La actual crisis europea confirma la gravedad y agudeza de la crisis capitalista mundial. Las distintas medidas de ajuste, nacionales, regionales o mundiales (como las reuniones de los países de la Unión Europea o del G-20), no logran superar la crisis aguda abierta en julio de 2007. Es más, ni siquiera evitan que se produzcan nuevos «episodios» de mayor agudización.
Asistimos, en particular desde 2009, cuando la crisis se afincó definitivamente en Europa, al fracaso del euro como unidad monetaria y al de la propia Unión Europea (UE). El euro, lanzado en 2000 como moneda regional fuerte, con aspiraciones a disputarle al dólar el título de moneda mundial, está fracasando definitivamente.
La crisis del euro es el primer emergente de algo más general: la del propio proyecto de la Unión Europea. Los organismos creados en 1992 habían establecido límites al déficit fiscal y al endeudamiento que debían cumplir todos los países para pertenecer a la UE. La realidad es que hoy absolutamente ninguno lo cumple. La UE ha quedado reducida a un instrumento al servicio de la semicolonización de las naciones más débiles del continente (todas las del ex este europeo, más Portugal y Grecia) por parte de Alemania y, muy secundariamente, de Francia. El salvataje a los bancos en la segunda mitad de 2007, lanzando billones de dólares al mercado, terminó con casi todos los Estados de la región endeudados a niveles insostenibles y a los bancos alemanes y franceses como los grandes acreedores.
Grecia es, sin duda, el eslabón más débil de la cadena, ya que presenta tanto los peores números en términos económicos como el mayor nivel de ascenso en términos de lucha de clases y la mayor crisis política de toda la región.
Pero la crisis es global en Europa. Ya hay diez países en recesión en la UE: Holanda, España, Checa, Grecia, Italia, Chipre, Hungría, Portugal, Finlandia y Luxemburgo. La UE suma ya 26 millones de desocupados en 2013. Una suba de 1,8 millón respecto al año anterior. En Grecia, el 60% de los jóvenes están sin trabajo. España también atraviesa una de las situaciones más graves con un 26,4%, con 6 millones de desocupados (datos de Clarín, Argentina, 3/4/13).
La crisis golpeó a Chipre, que era hasta ahora uno de los paraísos fiscales de Europa. Se trata de un pequeño país de 1.120.000 habitantes. Pero el estallido de su crisis es parte de la crisis de la Eurozona y puede tener graves consecuencias. El gobierno impuso un «corralito» y la «Troika» (FMI, Banco Central Europeo, Alemania-Francia) quiere imponer una violenta quita a los depósitos bancarios y un fuerte recorte social, para cobrarse la deuda.
Incluso el país más «sólido y estable» de la Unión Europea, Alemania, está asentando su crecimiento en fortalecer su rol imperialista en la región, pero también en mantener a su propia fuerza de trabajo con salarios muy bajos (millones de alemanes ganan apenas por encima de los mil euros mensuales), dependiendo entonces su economía absolutamente de la exportación.
Es una crisis global
Pero no se trata meramente de una crisis europea o de «las viejas potencias», como sostienen algunos analistas, sumándole a Estados Unidos y Japón. Se trata de una crisis y debacle del sistema capitalista-imperialista en su conjunto. Que se va extendiendo por todo el planeta con distintas expresiones y ritmos. De hecho, el año 2008 fue el primero desde el fin de la Segunda Guerra Mundial en que se registró una caída del PBI global.
La gravedad de la crisis se demuestra porque comenzó en los Estados Unidos (país que aún no ha salido adelante, ya que mantiene una tasa de desempleo de casi el 10%) y se trasladó rápidamente a Europa. Pero, como desarrollamos en el capítulo respectivo, la crisis ya ha entrado en China. Debemos precisar aquí la situación de los denominados BRIC (Big Recently Industrialised Countries), acrónimo con el que se menciona a Brasil, Rusia, India y China. Insistimos en definirlos como semicolonias, aunque por su tamaño e importancia regional puedan jugar a veces el rol de submetrópolis o subimperialismos. En ningún caso, cada uno de estos países por separado y tampoco todos juntos, están en condiciones de convertirse en una nueva «locomotora» que relance la economía mundial y la saque de la crisis.
Extrema polarización social
La crisis capitalista produce destrucción de riquezas y aumento de la pobreza, pero también ganadores. Muchos capitalistas pierden, algunos capitalistas quiebran, pero otros se hacen inmensamente más ricos y los pobres son siempre los que pagan: el resultado es una extrema polarización social. Esto es lo que indica la consigna de los jóvenes norteamericanos de «Ocupa Wall Street», «somos el 99%», mostrando que hay un 1% de beneficiados.
Esta consigna refleja la realidad. Al menos hay estadísticamente un 1% beneficiado. En un informe de enero de 2013, la ONG Intermón-Oxfam señala que «El 1% de las personas más ricas del planeta han incrementado sus ingresos en un 60% en los últimos 20 años y la crisis financiera no ha hecho más que acelerar esta tendencia».
En el otro extremo, según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo-PNUD, existen 3.000 millones de personas en estado de pobreza que viven con menos de dos dólares por día. Mientras, el 20% de la población más rica posee el 74% de los ingresos del mundo y el 20% más pobre tiene solamente el 2% de los ingresos. Cerca de 925 millones de personas pasan hambre, según datos de 2011 de la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO). 1.300 millones no tienen acceso adecuado al agua potable. Podemos ir un poco más allá y veremos que estos datos divergen por regiones. En África, por ejemplo, el 66% de la población vive con menos de un dólar al día.
«Los 240.000 millones de dólares de ingresos netos de las 100 personas más ricas del planeta bastarían para acabar cuatro veces con la pobreza extrema, según el informe ‘The cost of inequality: how wealth and income extremes hurt us all’ (El coste de la inequidad: cómo la riqueza y los ingresos extremos nos dañan a todos). Puesto de otra forma, si estos 100 supermillonarios donaran una cuarta parte de sus ingresos, acabarían con la pobreza extrema en el mundo. Por supuesto que esta donación filantrópica, aunque podría eventualmente realizarla alguno de ellos individualmente, está totalmente fuera de la lógica del capitalismo. El informe de Oxfam hace un llamamiento a los líderes mundiales para contener los ingresos extremos y que se comprometan a la reducción de la desigualdad, al menos hasta los niveles existentes en 1990». ¡Es decir, en relación a la desigualdad, para Oxfam volver a los niveles de 1990 ya sería un gran avance!
Un indicativo de la riqueza de los multimillonarios está en la gigantesca acumulación en los paraísos fiscales. «Acabar con los paraísos fiscales, que albergan cerca de 32 billones de dólares (¡una tercera parte de la riqueza global!), podría generar 189.000 millones de dólares adicionales en recaudación impositiva», informa Oxfam.
Otra expresión de esta extrema polarización social es la compra de tierras por Estados imperialistas, subimperialistas o sus transnacionales en los países pobres.
En el informe ‘Operaciones transnacionales de compra de tierras de cultivo en los países en desarrollo’, que publicó el año pasado el consorcio de institutos de investigación europeos y organizaciones no gubernamentales Land Matrix Partnership, se muestra que desde el año 2000, inversionistas u organismos del Estado de países ricos o emergentes han comprado más de 83 millones de hectáreas de tierras de cultivo en los países en desarrollo más pobres. Esto representa el 1,7 por ciento de las tierras de cultivo mundiales.
Las inversiones son privadas y públicas (por ejemplo, por entidades propiedad del Estado) y proceden de tres grupos distintos de países: economías emergentes como China, India, Brasil, Sudáfrica, Malasia y Corea del Sur; los Estados del Golfo ricos en petróleo; y economías desarrolladas ricas, como los Estados Unidos y varios países europeos.
La mayoría de las inversiones se destinan a la producción de alimentos u otras cosechas para exportación desde los países en los que se compra la tierra, por la razón obvia de que los países más ricos pueden pagar más por la producción. Más del 40 por ciento de esos proyectos tienen como objetivo la exportación de alimentos. Es decir, que las tierras que antes producían alimentos en manos de pequeños campesinos, que destinaban a su propia alimentación o a vender en el mercado interno, ahora son destinadas a cultivos de exportación, que dan ingresos a multinacionales y quitan el pan a gran parte de la población pobre.
Una crisis crónica
Se trata de una crisis histórica del sistema capitalista mundial. No es una crisis más. Es una fase aguda de la crisis de la economía capitalista que, desde la década del 60, se ha convertido en crisis crónica. Sostenemos desde entonces que el origen de la crisis está en la caída de la tasa de ganancia de las ramas industriales más importantes de la economía mundial, que generó una inmensa sobreacumulación de capital que busca valorizaciones ficticias generando burbujas especulativas que, tras dar una falsa sensación de «prosperidad», estallan al corto plazo, dando lugar a fases «agudas» de esta crisis.
Así, enumeramos como capítulos de esta crisis a la caída de la industria automotriz norteamericana a fines de los 60, a las dos crisis del petróleo de los 70, a la crisis de la deuda externa latinoamericana de 1982, a la caída de Wall Street en 1987 y de la Bolsa japonesa en 1989, y a las crisis de la década del 90 (México en 1994, el Sudeste Asiático en 1997, Rusia en 1998), terminado con la crisis latinoamericana de fin de siglo, con epicentro en Argentina en 2001, al mismo tiempo que también se desarrollaba la de las empresas tecnológicas en los Estados Unidos. La actual, que ya lleva cinco años, es un capítulo más de esta crisis crónica, sin duda el más agudo y solo comparable en la historia del capitalismo al de 1929.
Sobre las causas de la crisis capitalista, hay diversas interpretaciones entre los economistas y la izquierda mundial. Algunos hablan de un choque entre el capital financiero (especulación, caída de bancos y de las bolsas) y el productivo. Otros, de una crisis de sobreproducción. Indudablemente, estos fenómenos existen en las crisis, pero son expresiones de ella y no sus causas. Sin negar estas distintas manifestaciones de la crisis, la causa de fondo, a nuestro entender, es por la baja de la tasa de ganancia y por el intento de superarla logrando una nueva gran masa de plusvalía (mayores grados de superexplotación a los trabajadores).
Llega cierto punto en que la tasa de ganancia de los capitalistas cae porque no puede imponer los niveles de explotación que necesitan. Se estanca la sobreacumulación de capitales y, por lo tanto, la inversión en la producción no es rentable para los capitalistas. Al no invertir en la producción, no se expanden nuevas ramas productivas, los equipos envejecen, cierran empresas y se va a la reducción de empleos. Por eso en los últimos 40 años la desocupación aumenta sin detenerse, incluso en los países adelantados. Esto produce un retiro masivo de capitales que buscan hacer sus ganancias en la ruleta financiera. El crecimiento del capital especulativo no es un mero exceso, sino una manifestación de la crisis. Si algo distingue la actual crisis de las anteriores, es la magnitud sin precedentes de los capitales ficticios y la especulación que la acompaña.
En los 90 hubo una recuperación parcial de la crisis que les permitió aumentar la tasa de ganancia en algunas ramas. Pero se estaba incubando una nueva crisis. Pues, al lograr una nueva sobreacumulación de capitales que no lograba mantener la misma tasa de ganancia, por las luchas de los trabajadores y pueblos del mundo, éste buscaba invertirse fuera de la producción. Las inversiones especulativas son las que prepararon, por ejemplo, el estallido de la burbuja de los créditos hipotecarios en los bancos de Estados Unidos y Europa.
La crisis capitalista no es un fenómeno que tenga que ver, centralmente, con el mercado, sino con la relación entre las clases. Es decir, si hay mayor explotación o menor grado de explotación. Por eso, el centro para los capitalistas en cómo salir de la crisis son los ajustes a los trabajadores con despidos, rebajas de salarios, despidos, recortes en servicios sociales (educación y salud), flexibilización laboral, criminalización de la protesta y búsqueda de mayores cuotas de explotación (ritmos de producción y salarios «chinos») y los saqueos a los pueblos.
Las fuerzas productivas no sólo no se desarrollan, sino que se están destruyendo
Esta crisis está demostrando a millones que la llamada «globalización» -término que se empezó a usar en los 90- no era una nueva etapa superadora del capitalismo. Seguimos en la época imperialista, de decadencia, donde las fuerzas productivas no solo no se desarrollan, sino que asistimos a su destrucción. La llamada «tercera revolución industrial», con eje en avances en las telecomunicaciones y el procesamiento electrónico de información, son progresos tecnológicos incuestionables, pero están insertos en el marco de un sistema capitalista imperialista que hace que se siga degradando al ser humano (crece la miseria y el hambre) y a la naturaleza, los otros dos elementos que Marx define como integrantes de las fuerzas productivas. Pero, además, la revolución científico-técnica ni siquiera ha permitido que surjan nuevas ramas que, en base a saltos cualitativos de productividad y extracción de plusvalía relativa, hagan de locomotora y saquen a la economía mundial de la crisis crónica, como sí lo habían sido la industria automotriz o la metal-mecánica en su conjunto, al final de la Segunda Guerra Mundial y hasta mediados de los 60.
No solo se estancan las fuerzas productivas, sino que crecen las destructivas como el armamentismo. El comercio de armamento creció un 24% entre 2007 y 2011. Estados Unidos sigue siendo el mayor exportador mundial, seguido de Rusia, Alemania, Francia y Reino Unido. India se ha convertido en el mayor importador de armas del mundo, seguido por Corea del Sur, Pakistán, China y Singapur (datos publicados en la BBC, 19/3/12).
Muchos científicos, por ejemplo, llevan años alertando sobre el peligro de la suba de la temperatura del planeta, a raíz del efecto invernadero, el proceso producido por la emisión desmedida de gases como el dióxido de carbono o metano. Este fenómeno es el que causa el panorama de más inundaciones, mayores sequías, huracanes y otros sufrimientos para la humanidad. Frente a ello, los Estados Unidos se niegan a firmar el Protocolo de Kyoto que establece medidas para reducir las emisiones de gases, para no afectar a sus multinacionales.
La minería a cielo abierto y el fracking en hidrocarburos directamente arrasan zonas geográficas enormes, envenenando los suelos, aguas subterráneas y ríos. Gran parte de las movilizaciones populares en Latinoamérica son precisamente para oponerse al saqueo y destrucción de las multinacionales que utilizan irracionalmente esas tecnologías.
Contrarrevolución económica permanente
A comienzos de los años 80, la burguesía imperialista y sus gobiernos habían lanzado una feroz contrarrevolución económica permanente contra el movimiento obrero y los sectores populares. Buscaban salir de la crisis, resolviendo la caída de la tasa de ganancia con aumentos cualitativos de los niveles de superexplotación y saqueo. Era una política que iba contra la clase obrera, tanto de los países imperialistas como de las semicolonias. Pero también se planteaba avanzar a fondo con la restauración capitalista en los entonces Estados obreros, teniendo a la burocracia estalinista como socios privilegiados.
Esto incluía, como parte importante, la liquidación de empresas y servicios estatales gratuitos o de bajo costo. Las privatizaciones generalizadas fueron una forma de liquidar a sectores enteros de la clase trabajadora o a sus conquistas, junto con aumentar el costo de los servicios como electricidad, agua, teléfono, transporte, etcétera.
Esa ofensiva capitalista-imperialista, en tanto intento de resolver la crisis crónica, fracasó. La clase obrera mundial, más allá de derrotas parciales en uno u otro lugar, resistió e impidió la aplicación plena de ese programa. En particular, la clase obrera europea, aún sufriendo algunos golpes fuertes, como en Gran Bretaña durante el thatcherismo, logró sostener y sigue manteniendo muchas de las conquistas que logró en el período de la posguerra (vacaciones, sistemas de seguridad social, indemnización por despidos, convenios colectivos). Justamente, los actuales paquetes de mega-ajuste europeos son un nuevo intento de quitárselas. En Latinoamérica, donde las políticas de ajuste y privatización de los 90 buscaban transformar a toda la región en una factoría exportadora en base a mano de obra barata, se produjeron rebeliones populares (Argentina, Bolivia, Ecuador y Venezuela) que, desde fines de los 90, revirtieron esa tendencia. Solo en el sudeste de Asia y en China pasó de conjunto la contrarrevolución económica, generando zonas geográficas puntuales donde la tasa de ganancia industrial es la más alta del planeta en base a la superexplotación de los trabajadores.
La restauración capitalista, parte de esta contrarrevolución económica permanente, fue, sin duda, un triunfo del imperialismo. Pero al haberse producido en todos los lugares sin derrotas estratégicas de la clase obrera (más aún, en medio de revoluciones políticas triunfantes), no logró generar un aumento cualitativo de la extracción de plusvalía de las clases obreras de esos países. Sí consiguió que se dieran políticas de semicolonización y saqueo económico de los recursos de los ex Estados obreros, pero fracasó la política de poner en situación de superexplotación a los millones de trabajadores de la clase obrera más formada técnicamente del planeta (la de la ex URSS y Europa del Este). Por cierto, en China, donde la revolución política fue derrotada en Tiananmen, sí se produjo el avance de la superexplotación.
Las perspectivas para el período inmediato son a un agravamiento de la situación de las masas y a la extensión geográfica de la crisis mundial hacia todas las regiones del planeta. No vemos salida a esta crisis, más allá de recuperaciones parciales. Si no se produce una derrota histórica de la clase obrera, esas recuperaciones parciales, al ser con nuevas cuotas de explotación, generarán, a la vez, nuevos choques sociales.
El sistema capitalista imperialista no puede ser reformado ni mejorado para los pueblos del mundo. La única salida es reemplazar este sistema, en todo el planeta, por un verdadero socialismo. Hay que expropiar a las multinacionales y a los bancos de Estados Unidos, Europa y Japón. Lo mismo debe ocurrir con las grandes industrias, bancos y latifundios de los oligarcas, terratenientes y grandes capitalistas de los países atrasados o «emergentes». Hay que lograr una economía planificada por los trabajadores, para poner las tierras, los inmensos recursos naturales y minerales en beneficio de las mayorías. Para lograr esto se necesita que los trabajadores y los pueblos impongan sus gobiernos en sus países y planifiquen democráticamente la economía: este es el verdadero socialismo que propugnamos y no la caricatura que se conoció en la ex URSS, Europa del Este o China.