Ecuador: crónica de una rebelión popular
Escribe Miguel Lamas, dirigente de la UIT-CI, desde Quito
El domingo 13 a la noche, en el Parque del Arbolito, en el centro de Quito, muy cerca del edificio de la Asamblea Nacional, se convirtió en una fiesta. Decenas de miles de jóvenes, estudiantes, indígenas, también señoras y señores mayores, saltaban, gritaban, se abrazaban, bailaban, cantaban, reían, algunos lloraban de emoción y alegría. Se sacaban fotos para documentar ese momento inolvidable. Le habían torcido el brazo al odiado Lenin Moreno. Una hora antes se anunció la derogación del decreto 883, dictado por el FMI.
Algunos portaban aún sus lanzas, palos, cascos, barbijos con vinagre y escudos de madera o chapa, sus armas que habían usado hacía poco. Se llegaba a la fiesta atravesando barricadas de piedras y brasas aún humeantes, de gomas, basura y ramas quemadas.
“¡El pueblo unido jamás será vencido!” y “¡Ecuador!”, las consignas más voceadas. Muchos desconfiaban: ¿retirará realmente el “paquetazo”? ¿Cuándo liberan a los presos? El lunes a la tarde apareció una señal del triunfo: las naftas y gasoil bajaron a su precio anterior.
Una semana de combate
El jueves 3 se anunció el decreto 883 y el aumento de las naftas en más del 100%. Comenzó con un paro de transportistas y un llamado de la Conaie, el FUT (Frente Unido de Trabajadores) y el Frente Popular a la movilización, bloqueos y huelgas. El lunes 7 decenas de miles de indígenas, familias completas, algunas con sus niños, llegaron amontonados en cajas de camiones, desde todas las provincias y rodearon la Casa de Gobierno y la Asamblea Nacional. El presidente Lenin Moreno huyó a Guayaquil, la segunda ciudad del país.
Yaku Pérez, ex dirigente de la Conaie y actual prefecto (equivale a gobernador) de Azuay dijo delante del edificio de la Asamblea Nacional que había que disolverla y reemplazarla por el “Parlamento de los Pueblos”.
Desde el lunes hasta el domingo decenas de miles de jóvenes indígenas y estudiantes, mujeres y hombres, levantaron barricadas en todas las calles del centro y enfrentaron la represión policial con bombas de gas, balas de goma y en algunos casos de fuego de francotiradores. Hubo 10 muertos y 1.340 heridos reportados, además de 1.192 detenidos, de los cuales 300 están procesados judicialmente.
Estudiantes atendiendo y alimentando a los combatientes
Al medio día los combatientes se retiraban por turnos para ir a almorzar. A la noche todos se iban a descansar. Estuvimos en la Universidad Salesiana, en la que había cerca de 5.000 indígenas alimentándose y durmiendo en las noches, muchos en el piso, ya no había colchones.
Centenares de estudiantes y jóvenes médicos, voluntarios, les curaban las heridas, les hacían y servían comida, les proporcionaban mascarillas con vinagre contra los gases lacrimógenos cuando volvían al combate o cuidaban a los niños para que sus jóvenes madres fueran al “frente”. En la puerta había una cola de gente quiteña entregando bolsas de alimentos de todo tipo a estudiantes que se encargaban de la organización. Lo mismo ocurría, me informaron, en la Universidad Católica y en la Universidad Central.
Brigadas de jóvenes estudiantes de medicina y médicos recorrían la ciudad con banderas blancas y sus mandiles (guardapolvos) blancos, para atender a los heridos en las calles.
Fracasa el Toque de Queda
El sábado 12 desde las tres de la tarde, el gobierno de Lenin Moreno decretó el toque de queda y la intervención militar. Esto significaba en teoría que nadie podía salir a la calle.
Un soldado con fusil ametralladora en la puerta de mi alojamiento me dijo que no podía salir. A la media hora intenté salir nuevamente… ya no estaba el soldado.
La represión policial se hizo mucho más violenta en el centro y hasta bloquearon las señales de celular. Lograron desalojar las esquinas cercanas a El Arbolito. Pero, los combatientes se dispersaron en una especie de guerrilla urbana por todas las calles cercanas, instalando una barricada incendiada en cada esquina de la ciudad vieja. Los soldados miraban para otro lado. Cada tanto llegaba un blindado policial y tiraba unas bombas de gases, que no lograban desmontar la barricada. A la noche despejaron las calles, pero estalló un enorme cacerolazo en toda la ciudad.
El domingo amaneció tranquilo. Una ciudad vacía. Desde “algún lugar”, Lenin Moreno llamó al “diálogo”. Pero cerca de las once se volvieron a escuchar las explosiones de las bombas de gas en el centro. Comenzaban a llegar refuerzos populares desde muchos barrios de Quito en motos, camiones, viejos ómnibus, autos y camionetas.
La Conaie había aceptado el diálogo. Se pactó para las tres. A esa hora la “guerra” era total. En las calles empinadas, los manifestantes desparramaban aceite y los blindados policiales resbalaban sin poder subir ante las burlas y risas de los combatientes, que festejaban con una lluvia de piedras. Los “pacos” (policías) no podían asomarse de sus blindados.
El “diálogo”, mediado por la ONU y la Iglesia Católica, se postergó “por problemas técnicos” para las seis de la tarde. Finalmente, a esa hora se inició la reunión, televisada en directo, por exigencia de la Conaie. En el centro de Quito seguían los combates. Después de cuatro horas de diálogo, se anunció el acuerdo de derogación del decreto 883. Cesaron los combates y comenzaron los festejos.
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