Por: Mariana Morena
Una nueva oleada de aranceles entre las dos primeras potencias económicas del mundo volvió a tensionar el mercado global. Funcionarios, economistas y voceros del sistema salieron a advertir sobre las consecuencias del avance de la confrontación a la luz de cómo continuaron esas disputas en el siglo pasado. ¿Se trata de juegos preliminares de una guerra entre potencias capitalistas por el dominio del mercado mundial?
El presidente estadounidense Donald Trump impuso aranceles 34.000 millones de dólares anuales a 818 productos industriales provenientes de China, que serán gravados con un 25% al ser importados (contra 1,5% en 2016, su registro más bajo desde 1776). La medida comenzó a implementarse desde el viernes pasado sobre productos de tecnologías de la información y comunicaciones, las industrias aeronáutica y automotriz, maquinarias y robots, entre otros, sin afectar todavía bienes de consumo como teléfonos móviles y aparatos electrónicos. La respuesta del gigante asiático no se hizo esperar: mientras el ministro de Comercio chino denunciaba a Trump de iniciar «la más grande guerra comercial de la historia» (59% de los productos gravados son fabricados por multinacionales instaladas en territorio chino, incluyendo norteamericanas), ese mismo día aplicó aranceles por el mismo valor sobre 545 productos norteamericanos del sector agropecuario y automotor (soja, productos lácteos, carne de cerdo y ternera, pescado, automóviles).
Trump intenta dar cumplimiento a su promesa de campaña de «hacer a Estados Unidos grande otra vez» redoblando su política proteccionista. Persigue la reducción del déficit comercial con China, su principal socio comercial, con quien cerró 2017 con un rojo de 375.000 millones de dólares, que se incrementó 9,5% de enero a mayo este año. Se trata de una primera ronda de represalias comerciales que Trump ya amenazó con ampliar hasta 200.000 millones de dólares ni bien conoció las medidas de su par Xi Jinping, y que podrían alcanzar los 500.000 mil millones. Sectores de la gran burguesía yanqui nucleados en la Cámara de Comercio salieron a criticar esta política que ya provocó roces con la Unión Europea, Canadá y México por el acero y el aluminio. Tanto los empresarios de marcas emblemáticas como Harley Davidson o Jack Daniels y plantas automotrices de Wisconsin que emplean componentes de origen chino, como los grandes sojeros del agronegocio de Pensilvania a Michigan que llevaron a Trump al poder, se quejaron frente a los nuevos gravámenes advirtiendo sobre pérdida de empleos (unos 400 mil según una proyección) y aplazamiento de planes de inversión que terminarán afectando a otros socios comerciales.
China busca reorientar su economía hacia la producción industrial y tecnológica de alto valor añadido bajo el lema «Made in China 2025», disputándole al imperialismo yanqui su liderazgo en la globalización capítalista. Tiene el segundo PBI mundial con 11 billones de dólares y es dueña de las mayores reservas mundiales (3,12 billones), incluyendo bonos del Tesoro norteamericano que la convierten en el mayor acreedor de Estados Unidos. Sin embargo, hay señales de alarma como el salto en la deuda externa, que pasó de 150% a 300% del PBI en los últimos 10 años, y la caída en junio de su moneda, el yuan, 3,3% frente al dólar, el mayor derrumbe en un cuarto de siglo. Para hacer frente a las políticas proteccionistas de Trump, China apuesta a un bloque común con la Unión Europea de Merkel que espera concretar en Beijing a mediados de julio, anunciando una apertura sin precedentes a las inversiones europeas.
Algunos economistas advierten que la confrontación ya provocó la caída de la soja un 17% en junio y que profundizará la incertidumbre e inestabilidad de los mercados avanzando hacia una «guerra comercial sin control». No lo vemos así. Desde nuestra perspectiva, el proteccionismo de Trump es una medida desesperada para recuperar las ganancias de sus multinacionales, que le genera críticas de su propia burguesía y roces con China, la Unión Europea y Canadá tras los cuales todos buscan reforzar posiciones de cara a negociar. La situación es un reflejo de que la crisis económica del capitalismo mundial abierta en 2008 continúa, pese a que muchos analistas pronosticaron en 2017 el inicio de una «recuperación» de la economía capitalista en base a ciertos índices macroeconómicos de crecimiento.
Ratificamos que la economía capitalista mundial entró en una crisis crónica en los años 60 del siglo pasado, y no se recupera más que en ciclos de forma parcial o coyuntural, solo por una mayor contraofensiva explotadora del imperialismo y sus gobiernos. Pese a sus roces interburgueses, Trump, la dictadura capitalista china y la burguesía imperialista de conjunto se juegan a que la crisis la paguen sus trabajadores. Por eso reafirmamos que este sistema económico capitalista-imperialista al servicio de las multinacionales y bancos imperialistas no va más y que es necesario que sigamos luchando contra los planes de ajuste, flexibilización laboral, despidos y toda la contraofensiva económica del imperialismo.
China y su inserción en el mercado global
La revolución encabezada por Mao Tse-tung en 1949 impulsó inmensas conquistas sociales por medio de la expropiación de terratenientes y burgueses. Casi mil millones de chinos lograron «un tazón de arroz, un reloj y una bicicleta». A fines de los setenta, el consumo medio de alimentos estaba por encima de la media mundial; la escolarización pasó de menos del 50% en 1952 al 96%, y la esperanza de vida, de 35 a 68 años entre 1949 y 1982 (E.Hobsbawm, Historia del Siglo XX). En 1978, Deng Xiao Ping y la burocracia represiva del Partido Comunista Chino iniciaron un proceso de reformas y apertura que llevó a la restauración del capitalismo. Cuarenta años más tarde, la economía china pasó de representar el 1,8% del mercado mundial al 18,2%, pero el costo de asociarse a grandes multinacionales y subordinarse a los planes imperialistas fue pagado por la pérdida de esas conquistas históricas y la vuelta a una brutal desigualdad social, megacorrupción y superexplotación, con jornadas de trabajo extenuantes y sueldos miserables bajo un régimen de dictadura capitalista de partido único. Sucesivas huelgas obreras en los últimos años, como la de Dongguan en 2014, la mayor en la historia de la República Popular China, ponen en cuestión el modelo de explotación de la dictadura china y su falso «socialismo con características chinas».