Por: Mercedes Petit
Hace un siglo, en 1917, triunfaba la “revolución de octubre”. Apenas ocho meses habían transcurrido desde la caída del viejo imperio de los zares en febrero. Dirigía el nuevo gobierno revolucionario y socialista el partido bolchevique y se asentaba en la movilización y la democracia de las masas obreras y campesinas organizadas en los soviets. ¿Cómo fue aquella revolución, de la que nació la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), y que hasta ahora no se ha vuelto a repetir? ¿Siguen vigentes las enseñanzas de aquella experiencia?
El triunfo de los soviets y los bolcheviques, con Lenin a la cabeza, sin duda conmovió al mundo. La burguesía en todo el mundo inició de inmediato su campaña contra una supuesta “dictadura de Lenin y los bolcheviques” y la respuesta militar de los rusos “blancos” apoyados por tropas imperialistas. Comenzó una sangrienta guerra civil con el objetivo de recuperar el poder y las propiedades perdidas. Y fueron derrotados.Â
En medio de enormes sacrificios y penurias, y sin lograr el acompañamiento de nuevas revoluciones socialistas triunfantes en Europa, el gobierno y el pueblo revolucionarios de la joven república soviética habían comenzado a dar los pasos iniciales hacia el socialismo1.
La caída de los zares
A comienzos del siglo XX el imperio de los zares (la dinastía Romanov) de Rusia dominaba el territorio más extenso del mundo, con una población de 150 millones de habitantes, mayoritariamente campesinos muy pobres y analfabetos.
Era un país muy atrasado, con aun cercanos rasgos feudales. Pero al mismo tiempo, en la capital, Petrogrado, en Moscú y algunas otras ciudades se había desarrollado un proletariado industrial relativamente pequeño, pero de varios millones, muy moderno y concentrado. La mayor parte de las fábricas y los bancos pertenecían a empresarios extranjeros, ingleses y franceses.
La guerra inter imperialista de 1914 significó penurias enormes y crecientes para el pueblo ruso. Nicolás II, aliado a Inglaterra y Francia, mandó a la muerte a millones, arrasados en las trincheras enfrentando a la poderosa Alemania. El ejército se fue desmoronando. El anhelo de lograr la paz fue creciendo en el frente y todo el pueblo, mientras Inglaterra y Francia presionaban al zar para que siguiera enviando tropas cada vez más descontentas y exhaustas.
Desde fines de 1915 se reiniciaba en Rusia el ascenso revolucionario que se había interrumpido en 1914 al iniciarse la guerra. En febrero de 1917, la policía reprimió una enorme movilización en Petrogrado. Estalló una insurrección que luego de cinco días de combates logró la caída de la dictadura de Nicolás II. Se formó un “gobierno provisional” encabezado por el partido de la burguesía liberal y “democrática”, los kadetes (por sus siglas en ruso, los “demócratas constitucionalistas”), y apoyado por los dos grandes partidos de los obreros y los campesinos. Estos eran los social revolucionarios (SR), con mucha influencia en el campo, y los mencheviques, el ala reformista y pequeño burguesa de la socialdemocracia, el partido marxista fundado en 1898. El partido kadete había acompañado a la monarquía hasta su caída, y los generales de la cúpula del ejército zarista se pasaron al bando de la “democracia” de un día para otro, apoyando y algunos integrando al nuevo gobierno.
El doble poder
Retomando la experiencia de la revolución de 1905, rápidamente resurgieron los soviets (o concejos). Eran organismos democráticos representativos de las masas en lucha, donde deliberaban y decidían los delegados elegidos por los obreros, los soldados y campesinos. El ala revolucionaria de la socialdemocracia, el partido Bolchevique encabezado por Lenin, era por entonces una ínfima minoría en los soviets.
En una situación revolucionaria muy aguda, había un “doble poder”. Por un lado, las masas seguían las decisiones de los soviets. Por el otro, el gobierno provisional burgués se sostenía con el apoyo que le daban desde la dirección de los soviets los dirigentes reformistas, aun con amplia mayoría. Mencheviques y SR tenían la política de conciliación de clases: apoyar e integrar al gobierno de la burguesía liberal, totalmente débil y pusilánime, con el supuesto objetivo de que durante toda una etapa se desarrollara en Rusia el capitalismo. En otra etapa lejana y futura, llegaría la hora del “socialismo”.
Lenin desde el exilio en Suiza reclamó al partido desde el primer momento que no diese apoyo ninguno al gobierno burgués (y en particular al ministro social revolucionario Kerensky). Llamó a rechazar la concepción reformista menchevique de conciliación de clases, a combatir al gobierno burgués y a “los conciliadores” (ver página 6 sobre Lenin).Â
El triunfo de la revolución de febrero impuso amplias libertades políticas, siempre cercenadas por la dictadura de los zares. Al mismo tiempo no se avanzaba en la solución de los graves problemas de los obreros, campesinos y soldados. El pueblo ruso exigía la paz inmediata, y el gobierno pretendía mantener el esfuerzo bélico. Mientras los campesinos exigían la tierra e iban contra los terratenientes, estos apoyaban al gobierno y algunos integraban su gabinete. Los obreros hacían huelgas exigiendo las ocho horas, aumentos de salarios, devorados por la inflación y los patrones les pedían paciencia y más sacrificios. La miseria generalizada golpeaba sin misericordia a la población del antiguo imperio. El gobierno prometía cumplir con esos anhelos con una asamblea constituyente cuya convocatoria electoral iba postergando.
Las masas fueron perdiendo la expectativa en los “conciliadores”. La influencia en los soviets de los menches y los SR fue debilitándose a medida que asumían crecientes responsabilidades en el gobierno burgués, cada vez más odiado por el pueblo.
Preocupados por el crecimiento de la influencia de los bolcheviques, conciliadores y kadetes los perseguían e impulsaron una feroz campaña de calumnias contra ellos, tildándolos de supuestos agentes del enemigo, comprados por “el oro alemán”. Atacaban en particular a Lenin (que actuaba escondido en la clandestinidad en un barrio obrero) y a Trotsky, que ingresó al bolchevismo en mayo cuando volvió a Petrogrado. Pero las masas iban haciendo la experiencia, y las calumnias iban cayendo en saco roto (ver página 11 la anécdota de John Reed y el soldado).
El partido bolchevique denunciaba al gobierno, criticaba duramente a los reformistas, impulsaba las luchas y llamaba a los soviets a tomar el poder en sus manos para lograr la paz, el pan y la tierra. Esta correcta política les fue abriendo el camino hacia transformarse en la mayoría de los comités de fábrica, los sindicatos, los regimientos y finalmente, en setiembre y octubre, entre los delegados soviéticos.Â
La insurrecciónÂ
Comencemos por señalar que ni los bolcheviques ni los soviets tomaron el poder a través de un “golpe de estado” del tipo que le conocemos a la burguesía con sus fuerzas militares y represivas. Esto lo intentaron a fines de agosto los ex zaristas, los terratenientes, los empresarios y el partido kadete, con el general Kornilov, de larga trayectoria bajo el zarismo, nombrado “generalísimo” por Kerensky. Pero fracasaron estrepitosamente. Los obreros y sus milicias, los regimientos y los marineros, con los soviets, y con un papel decisivo de la dirección y la política bolchevique, fulminaron el intento de golpe contrarrevolucionario. Kornilov no logró salir ni de su cuartel general. Al año siguiente se pegó un tiro en medio de la guerra civil.
La consigna bolchevique ¡todo el poder a los soviets! desde setiembre se fue instalando en las votaciones y anhelos de las masas en lucha. Así, la dualidad de poderes si fue inclinando cada vez más hacia el lado del proletariado y los campesinos, dejando a Kerensky y sus ministros cada más en el aire, mientras los bolcheviques ganaban la mayoría en los soviets. Entre el 24 y el 25 de octubre en Petrogrado se llevó a cabo una insurrección armada que contó con un apoyo masivo.
La insurrección para destituir al gobierno burgués y trasladar el poder a los soviets fue cuidadosamente organizada y dirigida por los bolcheviques y el comité militar del soviet (dirigido por Trotsky, que presidía el soviet de Petrogrado). También se hizo en Moscú. Actuaron milicias armadas desde las fábricas y los barrios obreros, los regimientos y los marinos de la flota del Báltico. El último operativo fue el bombardeo del Palacio de Invierno desde las aguas del río Neva por el acorazado Aurora y su ocupación por cientos y cientos de milicianos y soldados.
La movilización de las masas revolucionarias y la firme conducción bolchevique, encabezada por Lenin y Trotsky, permitieron echar del poder político a la burguesía y sus lacayos, los dirigentes reformistas, con poco derramamiento de sangre. Lo poco que quedaba de apoyo militar al gobierno burgués se deshizo rápidamente ante la fuerza arrolladora de la revolución. Las cúpulas del gobierno, burguesas y reformistas, se desbandaron sin pena ni gloria. El 25 de octubre se abrió el segundo congreso de los soviets de toda Rusia, donde miles y miles de delegados inauguraron el primer gobierno revolucionario de la historia, proclamando de inmediato su objetivo: el socialismo en Rusia y el mundo. Había triunfado la primera y hasta ahora única revolución socialista consciente (ver página 12 definiciones de Moreno).Â
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1. Nos basamos para estos trazos gruesos en la Historia de la Revolución Rusa, escrita por León Trotsky en 1930, ya exiliado en Turquía. Para no aburrir al lector, omitimos poner comillas y números de página, y recomendamos la lectura de esta obra insustituible.
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