Por Simón Rodriguez Porras (PSL de Venezuela)*
El singular nuevo presidente de EEUU ha asumido el cargo en medio de una ola de repudio mundial. Durante su toma de posesión, el 20 de enero en Washington, hubo importantes manifestaciones y represión, con más de doscientas detenciones. Fue la demostración de repudio más importante en una toma de posesión presidencial desde que 60 mil personas repudiaron a Richard Nixon en 1973. Un día antes miles se habían concentrado en Nueva York para repudiar al presidente empresario, racista, misógino, xenófobo y guerrerista. Pero fue un día después de la toma de posesión que se vio la demostración más contundente del repudio de los pueblos del mundo al nuevo jefe político de la principal potencia imperialista: bajo el nombre de Marcha de las Mujeres, medio millón de personas se movilizaron contra Donald Trump en Washington, y un millón y medio en unas quinientas ciudades en los cinco continentes.
Las amenazas de los integrantes del nuevo gobierno del partido Republicano, muchos de ellos provenientes de la extrema derecha cristiana, supremacistas blancos y xenófobos, de atacar el derecho al aborto, además del propio perfil misógino de Trump, con un largo expediente de declaraciones machistas y agresiones a mujeres, justificaron sobradamente a los ojos de centenares de miles de mujeres la necesidad de movilizarse. La juventud y los estudiantes, que desde el momento de la elección vienen movilizándose contra «el Donald», también sumaron importantes contingentes a la movilización, así como latinos, negros, musulmanes y miembros de la comunidad LGBTQ, sectores también atacados en los discursos del nuevo presidente. Se trata de un movimiento amplio, quizás desprovisto de la radicalidad de las luchas de otros tiempos en EEUU, como la oposición a la invasión de Vietnam, pero no obstante con enormes posibilidades de desarrollarse y madurar políticamente al calor de la lucha contra un gobierno reaccionario, que refleja la crisis y decadencia de EEUU. Naturalmente, coexisten en él activistas ligados a movimientos como Occupy Wall Street surgido en 2011 contra la desigualdad capitalista o Black Lives Matter contra la brutalidad policial racista; quienes simpatizan con Clinton y Obama con aquellos que apoyaron a Sanders en las primarias y luego se abstuvieron, o militantes de pequeñas organizaciones de izquierda. La amenaza que representa Trump ha llevado a un crecimiento en las afiliaciones a organizaciones de defensa de libertades civiles, derechos humanos o de planificación familiar. Crece el interés por el activismo.
Las primeras acciones del nuevo gobierno confirman que solo puede esperarse lo peor. En un alarde ultranacionalista, Trump ha declarado el día de su toma de posesión como Día nacional de devoción patriótica. El decreto reza: «No hay pueblo más grandioso que los ciudadanos estadounidenses, mientras creamos en nosotros mismos y en nuestro país, no hay nada que no podamos lograr». Las primeras decisiones ejecutivas han incluido la prohibición de financiamiento federal para ONGs de planificación familiar que promuevan o contemplen el aborto, así como la aprobación de la construcción de los oleoductos Keystone y Dakota Access, ambos paralizados luego de importantes luchas sociales. También sustrajo a EEUU de las negociaciones para el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP por sus siglas en inglés). Ha prohibido a los miembros de la Agencia de Protección Ambiental que declaren a la prensa. El nuevo gobierno pretende retirar a EEUU de los convenios internacionales para limitar la emisión de gases que producen el efecto invernadero y el calentamiento global, como el acuerdo de París (2015). También se anuncia la flexibilización de los permisos ambientales para las empresas, el inicio de las obras en la ampliación del muro con México y la prohibición de entrada a EEUU de inmigrantes de algunos países del Medio Oriente.
En el caso del oleoducto Dakota Access, que pasaría debajo del lago Ohae amenazando importantes fuentes de agua, la lucha de la comunidad Standing Rock del pueblo Sioux, con el respaldo de miles de activistas, cobró notoriedad internacional por la brutalidad de la represión. El gobierno atacó durante meses a los manifestantes con perros, disparos y chorros de agua, realizando decenas detenciones. En diciembre del año finalmente Obama suspendió la construcción del oleoducto, ordenando la revisión de su ruta. Trump, quien tuvo hasta hace poco más de un año un millón de dólares en acciones en Energy Transfer Partners, empresa texana a cargo del proyecto, designó como candidato a secretario de Energía a Rick Perry, miembro de la directiva de esa misma empresa. No es ninguna sorpresa que una de sus primeras medidas sea reimpulsar el proyecto. Otras designaciones, como la del ex miembro de la directiva de Exxon Mobil, Rex Tillerson, como secretario de Estado; o el ultrasionista David Friedman como embajador ante Israel, dan cuenta de la orientación fascistizante de Trump.
La brutalidad del nuevo gobierno pudiera generar falsas expectativas en algunos sobre el rol del partido Demócrata como oposición o alternativa, ya incluso se habla de una posible candidatura futura de Michelle Obama, pero es necesario un balance de los últimos 8 años. Pese a portar la máscara más «amable» del imperialismo, con Obama la desigualdad social siguió creciendo, se financió a bancos y multinacionales mientras miles de personas perdían sus hogares en medio de la crisis inmobiliaria, todos los problemas estructurales de racismo y discriminación continuaron. Por sus casi tres millones de deportaciones se le llamó sarcásticamente el «deportador en jefe». No cerró el campo de torturas de Guantánamo, como había prometido, ordenó miles de bombardeos con drones en países como Irak, Afganistán, Yemen y Pakistán, asesinando a miles de civiles. Protegió a los torturadores de la CIA y criminalizó a quienes filtraron documentos que reflejaban los horribles crímenes de guerra perpetrados por EEUU en el mundo como Manning, Assange y Snowden.
Bernie Sanders, quien reivindica posiciones socialdemócratas y es crítico del antidemocrático régimen yanqui, luego de alcanzar el apoyo de millones de votantes en las internas del partido Demócrata con un programa a la izquierda de los políticos tradicionales del bipartidismo yanqui, apoyando el aumento del salario mínimo, el acceso a salud y educación universal, y repudiando la injerencia en Latinoamérica, lamentablemente terminó apoyando la candidatura de Clinton. Luego de la elección de Trump ha mantenido una posición ambigua, asegurando que apoyará las medidas de Trump que favorezcan a los trabajadores y que se opondrá a las medidas que perjudiquen a la población. En el senado se ha opuesto a algunas designaciones de Trump, pero también ha apoyado la designación del secretario de Defensa James Mattis, un racista y criminal de guerra que cometió atrocidades en Irak y Afganistán.
El saludable odio de millones a Trump y a su gobierno resalta la necesidad de una alternativa política de izquierda de los jóvenes, los trabajadores, los inmigrantes, los negros, las mujeres, que rompa con el bipartidismo demócrata-republicano. Es el momento de construirla, al calor de la movilización de miles contra las medidas el nuevo gobierno y sus criminales medidas.
*Miembro de la Unidad Internacional de los Trabajadores-Cuarta Internacional (UIT-CI)