El pasado 19 de diciembre, Donald Trump anunció, tras una conversación telefónica con el presidente turco Recep Tayipp Erdogan la retirada de las tropas estadounidenses desplegadas en el Kurdistán sirio. Era la luz verde para que Turquía pueda atacar las milicias kurdas, aliadas del PKK, el partido kurdo de Turquía. Desde el inicio de la intervención norteamericana ordenada por Obama para contener el Daeix y posicionar soldados en Siria, los Estados Unidos se han aliado militarmente con los kurdos. Ahora, con el régimen de Bashar Al Asad a punto de ganar la guerra gracias al apoyo de Irán y Rusia, y Erdogan en plena ofensiva, los kurdos se encuentran atrapados entre dos fuegos.
No es la primera vez que Turquía ataca los kurdos de Siria. En enero de 2018, invadió, con la ayuda de grupos yihadistas, el cantón de Afrin que formaba parte de la Federación Democrática del Norte de Siria. Después de dos meses de resistencia, Afrin cayó en manos del ejército turco y de las milicias yihadistas, que actuaban utilizando las banderas del Ejército Sirio Libre. En octubre, Turquía bombardeó la ciudad de Kobane, que resistió en 2012 el ataque del Estado Islámico con la ayuda de la aviación estadounidense.
¿Qué pretende Turquía?
Estos ataques forman parte de una política que tiene raíces muy profundas. En primer lugar, Erdogan quiere impedir que desde Siria se estabilice una autonomía kurda que sirva de ejemplo en el Kurdistán turco y cerrar el paso de las milicias kurdas en Turquía.
Al mismo tiempo, la intervención pretende, en plena campaña para las elecciones municipales de 31 de marzo, desviar la atención sobre los problemas políticos, económicos y sociales que sufre Turquía: los continuos escándalos de corrupción, la inflación y el desempleo, la caída de la lira que le ha llevado a un paso de pedir un rescate al Fondo Monetario Internacional, los ataques a los derechos democráticos y su autoritarismo tras el golpe fallido de 2016. Así, utilizando el nacionalismo turco, Erdogan reprime la oposición política y sindical con purgas masivas a la función pública, detenciones y ataques a la libertad de expresión.
Finalmente, hay que enmarcar las amenazas en el contexto de las revoluciones árabes y en clave siria: el objetivo es acabar con lo que queda de la revolución de 2011 en la que cientos de miles de sirios se levantaron para reclamar justicia social y las libertades democráticas contra el régimen de Bashar al Assad, que reprimió brutalmente el movimiento. Ocho años después, hay que recordar que la ola revolucionaria de 2011 puso en cuestión la estabilidad de los regímenes dictatoriales de los países del Magreb y de Oriente Próximo (hubo revoluciones en Túnez, Libia, Egipto, Yemen, Bahrein y un resurgimiento del movimiento popular en Marruecos, el Sáhara Occidental, Argelia, Turquía, Irán, o Irak). Las manifestaciones populares en defensa de mejores condiciones de Lucha Internacionalista 160, enero/febrero 2019 vida y de trabajo fueron ahogadas en sangre. En Siria, una alianza heterogénea, de los que se sentían amenazados por la oleada, ha colaborado en derrotar la revolución: milicias sectarias extranjeras, grupos yihadistas internacionales, potencias regionales (Irán, Arabia Saudí, Turquía y Qatar) y las potencias internacionales (Rusia, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña). El tridente de la dictadura, el fanatismo y el imperialismo ha trabajado para atenazar la revolución: se trataba de convertir Siria en el cortafuegos ante el incendio revolucionario que sacudía una región estratégica.
La revolución en Siria y la cuestión kurda
Es en el marco de la revolución en Siria que se puede entender la creación de la Federación Democrática del Norte de Siria, también conocida como Rojava, por las milicias kurdas. La autonomía de las regiones kurdas es un producto directo de la revolución: las tropas de al Asad se retiraron en 2012 para defender los centros del poder de la gente que reclamaba el cambio. Objetivamente, el pueblo kurdo ha formado parte del ascenso contra el régimen para defender el reconocimiento de sus derechos como pueblo, pero el movimiento revolucionario no incorporó sus reivindicaciones nacionales (ni siquiera entre los sectores de izquierda, bajo la influencia del panarabismo). Asimismo, sectores del Ejército Sirio Libre desde el principio pensaron que Turquía los ayudaría y se plegaron a su agenda, aliándose con el principal enemigo del pueblo kurdo. Por su parte, la dirección de las organizaciones kurdas mayoritarias que podrían haber aportado una colaboración sustancial al levantamiento, se desmarcaron del movimiento revolucionario y se limitaron a defender su territorio, buscando alianzas con el Estados Unidos y Rusia sin entrar en una confrontación con Al Assad. Una política que se pagará cara: después que el régimen haya liquidado el último foco rebelde, se volverá contra los kurdos.
En el Foro Social Mundial de 2013 en Túnez, desde la UIT-CI y Lucha Internacionalista trabajamos conjuntamente con las principales fuerzas de la izquierda siria y la dirección europea del PYD para llegar a un acuerdo para impulsar una campaña internacional de apoyo a la revolución siria y a la lucha del pueblo kurdo. Pero este acuerdo firmado, no pasó del papel 1 . La importancia de esta confluencia – sólo posible con un reconocimiento mutuopudo cambiar el curso de la guerra.
La lucha contra el Estado islámico
El Estado Islámico surge casi dos años después del estallido de la revolución. El Daeix no atacaba el régimen sino el territorio que había quedado fuera de su control, en manos de los rebeldes o de los kurdos, lo que favorecía tanto a Asad como a Turquía: los muertos para frenar a los yihadistas no los han puesto ni el ejército sirio ni sus aliados, ni tampoco el ejército turco ni el norteamericano, los han puesto los que se levantaron contra el Asad y los kurdos. El estado sirio y el turco, cada uno por sus intereses, prestaron su apoyo a Estado Islámico: compra de petróleo, fronteras porosas a la entrada de combatientes y armas …
Por otra parte, Estados Unidos decidieron utilizar a los kurdos como carne de cañón para contener Daesh, la nueva «guerra contra el terror» que justificó que Obama, que había comenzado la retirada de Irak, volviera a enviar tropas, ahora también en Siria. Después de la defensa heroica de Kobane, las YPG con el apoyo militar de Estados Unidos, comenzaron a ganar posiciones al Estado Islámico, no sólo de territorios de población kurda, sino también localidades árabes, imponiendo su control y sin restablecer los comités populares que se habían organizado con la revolución. También el PYD colaboró en el avance del régimen en Alepo. De esta forma la dirección kurda recibía el apoyo militar de Estados Unidos, y el político de Moscú. Apoyos relativos y temporales, porque ninguna de las dos grandes potencias hizo nada para detener las agresiones turcas contra los kurdos, ni tampoco para darles voz en las negociaciones de Astaná.
Las potencias extranjeras y Bashar Al Assad han utilizados a los kurdos y los rebeldes los unos contra los otros sabiendo que, con esta lucha fratricida, los dos serían derrotados. El resultado es desastroso: fuerzas opositoras sirias colaborando con Turquía en la invasión de Afrin … ¡y la dirección del PYD pidiendo ayuda al régimen de Asad … en defensa de la integridad territorial siria! Es decir, del estado que les ha oprimido y marginado durante décadas.
El régimen de Asad, que ya empieza a ser blanqueado internacionalmente para tapar su genocidio y comenzar una «reconstrucción» sobre su aparato de represión criminal, se prepara para acabar con la autonomía de facto de los kurdos y ya ha advertido que no está dispuesto a reconocerla. Hay un consenso de todos los poderes regionales e internacionales para liquidar el movimiento popular revolucionario y estabilizar el régimen de Damasco con Al Asad al frente.
Puede parecer contradictorio que estados y potencias con intereses diferentes, puedan actuar de común acuerdo y coordinarse entre ellas para no hacerse demasiado daño. No se puede encontrar una explicación de lo que ocurre en Siria desde una visión de bloques y superestructuras. Sólo desde el análisis de la lucha de clases se puede entender la situación: la ofensiva de todos los poderes regionales e internacionales tiene por objetivo principal sofocar la revolución y restablecer el control de los estados y ya han decidido que lo harán con Al- Asad.
Ante este consenso contrarrevolucionario es necesario articular la solidaridad de todos los revolucionarios sirios sean árabes, kurdos o de cualquier otro grupo, que están contra el régimen de Asad y las potencias regionales e internacionales. Hay que evitar el blanqueamiento del genocida denunciando sus crímenes, exigir la liberación de las decenas de miles de prisioneros políticos, enfrentarse al reconocimiento del criminal, a la reapertura de embajadas en Damasco y recordar que Al Asad se sostiene gracias a los ejércitos ocupantes, sobre todo de Irán, además de insistir en que los refugiados nunca podrán volver a casa mientras el verdugo continúe en el poder.
Lucha Internacionalista ha sido y seguirá estando al lado de los pueblos de Siria. Ahora el pueblo kurdo se encuentra solo ante las potencias y el régimen sirio y necesita todo el apoyo y la solidaridad para defender su lucha y su derecho de autodeterminación.
20 de enero de 2019
Andreu Pagés y Cristina Mas
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