Por José Castillo, en Correspondencia N° 37. Octubre 2015
China está sufriendo, por primera vez desde su restauración capitalista, una crisis económica en toda la línea. El impacto ya está provocando un ajuste que se agudizará en los próximos meses, con sus consecuencias de recesión, desempleo e incrementos de la pobreza.
Hace varios años que China no abandona los titulares de los grandes medios del mundo. Hasta hace unos meses prevalecían los comentarios sobre el devenir chino como «superpotencia». Había economistas que veían a China como la «tabla de salvación» para la crisis económica mundial capitalista. Pero, repentinamente, todo cambió: las malas noticias empezaron a acumularse. Primero fue la brutal y repentina caída de las bolsas de valores de Shangai y Shenzen. Luego le siguió la sorpresiva devaluación del yuan-renminbi y una nueva caída de las bolsas chinas. Al mismo tiempo, empezaron a acumularse reportes económicos con señales de un crecimiento económico menor al esperado y datos de fuertes retrocesos en las exportaciones, reservas y producción industrial. ¿Qué estaba pasando?
Las interpretaciones de los economistas y teóricos políticos burgueses, en general, tienden a dividirse en dos. Están los que sostienen, como Martin Wolf, editorialista de Financial Times, o Kenneth Rogoff, uno de los grandes predictores de la crisis mundial de 2007, que lo que se está produciendo en China no es otra cosa que un «ajuste», fruto del cambio de paradigma en una economía que, después de crecer a tasas de dos dígitos durante la década del 90 en base a exportaciones, ahora debe volcarse al mercado interno y el consumo. Otros economistas, como Paul Krugman, sostienen que lo sucedido en los últimos meses en China es consecuencia de la «incapacidad técnica» para comprender cómo funciona una economía de mercado por parte de los burócratas del PCCh («Los emperadores desnudos de China», 9/8/2015, y «China y sus políticas zigzagueantes», ambas en Ieco, Clarín, Argentina, 16/8/2015).
Los efectos de la restauración capitalista
China no es ni «causa» ni «consecuencia» de la crisis mundial. Lo que está sucediendo no es por culpa de un «mal manejo técnico», ni por un «cambio de paradigma para el desarrollo». La respuesta es mucho más simple: en China se ha completado el proceso de restauración capitalista, y así como su inserción internacional en la división internacional del capitalismo-imperialista le permitió en su momento crecer a tasas de dos dígitos -a costa de la superexplotación de sus trabajadores- ahora, el propio sistema capitalista-imperialista «le pasa la factura», haciéndola parte de la crisis mundial.
Es que China basó todo su proceso de restauración capitalista, desde las primeras medidas «liberalizadoras del mercado» de Deng Tsiao Peng en 1978 y especialmente, a partir de la sangrienta represión de Tiananmen de 1989, en garantizarle a las transnacionales la mayor tasa de ganancia en las ramas productivas con el menor costo salarial del mundo, las jornadas laborales más extensas y sin ninguna defensa sindical para los trabajadores. Las luchas de la clase obrera de los últimos años han ido modificando parcialmente todo esto (ver «El crecimiento de las luchas obreras y populares»). Antes, China tenía salarios de 60 y 70 dólares por mes. Hoy el promedio salarial es de 371 dólares y el salario medio chino es más alto que el de Vietnam, Filipinas, Indonesia o Tailandia. (Oficina Nacional de Estadísticas de China, publicados por Daniel Méndez en Zaichina, 28/1/2014). Muchas plantas se han mudado a estos países. Como contrapartida, creció el capital ficticio, generándose una enorme burbuja especulativa inmobiliaria y en los mercados bursátiles.
Así, la caída de las bolsas de Shangai y Shenzen (que se hundieron un 40%) estuvo precedida desde mediados de 2014 por alzas especulativas del 150%. Lo mismo la devaluación del yuan de un 4%, producto de una revaluación de la misma moneda del 25% en la última década. Mientras se daba la «fiesta especulativa china», pocos eran los que observaban que la industria manufacturera llevaba seis meses de caída y ya estaba en los niveles de 2009, que las exportaciones bajaban y que incluso era difícil que se llegara al crecimiento proyectado del 7% anual.
Lo que se viene y cómo enfrentarlo
Los próximos meses veremos las recetas conocidas: ajuste, para que sean los trabajadores los que paguen la crisis, buscando salvar lo más posible las ganancias capitalistas. La propia devaluación ya lo es, pero se trata sólo del comienzo. Así, en el rubro manufacturero, Volkswagen y otras grandes automotrices comenzaron a reducir la producción, los salarios y los costos. La demanda de autos en China caería en 2015, por primera vez desde 1990 (Reuters, citado por Ámbito Financiero, Argentina, 16/9/2015). Lo mismo sucederá en los próximos meses en el resto de los rubros. Mientras tanto, las recetas del gobierno serán abrirse aún más al mercado financiero mundial. Se permitirá que bancos centrales de otros países realicen operaciones interbancarias de divisas y otros instrumentos especulativos en el interior del propio país (Reuters, citado por Ámbito Financiero, Argentina, 15/9/2015). A la vez, el gobierno chino promete avanzar en su plan de privatizaciones (Wall Street Journal, 8/9/2015, y El País, 15/9/2015), permitiendo la propiedad mixta sobre 155.000 empresas públicas, entre ellas las 110 de la Comisión para la Supervisión de Activos Estatales, consideradas estratégicas (banca, petróleo, telecomunicaciones y acero).
¿Cuál es la salida para los trabajadores y el pueblo chino?
La crisis está terminando de desnudar que China no es la superpotencia desarrollada que nos venden los multimedios, ni mucho menos un país «socialista», como afirma el castro-chavismo. Es, por el contrario, un país donde se ha restaurado el capitalismo, regido por una dictadura sangrienta, la del Partido Comunista de China (PCCh), que gobierna en alianza con las multinacionales, explotando a centenares de millones de obreros y campesinos.
Por eso, el principal desafío para las masas chinas es tirar abajo su dictadura. En ese marco los socialistas revolucionarios nos pronunciamos por el pleno respeto del derecho a huelga y a formar libremente organizaciones sindicales (obreras, campesinas y estudiantiles). Por terminar con la superexplotación, aumentando los salarios y respetando las 8 horas de trabajo. Contra la quita de la tierra y la expulsión de los campesinos de sus propiedades, Por la reestatización bajo control de sus trabajadores de todas las empresas privatizadas. Por el restablecimiento de los programas sociales y su garantía para toda la población. Por la libertad de los dirigentes sindicales y los disidentes políticos en prisión y por la legalidad a todos los partidos políticos.
Solidarizándonos y apoyando toda forma de resistencia contra la dictadura capitalista china, desde la UIT-CI planteamos que es necesaria una nueva revolución socialista, que retome las banderas de 1949, instaurando un nuevo gobierno obrero y campesino.
El crecimiento de las luchas obreras y populares en China
José Castillo
En 1989, la masacre de Tiananmen abrió un largo período de derrota para la clase obrera China. Hubo que esperar hasta 1999 para que aparecieran los primeros esbozos de resistencia obrera y popular. En 2000-2001 se registraron las primeras protestas campesinas con fuertes enfrentamientos con la policía (se calcula que hubo más de 4.000 heridos y algunos muertos entre campesinos y policías). En el año 2002 surgió la lucha de los jubilados.
El primer «salto cualitativo» en el crecimiento de las luchas ocurrió en 2004. Fueron protestas obreras contra los bajos salarios y por la falta de pago, los despidos masivos, las horribles condiciones de trabajo, la carestía en las tiendas de venta de productos de la propia empresa o los alojamientos. Se calcula que para ese año cuatro millones de personas se vieron involucradas en un total de 74.900 conflictos obreros (datos del Ministerio de Seguridad Público de China, citados en LJS, México, 6/3/2006). 2004 también fue el año del crecimiento de las luchas campesinas: 90.000 personas se enfrentaron con la policía en Sichuan, protestando por las bajas indemnizaciones recibidas por la pérdida de sus casas expropiadas para construir una represa hidroeléctrica. En 2005 el gobierno chino, preocupado por la continuidad de estas luchas, produjo un primer cambio: pagó subsidios directos a los productores del campo para amortiguar las luchas. Pero no logró frenar la continuidad de la agitación rural. Cuando llegó la crisis mundial de 2008, 20 millones de trabajadores perdieron sus puestos de trabajo y nuevamente se dio una oleada de luchas, fundamentalmente exigiendo el cumplimento de los pagos de indemnizaciones o salarios. Según analiza Eli Friedman, especialista en el seguimiento de conflictos obreros en China, hasta esos años la mayoría de las luchas tenían un carácter defensivo: comenzaban ante despidos, aumentos de la superexplotación o atrasos en el pago de salarios. (Ieco, Clarín, Argentina, 6/9/2015).
Esto cambió radicalmente a partir de 2010. Comenzó lo que, siguiendo la terminología de Eli Friedman, fueron las «luchas ofensivas» centradas en aumentos de salarios. Empezó con la enorme huelga de 1.800 trabajadores de Honda, en la estratégica provincia de Guangdong. Se obtuvo un 25% de aumento, pero tuvo como particularidad que los obreros exigieron, y lograron, el derecho a elegir directamente a los dirigentes de su sindicato. Este conflicto detonó una serie de huelgas y manifestaciones en cadena. Siguieron otras plantas automotrices y luego se extendió a todos los rubros. La ola de conflictos continuó en 2011, con más huelgas en Guangdong provocadas porque, ante el menor crecimiento económico, muchas empresas intentaban reducir personal y a la vez aumentar los ritmos de producción. El gobierno no tuvo más remedio que ceder a sus demandas. Así fue cómo los salarios chinos, sobre todo en esa provincia y en todas las zonas industriales del Sur y Sudeste, comenzaron a subir. La justificación de la dictadura del PCCh fue que se trató de una «decisión para volcarse al fortalecimiento del mercado interno», ante la baja de los mercados mundiales producto de la crisis mundial. Puras excusas: los aumentos salariales siguieron, nunca precedieron, a la ola de luchas. Como muchas empresas comenzaron a trasladar los procesos más intensivos en mano de obra a otros países del sudeste asiático que ahora resultaban con salarios más bajos (Vietnam, Filipinas, Camboya). A la vez, la propia dictadura comenzó a fomentar la instalación de industrias en nuevas zonas del país, con obreros «nuevos», no «contaminados» por la ola de luchas y la nueva sindicalización y con salarios hasta dos veces menores que en las regiones de la costa.
El último salto ocurrió a partir de 2014. Hubo 1378 conflictos, el doble que en 2013 y 56 veces más que en 2007 (datos ONG China Labour Bulletin, citados en Ieco, Clarín, Argentina, 6/9/2015). Un caso emblemático fue la huelga de doce días de 70.000 obreros del Grupo taiwanés Yue Yen, la empresa más grande del mundo en fabricación de calzado deportivo, que produce para Adidas, Nike, Reebok, Puma yTimberland, entre otras. A ello se le sumó la de Wintek Corp que fabrica las pantallas táctiles del IPhone 6 y, a posteriori, la de los 10.000 trabajadores de Wuyang Steel & Iron Coque, entre muchas otras.
El gigante chino se despierta. La clase obrera más grande del mundo se ha desperezado y parece haberse sacado de encima las últimas rémoras de su derrota en 1989. Desde 2010, a la vanguardia de estas luchas están los obreros migrantes, que vienen del interior del país (ver «los sin Hukou»). Empiezan a ponerse a tono con sus hermanos de clase del mundo, que nunca pararon de luchar contra los intentos que, desde hace más de tres décadas, buscan que la crisis crónica de la economía mundial se descargue sobre sus espaldas. Los obreros chinos tienen mucho, muchísimo, para aportar en esta pulseada mundial.
Los millonarios capitalistas chinos
China es el segundo país del mundo con más multimillonarios. En el selecto grupo de aquellos con fortunas superiores a los mil millones de dólares hay 430 capitalistas chinos, sólo superados por Estados Unidos, con 537 (www.forbes.com y (www.hurun.net).
En la lista, que se mueve año a año, se destacan Wan Jian Lee, dueño de Dalian Wanda Group, un emporio comercial que controla más de 200 shoppings y hoteles de lujo. Otro personaje es Jack Ma, el dueño del portal de compras de internet Alibaba, uno de las firmas de mayor capitalización bursátil del mundo. También merecen ser mencionados Robin Lee, propietario del principal buscador chino de internet, Baidu. Y Zhou Qunfei, dueña de Lens Technology, fábrica de cristal para celulares y tablets de Apple y Samsung, que compite el privilegio de ser «la mujer más rica de China» con Wu Yajun, propietaria de la empresa constructora e inmobiliaria Longfor Properties. Otro que pisa fuerte es Liang Wengen, presidente de Sany Heavy Industry, gigante de maquinaria de construcción como excavadoras y grúas, uno de los empresarios que acompañó al vicepresidente Xi Jinping durante su reciente visita a Estados Unidos y candidato a ocupar uno de los 250 escaños en el Comité Central del Partido Comunista chino.
La lista sigue, y sufre fuertes fluctuaciones mes a mes, al calor de las maniobras especulativas en las bolsas de Shangai y Shenzen y también de las innumerables fusiones y adquisiciones que hacen estos capitalistas chinos por todo el mundo. Sin lugar a dudas, ellos son los grandes ganadores de la restauración capitalista china.