El “caudillo de España por la gracia de dios” murió el 20 de noviembre de 1975. Fue uno de los dictadores más sanguinarios y odiados del siglo pasado. Dejó como legado el retorno de la monarquía, con el acuerdo de la burguesía y los dirigentes socialistas y comunistas.
Escribe:Mercedes Petit
Durante los años 20, los pueblos del estado español vivían en medio de la penuria y el atraso, subyugados por la realeza borbónica, la nobleza, una burguesía ultrareaccionaria, la oscurantista y poderosa iglesia católica y la dictadura militar del general Primo de Rivera. Una vez caída la dictadura, en plena crisis política, el gobierno convocó elecciones municipales que, en las grandes ciudades ganaron las listas republicanas, lo que provocó la abdicación del rey Alfonso XIII y la proclamación de la República el 14 de abril de 1931. La contrarrevolución fascista, dirigida por Franco desde el 19 de julio de 1936, vence a La República en 1939.
La derrota de la revolución
Los trabajadores y los campesinos del estado español se movilizaron y lucharon con una increíble abnegación para enfrentar al fascismo. Se expropiaron fábricas y latifundios con una gran eficacia tanto en la gestión productiva para ayudar al frente como para alimentar al pueblo. Pero el precio de la lucha fue muy alto: más de 500.000 personas perecieron, en el frente y en la represión en la retaguardia. En esa cruenta guerra civil, el lado republicano era encabezado por la “sombra de la burguesía”, como decía Trotsky, y por los dirigentes del partido socialista y el anarquismo, quienes pretendieron enchalecar aquella revolución obrera y campesina y devolver la propiedad privada a sus dueños.
A estos se fue sumando el siniestro partido comunista, muy minoritario al inicio del conflicto. De la mano del dictador Stalin, se fue fortaleciendo gracias a la entrega a cuenta gotas de armas y el prestigio de la Unión Soviética entre los trabajadores en lucha. La causa española fue apoyada con entusiasmo en muchos países. Luchadores democráticos y trabajadores formaron las legendarias brigadas internacionales.
Pero el aparato del partido comunista pudo controlar y frenar cada vez más el esfuerzo militar. Así, pudo aplastar la revolución en Catalunya, y en particular, en Barcelona en marzo de 1937, detiendo o fusilando a los obreros que habían participado en ella. Los trotskistas y los militantes y dirigentes del POUM fueron perseguidos con saña por los agentes estalinistas. Andreu Nin, dirigente del POUM fue detenido por la policía stalinista y su cuerpo nunca apareció. Se cree que murió a causa de las torturas por negarse a firmar un documento en el que se declaraba agente de Franco.
La “noche negra” comenzó en España
El heroísmo de los trabajadores y campesinos republicanos, socialistas, anarquistas y comunistas no alcanzó para aplastar a la bestia fascista. El bando de Franco, muy minoritario al comienzo del levantamiento, fue ganando terreno no solo por las políticas nefastas de la alianza republicana sino por el apoyo directo de la maquinaria bélica del nazismo alemán y en menor medida del fascismo italiano. Podemos recordar como símbolo de esta unidad contrarrevolucionaria el bombardeo por parte de la Legión Cóndor, enviada por Hitler, del pueblo vasco de Guernica (ver El Socialista No 64, 25/4/2007) y el de la aviación italiana en Catalunya y particularmente en Barcelona. Mientras tanto, potencias imperialistas que se auto-proclamaban “democráticas” como Gran Bretaña o Francia (con un gobierno socialdemócrata) se abstenían de ayudar, manteniendo la “neutralidad”. Triunfó el fascismo franquista, que empalmó desde 1939 con la segunda guerra mundial: el avance arrollador de los ejércitos nazis, ocupantes de casi toda Europa y que en 1941 invadieron la Unión Soviética.
Casi cuarenta años de dictadura de Franco
Después de cuatro años de guerra, el nazismo de Hitler fue aplastado. Se produjo un enorme triunfo democrático, uno de cuyos protagonistas principales fueron el pueblo soviético y el Ejército Rojo. La excepción fue la península ibérica, donde se mantuvieron las dictaduras de Franco y la de Caetano-Salazar en Portugal.
La represión de aquellas décadas fue tremenda. Las nacionalidades vasca y catalana fueron especialmente castigadas. La mayor parte del pueblo del estado español quedó sumergido en las penurias. Comenzó un largo exilio para 440.000 perseguidos. Los dos países que fueron el centro de recepción de quienes debían emigrar para salvar su vida o simplemente huían del hambre fueron México y Argentina.
Pero desde los años sesenta empieza el ascenso de las luchas obreras y populares en España. Aunque la huelga estaba prohibida las movilizaciones obreras comenzaron a jaquear al régimen y las empresas empezaron a negociar con las ilegales CC.OO. La clase media, que había sido importante sostén del dictador, comenzó a participar activamente en la lucha por las libertades.
En abril de 1974, el vecino dictador portugués Caetano cayó derrotado por la “revolución de los claveles” y se instaló entre los distintos sectores de la burguesía y de las fuerzas armadas la inquietud y la necesidad de hacer cambios para enfrentar la nueva situación. Así se fue gestando la “transición”, tejida por el propio Franco, ante la crisis de su dictadura.
Con trabajosas negociaciones fue avanzando su proyecto de reinstalar el poder monárquico de la familia Borbón, con libertades democráticas retaceadas. Dando una continuidad y estabilidad al dominio burgués imperialista madrileño y preservando la explotación capitalista sobre todos los trabajadores y campesinos. Los dirigentes obreros socialistas y comunistas, aún perseguidos y en la clandestinidad, se fueron sumando a esta salida.
“Millones esperan su muerte”
Así anunciaba Avanzada Socialista No 169 (31/10/1975) la larga agonía de Franco, reflejando el odio que lo fue acompañando a lo largo de su vida. Finalmente murió el 20 de noviembre de 1975. El gobierno reaccionario de Isabel Perón decretó duelo nacional. El PST lo repudió. Decía Avanzada Socialista No 172 (21/11/75): “Los trabajadores, las fuerzas de izquierda, las corrientes que se proclaman democráticas tenemos el deber de expresar nuestra alegría por la muerte del dictador, y nuestro respaldo a los pueblos de España.”
El joven Juan Carlos fue proclamado rey. El franquismo fue quedando atrás, con la conquista de libertades democráticas. Esta “transición política” tuvo un precio: después de la muerte de Franco, cerca de 200 militantes fueron asesinados por la policía y por la extrema derecha. Entre las víctimas está nuestra compañera Yolanda González, militante del PST del estado español en 1980.
Las tareas por la que dieron la vida los protagonistas de la revolución obrera y campesina siguen pendientes. Cuarenta años después, el corrupto rey Juan Carlos fue sucedido por su hijo, custodio de la opresión centralista sobre los pueblos vasco y catalán y de la dominación capitalista imperialista. Así como en los años treinta, sigue planteada la gran necesidad de construir una nueva dirección socialista y revolucionaria que encabece las luchas hasta el triunfo de los trabajadores y los pueblos del estado español.
Asesinando hasta el final
La mano del dictador firmó de puño y letra un cuarto de millón de ejecuciones. Y lo hizo hasta poco antes de morir. Así lo recuerda Lucha Internacionalista (periódico de la sección hermana de la UIT-CI en el estado español) No 140 de octubre 2015.
Los últimos muertos de Franco
Escribe: Andreu Pagés
Las últimas ejecuciones del régimen franquista se produjeron el 27 de septiembre de 1975. Fueron los militantes del FRAP, Xosé Humberto Baena Alonso, José Luis Sánchez Bravo y Ramón García Sanz junto a los militantes de ETA Jon Tabicas Manot (Txiki) y Angel Otaegi Etxeberria. Dos meses después moría Franco.
Los últimos años del franquismo se caracterizaron por la dura represión que se abatió contra las organizaciones obreras y antifranquistas: en 1973 fueron detenidos 113 miembros de la Asamblea de Cataluña, el 22 de diciembre de 1973 se tenía que iniciar el juicio de la dirección de Comisiones Obreras en el Tribunal de Orden Público, en 1974 se condenó a muerte y fue asesinado por garrote vil Salvador Puig Antich. En 1975, tuvieron lugar varios Consejos de Guerra que condenaron a muerte 11 militantes antifranquistas. El Consejo de ministros del 26 de septiembre conmutó la pena a seis de ellos y confirmó la pena de muerte a los otros cinco. A pesar de las manifestaciones de protesta no se pudo parar las ejecuciones. Pero la reacción fue muy importante: en muchas ciudades españolas se realizaron manifestaciones y en el País Vasco se hizo una huelga general con mucho seguimiento. En el resto de Europa hay que destacar las manifestaciones de Paris y Lisboa, donde la embajada española fue quemada por los manifestantes. La reacción del régimen fue cerrar filas con el dictador y se convocó una manifestación de adhesión al dictador en la Plaza de Oriente, con la presencia de Franco y de su sucesor el Príncipe de España Juan Carlos. No podemos olvidar las víctimas del franquismo, ni a Salvador Puig Antich, ni a los seis ejecutados en 1975, pero tampoco a los 143.353 desaparecidos durante la guerra y el franquismo o el fusilamiento del presidente Lluís Companys hace 75 años. No estamos hablando de historia, sino de la actualidad. Recordar a estos cinco militantes antifranquistas no es por nostalgia sino por justicia y por coherencia política. Muchos de los responsables de la represión de aquellos años están vivos […] No hay que olvidar que el Partido Popular nunca ha condenado el franquismo y algunos dirigentes se burlan de los 143.353 desaparecidos. La influencia del franquismo sigue muy viva y tenerlo presente es una obligación de las organizaciones obreras y democráticas.