Por:Josep Lluís del Alcázar, Atakan Çiftçi, Cristina Mas
El 22 de diciembre el régimen de Bashar al-Asad confirmaba la caída de Alepo, la capital industrial de Siria y el principal bastión urbano de la revolución contra la dictadura. Toda la zona rebelde, el Este de la ciudad (precisamente los barrios obreros y populares que habían conseguido expulsar a la dictadura a principios de 2012) quedaba destruida, con miles de muertos y heridos. Después de meses de asedio y de años de bombardeos indiscriminados que destruyeron hospitales, escuelas y barrios enteros, se agotaban cuatro años de resistencia heroica. 35.000 de sus habitantes, según la ONU, se veían forzados a abandonar sus casas para evitar caer en la brutalidad del régimen.
Serguei Shoigú, ministro ruso de Defensa, declaraba que su intervención había sido determinante para cambiar el curso de la guerra, que en el año de bombardeos de su aviación sobre Siria habían matado a 35.000 «combatientes rebeldes», que con la conquista de Alepo «se impide el colapso» del Estado sirio y se consigue «romper la cadena de revoluciones de colores que se estaban expandiendo por el Próximo Oriente y África». Efectivamente, la caída de Alepo marca un antes y un después en el proceso revolucionario sirio y en toda la región. A este objetivo de parar la cadena de revoluciones se han unido, dejando a un lado sus diferencias, Estados Unidos, Rusia, Turquía, Arabia Saudí, Irán… y, lamentablemente, gran parte de la izquierda mundial.
La intervención rusa e iraní salvó el régimen de Bashar El Asad.
Si el régimen sirio sigue en el poder es por las intervenciones militares extranjeras, que el propio Al-Asad ha demostrado estar dispuesto a recompensar, cuando ha declarado que «Siria no pertenece sólo a los sirios, sino a quienes la han defendido». Cada vez que no podía contener militarmente a la oposición, ha salido un nuevo aliado a su rescate: primero fue la milicia libanesa de Hezbollah, cuando con ello no fue suficiente y el régimen estaba en franco retroceso entró Irán y finalmente fue Rusia. El 21 de septiembre de 2015 Teherán inició el despliegue de los soldados de élite de la Fuerza Al-Quds, parte de la Guardia Revolucionaria del régimen de los ayatolás que tomaron el mando de las operaciones terrestres, a las que se unen milicias chiís de Irán, Irak y Afganistán. El 30 de septiembre Putin declaraba el inicio de sus bombardeos aéreos, con la política de tierra quemada que ya utilizó en Chechenia. La intervención rusa empezaba con permiso de Israel y en coordinación con Estados Unidos, que había empezado sus bombardeos en Siria un año antes.
Con sus nuevos aliados, el régimen no tardó en recuperar posiciones: cayeron ciudades que habían resistido años de asedio como Mouadamiya, Madaya y otras poblaciones de la periferia de Damasco. Y el objetivo pasó a ser Alepo, la ciudad esencial en la revolución, en la que se mantenía un comité local por fuera del régimen que aseguraba la distribución de alimentos, la sanidad y la educación, las movilizaciones… y continuó funcionando bajo las bombas. En cuanto paraban los bombardeos en las escasas y débiles treguas que negociaron Rusia y Estados Unidos en marzo de 2016, los manifestantes volvían a las calles con los cánticos de marzo de 2011: «el pueblo quiere la caída del régimen» «libertad y dignidad», bajo las banderas de la revolución. La revolución seguía presente en Alepo.
Se consuma el acuerdo contra la revolución. Cae Alepo.
Lejos de inscribir la guerra en Siria en una supuesta confrontación entre Estados Unidos y Rusia, la cooperación política y militar entre las dos potencias ha sido permanente, cada una en defensa de sus propios intereses: Irak para los americanos, Siria para los rusos. Ambas potencias jugaban la carta de Irán, que era quien estaba dispuesto a poner soldados sobre el terreno, a cambio de ganar influencia en una región que se disputa con Arabia Saudí. De esta forma las tropas persas con una mano sostenían al régimen pro-americano en Irak, mientras con la otra sostenían al sirio pro-ruso. Las masacres de Fallujah en Irak (o hoy en Mossul) a manos del régimen sectario de Bagdad, con tropas iraníes y el apoyo de la aviación norte-americana, nada tienen que envidiar a la brutalidad ruso-iraní y de Al-Asad. Obviamente el papel creciente que dan las grandes potencias a Irán es en detrimento de Arabia Saudí/Qatar y Turquía, lo que provocó tensiones. Este rol de Irán como factor de estabilización de una región en llamas es la clave de la «rehabilitación» por parte de Estados Unidos y la Unión Europea del régimen de los ayatolás a través del acuerdo nuclear de 2015.
Faltaba encajar una pieza más del puzle contrarrevolucionario. El 9 de agosto de 2016 Erdogán, presidente turco viajaba a Moscú para llegar a un acuerdo con Putin. Tras el intento de golpe de estado frustrado en Turquía del 15 de julio y el alejamiento de EEUU y la Unión Europea, Erdogán busca aliados más fiables, a pesar de que Bruselas le sigue financiando a cambio de que mantenga a los refugiados lejos de las fronteras europeas.
El acuerdo con Rusia permitía a Turquía la invasión de una zona del norte de Siria, el 24 de agosto, para evitar que los kurdos prosiguieran el avance sobre las posiciones de Estado Islámico y conectar los cantones kurdos, completando el control de la zona fronteriza. Erdogán a cambio de parar a los kurdos, apoyaría la continuidad del régimen de Al-Asad y dejaría caer Alepo. Sobre el terreno, Turquía retiró 4.000 combatientes que controlaba en la ciudad (salafistas de Ahrar al Sham y otros), que se desplazaron hacia el norte para participar en la toma –junto a los tanques turcos- de Jarablus. Y por primera vez, los tanques turcos se enfrentan al Estado Islámico en Siria, tras años de complicidad.
Si la presencia de Estado Islámico ha servido como espantajo para justificar todas las intervenciones extranjeras en Siria «contra el terrorismo», en Alepo no hay excusas. En enero de 2014 fueron los rebeldes quienes expulsaron a las milicias de Al-Baghdadi de la ciudad, denunciándolas como agentes al servicio de la reacción, como una fuerza invasora ajena a la lucha del pueblo sirio. La acción genocida de Damasco, Teherán y Moscú y el silencio cómplice de Turquía, Arabia Saudí, Qatar, Estados Unidos y las potencias europeas han dado un nuevo balón de oxígeno a Estado Islámico, que mientras caía Alepo, recuperaba Palmira en un golpe de efecto.
El resultado de la acción brutal del ejército leal a Al-Asad, la intervención terrestre iraní y los bombardeos aéreos rusos, con el cambio de política de Turquía es la caída de Alepo tras un asedio implacable y una destrucción brutal, que pretende aterrorizar la población civil como arma de guerra. Por eso los hospitales, las escuelas son objetivos de guerra prioritarios. La barbarie alcanzada en Alepo, ante los ojos de todo el mundo es equiparable a las destrucciones de Dresde y Leipzig al final de la segunda guerra mundial, o de Gernika en la guerra civil española. Los poderosos del mundo mandan un mensaje macabro a los pueblos que osen levantarse contra su dictadura: les espera un infierno.
La revolución siria y la dirección kurda de PYD y YPG
Uno de los dramas de la revolución en Siria ha sido que las direcciones de los revolucionarios y el Ejército Sirio Libre (una multiplicidad de organismos sin una dirección centralizada) no reconocieran la cuestión kurda y a su vez, que la dirección del Partido de la Unión Democrática (PYD) y las Unidades de Protección Popular (YPG), principales organizaciones kurdas, no conectaran con el proceso revolucionario sirio.
El pueblo kurdo participó del ascenso revolucionario contra el régimen y para que se reconocieran sus derechos como pueblo. Y el panarabismo, que ha tenido mucho peso en la izquierda siria, ha dificultado el reconocimiento de otros pueblos no árabes, como los kurdos. Sin ese reconocimiento era muy difícil sellar una alianza decisiva con la dirección kurda. Por su parte, el PYD y las YPG, que podrían haber aportado una colaboración sustancial al levantamiento, limitaron los enfrentamientos con el régimen a defender su territorio.
Estado Islámico entraba en Siria desde Irak en 2014, casi tres años después del estallido de la revolución. Sus milicias no enfrentaron a Al-Asad: su objetivo fueron los rebeldes árabes (a quienes conquistaron las ciudades liberadas del régimen, como Raqqa) y la resistencia kurda. Al-Asad había dicho desde el principio que no se enfrentaba a una revuelta popular sino a un complot terrorista y dejó crecer al jihadismo para que atacara la retaguardia de la revolución.
Tanto a Al-Asad como a Turquía, que estaba financiando los grupos salafistas para secuestrar y controlar el proceso popular, les resultaba muy útil que los jihadistas del Daesh atacaran el proyecto de autonomía de los kurdos en el norte de Siria. El estado sirio y el turco, cada uno por sus intereses, prestaron su apoyo a Estado Islámico: compra de petróleo, fronteras porosas a la entrada de combatientes y armas…
Estados Unidos –con Obama ordenando una nueva guerra en Irak para preservar al gobierno títere de Bagdad después de la retirada de sus tropas- decidió utilizar a los kurdos como carne de cañón para contener a Daesh en Siria, aunque sin liquidar al espantajo. Tras la defensa heroica de Kobane, las YPG con el apoyo militar de Estados Unidos, empezaron a ganar posiciones a Estado Islámico, no sólo de territorios poblados por población kurda, sino en localidades árabes, imponiendo su control y sin restablecer los comités propios que se habían levantado con la revolución. En algunos lugares se expulsaron civiles árabes de sus localidades, lo que generó enfrentamientos.
Tras la entrada abierta en la guerra de Rusia e Irán, el PYD colaboró en el avance del régimen en Alepo. Primero ayudando a cortar la carretera de Castello, que unía Alepo con Turquía y por donde los rebeldes conseguían abastecerse, más tarde en la caída de la ciudad. Moscú recompensó en febrero 2016 al PYD con una sede en Moscú. De esta forma la dirección kurda recibía el apoyo militar de Estados Unidos, y el político de Moscú, que defendía su presencia en las negociaciones. Apoyos relativos y temporales, porque ninguna de las dos grandes potencias hace nada para parar el avance turco en Siria contra los kurdos.
Repudiamos la colaboración del PYD en la caída de Alepo, consecuencia de su oportunismo nacionalista, lo que abre una brecha aún más profunda entre los revolucionarios árabes y kurdos. Esta política del PYD no sólo es nefasta para la revolución y favorece al régimen, sino que se va a girar, más pronto que tarde, contra el propio pueblo kurdo. Está cavando su propia tumba. Al-Asad ya ha declarado que en la constitución siria no cabe ninguna autonomía kurda. En Hassakeh, los kurdos han sido bombardeados por el ejército sirio. Difícilmente se repetirá la experiencia del gobierno autónomo kurdo del norte de Irak en manos de Barzani porque Turquía no permitirá que el partido hermano del PKK en Siria se haga con el control de un aparato de estado en su frontera sur. Putin y Erdogan parecen ya tener un acuerdo en este sentido… entonces ¿qué queda? ¿Confiar en los Estados Unidos de Trump?
En el Foro Social Mundial de 2013 en Túnez participamos en una reunión entre las principales fuerzas de la izquierda siria y la dirección europea del PYD, con un acuerdo para impulsar una campaña internacional de apoyo a la revolución siria y la lucha del pueblo kurdo. Pero ese acuerdo que se firmó, no pasó del papel. La importancia de esta confluencia –solo posible con un reconocimiento mutuo- era vital tanto en la esfera política como en la militar. Esta alianza hubiera podido cambiar el curso de la guerra.
El papel de la mayoría de la izquierda internacional
La izquierda mayoritaria se ha alineado con el régimen asesino, con las mentiras, con las masacres, saludando como liberadores al régimen reaccionario de Irán y a Putin. El origen de ese crimen hay que buscarlo en Venezuela y Cuba, que han servido de guía a las distintas corrientes de los Partidos Comunistas en Europa, África y Oriente Medio.
Fue Hugo Chávez quien elevó al reaccionario Mahmud Ahmadinejad y al Irán de los Ayatolás a la categoría de revolucionarios antiimperialistas, mientras firmaban millonarios acuerdos petroleros. Un Irán levantado sobre la derrota y el secuestro de la revolución que derrocó al Sha, con el asesinato de cientos de militantes de la izquierda, empezando por el propio partido comunista Tudeh.
Lo mismo ocurrió con Gadafi, de quien Chávez dijo: «El amigo Gadaffi es para Libia lo que Bolívar es para Venezuela». No importó que el propio Gadafi dijera ante su televisión «entraré en Bengazi como Franco entró en Madrid», que se preciara de colaborar con la CIA y el sistema internacional de Guantánamo, ni que financiara al reaccionario Sarkozy, ni que fuera amigo de Berlusconi, que firmara acuerdos con Italia para impedir la salida de emigrantes subsaharianos y ni que Aznar lo viera «como el amigo extravagante» que le permitía suculentos negocios. Esa izquierda quería ver sólo al Gadafi «bolivariano».
Escribe Santiago Alba que «Alepo es, sí, la tumba del sueño de libertad de los sirios, pero también la tumba de la izquierda mundial». Es una tumba que su dirección ha cavado, pero no por falta de información o de capacidad de análisis de la realidad de un mundo multipolar, sino sobre todo porque ha decidido subordinarse a los intereses de estado, principalmente de Venezuela. El llamado socialismo del siglo XXI, nuevamente, ha demostrado que es imposible construir en un solo país o región del planeta una alternativa al capitalismo, y que para preservar su espacio temporalmente sólo puede girarse contra las nuevas experiencias revolucionarias como lo hizo el estalinismo, traicionando a la revolución en la España del 37 y asesinando a Andreu Nin, como en Budapest en 1956 o en Praga en 1968.
Esta izquierda de pasado estalinista redescubre la Rusia de Putin como garantía del antiimperialismo, junto al reaccionario régimen iraní, en un intento absurdo de reconstruir una política de bloques. Para ello hay que contar grandes mentiras y aplaudir las atrocidades de Al-Asad o callar ante la política iraní en Irak, e incluso adoptar el lenguaje del imperialismo de las «políticas contra el terrorismo». Esta política tiene hoy las manos manchadas de sangre.
Nefasta ha sido también otra izquierda, la supuestamente alternativa, que sólo ha visto la revolución en el Kurdistán sirio, con una posición muy ambigua ante el régimen y ha negado el apoyo a la izquierda árabe. O la que se ha amparado en la cantinela de «Siria es muy complicada» para no hacer nada.
Los revolucionarios que protagonizaron el levantamiento de 2011, mayoritariamente jóvenes, se han quedado solos, huérfanos de apoyo exterior, en su sueño de libertad y justicia social que rescató (para todos nosotros) la palabra revolución de los libros de historia y llevarla al siglo XXI. No han tenido siquiera el reconocimiento exterior de todos nuestros vencidos, ni el ánimo infundido de saber que, allí fuera, alguien se preocupaba por ellos y tomaba las calles en su defensa. Un aislamiento brutal que han pagado caro, decenas de miles de activistas asesinados, torturados, desaparecidos, junto a intelectuales y militantes de la izquierda que han pasado una vida entera entre la cárcel y la clandestinidad y que lo han dado todo, absolutamente todo, para traernos un mundo nuevo. Nosotros sí les revindicamos, les rendimos homenaje, compartimos su dolor y su sacrificio, les lloramos, nos enfurecemos por no haber sido capaces de romper ese muro de silencio alrededor de la revolución siria y, sobretodo, tratamos de seguir apoyándoles en los momentos más oscuros y de aprender de lo mucho que nos han enseñado.
Un punto de inflexión: ¿y la revolución?
Tras la derrota de Alepo el régimen y la contrarrevolución se refuerzan. Las fuerzas revolucionarias quedan muy debilitadas en Siria y por extensión retrocede el proceso revolucionario abierto en Túnez el 2011. Lejos de las gesticulaciones sobre la lucha contra la amenaza terrorista, el objetivo contrarrevolucionario que ha aunado a todos (Al-Assad, Rusia, Irán, Hezbollah, Estados Unidos, Turquía, Arabia Saudí, Qatar, Unión Europea… y los islamistas radicales) ha sido y es la derrota de la revolución y de las bases populares que surgieron en marzo de 2011.
El régimen sólo controla entre el 25 y el 30% del territorio sirio. El Norte está bajo control de la dirección kurda. El Este sigue bajo el reaccionario Estado Islámico. Al noroeste la provincia Idlib, bajo una supremacía militar del Frente de la Victoria dirigido por Al Nusra y Ahrar al Sham, grupos salafistas que fueron financiados por Turquía, Arabia Saudí y Qatar para controlar y secuestrar la revolución popular. En la tregua de marzo coincidiendo con el 5º aniversario, en las manifestaciones Al-Nusra trató de impedir que los revolucionarios levantaran sus banderas. El frente del sur en Daraa está inactivo, hay miles de militantes del Ejército Sirio Libre, con armamento facilitado por Jordania y los Estados Unidos, estados que han impuesto una tregua. El campo de refugiados palestinos de Yarmuk sigue bajo control de Al Nusra. Quedan pequeñas bolsas cercanas a Damasco y Homs bajo el control del ESL.
Con Irán, Hezbollah y las milicias sectarias chiitas determinando la ofensiva terrestre y los islamistas sunitas de Al Qaeda o del propio Estado Islámico del otro, el peligro de sectarización de la guerra entre comunidades es obvio. Lo mismo puede ocurrir en el norte contra los kurdos. Ahora que la revolución retrocede, el jihadismo avanza.
De Alepo han salido miles que combatieron heroicamente el régimen. La lucha contra el régimen no ha acabado, pero seguramente tomará diferentes formas y pasará por una reorganización de fuerzas. Recién se ha rebajado la intensidad de los bombardeos de nuevo han salido las manifestaciones en los territorios liberados. Pero hay más interrogantes: ¿Qué pasará con el pueblo kurdo? ¿Es posible que se dé un nuevo impulso en otros países?… No nos corresponde a nosotros especular sobre la capacidad de reacción que queda. Mientras exista resistencia debemos apoyarla con todas nuestras fuerzas. Seguir con la denuncia del régimen asesino de Bashar El Asad y sus aliados, exigiendo la paralización de los bombardeos y el levantamiento de los asedios en pueblos y ciudades. Exigiendo la retirada inmediata de todas las fuerzas internacionales de Siria: Rusia, Irán, Turquía, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña…. Rechazando el reaccionario Estado Islámico y Al Nusra. Y levantando la solidaridad con los que expulsados/as de su país buscan un lugar de refugio en Europa: abajo los muros.
28 de diciembre de 2016
Josep Lluís del Alcázar, Atakan Çiftçi, Cristina Mas
miembros de la UIT-CI