La caída de las dictaduras que llevaban cerca de 40 años en el poder en Túnez, Egipto y Libia ha sido un triunfo revolucionario del movimiento de las masas árabes y del mundo y ha causado un gran impacto. El proceso revolucionario en los países del norte de África y Medio Oriente no solamente ha creado una situación revolucionaria en toda la zona, sino que también influyó en la lucha de clases a nivel mundial. Han surgido luchas como el movimiento de los indignados en Europa y Ocupa Wall Street, en Estados Unidos, que tomaron como ejemplo la lucha de los pueblos árabes. En el mismo sentido, también proporcionó una nueva dinámica a la lucha del pueblo palestino, como se vio en la ocupación de la embajada de Israel en El Cairo por las masas egipcias, el mismo día en que Kadaffi huía de Trípoli. La solicitud de Palestina en la ONU para ser reconocida como miembro pleno o el acercamiento entre la OLP y Hamas hacia una posible alianza han sido ejemplos de estos cambios y de la repercusión de los primeros triunfos de la revolución árabe.
Por otro lado, esta revolución ha sido un mazazo contra el imperialismo que profundiza su crisis de dominación política y militar. La caída de Mubarak es una derrota muy importante, ya que pierde un aliado clave para el Medio Oriente. El nuevo gobierno egipcio, por ejemplo, se vio obligado a levantar el bloqueo a la frontera con la Franja de Gaza. Otro síntoma claro de la debilidad de Estados Unidos es la intervención en Libia, ya que no pudo hacerlo directamente por el rechazo popular, y solo estuvo limitado al apoyo logístico y la intervención militar de la OTAN. Incluso esta opción fue un intento de contraofensiva imperialista para ver si podía contrarrestar las derrotas sufridas y establecer una «cabeza de playa» en Libia. Pero la caída de la dictadura de Kadaffi por la acción rebelde hizo que fracasara este objetivo y que Libia se convirtiera en la tercera revolución antidictatorial triunfante.
Las revoluciones tunecina y egipcia se extendieron como un reguero de pólvora a toda la región. A Libia primero, ahora claramente en Siria, pero también en las movilizaciones de Bahrein, en Yemen y hasta en Marruecos. Esto confirma que la revolución que se inició en Túnez en diciembre de 2010 es un proceso revolucionario global, que abarca toda la región.
Las revoluciones han provocado un gran debate en la izquierda
Es evidente que el triunfo del proceso revolucionario árabe ha provocado un gran debate en las filas de las corrientes que se definen de izquierda o antiimperialistas, en primer lugar sobre si el proceso era una revolución o no. Y en segundo lugar, sobre si eran revoluciones válidas o simples maniobras del imperialismo para derrotar a gobiernos populistas nacionalistas. La socialdemocracia y los partidos socialistas que son gobierno en Europa y distintas partes del mundo tomaron una posición claramente contrarrevolucionaria. Compartieron la preocupación de sus propias burguesías, junto al imperialismo yanqui, primero apoyando a los regímenes dictatoriales árabes y luego, cuando vieron que estos regímenes ya no podrían sobrevivir por las rebeliones, apoyaron a los movimientos de oposición y se pusieron en marcha para intentar controlar la revolución y las direcciones alternativas.
Por otra parte, los gobiernos de Hugo Chávez y de los hermanos Castro en Cuba y las corrientes de izquierda nacionalistas se colocaron contra las masas rebeldes y apoyaron a los regímenes dictatoriales como el de Kadaffi en Libia y el de Bashar Al Assad en Siria, como si fueran «gobiernos antiimperialistas» y definiendo a las revoluciones como «complots imperialistas». En realidad, se trata de ex líderes nacionalistas burgueses que devinieron en socios y aliados de las multinacionales. Kadaffi pactó en 2007 la vuelta a Libia de las multinacionales del petróleo como la inglesa BP, Exxon, Total y Shell. Bashar Al Assad no solo abrió el país a la inversión extranjera, sino que fue parte de la coalición militar imperialista que en 1991 desató la Guerra del Golfo Pérsico contra Irak. La equivocada postura tomada por sectores de la izquierda reformista, los partidos comunistas y otros sectores de la izquierda chavista internacional ha sido un obstáculo serio para la solidaridad con las masas árabes, en especial con la revolución siria.
Son revoluciones inacabadas
Triunfaron grandes revoluciones democráticas que, por la falta de una dirección revolucionaria, no consiguieron avanzar hasta el triunfo de una revolución socialista. Las revoluciones árabes empezaron como revueltas populares espontáneas de las masas, por fuera de la intervención o influencia directa de las direcciones tradicionales nacionalistas o islámicas. Es un hecho, por ejemplo, que los partidos islámicos, en especial la Hermandad Musulmana, en un primer momento no apoyaron las movilizaciones revolucionarias, tanto en Túnez como en Egipto.
La ausencia de una dirección organizada, más allá de líderes locales, define el carácter espontáneo de estas revoluciones. Tanto la fuerza como las limitaciones de estas revoluciones surgen de ese carácter. Por otra parte, sobre todo en Túnez y Egipto, a pesar de la caída de las dictaduras, siguen incluso manteniéndose aspectos del antiguo régimen dictatorial y fundamentalmente la continuidad de la economía capitalista. Con lo cual, significa que son revoluciones inacabadas. Por eso se ha abierto una nueva etapa del proceso revolucionario y nuevas tareas, donde el eje ordenador del programa de la lucha pasa por lograr el poder de los trabajadores para resolver definitivamente tanto los problemas democráticos como los sociales del salario, trabajo, pan, salud o educación.
La realidad actual de las luchas obreras y populares en Egipto y Túnez muestra que sigue el proceso revolucionario. Las masas se siguen movilizando, buscando romper el chaleco de fuerza que les quieren poner el imperialismo, las burguesías y los reformistas en el poder. Justamente, la gran pelea es darle continuidad a esas movilizaciones por las reivindicaciones económicas, sociales y políticas, con el objetivo estratégico de lograr una nueva dirección revolucionaria con peso en la clase trabajadora.
Desde un primer momento también ha existido otro debate en la izquierda mundial sobre el carácter de la revolución. Amplios sectores han sostenido que la revolución debería mantenerse en una etapa democrática, rechazando la necesidad de luchar por una nueva revolución que provoque una liberación social con medidas anticapitalistas, encabezadas por nuevos gobiernos de trabajadores, que den soluciones a las necesidades de las masas. Estos sectores de la izquierda mundial vuelven a recrear la vieja concepción estalinista nefasta de la revolución por etapas. O sea, que la revolución debe pasar necesariamente por dos etapas separadas: la primera, en la que se debe apoyar o aceptar a la burguesía para realizar tareas democráticas. Y la segunda, donde recién en ese momento la clase obrera y el pueblo podrán luchar por el socialismo. La realidad está mostrando que esta concepción es equivocada.
Es evidente que el imperialismo norteamericano y europeo, ahora aliado a los nuevos gobiernos islámicos que se hicieron del poder en Túnez, Egipto y Libia, tratan que todas las libertades políticas y democráticas conquistadas por la actividad de las masas durante el proceso revolucionario sean reducidas a su mínima expresión bajo un régimen constitucional burgués. Y con esta política que llamamos de reacción democrática se intenta parar la revolución y que solo avance a una transformación socialdemócrata, en los marcos de mantener el capitalismo y la relación con las multinacionales en esos países.
En resumen, todo el planteamiento que sostuvo y sostiene que las revoluciones árabes tienen que detenerse en la etapa democrática para su consolidación social, y que luego de esa tarea se podría avanzar hacia una transformación socialista, es equivocado e incongruente con la realidad.
En vez de democracia, lo que existe en los países donde voltearon a los dictadores son repetidos intentos autoritarios y represivos que provocan nuevos choques con las masas, como sucede en Egipto y Túnez. En estos países, en vez de un control total por las direcciones islámicas, estamos viendo cómo el pueblo enfrenta y provoca crisis también en los gobiernos islámicos, pues precisamente ellos no resuelven ni los problemas democráticos y menos todavía los gravísimos problemas sociales.
Estos hechos demuestran, una vez más, que los objetivos democráticos de las revoluciones en estos países semicoloniales y dependientes del imperialismo no se pueden alcanzar bajo las direcciones y gobiernos burgueses, sean islámicos o laicos, sino únicamente a través de gobiernos obreros y populares. Y es en este sentido que entendemos que las revoluciones árabes reafirman la concepción de la revolución permanente.
La revolución siria
En Siria sigue abierta la lucha revolucionaria para terminar con la dictadura de Bashar Al Assad y su triunfo es clave para el Medio Oriente. Allí hay un nuevo intento contrarrevolucionario tipo Libia, para buscar aplastar la revolución por la vía de los métodos fascistas (bombardeos sistemáticos sobre las ciudades rebeldes). La fuerza de las masas hizo fracasar la contrarrevolución armada en Libia. Existe una pelea semejante en Siria. Allí la tarea central es impulsar la solidaridad incondicional con la resistencia del pueblo sirio sin dar ningún apoyo político a la oposición burguesa y proimperialista a Al Assad, el CNS (Consejo Nacional Sirio).
La revolución siria, que empezó en marzo de 2011, se ha transformado en una guerra civil prolongada. Los motivos de la sublevación de las masas en Siria son casi los mismos que se encuentran en los otros países árabes. Los planes neoliberales llevados a cabo en el país en la última década que destrozaron económicamente las zonas agrícolas, especialmente a ciudades como Deraá, la pérdida de los campesinos de sus tierras, los recortes económicos y sociales, la represión y el terror que ejerce el régimen sobre las masas fueron los motivos que dispararon la insurrección.
Mientras que el imperialismo en un primer momento pedía reformas a Al Assad, al ver que el régimen perdía su legitimidad ante las masas y que el proceso tomaba una dinámica de guerra civil revolucionaria, empezó a demandar la dimisión del dictador. Por otro lado, empezó a negociar con las direcciones burguesas alternativa, entre ellas, fundamentalmente, la Hermandad Musulmana Siria, con la colaboración del gobierno de Turquía y de Qatar.
Actualmente, la dirección reconocida por el imperialismo, el CNS, tiene a su frente a los Hermanos Musulmanes, varios partidos burgueses y algunas organizaciones Kurdas. El CNS tiene el programa de construcción de un «Estado democrático civil» y la estrategia del imperialismo y de los llamados Amigos de Siria es construir una «democracia ordenada», que en realidad tiene el fin de socavar la revolución con pequeños cambios en el régimen, sin tocar en su esencia la estructura económica capitalista de Siria y tratando de evitar que triunfe una revolución que pondría en cuestión la relación con Israel y con Turquía, Irak e Irán, que son países limítrofes. Por eso es clave, tanto para el imperialismo como para la revolución árabe, quién triunfe en Siria.
En el proceso revolucionario fueron naciendo organizaciones, sobre todo de jóvenes, bajo el nombre de Comités de Coordinación Local (CCL). Son una especie de colectivos barriales que fueron impulsando la desobediencia civil como cerrar colegios o comercios y otras formas de lucha. Luego surgió el Ejército Libre de Siria (ELS), que se ha extendido por todo el territorio, integrado por distintos grupos islámicos o no islámicos de todas las regiones. No cabe duda que este ejército rebelde ha unificado a todos los grupos armados contra la dictadura. Lo que no está del todo claro es quién predomina en su dirección. El ELS se ha ido fortaleciendo con desertores del ejército de Assad, tanto oficiales como suboficiales y soldados. Desde ya, es evidente que hay influencia de la dirección del CNS, de la Hermanad Musulmana, vía oficiales del ex ejército sirio. Aunque igual hay muchas contradicciones con cada grupo armado de cada localidad, agrupamiento y de cada comandante. Pesa negativamente, por ejemplo, el accionar de grupos islámicos, religiosos ultrasectarios como el Frente de Al-Nusra, que quieren imponer al pueblo las leyes de la sharía.
Pese a ello, lo real es que se ha ido fortaleciendo la resistencia armada y avanzando en su armamento, incluso en la toma de aeropuertos o destacamentos. Y ya controlan una gran parte del país y de los puestos fronterizos.
La revolución siria ha abierto otro profundo debate en la izquierda mundial. Por un lado está el sector castro-chavista y los estalinistas reciclados, que apoyan directamente al genocida Bashar Al Assad y acusan -como en Libia- a la rebelión popular siria de ser agentes del imperialismo y de la CIA. Defienden al dictador como si encabezara un gobierno revolucionario de izquierda, cuando en realidad es un genocida que hace mucho tiempo se transformó en socio del imperialismo.
Y existe una segunda postura sectaria, que la podríamos llamar de los «ni-ni», que denuncian a Bashar Al Assad como un dictador que hay que derribar y a su vez no apoyan a fondo la revolución popular por la dirección burguesa del CNS. Su programa propagandístico es: ni Bashar Al Assad ni el CNS pro-burgués, «por una salida obrera y popular, por una revolución socialista en Siria».
Y existe una tercera postura, que es la de los socialistas revolucionarios, que impulsamos la más amplia unidad de acción bajo la consigna «abajo Bashar Al Assad» y como parte del movimiento revolucionario, diferenciándonos de su dirección burguesa, en especial del CNS. Nuestras consignas son claras: llamamos a impulsar la solidaridad incondicional con la resistencia del pueblo sirio, sin dar ningún apoyo a la dirección burguesa y proimperialista del CNS. Llamamos a desarrollar el armamento popular y los comités de defensa del pueblo sirio, rechazando y denunciando el intento de injerencia imperialista y la intervención militar de la ONU y de la OTAN. Sin dejar de decirle al heroico pueblo sirio que solo un gobierno basado en sus organizaciones insurgentes y las de los trabajadores y sectores populares puede llevar a conquistar sus objetivos democráticos y sociales de fondo.
No es la primera vez que existe esta confusión en la izquierda internacional, en especial en la izquierda sectaria: confundir el movimiento progresivo en una guerra civil o en movilizaciones de masas contra dictaduras con sus direcciones contrarrevolucionarias y reformistas. Los socialistas revolucionarios apoyamos el movimiento progresivo, en este caso contra el dictador Bashar Al Assad, sin apoyar la dirección de ese movimiento.
Este mismo debate se dio cuando se produjo la guerra civil española de 1936-39 o en la revolución nicaragüense de 1979. Los trotskistas estuvimos en la guerra civil española en el mismo bando militar republicano contra el fascismo y Franco, como estuvimos en el mismo bando militar en la guerra civil en Nicaragua, con el Frente Sandinista de Liberación Nacional, sin apoyar la conducción de los Ortega y Fidel Castro. En la Guerra Civil Española, León Trotsky fue claro cuando le preguntaban insistentemente por qué criticaba al fascismo y también criticaba a la dirección burguesa y estalinista del Frente Popular Republicano y al propio José Stalin, que era un traidor del combate del proletariado y de los campesinos españoles. Trotsky respondió que «el proletariado revolucionario no puede colocar los dos campos en lucha en un mismo saco: debe utilizar este combate para sus propios intereses. No puede alcanzar el éxito con una política neutral sino, por el contrario, golpeando militarmente a su enemigo número uno: el fascismo» (España revolucionaria, página 263, Editorial Antídoto). Y agregaba: «todo trotskista debe ser un buen soldado en España» (idem, 223).
Los socialistas revolucionarios seguimos en Siria la misma táctica aconsejada por Trotsky para España en 1936. No ponemos en el mismo saco al ejército genocida de Bashar Al Assad con el ejército popular rebelde. Estamos en el mismo bando militar rebelde, diferenciándonos de la dirección. Pero como en España, como aconsejaba Trotsky, en Siria los trotskistas deberían ser «buenos soldados» de la rebelión armada.
Por eso llamamos a los pueblos del mundo a apoyar incondicionalmente a la revolución árabe y estamos contra cualquier intervención imperialista, sea directa o a través de la OTAN o de la ONU. Del mismo modo, repudiamos las amenazas y las acciones del genocida Estado de Israel de bombardear zonas de Siria. Llamamos a los pueblos árabes de Túnez y Egipto, y especialmente a las milicias de Libia, a que envíen armas a la resistencia. Y llamamos a los gobiernos del mundo a romper con la dictadura de Assad.
Palestina es parte del proceso
Es evidente que el avance de la revolución árabe ha tonificado al pueblo palestino, que en un primer momento se solidarizó con esas revoluciones, pese al silencio de sus direcciones, tanto de la Autoridad Palestina (ex OLP) como de Hamas. Es un hecho que se ha abierto una nueva situación para la causa palestina, como se demostró en la reacción a una de las últimas ofensivas israelíes sobre Gaza, dónde el pueblo palestino salió a resistir e Israel mostró su aislamiento político internacional. Ya el sionismo no tiene al fiel aliado Mubarak para reprimir a las masas egipcias. El nuevo gobierno de El Cairo tuvo que actuar bajo una gran presión del pueblo y la juventud egipcia, que apoya incondicionalmente al pueblo palestino. El proceso abierto de revoluciones árabes en la zona ha permitido parar una nueva masacre en Gaza como la que ocurrió años atrás. Al mismo tiempo, fueron creciendo las movilizaciones que rompen la división y las zonas de control que se habían repartido Hamas en Gaza y Al Fatah en Cisjordania. La exigencia de unidad desde la base frente al enemigo israelí e imperialista que reclama el pueblo es un componente que busca la recomposición de la unidad entre Gaza y Cisjordania para hacer más fuerte la lucha contra la ocupación sionista.
El reconocimiento en la ONU de Palestina como Estado Observador, si bien no trae ninguna solución de fondo al pueblo palestino, no se puede dejar de reconocer como una gran victoria política contra Israel y contra el imperialismo que da una nueva tonificación al combate del pueblo palestino. Es evidente que la política imperialista de tratar de imponer los dos Estados, que fue pactada años atrás por la dirección de la OLP, el imperialismo y la conducción sionista, ha ido fracasando. Se ha puesto en evidencia que no hay otra salida que la lucha intransigente contra el enclave sionista, para destruirlo e imponer un Estado único, laico, democrático y no racista en todo Palestina, donde puedan convivir en común árabes y judíos.
Túnez y Egipto, la revuelta permanente
En Egipto y Túnez, las movilizaciones han continuado y se extienden por reivindicaciones políticas (gobierno civil, disolución de las instituciones del régimen dictatorial) y económicas (trabajo y aumento salarial) que ni el gobierno de Mursi de los Hermanos Musulmanes en Egipto y Al Nahda de Túnez son capaces de responder. Mientras las movilizaciones dan continuidad a la revolución, los regímenes buscan medidas y direcciones nuevas para salvaguardar la propiedad burguesa y las ganancias de las multinacionales. Ahí se vive claramente una confrontación entre la revolución y la contrarrevolución. Los imperialismos yanqui y europeo, ahora que perdieron a sus antiguos aliados, pactan con las direcciones islámicas para tratar de montar regímenes siguiendo el «modelo turco», con forma de democracia burguesa, combinado con aspectos totalmente arbitrarios y antidemocráticos de sus gobiernos. A través de ese tipo de gobiernos, quieren asegurarse las inversiones de las multinacionales en esos países controlando el «proceso de transición» y las movilizaciones de masas.
Los trabajadores, la juventud y los sectores populares, tanto en Egipto como en Túnez, han empezado a hacer la experiencia política con los nuevos gobiernos islámicos que se hicieron con el poder, ante el vacío de una dirección obrera y socialista. En especial en Egipto, se empieza a disipar la ilusión en el rol del ejército que en el momento de la revolución «se pasó» tácticamente a dejarla correr. Las masas han demostrado su ruptura e indignación contra los militares y el gobierno islámico de Mursi, ocupando una y otra vez la Plaza Tahrir por distintas reivindicaciones democráticas y sociales, rechazando las pseudoreformas constitucionales, y el proceso sigue abierto. En Túnez, distintas huelgas por reivindicaciones sindicales del proletariado tunecino, que estuvo a la vanguardia de la revolución y que fue reprimido por el gobierno de Al Nahda, han desatado un proceso que ha llegado a un punto muy alto con la huelga general de febrero, en repudio al asesinato del líder de izquierda del Frente Popular. Era sintomático que los manifestantes tuvieran como uno de sus estribillos más importantes «por una nueva revolución».
La continuidad de las revoluciones en Egipto y Túnez depende de la confrontación de las masas con los actuales gobiernos y su movilización permanente por un programa revolucionario que incluya puntos como la nacionalización de todas las empresas multinacionales, un plan de obras públicas de emergencia para acabar con el desempleo, el no al pago de la deuda externa, la confiscación de los responsables de los regímenes anteriores, de los militares y sus familiares que saquearon las arcas del Estado, el juicio y castigo a los responsables de la represión y la violencia estatal y la abolición de todos los acuerdos con el imperialismo e Israel, en la perspectiva de desarrollar organismos de poder popular y de los jóvenes. En ese sentido, es fundamental la UGTT (la Central obrera de Túnez), los sindicatos independientes de Egipto, el movimiento 6 de Abril de ese país y otros que vayan surgiendo en el proceso, en la perspectiva de la lucha por lograr nuevas revoluciones que instalen gobiernos obreros y populares.
Las revoluciones árabes han dejado en claro, una vez más, la necesidad de la construcción de una nueva dirección revolucionaria obrera y socialista. Las masas, por muy heroicas que sean sus luchas, mientras no tengan sus organizaciones obreras y populares propias e independientes y no conviertan esos organismos que surgen en la lucha en organizaciones permanentes y democráticas que abracen el camino a la toma del poder, estarán ante el peligro de ser reprimidas e incluso de retroceder en las conquistas revolucionarias. Por eso, más que nunca, en Túnez, Egipto, en Libia y en el resto de la revolución árabe, luchamos por la construcción de esos organismos de poder obreros y populares y por partidos revolucionarios.