El comienzo, una vez más, fue auspicioso para los invasores.
En febrero de 1943 los nazis se rindieron ante los soviéticos Sobre Stalingrado se lanzaron el 6º Ejército del mariscal Von Paulus, el 4º Panzer de Hoth, dos ejércitos rumanos y uno italiano. La Luftwaffe (aviación alemana) redujo a escombros los barrios de la ciudad situados en la ribera oriental del Volga. La rendición pareció inminente. No fue así. Las tropas de Chuikov caían o eran tomados prisioneros mientras peleaban obstinadamente entre las ruinas. Al mismo tiempo, desde el río Don al oeste, el general Rokossovki pudo rodear a las tropas alemanas. El 23 de noviembre de 1942 los soviéticos lograron rodear a los invasores, sitiando al 6º Ejército de Paulus y un gran contingente de los panzer. Comenzó lo que algunos llamaron «la mayor picadora de carne de la historia». Entre el hambre, los refugios en sótanos y cloacas, y los francotiradores, se pelearía manzana por manzana durante más de dos meses.
El terror que implementó Stalin en la URSS desde la década del 30 se vivía dentro del Ejército Rojo. El historiador británico Beevor* afirma que durante la batalla hubo más de 13.000 ejecuciones sumarias y judiciales, por intentos de deserción o heridas autoinflingidas. Muchas de esas víctimas eran trabajadores reclutados en los grandes centros fabriles, que a menudo eran fusilados ante docenas de compañeros de división. Los suicidios eran definidos como «actos de cobardía».** Los sufrimientos de la población civil fueron pavorosos.
La victoria y la «gloria» para Stalin
En enero de 1943 la resistencia alemana se iba derrumbando. El 8, el general Rokossovski emplazó a la rendición a Paulus, cuyos soldados en servicio recibían una ración diaria de pan de 200 gramos. Pero Hitler seguía rechazando la capitulación. Según él, las tropas acorraladas harían «una contribución inevitable a la salvación del mundo occidental».
Para fines de mes comenzaron a aparecer banderas blancas en las trincheras alemanas, sin autorización de sus superiores. Algunos se pegaban un tiro luego de escribir una nota de amor al Fuhrer. El 31 de enero finalmente se rindió Paulus. Fue tomado prisionero junto con 90.000 soldados, los que habían quedado de los 360.000 del comienzo. El 2 de febrero se firmó la capitulación total. La tremenda derrota marcó el inicio de la retirada del sur de la Unión Soviética, y finalmente de todo el frente oriental.
La victoria soviética en Stalingrado cambió el curso de la guerra. Fue el comienzo del fin del nazismo. La sufrida población de la URSS, en primer lugar los soldados enrolados en el Ejército Rojo, que había seguido día a día los acontecimientos en el Volga, levantó su moral de manera indescriptible.
El dictador Stalin, por su parte, pudo reacomodar su papel luego del desastre provocado en 1941 por su conducción contrarrevolucionaria y burocrática. Se autoadjudicó la «gloria» por el triunfo y fue nombrado «mariscal» (como en su momento Napoleón…). Los auténticos protagonistas, los generales al mando, la tropa y la población que resistieron con sufrimientos desgarradores, pasaban a segundo plano. Se reescribió la historia fresca de los desastres de 1939-41:
¡¡eran parte del «plan genial de Stalin» para aplastar a los alemanes!!
La victoria de Stalingrado devolvió a los pueblos ocupados la esperanza de que se podía derrotar a los nazis. La resistencia se fortaleció en todas partes. El arrollador avance del Ejército Rojo no paró hasta que finalmente liberó Berlín en mayo de 1944.
Desde la liberación, una de las estaciones del subte de París se llama Stalingrado. El «padrecito» tuvo otra suerte. En 1956, vino la llamada «desestalinización». En 1961, su sucesor Nikita Kruschev (quien había sido comisario político durante la batalla de Stalingrado) le cambió el nombre a la ciudad heroica. Desde entonces, se llama Volgogrado.
* Stalingrado, Editorial Crítica, Barcelona, 2000. Anthony Beevor es autor de numerosas obras sobre las grandes batallas de la segunda guerra, y también una de la guerra civil española.
** La película «Enemigo al acecho» muestra la brutalidad de los oficiales soviéticos, que asesinaban a mansalva a quien dudara en el avance, pero también el heroísmo de militares y civiles que permitió la victoria