Escribe Reynaldo Saccone, ex presidente de Cicop. Para El Socialista Digital de Argentina
María Correa, inmigrante colombiana diabética de 73 años fue llevada por la ambulancia al hospital. En su casa de Queens, donde vivía desde hacía 20 años, sintió fiebre y dificultad respiratoria. Sus familiares la buscaron luego durante una semana y ni el hospital, ni los bomberos ni la policía sabían de ella. Finalmente, apareció en la morgue con el nombre cambiado por confusión de los paramédicos. Esta escena muestra la situación caótica que la epidemia ha creado en el país imperialista más poderoso del planeta.
En los Estados Unidos se han producido hasta la fecha cerca de 400.000 casos de COVID 19 de los cuales murieron 13.000. Solo en el estado de Nueva York se han acumulado 140.000 casos y 5500 muertes mientras que, en Queens, un barrio de inmigrantes, hubo 23.000 casos. Con estos números, Estados Unidos encabeza la triste procesión de las víctimas de la pandemia. Cifras que cobran su verdadera dimensión si las comparamos con las cantidades del mundo: cerca de 1.400.000 infectados y 74.000 muertos.
¿Cómo se pudo llegar a esta situación?
El gobierno de los Estados Unidos es el máximo responsable. Donald Trump minimizó en todo momento la importancia de la epidemia. Más aún, se desecharon los informes que alertaban el problema. Se sabe ahora que el principal asesor comercial de la Casa Blanca, Peter Navarro, había advertido en términos crudos sobre cuán mortal y económicamente devastador podía ser el brote del nuevo coronavirus para Estados Unidos.
En los comienzos de la epidemia, la dictadura capitalista china hizo callar a Li Wengyang, el médico que descubrió la nueva enfermedad y aún está desaparecida la Dra. Ai Fen, su colega, que difundió la existencia de la virosis. Instalada ya la epidemia, la dictadura se reacomodó y, con sus métodos brutales, adoptó medidas severas para frenarla. Trump, en cambio, acompañado por el hoy infectado premier británico Boris Johnson, planteó con claridad que era necesario preservar la economía y se negaron -ambos- a tomar las medidas necesarias para preservar la salud de la población. Recién cuando la presión de los gobernadores se hizo insostenible, Trump se avino en forma parcial a tolerar las cuarentenas y otras medidas que tardíamente se establecieron en 39 de los 50 estados y que no lograron frenar la expansión de la virosis por todo el país.
La presión popular
Los gobernadores reflejaron en forma más directa la profunda inquietud, que el avance de la epidemia producía en amplios sectores populares en sus respectivos estados. En Chicago hubo denuncias públicas porque los afroamericanos que son el 30% de la población, constituían el 60% de los infectados. En otros estados los médicos de las emergencias y las enfermeras -que en muchos casos están haciendo frente a la oleada de pacientes con coronavirus y a la escasez de equipos de protección, están descubriendo que se les está reduciendo los adicionales. Muchos trabajadores de la salud son contratados por empresas de trabajo temporario y estas compañías están reduciédoles el salario, haciendo recaer sobre ellos la presunta pérdida por la suspensión del trabajo no urgente. La empresa Alteon Health, una de las principales contratistas de médicos y enfermeras, publicó un memorando el lunes 30 de marzo en el que informaba que «la empresa reduciría la cantidad de horas de trabajo de los médicos, los salarios del personal administrativo en un 20%» y que suspendería los planes 401k (ahorro jubilatorio previo), las bonificaciones y el salario vacacional».
Otra presión que han recibido los gobernadores es la que ejerce la comunidad científica. La más antigua y prestigiosa revista médica de los Estados Unidos, New England Journal of Medicine, que venía haciendo campaña por una política más agresiva del gobierno, publicó el 1 de abril un editorial con el provocativo título de “Como eliminar la epidemia en diez semanas” que contempla, en primer lugar establecer una conducción única que centralice todos los recursos sanitarios del país, cuarentenas estrictas, protección del personal de salud, puesta a disposición del poderío industrial para producir insumos médicos, subsidio y protección a los necesitados y, finalmente, investigar sobre la marcha remedios y vacunas. Un programa opuesto al de Trump.
¿Por qué no se pueden tomar las medidas necesarias para aplastar la pandemia?
Simplemente, porque en el capitalismo, la economía no puede parar de producir ganancia para el capital. Los grandes monopolios multinacionales y la gran burguesía de cada país no pueden dejar de ganar. Por eso presionan constantemente, de distintas maneras, para seguir funcionando más allá de cuantas víctimas se produzcan. Esta dinámica imparable, también, genera roces interburgueses entre los imperialistas como la lucha por los cargamentos de barbijos o de kits diagnósticos que se arrebatan entre sí en los aeropuertos o las puertas de las fábricas chinas. Esa misma dinámica capitalista de búsqueda irrefrenable de ganancia hace imposible un acuerdo de los grandes institutos científicos de los países más adelantados para buscar de manera colaborativa una vacuna y remedios para esta enfermedad. Cada monopolio farmacéutico quiere producirla por sí mismo y así aumentar sus ganancias. Por estas razones, porque vivimos en un régimen capitalista, no se puede resolver de fondo la pandemia si no se cambian las relaciones de propiedad capitalista, de los monopolios y la gran burguesía, hoy día el mayor obstáculo para derrotar la pandemia.