Los funerales de Patricio Aylwin se han transformado en un ritual. Asiste el empresariado chileno, la Iglesia católica, los partidos de la Nueva Mayoría y la Derecha, el gobierno, militares y representantes del imperialismo y las multinacionales. Desde el Partido Comunista hasta la UDI con ojos llorosos se despiden del padre de la «reconciliación». Este rito es otra muestra más de la unidad de todas estas oscuras instituciones y personajes en torno a defender con uñas y dientes el tipo de país por el que trabajo Aylwin.
Una vida al servicio del empresariado
Aylwin fue un golpista. Durante el gobierno de la Unidad Popular fue presidente de la Democracia Cristiana y senador, en esos puesto fue un férreo instigador contra el gobierno de Allende. Públicamente defendió la necesidad del golpe de estado, y con Pinochet en el poder se sumó a la campaña que justificó las atrocidades de la dictadura.
El 26 de agosto de 1973 declaró al Washington Post que prefería una dictadura militar que una dictadura marxista. El 17 de septiembre de ese año, divulgó en la prensa chilena que los «marxistas» tenían armas en su poder equivalentes a 12 regimientos regulares. Con estas palabras defendió a Pinochet asegurando que se impidió una supuesta una guerra civil. Obviamente estas armas nunca se encontraron.
Por eso cuando en 1983 comenzaron las tratativas entre el imperialismo yanqui, la iglesia católica, el empresariado chileno, Pinochet y la «oposición democrática» (Nueva Mayoría en la actualidad), para organizar la salida de Pinochet, Aylwin apareció como el nombre idóneo para sustituir al dictador.
La «transición a la democracia» tuvo como objetivo evitar la caída violenta del gobierno de Pinochet, arrinconado por la crisis económica y las masivas movilizaciones. El acuerdo entre todos los mencionados anteriormente constó en un gobierno sin Pinochet, pero que mantenga la constitución del 80, el modelo económico neoliberal, la impunidad de militares y civiles vinculados a la dictadura, y un alto nivel de represión sobre los trabajadores y el pueblo chileno.
Así Aylwin llegó a la presidencia, y con su «democracia» fundó La Oficina. Una agencia de inteligencia que desde el 18 de abril de 1991, mató y desapareció a 30 activistas de izquierda. Mientras, el dictador Pinochet se mantenía cargo de las Fuerzas Armadas en el cargo de Comandante en Jefe. La «justicia en la medida de los posible» que postulaba Aylwin no era tan sólo una política de encubrimiento e impunidad hacia los violadores de derechos humanos, sino sobre todo la necesidad de su gobierno de seguir contando con los mismos represores para garantizar el orden social, o sea, el terror sobre los trabajadores y el pueblo para que las multinacionales y los grandes grupos económicos chilenos siguieran enriqueciéndose a gran escala.
El país de Aylwin y Pinochet sigue vivo
Aylwin fue un férreo defensor de las AFP y que los millones de jubilados murieran en la miseria, de la privatización de los derechos sociales y los recursos naturales. Su gobierno, como el de Pinochet y todos los presidentes de la Concertación, Derecha y Nueva Mayoría, han significado para los trabajadores y el pueblo una salud privatizada y entre las más caras del planeta, así como la educación y las viviendas sociales.
Aylwin defendió a brazo partido la constitución impuesta a sangre y fuego por militares violadores de los derechos humanos. Le lavó la cara a las Fuerzas Armadas, llamando a una reconciliación que en los hechos significó que las víctimas y sus familiares tuvieran que vivir en un país donde los criminales andaban libres y se hacían prósperos empresarios.
Aylwin fue el primer presidente de una democracia donde se asesina a mapuches y activistas sociales, y nunca se encarcela a los culpables. Una democracia donde un sangriento dictador fue comandante en jefe de las FFAA y después senador vitalicio hasta que murió tranquilo en su casa. Una democracia en la que la corrupción y el clientelismo de todas las instituciones del Estado con los empresarios dueños del país es su principal motor. Una democracia donde los trabajadores y el pueblo son reprimidos y encarcelados por luchar por sus derechos.
Repudiamos la figura de Aylwin
Como MST repudiamos la figura de este golpista, que durante toda su vida actuó contra los trabajadores y el pueblo. Denunciamos la careta de demócrata que hoy intentan colgarle, a este funcionario del imperialismo y duro represor. Y lo denunciamos como uno de los verdugos de los asesinados, desaparecidos y torturados durante la dictadura.
Rechazamos los homenajes que los funcionarios del capital, que desde el Partido Comunista hasta la UDI, desde Bachelet hasta Piñera, pretenden hacer participe al pueblo chileno. Para nosotros, como para millones de trabajadores, no hay nada que homenajear. Los violadores de derechos humanos están libres porque Aylwin los protegió, Pinochet sigue gobernando a través de la constitución y el modelo económico porque funcionarios como Aylwin han trabajado para ello.
Por los miles de caídos en dictadura, por décadas de sufrimiento, no olvidamos ni perdonamos a los verdugos de la clase obrera. Nuestro más profundo repudio a Patricio Aylwin y a su legado.