Hay quienes preanuncian que China será, en 20 o 25 años, la nueva potencia mundial. Que incluso podría superar o reemplazar a Estados Unidos como potencia hegemónica, pretendiendo confirmar el «éxito» de la vuelta del capitalismo en China.
Por otro lado, Fidel Castro, Hugo Chávez y sectores de la izquierda reformista mundial han elogiado a China, poniéndola como ejemplo del «socialismo del siglo XXI» que posibilitaría un «mundo multipolar» que debilitaría, positivamente, al «mundo unipolar» impuesto por el imperialismo yanqui.
Las dos cosas son falsas. Ni China es un ejemplo de «progreso y éxito social» bajo el capitalismo, ni es un socialismo «moderno», que represente algo positivo para los pueblos del mundo.
China es un país capitalista que explota a millones
Contra lo que afirma el castro-chavismo, en China no hay ningún socialismo. Es un país donde fue restaurado el capitalismo bajo una dictadura sangrienta del PC chino (PCCh), en alianza con las multinacionales del mundo, que explota a millones de obreros y campesinos. Por ese camino se han perdido conquistas sociales que las masas chinas tenían a partir del triunfo de la revolución socialista de 1949.
Las consecuencias sociales del proceso de restauración son la suba de los niveles de explotación, la caída del ingreso, de los niveles de asistencia en educación y salud. En China se calcula que hay 63 mil transnacionales que producen para el mercado mundial en base a salarios promedio miserables de 100 a 150 dólares mensuales.
En 1978 se inició el proceso de restauración del capitalismo bajo la dirección de Deng Xiaoping, que lanzó la consigna «Ser rico es glorioso». Desde 1992, China se consolidó como una economía y un país capitalista. Ese año, en el XIV Congreso del PCCh se resuelve construir «una economía de mercado socialista». Desde entonces crecieron en forma abismal la inversión extranjera y la apertura a las normas capitalistas. En 1997, al XV Congreso se lo reconoce como el «congreso de las privatizaciones». Y en el XVI Congreso de 2002 se llegó al colmo de cambiar los estatutos del PC para incorporar a «militantes capitalistas» como afiliados del partido. En 2007 se da otro paso decisivo para consolidar el carácter capitalista de China. La Asamblea Nacional Popular (ANP), el parlamento chino, aprueba una ley que reconoce, por primera vez desde 1949, la defensa de la propiedad privada. Así se legalizó revertir la mayor conquista de la revolución socialista encabezada por Mao, la expropiación de la burguesía y los terratenientes que transformó a China en un Estado obrero deformado, gobernado por una burocracia estalinista.
Una maquila gigante
Pero la transformación de China como capitalista está muy lejos de poder llegar a ser una gran potencia hegemónica mundial ni un ejemplo de progreso social.
Desde ya que ha tenido un crecimiento económico a un promedio anual del 10% en los últimos 20 años. Por su producción general y por ser el primer exportador del mundo, ha logrado pasar a ser, desde 2011, la segunda economía mundial, desplazando a Japón (5,3 billones de dólares). Pero todavía está muy lejos de los Estados Unidos, que tiene un PBI de 15 billones de dólares contra 5,5 billones de China. Pero la mayor diferencia se ve en el Producto per cápita: el de Estados Unidos, tomando las cifras de 2010, está primero con 46.360 dólares, mientras que el de China está en 3.650 dólares (puesto 95°). O sea, una diferencia abismal. Mientras, por ejemplo, el de Brasil fue de 10.900 y el de Argentina de 8.775 dólares. Ambos países superan en dos o tres veces a China. En el aspecto militar, también la diferencia es abismal. Entre 2000 y 2010, Estados Unidos invirtió en este sector casi 6 billones de dólares. Por su parte, China gastó 7,7 veces menos, un total de 785.000 millones de dólares (datos, nota de Daniel Méndez en página web ZaiChina).
El crecimiento chino no se basa en un alto desarrollo tecnológico, sino en un sistema de superexplotación único en el mundo por su dimensión, al ser el país con mayor población (1.330 millones), con salarios miserables y bajo un régimen dictatorial. La base esencial se basa en la exportación, mayoritariamente a los Estados Unidos, de productos baratos basados en mano de obra semiesclava.
La definición de China como país capitalista tiene sus peculiaridades, partiendo que es un país en donde se restauró el capitalismo y sigue gobernado por el PCCh, un partido estalinista. No es un país imperialista porque ha sido semicolonizado por las grandes multinacionales del mundo imperialista (yanquis y europeas) que predominan, y por su total dependencia de sus exportaciones a esos países. Es una gran semicolonia respecto al imperialismo, como lo son, por ejemplo, Brasil, India o Rusia, salvando las diferencias. Pero a su vez, se la puede definir como un subimperialismo o submetrópolis, porque es un gran país capitalista que, al igual que Brasil, usa sus multinacionales y su capital excedente para invertir en otras semicolonias en sus zonas de influencias o haciendo negocios con las propias metrópolis imperialistas. No es casual que China tenga el 71% de sus inversiones externas en Asia y, a su vez, sea un gran prestamista de dinero a los yanquis. Los mismos capitalistas ubican a China como parte del grupo llamado BRIC (Brasil, Rusia, India y China), que tiene características semejantes: son semicolonias y, a su vez, subimperialismos. Los capitalistas los muestran como grandes «países emergentes pujantes» cuando, por ejemplo, «India y Brasil todavía son jugadores menores con 2,2% y 2,7% de la producción mundial»… «Los BRIC no van a salvar al mundo» ( Ha-Joon Chang, Universidad de Cambridge, en Clarín, Argentina, 16/10/11).
En China crece la desigualdad social
Por el contrario, la realidad está mostrando que en China, y en todos los países del llamado BRIC, lo que crece es la desigualdad social, los niveles de superexplotación y está llegando la crisis capitalista global. En China, «los efectos de la crisis europea también se están haciendo notar, con una caída del 18% en el tráfico comercial hacia Europa y una reducción, por tercer año consecutivo, de su superávit comercial» (El País, 16/12/11). Hay caída de producción, síntomas de problemas financieros y crecen los despidos. Mientras los ricos son cada vez más ricos, crece la miseria entre 800 millones de campesinos pobres. Un 45% de la población urbana del país y un 80% de la población rural no tienen ningún tipo de seguro médico y el «resultado es que la esperanza de vida en el oeste rural de China es en promedio de diez años menos que en las ciudades del este» (China, el imperio de las mentiras, de Guy Sorman, página 101). A todo esto se suma que tiene uno de los niveles más altos de contaminación ambiental. La sexta parte de los ríos están contaminados y la lluvia ácida afecta a más de la mitad de las ciudades. En Pekín, los niveles de contaminación son escalofriantes, al punto que el gobierno tuvo que pedir que, por el smog, 20 millones de chinos se quedaran en sus casas. El futuro de China no es el progreso social de las masas bajo un capitalismo pujante ni un «socialismo de mercado», como define el PCCh y el castro-chavismo, sino el crecimiento de la desigualdad, la miseria y la decadencia social.
Una dictadura capitalista
Pocas voces en el mundo se levantan para denunciar a esta dictadura siniestra del Partido Comunista. El imperialismo yanqui y europeo, que se llenan la boca hablando de «derechos humanos», guardan un silencio cómplice. Tratan de cubrir las formas con, cada tanto, alguna denuncia formal. Mientras, siguen invirtiendo y haciendo negocios con sus multinacionales. Nunca una dictadura les garantizó semejante explotación y superganancias.
Lo que ocurre en China con millones de explotados bajo trabajo semiesclavo solo puede ser comparado con lo que soñaba Hitler y el nazismo para el mundo. Y, encima, esto se hace bajo las banderas de un supuesto socialismo y apoyado por dirigentes como Fidel Castro, Chávez, Lula y otros sectores de la izquierda mundial. Se trata de un régimen estalinista-burgués.
Está prohibido fundar partidos políticos por fuera del PC. Se persigue todo tipo de disidencia política, artística o cultural. Se llega al colmo de tratar de limitar el uso de Internet. Está prohibido fundar libremente sindicatos obreros, campesinos o centros estudiantiles por fuera de los oficiales del régimen.
Los socialistas revolucionarios consideramos que la tarea central de los trabajadores, campesinos y jóvenes chinos pasa por movilizarse para terminar con esta dictadura capitalista del PCCh. Llamamos a la más amplia unidad de acción internacional a todos los que coincidan con este objetivo. Estamos del lado de los trabajadores y el pueblo chino en sus luchas por sus reivindicaciones, por el salario, por el derecho a huelga, a formar libremente organizaciones sindicales, campesinas, estudiantiles, a elegir democráticamente a sus dirigentes sindicales en las empresas y los sindicatos, por la libertad de los presos políticos y sindicales; por el libre derecho de expresión y del uso de Internet. Abajo el sistema de partido único, por el derecho a formar y legalizar partidos políticos. Todo esto, en el camino de lograr un verdadero gobierno socialista de los trabajadores, los campesinos y el pueblo.
Oleadas de huelgas obreras y protestas populares
Lo que viene cambiando desde hace varios años es el crecimiento de las huelgas obreras en todo el país. En especial, desde la huelga en Honda Nanhi en 2010, en la provincia de Guangdong, en el sur de China. Ésta fue el detonante de una oleada de huelgas sindicales que, con desigualdades, se ha mantenido y ha incentivado otras formas de protestas. Fue una huelga de 15 días por reclamo salarial, que tuvo la peculiaridad que en ella los obreros exigieron el derecho a elegir a los dirigentes de su sindicato. La huelga triunfó, se logró además que se aceptara realizar una elección por voto secreto de los miembros de un comité sindical, aunque aún bajo el control del sindicato oficial. Ésta habría tenido bastante impacto en el resto del movimiento obrero. Los huelguistas sacaron una «carta abierta» en donde expresaban: «Nuestra lucha por los derechos no pretende proteger únicamente los derechos de 1.800 obreros. Nos preocupan también los derechos e intereses de los obreros de todo el país.» (artículo de Chloé Froissart en www.vientosur.info).
En 2010 hubo 180 mil protestas, desde huelgas hasta protestas por expropiaciones ilegales, reclamos ambientales o por niños fallecidos por defectos de construcción de las escuelas arrasadas por el terremoto de Sicuani (datos de El País, 23/12/11). A fines de 2011, miles de trabajadores fueron a la huelga en el sur del país. La ola de paros se dio porque en muchas empresas de la provincia de Guangdong, por los efectos de la crisis, aumentaron los despidos y exigían mayor producción. Lo distintivo es que en muchos casos el gobierno dejó correr los conflictos y cedió a las demandas. Esto ha llevado a que en muchas zonas industriales el salario haya crecido. En enero de 2013, en Guangdong, se produjo una huelga inédita de periodistas del Semanario del Sur, de Canton, capital de la provincia, contra la censura de su director. Los manifestantes llevaron carteles con eslóganes como «La libertad de expresión no es un crimen» y «El pueblo chino quiere libertad» (El País, 8/1/13). Finalmente, la dirección del PCCh de Cantón cedió al reclamo.
La dictadura, preocupada por el avance de las protestas y el miedo a un «contagio» popular de las huelgas obreras y de la rebelión democrática de los pueblos árabes, actúa con más cautela e incluso vuelca, por ejemplo, fondos al campo para tratar de amortiguar las protestas en las zonas rurales. Estos elementos podrían estar indicando que quizás se esté produciendo un cambio en la situación nacional abierta luego de la derrota de la rebelión de Tiananmen de junio de 1989, en donde se acentuó la contrarrevolución. Si estas tendencias se confirmaran, se podría pasar a una situación más favorable de las masas para enfrentar a la dictadura. Una futura desestabilización política en China sería un cambio clave para el proceso revolucionario mundial.
Bajo el capitalismo, en China se seguirá profundizando la desigualdad social, aumentará la miseria y la explotación de cientos de millones de trabajadores y campesinos. No hay ninguna perspectiva de mejora social duradera en la medida en que no se produzca un cambio revolucionario que expulse a las multinacionales y a los nuevos ricos chinos, y que sean la clase obrera, la juventud y los campesinos los que dirijan el país y la economía, poniéndola a su servicio. Por todo esto, una de las tareas centrales de los revolucionarios en China es construir un partido obrero revolucionario que encabece la lucha por una nueva revolución socialista, que retome las banderas de la revolución de 1949, pero sin burocracia, sin partido único y con democracia obrera y popular.