Escribe: Miguel Lamas (mlamas@izquiedasocialista.org.ar)
La visita del Papa Francisco I a Brasil – planificada por el Papa anterior, Benedicto XVI, antes de su renuncia – adquirió una nueva dimensión política después de las gigantescas movilizaciones de millones de personas en junio y el «día de lucha» nacional de los trabajadores del 11 de julio.
Estas grandes movilizaciones, protagonizadas mayoritariamente por jóvenes, originadas en una protesta contra el aumento de los pasajes de colectivos, lograron un primer triunfo imponiendo la anulación del aumento del transporte, y evolucionaron rápidamente a exigir salud, educación y trabajo, mostrando que el «milagro» brasileño bajo el gobierno del PT benefició principalmente a las transnacionales, los bancos y el agronegocio terrateniente, pero no a los trabajadores y el pueblo.
Como hecho extraordinario para Brasil, los manifestantes cuestionaron fuertemente los gastos de miles de millones de dólares para hacer estadios para el mundial. Las «jornadas de junio» cambiaron bruscamente la realidad política brasileña. La presidente Dilma Rousseff, que tenía una aprobación popular del 58% antes de las protestas, bajó al 30%. Los manifestantes están exigiendo la renuncia de varios gobernadores, como es el caso de Sergio Cabral del Estado de Río de Janeiro, adonde se han producido las manifestaciones más grandes y adonde llegará el Papa.
El pasado 11 de julio se produjo el otro hecho de enorme importancia, que fue la unidad de las 8 centrales sindicales en una jornada de lucha nacional, en la que millones de trabajadores mostraron la voluntad de lucha por sus demandas, pese al freno de las direcciones sindicales gobiernistas (especialmente de la CUT) que se niegan a organizar una huelga general.
La visita papal y la Iglesia en Brasil
El Papa visitará durante 7 días Brasil, adonde preside, en Rio de Janeiro, la Jornada Mundial de la Juventud (la Iglesia anuncia 2 millones de asistentes).
La Iglesia Católica brasileña siempre tuvo una importante influencia política. En Brasil fue muy fuerte la «teología de la liberación», originada en la década del sesenta, que movilizó a miles de curas y monjas a organizar las Comunidades Cristianas de Base que llegaron a tener millones de participantes y tuvieron fuerte influencia en el masivo Movimiento Sin Tierra (campesinos) y también en el surgimiento del Partido de los Trabajadores. Se basaba en el llamado «compromiso con los pobres». Los sacerdotes fray Betto y fray Leandro Boff, tuvieron una influencia decisiva en la fundación en 1979 del Partido de los Trabajadores, encabezado por el ferviente católico Lula.
Más allá de las intenciones y honestos esfuerzos de miles de militantes católicos de la teología de la liberación, que lucharon por mejorar la vida de los pobres, impulsaron su movilización de lucha – en muchos casos fueron reprimidos, apresados y torturados por eso – la cúpula de la Iglesia orientó ese movimiento a impedir un desarrollo revolucionario y al curso de colaboración de clases del Partido de los Trabajadores con el capitalismo, que terminó, en el poder, aliándose a las transnacionales, bancos y agronegocios y el propio Movimiento Sin Tierra que se convirtió en un sostén del gobierno del PT y abandonando en gran medida su histórica lucha agraria. La Iglesia Católica, como institución mundial, está aliada desde el Imperio Romano a los ricos y explotadores y no a los pobres. Juan Pablo II y especialmente Ratzinger, Benedicto XVI, persiguieron a los teólogos de la liberación. A Leandro Boff llegaron a castigarlo con un año de silencio.
Ahora Francisco I viene a «reconciliase» con la teología de la liberación, para apuntalar la influencia de la Iglesia Católica (que desde 1970 bajó del 90% de fieles al 57% actual) y, una vez más, a intentar frenar la rebeldía de millones de jóvenes y del pueblo en Brasil. Por un lado habló de que no se atienden los problemas de los jóvenes, como la falta de trabajo y dijo que había que «alimentar la llama del amor fraterno». Pero no habló de los responsables capitalistas, gobiernos como el de Rousseff, transnacionales y banqueros, culpables directos de la exclusión (¿habrá que amarlos y convencerlos de que «amen» a los pobres?). Por eso Dilma Rousseff pudo saludar, al lado del Papa, su discurso, proponiendo una «alianza entre el gobierno y la Iglesia para combatir la pobreza».
Preparar la huelga general
Más allá de la confusión que puede provocar el Papa y la Iglesia, dado que tienen prestigio en sectores de la población, la gente, la juventud, los trabajadores han salido masivamente a las calles y comprobaron que pueden imponer demandas (como fue la anulación de aumento de pasajes) con la lucha (y no con el «amor» a los explotadores) y que el gobierno de Rousseff es el primer responsable de la situación de los jóvenes y el pueblo. Como lo dice el periódico Combate Socialista de la CST del PSOL: «Las centrales hablan de una nueva jornada de lucha el 30 de agosto, aunque sin hacer asambleas y discutir con las bases. Es necesario preparar una verdadera huelga general, con asambleas de base democráticas, que debatan el programa de lucha, que tiene que tener como centro enfrentar y derrotar al gobierno de Dilma Rosseff, su política económica y su pacto de ajuste fiscal. Esa será la única forma de conquistar pasaje libre, salud y educación de calidad, salarios de acuerdo con inflación, la prisión delos corruptos… unificando la juventud con la clase trabajadora»