Por: Miguel Lamas
La visita de Francisco a Chile ha despertado poco entusiasmo en los dos lados de la cordillera. Crecen las voces críticas por su doble discurso sobre los curas abusadores sexuales y pedófilos. «No puedo dejar de manifestar el dolor y la vergüenza que siento ante el daño irreparable causado a niños por parte de la Iglesia». Fue el primer discurso del Papa, tratando de atenuar la indignación contra la Iglesia en Chile. Discurso cínico cuando viene de participar, en Roma, del funeral del cardenal Bernard Law, encubridor de conductas aberrantes que involucran a curas de la Iglesia Católica.
El discurso del Papa responde al principal cuestionamiento a la Iglesia en Chile. Debido a los abusos de menores por parte de curas, la Iglesia Católica chilena es la más desprestigiada de Latinoamérica. El caso más sonado fue el de Fernando Karadima, hallado culpable en 2011. Pero hay ochenta religiosos acusados. Y para colmo el sacerdote Juan Barros, miembro del grupo de Karadima, y considerado encubridor, fue nombrado obispo por el papa Francisco.
Este es uno de los principales factores por el cual la visita del Papa se vive con apatía en buena parte de la población chilena. Varias encuestas señalan que sólo un 23% calificó como «muy importante» esta visita, un mayoritario 50% opinó que es «poco o nada importante». Tampoco creó gran expectativa y movilización de argentinos, como en un principio se creyó. Es que la figura del Papa y sus contradicciones ya han empezado a desgastar a su figura.
A fines de 2017, fue al funeral del encubridor de abusos Cardenal Law
La reacción de víctimas chilenas de abuso sexual de curas cobró fuerza luego del funeral del ex arzobispo de Boston (Estados Unidos), Bernard Law, en la Basílica de San Pedro, realizado el 20 de diciembre del año pasado. En esa oportunidad, el papa Francisco ofreció su bendición a quien fue inculpado de ocultar y proteger una serie de abusos sexuales a niños ocurridos en su arquidiócesis entre 1984 y 2002, denunciados en la película ganadora del Oscar Spotlight. Tras conocerse el escándalo, Bernard Law se vio obligado a presentar su dimisión como arzobispo de Boston, pero Juan Pablo II lo envió a Roma y lo nombró arcipreste de la basílica de Santa María la Mayor. Law mantuvo su puesto en el Colegio Cardenalicio y en la Congregación para los Obispos. El papa Francisco mantuvo esa protección.
A tal punto es el cinismo del Papa que hasta la esposa del ex presidente chileno Eduardo Frei, de la Democracia Cristiana, lo criticó abiertamente. «No le creo nada», sentenció la ex primera dama Marta Larraechea, según destacó el diario chileno La Tercera. Reaccionó de esta manera en su cuenta de Twitter al advertir la presencia del obispo de Osorno, Juan Barros, quien es acusado de haber encubierto los crímenes del pedófilo Fernando Karadima, en una misa campal en el parque O’Higgins, de Santiago.
¿Papa progresista?
Este doble discurso que tiene respecto del abuso de niños por parte de miembros de la Iglesia Católica, tanto en Chile como en todo el mundo, lo tiene también en su política general.
El papa Francisco cultiva una imagen «progresista» de crítico a Trump y a las más brutales políticas imperiales.
Sin embargo, recordemos que en septiembre visitó Jerusalén, y muy lejos de solidarizarse con las víctimas palestinas del genocidio sionista tomó una posición «equidistante», oró junto al muro de hormigón que construyó Israel y que aísla Cisjordania, en el Muro de los Lamentos y también en el Museo del Holocausto de los judíos perpetrado por los nazis. Dijo que había que lograr la paz, «un don que hemos de buscar con paciencia y construir artesanalmente mediante pequeños y grandes gestos en nuestra vida cotidiana». Es decir, se lavó las manos como Pilatos.
En la Argentina apuntala al peronismo y a la burocracia sindical
Ante la Argentina, a la cual no visita, se muestra como antigobierno de Macri. Es parte de su pose «progresista».
La realidad es que el papa Francisco (el argentino Jorge Bergoglio), que en los ’70 fue miembro de la organización peronista de derecha Guardia de Hierro, ahora interviene en el peronismo apoyando a los burócratas sindicales y también a organizaciones sociales piqueteras.
El Papa quiere hacerse ver como alentando a los movimientos sociales. Pero lejos de alentarlos para que luchen, se trata de lo contrario, busca frenar con «el diálogo y la reflexión colectiva» cualquier tipo de enfrentamientos de fondo contra los planes de ajuste antipopulares.
En noviembre de 2016, el papa Francisco convocó a una reunión de 170 organizaciones en el Vaticano, en el llamado Tercer Encuentro Mundial de Movimientos Populares. Un lugar importante ocupó la numerosa delegación argentina en la que se destacaban el Movimiento Evita, la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), de Juan Grabois, Barrios de Pie y la CCC. Las organizaciones que fueron al encuentro en el Vaticano insistieron que no era «contra Macri ni ningún gobierno en particular». Estos mismos concurrieron ahora desde la Argentina, en una amplia delegación de centenares de personas para verlo en Chile.
La misma conducción de la CGT, en su momento, levantó un paro general «a pedido de la Iglesia». Una y otra vez la Iglesia propicia el «diálogo» para impedir las huelgas y lavarle la cara a la burocracia sindical.
Francisco asumió el papado en un momento de profunda crisis de la Iglesia, con un cambio de discurso y de imagen más «popular». Sin embargo, día a día, tanto en el tema de la pedofilia de muchos curas a los que hoy encubre, como en los derechos de la mujer, como ante las rebeliones populares, se muestra que su supuesto apoyo a pobres y oprimidos es solo un doble discurso. La Iglesia sigue siendo la misma institución machista y reaccionaria que durante siglos estuvo estrechamente asociada a los poderosos, sean feudales, reyes o capitalistas, garantizando su estabilidad.