Escribe Reynaldo Saccone, ex presidente de la Cicop
En la ciudad de Nueva York los bomberos recogen diariamente entre cien y doscientos cuerpos de los domicilios. Hoy los Estados Unidos registran 23.600 decesos, de los cuales 7.500 corresponden solo a Nueva York. La pandemia se ensaña con los trabajadores, especialmente los de las minorías étnicas oprimidas. Los afroamericanos, que constituyen el 22% de la población, aportan el 28% de las víctimas fatales; los latinos, que son el 29%, proveen el 34 por ciento. A este inventario negativo deben sumarse también las víctimas sociales: 16 millones de despidos ejecutados por las empresas en estos meses.
¿Por qué en el país imperialista más adelantado del planeta hay semejante catástrofe? Un problema es que el sistema de salud de los Estados Unidos es el paradigma del modelo mercantilista de la medicina y no está preparado para satisfacer las necesidades de la salud pública de grandes masas. Deja afuera a 27 millones de habitantes que no pueden pagar sus seguros. El sistema cruje cuando debe enfrentar esta epidemia, que está afectando ya a 600.000 personas.
El segundo problema fue el criminal manejo de la crisis que hizo Donald Trump. Desconoció públicamente durante semanas la gravedad de la pandemia. El domingo pasado su principal asesor en Salud, el epidemiólogo Anthony Fauci, dijo textualmente: “El presidente dejó pasar semanas cruciales para establecer el distanciamiento social, con lo cual se hubiera logrado salvar varias vidas. Pero hubo mucho rechazo al cierre de muchas cosas en aquel entonces”. ¿A quién se refirió el asesor presidencial con la frase “hubo mucho rechazo”? Sorprendentemente, la respuesta la da la propia prensa imperialista. El New York Times señala como responsables a “banqueros, ejecutivos e industriales”, los cuales, aún ahora, están presionando a Trump para que haga un llamado a levantar las restricciones y el distanciamiento y ponga a funcionar la economía.
En Italia, también, la burguesía impidió al pueblo trabajador defenderse de la pandemia
En Italia, como en los Estados Unidos, la crisis del sistema de salud y el manejo criminal de la burguesía favorecen el desarrollo de la epidemia, producto de las políticas de ajuste, donde el gasto público en salud bajó desde 7% en 2009 a 6,5% en 2017 y el número de camas por mil habitantes pasó de 3,79 en 2008 a 3,17 en 2016. En los últimos diez años se han quitado 37.000 millones de euros al presupuesto de salud. Lombardía concentra uno de los polos industriales más importantes de Italia. Los empresarios presionaron para evitar el cierre de sus fábricas y la pérdida de dinero. Y así, por increíble que parezca, la zona con más muertos por coronavirus por habitante de Italia –y de toda Europa– nunca fue declarada zona roja, a pesar de la presión del pueblo trabajador y las autoridades locales.
La cámara patronal local, Confindustria Bérgamo, agrupa a 1.200 empresas que emplean a más de 80.000 trabajadores. Todos fueron expuestos al virus, obligados a ir a trabajar, en buena parte sin medidas adecuadas, hacinados, sin distancia de seguridad ni material de protección. Confindustria lanzó su propia campaña: Bérgamo no se cierra. Cuando el sábado 21 de marzo Italia alcanzó el triste récord de casi ochocientos muertos diarios, el primer ministro Conte, que hasta entonces se había mostrado contrario a la medida, dijo que se cerrarán “todas las actividades económicas productivas no esenciales”.
¿Por qué tarda la vacuna?
Hay más de sesenta equipos en el mundo trabajando para crear una vacuna contra el coronavirus. Algunos dirigidos por grandes empresas farmacéuticas, como GlaxoSmithKline o Johnson & Johnson. El problema es que van despacio. ¿Cuál es la razón para esta lentitud? Una declaración de Bill Gates al New England Journal of Medicine lo explica en forma transparente: “Es necesario que los gobiernos pongan los fondos porque los productos para la pandemia son inversiones de muy alto riesgo, el financiamiento público minimizaría los riesgos para las empresas farmacéuticas y ayudaría a que se metieran en este tema con los dos pies”. Más claro, imposible. Los capitalistas quieren que el Estado ponga los fondos y las empresas se lleven las ganancias. Remata Gates: “Finalmente, los gobiernos deben financiar la compra y distribución de las vacunas a la población que la necesita”. Es decir, el Estado financia la producción y luego tiene que comprar los productos a las empresas. La propuesta de Gates desnuda la entraña del capitalismo: no se avanza en las vacunas si no hay ganancia garantizada.
La existencia del capitalismo es una traba que impide derrotar a la pandemia. Hemos visto a la burguesía mundial luchar contra las medidas de aislamiento y suspensión de actividades como en los Estados Unidos e Italia sin reparar en las muertes ni en la extensión del virus. Ha implantado los planes de ajuste que destruyeron los sistemas de salud y ahora sostiene con cinismo e indiferencia que el Estado debe financiar la producción de remedios o vacunas que harían desaparecer la pandemia. Los trabajadores y el pueblo deben avanzar hacia la estatización de los servicios de salud y la industria vinculada a ella, que produce insumos, remedios y vacunas. Deben, bajo control de sus trabajadores, ser puestos al servicio de la lucha contra la pandemia. Permitiría acelerar y liberar a la humanidad de la prolongación de estos horrores y sacrificios de vidas.