La crisis de la dirección revolucionaria, o sea, su ausencia y el predominio de los aparatos contrarrevolucionarios, aunque más debilitados, es lo que hace que pese al gran ascenso revolucionario, siga el domino imperialista y las revoluciones no avancen a revoluciones socialistas.
Como señalaba Nahuel Moreno: «mientras el proletariado no supere su crisis de dirección revolucionaria no podrá derrotar al imperialismo mundial y todas sus luchas, como consecuencia de ello, estarán plagadas de triunfos que nos llevarán inevitablemente a derrotas catastróficas. (…) Mientras los aparatos sigan controlando al movimiento de masas, todo triunfo revolucionario se transforma inevitablemente en derrota». («Actualización del Programa de Transición». Tesis II). Este es el peligro que se cierne sobre las revoluciones árabes, que las direcciones burguesas y reformistas islámicas y no islámicas quieren congelar o derrotar. Por eso sigue siendo la tarea número uno de los socialistas revolucionarios la lucha por superar esta crisis de dirección, construyendo partidos revolucionarios en cada país y una Internacional revolucionaria.
Una rebelión de los de abajo
El crecimiento del proceso de la revolución política mundial en el movimiento obrero y popular que se abrió en 1989 con la caída del estalinismo es el factor que contribuye a dar con mayor fuerza la pelea por una nueva dirección socialista revolucionaria. Definimos como revolución política la rebelión antiburocrática y el desborde de las bases con los viejos y nuevos aparatos burgueses o sindicales. Diversas expresiones tenemos en todas las latitudes, empezando por la revolución árabe, la rebelión de los pueblos por sobre sus direcciones; la juventud que toma plazas, reclama democracia, funciona en asambleas y rechaza los viejos partidos y aparatos como los Indignados en España y otras partes de Europa o Estados Unidos. Las huelgas obreras, en algunos casos desbordando o contra las burocracias sindicales, desde Europa, China a Latinoamérica. O las rupturas políticas por abajo, de franjas de masas, en huelgas o movilizaciones indígenas y populares, por ejemplo, con los gobiernos de centroizquierda como el MAS de Evo Morales o el peronista de Cristina Kirchner.
En esta etapa pos caída del estalinismo, ya no surgen direcciones ni líderes del peso del guevarismo, del castrismo de la primera hora ni de un Mao y el maoísmo, que dominaron por décadas a amplios sectores de las masas y a su vanguardia.
El ascenso revolucionario pone al rojo vivo las traiciones de las direcciones. De las direcciones surgidas a partir de los 90, unas retrocedieron (Yeltsin fue desplazado del poder, Walesa casi desapareció de la escena política en Polonia o de Marcos casi nadie se acuerda) y otras ya no aparecen como una alternativa, como fue el caso del PT y Lula y del neoreformismo que se nucleó en el Foro Social Mundial (FSM) de Porto Alegre con su consigna «Otro mundo es posible», como parte del movimiento antiglobalización de los 90. Por otro lado, también terminó de liquidar a los sectores árabes ex nacionalistas y laicos (Kadaffi, Mubarak, Ben Ali o Bashar Al Assad de Siria), apoyados por el castro-chavismo. La crisis capitalista y el ascenso revolucionario también pusieron al desnudo a las corrientes islamistas que desde la revolución iraní de los 80 surgieron como una alternativa política, pues no dieron apoyo a las revoluciones o lo hicieron al final, cuando su triunfo era inevitable. Su actual recuperación política, vía los resultados electorales, será circunstancial porque terminarán de mostrar su papel contrarrevolucionario ante las masas.
Las revoluciones árabes han puesto de manifiesto nuevamente el fenómeno del vacío de dirección. En el sentido que las masas hacen revoluciones, bajan dictadores, pero no encuentran ninguna alternativa política, ni reformista ni revolucionaria. Irrumpen la juventud, los trabajadores y sectores populares, prevalece lo asambleario, pero no surgen líderes claros ni organizaciones políticas o sindicales predominantes. En el caso de las revoluciones árabes, ese vacío se llena circunstancial y parcialmente por direcciones burguesas o viejas que se recrean como los partidos islámicos (Hermandad Musulmana y otros). Pero la continuidad del proceso revolucionario vuelve a cuestionar a esas direcciones y a esos gobiernos como ocurre, con desigualdades, en Egipto o Túnez.
Ha comenzado la crisis del castro-chavismo
La corriente política que encabezó Hugo Chávez, con el respaldo de Fidel y Raúl Castro, es la que más impacto tuvo en Latinoamérica y en todo el mundo luego de la caída del Muro de Berlín y de la ex URSS. Con su discurso antiyanqui y pro revolución socialista logró reagrupar un nuevo neoreformismo, uniendo las fuerzas dispersas y golpeadas de los ex estalinistas de los Partidos Comunistas «amigos de Moscú».
Pero en los últimos años empezó, aún en vida de Chávez, un retroceso al poner en evidencia su raíz burguesa y reformista. Por ejemplo, perdió mucho peso en la vanguardia revolucionaria de los países del norte de África y Medio Oriente, por su abierto apoyo a dictadores como Kadaffi o Bashar Al Assad. También fue un cimbronazo su entrega al gobierno colombiano de miembros de la FARC, en especial de Pérez Becerra. En Venezuela y Latinoamérica, la crisis es aún más mediada porque, pese a su política antiobrera en su país, pudo mantener su popularidad con una política clientelista popular basada en los altos precios del petróleo. Pero ya antes de su muerte hubo muchas señales de descontento y protestas obreras y populares, pese a sus triunfos electorales. La ausencia de Chávez provoca un gran vacío que difícilmente puedan llenar Maduro o cualquier otro dirigente del chavismo venezolano. Un chavismo sin Chávez tendrá que enfrentar directamente a las masas, sin tener a su líder para amortiguar la aplicación de los ajustes propatronales. Lo mismo ocurrirá a nivel internacional, porque las otras figuras del castro-chavismo son Evo Morales y la dirección castrista cubana, y ambos tienen fuertes elementos de crisis.
El castrismo hace años que no tiene el impacto sobre la vanguardia mundial que tuvo en los años 60-70. Por el contrario, el desgaste del castrismo se acentuó en los últimos años, con los signos de decadencia ya evidentes, a partir del proceso de restauración capitalista en la isla frente a lo que fueran los logros de revolución cubana. Basta recordar la confusa declaración de Fidel en la que expresó: «ya ni nosotros defendemos el modelo…». Justamente, su alianza con Chávez les permitió a los Castro remontar un poco su deterioro político y pérdida de autoridad.
Por otro lado, Evo Morales y su gobierno son el punto más avanzado de la crisis del castro-chavismo, que en los últimos años se vio enfrentado a diferentes huelgas y movilizaciones populares y campesinas-indígenas. No es casual que sea la COB la que haya lanzado la formación de un Partido de Trabajadores, un hecho de relevancia en la pelea por la independencia de clase en Latinoamérica y el mundo.
Existe una amplia vanguardia obrera, juvenil y popular
Surgen miles de luchadores en el mundo que encabezan las movilizaciones, las huelgas, las insurrecciones y las revoluciones, que son la materia prima para pelear por el desarrollo y construcción de una nueva dirección revolucionaria. Surge una inmensa vanguardia obrera, popular y juvenil que encabeza las revoluciones árabes y da la vida contra la dictadura siria, se moviliza por miles como los Indignados o enfrenta a las burocracias sindicales en el mundo. Es una nueva generación de luchadores que no acata las órdenes de los Chávez o Fidel Castro para que no derrotaran a Kadaffi o enfrentaran al dictador sirio. Para ellos, el eje es la movilización revolucionaria contra los dictadores, las asambleas, la democracia de base y no las ordenes de arriba.
Es la combinación de las confusiones en la conciencia de la etapa pos estalinista y la debilidad del movimiento trotskista la que impide que esa vanguardia adopte concientemente la bandera del Programa de la Revolución Permanente y luche por gobiernos de trabajadores. A su vez, es la masividad y la combatividad de esta vanguardia mundial la que abre las posibilidades de que los revolucionarios peleemos por empalmar con ella para construir los partidos revolucionarios que necesitamos.
Objetivamente, son miles y miles de revolucionarios, aunque no surjan, hasta ahora, corrientes organizadas nítidamente en organizaciones políticas revolucionarias. Pero tenemos que estar abiertos también a que finalmente se den.
Desde ya tenemos que saber que no actuamos solos, sino que esa vanguardia, como amplios sectores de base, en su rechazo a los aparatos tradicionales, tiende a una variedad de posturas que arrancan positivamente en el anticapitalismo, el antisistema y van hasta el horizontalismo y el antipartidismo.
Tampoco los aparatos se retiran, sino que tratan de reciclarse. Por ejemplo, en las asambleas de los Indignados de España, surgieron voceros de los reformistas tratando de incidir, surgen sectores anarquistas, etcétera. O sea, hay una pelea por la dirección que tenemos que dar los socialistas revolucionarios con políticas concretas. Enfrentamos a las corrientes oportunistas, incluidas las revisionistas (SU, MES-Marea) y las sectarias del trotskismo. Las primeras entran en el movimiento claudicando a las direcciones. Y las otras, con su propagandismo autoproclamatorio, rechazando toda unidad de acción para movilizar.
En ese sentido, debemos estar lejos de cualquier sectarismo y seguir impulsando las diversas tácticas de unidad, incluyendo en ese llamado a los distintos sectores de la izquierda y el trotskismo. Por puntos comunes de movilización sindical, democrática o antiimperialista (como, por ejemplo, las unidades de acción en apoyo a la revolución siria, por una huelga obrera o en un frente sindical antiburocrático) o unidades políticas de la izquierda (electorales o no), como el caso del Frente de Izquierda (FIT) de Argentina u otras variantes políticas hacia la independencia de clase, como el impulso con otros sectores del PT de Bolivia.
La unidad de acción y la unidad de los revolucionarios
La tarea de superar la crisis de dirección revolucionaria y construir una nueva dirección no es sencilla, pero es imprescindible. Y la realidad revolucionaria nos brinda nuevas y mejores posibilidades para seguir dando la pelea. Tenemos que aprovechar, con políticas y tácticas concretas, las oportunidades de la lucha de clases (huelgas, rebeliones populares, movilizaciones estudiantiles o juveniles) o las oportunidades político-electorales contra el abstencionismo, por tácticas de unidad de acción para las diversas tareas (sindicales, políticas, democráticas, antiimperialistas, anticapitalistas) y de unidad de la izquierda ante las oportunidades electorales.
Abrir puentes organizativos entre la vanguardia y los partidos adecuados a cada realidad, con iniciativas y tácticas organizativas de agrupaciones amplias sindicales (CCURA de Venezuela, Unidos pra Lutar de Brasil o la Lista Bordó de los ferroviarios de Argentina), juveniles o populares. Abiertos a lo nuevo, al surgimiento de rupturas de izquierda en los movimientos nacionalistas burgueses, de centroizquierda o islámicos y a nuevos reagrupamientos o realineamientos políticos.
Por ejemplo, en Bolivia es fundamental apoyar e impulsar la formación del PT que votó la COB. La posibilidad de que surja un partido de trabajadores de masas sería también un impacto para los trabajadores y la juventud latinoamericana y del mundo.
Los socialistas revolucionarios también deben estar atentos al surgimiento de nuevos agrupamientos revolucionarios. En ese sentido, la táctica del Frente Único Revolucionario, de la unidad de los revolucionarios hacia un partido revolucionario y una organización internacional común, puede tener más presencia.
El creciente ascenso de las luchas sindicales y juveniles en Europa y su ligazón con la revolución árabe, su importancia estratégica para el desarrollo de la revolución mundial, ratifica la importancia para la UIT-CI, que tiene la mayor parte de sus fuerzas en Latinoamérica, de priorizar el continente europeo y las relaciones e intercambio político con organizaciones revolucionarias que tengan coincidencias importantes.