Para entender lo que está en juego en Francia en estos días hay que remontar a 1981, cuando Reagan derrotó a los controladores aéreos o 1984, cuando Thatcher le impuso una derrota histórica no sólo a los mineros ingleses, sino a todo el movimiento obrero británico. El triunfo mundial del neoliberalismo se fundó sobre estas dos colosales derrotas de la clase obrera anglo-sajona. El sueño de Emanuel Macron es “transformar” a Francia en un país neoliberal “normal”, doblegando a la clase obrera francesa.
Por Virginia de la Siega, integrante del Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) de Francia. 9/12/2019
Desde inicios de los años ’80, todos los gobiernos franceses, tanto de izquierda como de derecha, que intentaron imponer reformas neoliberales de fondo debieron enfrentarse a la feroz resistencia del movimiento obrero francés… y tuvieron que abandonar.
Macron pensó que enfrentar a un movimiento obrero debilitado por dos derrotas, la de 2010, cuando la derecha impuso la extensión de la edad para jubilarse, y la de 2016, cuando el Partido Socialista modificó la ley de contratos de trabajo, no sería un problema. Contaba para eso con la burocracia sindical francesa.
Formada en la negociación y no en la confrontación, los gobiernos anteriores la habían acostumbrado a utilizar la huelga y las manifestaciones como un mecanismo de presión para sentarse a la mesa de negociaciones y, aceptando las medidas centrales del gobierno de turno, conseguir la mayor cantidad de concesiones posibles. Pero Macron, que cambió la escena política dinamitando a los partidos tradicionales, está decidido a hacer lo mismo con los sindicatos. Por primera vez en sus vidas, los burócratas sindicales se enfrentan a alguien que quiere imponer su plan sin concesiones.
Un ejemplo claro de esto fue la huelga del ferrocarril del año pasado. Macron quería hacer pasar una ley que abría la SNCF, la empresa estatal, a la privatización y destruía el estatuto de los trabajadores ferroviarios. Los sindicatos pensaron que lo obligarían a abandonar las peores exigencias con simples presiones. Contra la voluntad de los trabajadores, que querían hacer huelga por tiempo indeterminado para que el gobierno retirara la ley, impusieron una huelga de tres días por semana que duró 36 días a lo largo de tres meses. Los intentos de auto-organización para imponer una huelga por tiempo indeterminado fueron insuficientes, haciendo la derrota de la huelga y el pasaje de la reforma inevitables. Este fracaso dejó un gusto amargo en los ferroviarios, que, a pesar de todo, lograron no sólo mantener la auto-organización sino que la siguieron construyendo. El colectivo Inter-Gare de París, que agrupa los trabajadores de varias estaciones de tren, y que está a la cabeza en la auto-organización de la actual huelga, es un ejemplo.
Macron pensó que podía volver a ganar con la reforma de las jubilaciones aplicando el mismo método. Pero no contó con un imprevisto, la aparición de los chalecos amarillos en noviembre de 2018.
Un movimiento que hizo visible la “brecha” en la sociedad francesa: los chalecos amarillos
Este movimiento que surgió desde las bases de la Francia profunda sacudió la sociedad. Informe, sin dirigentes, completamente horizontal, el movimiento de los chalecos amarillos sacó a la luz el sufrimiento de los olvidados de la mundialización: los obreros que ganan el salario mínimo, los trabajadores rurales y los que viven de changas, el pequeño comerciante del pueblo, las madres solas, los desocupados, los jubilados. Todos los sábados, los ricos de los Champs Elysées se veían “invadidos” por esos paisanos venidos del interior que enfrentaban a la policía y a la gendarmería. Fue ese desparpajo y su negativa a aceptar migajas la que les ganó la simpatía de un sector mayoritario de la población. Pero ese anarquismo que fue la fuerza de los gilets jaunes al principio, al combinarse con la negativa de la burocracia sindical a unificar a los trabajadores de los dos movimientos, hizo que al cabo de un año las movilizaciones semanales comenzaran a agotarse.
Sin embargo, el mal ya estaba hecho: los gilets jaunes tuvieron un efecto vigorizador sobre la población, lo que algunos medios llamaron la “gilet-jaunisation” de la sociedad. Ellos mostraron que sólo con la lucha consecuente se podía obtener una victoria contra el gobierno de tecnócratas de Macron. Por primera vez, en diciembre de 2018, el gobierno tuvo que retroceder y hacerles concesiones.
Pero el gobierno también sacó sus conclusiones de esta experiencia. Si querían “transformar” al país, no podían seguir demorando la reforma más emblemática de su programa: la liquidación del sistema de jubilaciones actual.
Los trabajadores y el pueblo francés rechazan el proyecto neoliberal
Todos sabemos que cuando un gobierno baja los impuestos de las grandes empresas, o como Macron, eliminan el impuesto a las grandes fortunas, son los presupuestos de la seguridad social, los hospitales, las escuelas que se reducen. Los agujeros que dejaron en el presupuesto la eliminación de los impuestos al combustible y el aumento del salario mínimo a cargo del Estado, concesiones insuficientes y tardías que Macron le hizo a los gilets jaunes, se sumaron a los anteriores y ese déficit fue utilizado como excusa para reducir el presupuesto de salud, de educación y para lanzar la reforma de la jubilación.
Pero lo que el gobierno no supo estimar fue la profundidad del malestar social que había creado. Las consecuencias de los cortes ya se venían sintiendo en los hospitales, las escuelas y la universidad. Los servicios de urgencia de los hospitales hace meses que están en huelga por falta de presupuesto. En octubre, los docentes nacionales, cuyos salarios son los más bajos de la CE, fueron sacudidos por el suicidio de una directora de escuela a causa de las condiciones de trabajo. A principios de noviembre, el intento de suicidio a lo bonzo de un estudiante lionés de 22 años, que protestaba contra las bajísimas becas y subvenciones a los estudiantes, sacó del inmovilismo a los estudiantes universitarios. El 15 de noviembre, una movilización de los trabajadores de la salud en París congregó 15.000 personas, diez veces más que de costumbre. Y el 23 de noviembre, la marcha contra las violencias sexuales y sexistas fue la más grande que se recuerde: 50.000 personas en París y 100.000 en todo el país, protestando contra la falta de recursos para la protección contra la violencia machista. Es contra este telón de fondo que hay que apreciar lo que comenzó el 5 de diciembre.
La huelga más grande desde 1995
Frente a la decisión de las bases, la CGT y las otras centrales sindicales no tuvieron más remedio que ponerse a la cabeza y hacer el llamado a la huelga y movilización para el 5 de diciembre. Poco a poco se fueron sumando los sindicatos de trabajadores de los hospitales, la educación nacional, los transportistas ruteros, el transporte aéreo, EDF-GDF (la empresa de electricidad y gas), y hasta la policía (que cerró algunas comisarías en protesta) y los bomberos, pararon y marcharon junto con los estudiantes universitarios y secundarios. Los gilets jaunes de diversos lugares participaron también en las asambleas de base que votaron la huelga. La unidad entre los trabajadores y los gilets jaunes, que las centrales sindicales habían hecho todo lo posible por impedir durante el alza del movimiento comenzaba a darse por la base.
El 5 de diciembre comenzó con una gran expectativa. Todo el mundo tenía en la memoria las enormes huelgas de 1995, cuando el gobierno de derecha de Chirac tuvo que dar marcha atrás con la reforma de la jubilación después de una huelga masiva que duró tres semanas. ¿Estaría este movimiento a la altura?
A partir de las 20 horas del 4 de diciembre comenzó a verse una merma considerable en el sistema de transporte de París, porque muchos trabajadores del transporte y el ferrocarril no se hacían cargo de sus turnos de noche. El 5 a la mañana, el paro de transporte era total. Sólo funcionaban las dos líneas automáticas del subte, que no tienen conductores. En el ferrocarril paró entre el 60 y el 90% de los trabajadores, según las categorías. El paro fue similar en los transportes, incluida Air France, que tuvo que interrumpir 70% sus vuelos interiores. En la educación nacional paró alrededor del 70% de los docentes primarios y secundarios. Entre la movilización en París y las que tuvieron lugar en todas las ciudades, marcharon en el país 806.000 personas según los cálculos del gobierno (1,5 millones según la CGT). En 1995, las primeras movilizaciones habían reunido sólo 500.000 personas según cálculos oficiales. Esa misma noche, se realizaron asambleas interprofesionales concurridas por centenas de huelguistas y de gilets jaunes que votaron la continuación de la huelga hasta el lunes a la noche, para enganchar con el llamado nacional a la huelga con movilización de las centrales sindicales para el martes 10 de diciembre.
¿Y ahora qué?
Es difícil hacer predicciones. Macron está intentando aplicar la misma táctica que Reagan y Thatcher hace casi 40 años. Sólo que la situación internacional es completamente diferente. Ellos actuaron en el momento del neo-liberalismo en su apogeo. Él quiere imponer una reforma neo-liberal con el neo-liberalismo en bancarrota y en medio de una crisis sistémica mundial como nunca se vivió. Lo que pasa es que para Macron ganar es de vida o muerte. Si pierde esta pulseada, se le acabaron no sólo la posibilidad de la reelección, sino toda perspectiva de reforma de cualquier tipo. Si gana, pasará a la historia como el presidente que derrotó al movimiento obrero francés. Pero sea lo que sea, esta batalla la tendrá que dar sólo. Del lado de la burguesía, los Republicanos, que en el fondo están de acuerdo con la reforma, esperan que Macron fracase para poder reconstituirse y volver al poder. Algo similar ocurre con el Partido Socialista, que intenta hacerse una nueva virginidad participando en las manifestaciones…cuando la gente lo deja. Mientras que Marine Le Pen hace declaraciones contra la reforma, pero habla contra la movilización y la huelga. Ningún partido burgués, por lo tanto, lo quiere apoyar abiertamente, pero al mismo tiempo tampoco consigue capitalizar el descontento contra Macron.
Frente a esto, la resistencia del movimiento obrero es desigual. Las direcciones sindicales llaman a la huelga, pero hacen poco y nada por organizarla. Todo está en manos de los trabajadores. A la cabeza del proceso de auto-organización están los ferroviarios y los trabajadores del transporte público, donde las asambleas inter-sindicales que organizan y votan la huelga son, por ahora, masivas. Un poco más atrás vienen los docentes, donde si bien en algunos lugares estaban preparados, en otros recién a partir del 5 comenzaron a hacer piquetes para recorrer las escuelas de la zona para convencer a los colegas de parar. La lucha es por organizar asambleas inter-sindicales que agrupen representantes de todos los sindicatos de la zona para organizar la huelga, pero también la solidaridad y el apoyo de la población.
Estamos viendo el surgimiento de una vanguardia muy joven y dinámica, que se declara anti-capitalista y grita “Revolución”, pero que en el fondo es anti-neoliberal y recién está comenzando a entender lo que implica enfrentarse al Estado burgués y su aparato represivo. Durante la manifestación del 5 de diciembre la policía y la gendarmería utilizaron la misma brutal represión a la que nos tienen acostumbrados contra los gilets jaunes, pero esta vez contra el movimiento sindical. El sábado 7, se repitió la situación para impedir que los cortejos de los chalecos amarillos se unieran a los cortejos sindicales… y la dirigencia sindical huyó, dejando solos a los trabajadores. Poco a poco, los trabajadores comienzan a darse cuenta de que si quieren ganar, y verdaderamente quieren hacerlo, necesitan organizarse ellos mismo, y que nada se puede esperar de las direcciones sindicales, que los abandonan cuando la policía reprime.
Hoy, lunes 9, el ferrocarril, el subte y los ómnibus siguen parados. Algunas escuelas votaron iniciar el paro hoy y no esperar a mañana, como dijeron los sindicatos docentes. Todas las miradas están ahora fijadas en el 10 de diciembre y la nueva manifestación llamada por las centrales sindicales. Esta mañana, el secretario del sindicato ferroviario de la CGT anunció que la CGT están considerando una nueva movilización y paro para el 12 de diciembre y continuar a un ritmo de movilizaciones y paros cada dos días para todos los trabajadores, pero que mientras tanto los ferroviarios seguirían en paro por tiempo indeterminado hasta que el gobierno retire la ley.
En esta situación, el desafío para la izquierda es enorme, pero su respuesta está por debajo de las necesidades. Es de esperar que al calor de las luchas que han comenzado, que tienen en el centro qué modelo de sociedad los trabajadores y el pueblo de Francia necesitan, comience a forjarse la unidad de militantes revolucionarios y sindicales que haga posible la creación de un partido obrero, revolucionario y por el socialismo, que termine con el capitalismo y refunde esta sociedad en crisis. El futuro de las nuevas generaciones de trabajadores de Francia depende de esto.