Escribe: Nicolás Núñez, legislador electo Ciudad Autonoma de Buenos Aires. Dirigente de Izquierda Socialista, sección argentina de la UIT-CI
“Esto es lo que tratamos de advertirle al primer ministro en abril o mayo. Y no nos escuchó” (El País, 5/1/20). La frase corresponde a uno de los jefes de los equipos de bomberos de Nueva Gales del Sur, el estado que alberga a Sídney y uno de los más golpeados por los incendios que están azotando el país más grande de Oceanía hace semanas. 8,4 millones de hectáreas fueron devoradas por las llamas de incendios que las poblaciones locales y la comunidad científica habían previsto fruto de observar las consecuencias del cambio climático en la región. La cifra va camino a cuadriplicar lo que fue arrasado por el fuego en la selva amazónica en los últimos meses. El fuego destruyó más de 15 mil casas y acorraló a pueblos enteros en las costas. El mar es en este momento el único lugar a salvo.
Hasta el momento 24 personas murieron desde el comienzo de los incendios. Ese número desde sectores de la prensa se intenta minimizar diciendo que aún está lejos de los 173 fallecidos en el Estado de Victoria en el “Sábado Negro”, un incendio anterior en el verano de 2009. Pero hay otro “saldo” de esta catástrofe: un billón de animales muertos, incluyendo entre ellos 25 mil koalas que estarían poniendo a esta especie al borde de la extinción. El primer cálculo hecho por Chris Dickman de la Universidad de Sydney hablaba de 480 millones de animales, pero esto solo contabilizaba mamíferos, aves y reptiles de los cuales existían cuantificaciones previas, y con una base desactualizada (Huffpost, 7/1/20). La cifra sería provisoria y una estimación conservadora.
Las causas de los incendios
La advertencia del equipo de bomberos cayó en saco roto frente al primer ministro Scott Morrison. Se trata de un evangélico de 51 años, negacionista del cambio climático, que asumió después de que el anterior en su cargo, también del Partido Liberal, Malcom Turnbull, renunciara tras promover una tibia política de reducción de emisiones de dióxido de carbono y baja del precio de la electricidad. Al momento de asumir en reemplazo, Morrison entró al Parlamento con una piedra de carbón en la mano recitando: “Esto es carbón, no tengan miedo, no tengas miedo, carbón”.
Morrison garantizó la continuidad de una política firme por parte de Australia: negarse a asumir compromisos concretos de reducción en la emisión de gases de efecto invernadero y el uso de combustibles fósiles. Como muestra, la reciente cumbre del foro de las naciones del Pacífico realizada en Funafati, capital de Tuvalu, fracasó a la hora de firmar un documento de compromiso ante esta problemática. El primer ministro de Tuvalu responsabilizó a Morrison: «tú estás más preocupado de salvar tu economía en Australia, a mí me preocupa salvar al pueblo de Tuvalu». Recordemos que se trata de islas que están en extremo peligro de ser hundidas por el alza del nivel de los océanos, producto del derretimiento de los polos.
La conclusión a la que llegan las organizaciones ambientalistas del país es contundente: “Es nuestro impacto climático y nuestra obsesión con el carbón lo que está ayudando a hacer la guerra contra nuestro propio país”. Australia es el productor mundial número uno de carbón, industria que además alimenta las centrales que proveen el 84% de la energía eléctrica utilizada en el país. Su índice de emisión per cápita de dióxido de carbono está a la altura de la de los países petroleros árabes, e incluso por encima de la de Estados Unidos.
El lunes 6, con medio país incendiado y ofuscado por haber tenido que acortar sus vacaciones en Hawái, Morrison pisó Australia y se mostró firme en su posición: «No vamos a involucrarnos en los objetivos irresponsables, destructores de empleo y económicamente perjudiciales que se están buscando» (Infobae 6/1/20). Para los gobernantes de Australia lo “responsable” viene siendo darle sin parar a la máquina del calentamiento global, sin importar que su país registra dos grados en promedio por encima de la temperatura de la época preindustrial y un grado y medio respecto del período 1961-1990. 2019 fue el año más seco desde que hay registro, y alcanzó temperaturas máximas históricas de 40,9° y 41,9° los días 17 y 18 de diciembre.
A ese combo incendiario -al que se suman las habituales quemas en épocas de prohibición por las cuales ya hay 24 detenidos-, le faltaba aún otro ingrediente: la sobreproducción de eucalipto. Extremadamente rentable para las patronales bajo esquemas de monocultivo, pero poseedores de aceites altamente inflamables en sus hojas. Los riesgos eran sabidos, pero la ganancia capitalista siempre está por delante.
La catástrofe que nos amenaza golpea cada día más
Al mencionado “Sábado Negro” australiano hay que sumarle las consecuencias de este incendio aún curso. También los recientes incendios en el Amazonas y California. Más las cada vez más crudas temporadas de huracanes en Centro América, como el que azotó Puerto Rico recientemente. Las olas de calor extremas cada vez más recurrentes. Las inundaciones masivas, o las sequías devastadoras. El mundo hoy tiene según la ONU más refugiados por causas climáticas que por guerras. Hablamos de 20 millones de personas. A todo eso resta agregarle que la ciencia anuncia que lo peor está por venir, y abarca dimensiones catastróficas para la vida sobre el planeta Tierra.
Hace mucho tiempo, en el Manifiesto Comunista, Marx y Engels decían que la sociedad burguesa “se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros”. Sus conjuros han sido cada vez más arriesgados y las fuerzas destructivas que desataron incalculables. El “Infierno en la Tierra” que nos muestra Australia hoy puede o bien ser un adelanto del futuro del planeta entero; o bien, un empujón hacia nuevas movilizaciones y a que cada vez seamos más quienes asumamos la necesidad de organizarnos parar derrotar a estos gobiernos, para avanzar en poner los recursos naturales al servicio de la planificación racional y no del saqueo y la destrucción ambiental capitalista.
Desde nuestro lugar, y como parte entusiasta de este nuevo movimiento que se está despertando en el mundo con la juventud a la cabeza, sostenemos que la salida de fondo para terminar con la destrucción ambiental capitalista va de la mano de la pelea por que sean quienes nunca gobernaron quienes se hagan cargo de esta dramática situación: solo gobiernos de la clase trabajadora, basados en la planificación democrática, y en alianza con los sectores populares, van a poder reorganizar la sociedad al servicio de las mayorías explotadas y de acuerdo a un plan de acción y transición ecológica que tire al basurero de la historia las amenazas de extinción que amedrentan al planeta.
Hoy las tareas inmediatas parten por impulsar, acompañar y desarrollar al máximo las acciones en Argentina y todo el mundo, como lo venimos haciendo en nuestro país contra la megaminería, y como lo han hecho millones de jóvenes que han ganado las calles en 2019. Por eso, el próximo viernes 10 de enero nos concentraremos en la Embajada de Australia en el marco de una jornada de acción mundial.
Australia, como antes el Amazonas, desnuda a los gobiernos patronales de ambos países que de la mano de las políticas del imperialismo norteamericano con Trump prepararon el terreno para estos incendios devastadores. Y nos convoca a la movilización, en solidaridad con todos los afectados y para exigir medidas de fondo para combatir el cambio climático. El ojo debe ser puesto en los responsables de la actual situación: por un lado, sobre las patronales y multinacionales que embolsaron ganancias millonarios mientras promovían la devastación ambiental, ellas deben pagar los costos del desastre que provocaron; y por otro, sobre los partidos políticos (tanto liberal como laborista) promotores de los negocios de aquellas. El gobierno negacionista de Morrison es responsable.