Escribe Francisco Moreira, en El Socialista N°473 (19.08.2020)
En este segundo artículo repasamos los orígenes de la Cuarta Internacional y los debates que hubo en el movimiento desde la muerte de Trotsky. Rescatamos el rol de Nahuel Moreno, quien batalló contra el revisionismo oportunista y los grupos sectarios. Con su guía, Izquierda Socialista y la UIT-CI continuamos la lucha revolucionaria trotskista.
Desde 1924, José Stalin y su grupo comenzaron a imponer en el Partido Comunista y la URSS un régimen burocrático despiadado, enarbolando la utopía reaccionaria de construir el “socialismo en su solo país”, alentando la coexistencia pacífica con el imperialismo y la conciliación con las burguesías. León Trotsky encabezó la oposición al viraje burocrático estalinista en defensa de la democracia obrera y el internacionalismo proletario. Pero fue derrotado y expulsado del partido y de la URSS.
La contrarrevolución estalinista en la URSS corrió pareja a los avances del fascismo y el nazismo en Europa. La conducción de Stalin fue responsable de las derrotas que sufrió el proletariado. La política de conciliación con la burguesía llevó a la derrota de la revolución china (1925/1927). Después de que el estalinismo avaló la política sectaria que permitió el ascenso de Hitler en 1933, Trotsky concluyó que la Tercera Internacional había muerto y se dio a la tarea de fundar una nueva organización mundial. En septiembre de 1938, en las afueras de París, se fundó la Cuarta Internacional, cuyo Programa de Transición, elaborado por Trotsky, afirmaba que la situación mundial se sintetizaba en la frase “la crisis de la humanidad es la crisis de su dirección revolucionaria”.
El asesinato de Trotsky y el vacío de dirección
La fundación de la Cuarta y la adopción del Programa de Transición fueron los aciertos más grandes de Trotsky. Gracias a ello, dio continuidad al único marxismo revolucionario existente, el trotskismo. Cumplía el objetivo de preparar un marco organizativo y programático ante la perspectiva de nuevos ascensos revolucionarios para superar la crisis de dirección y lograr la conquista del poder por la clase obrera.
Pero el asesinato de Trotsky, el 21 de agosto de 1940, cortó abruptamente ese proceso. Para ese año ya no quedaba con vida ninguno de los dirigentes del viejo Partido Bolchevique, muchos de ellos asesinados en las purgas estalinistas. Con su crimen, Stalin buscó terminar con la única posibilidad de construir una dirección revolucionaria que se estaba organizando alrededor de la figura de Trotsky, quien sintetizaba las experiencias del marxismo revolucionario desde comienzos del siglo XX.
La muerte de Trotsky dividió la historia del movimiento trotskista. Su desaparición provocó un abrupto vacío de dirección en la Cuarta. A esta situación abonaron las terribles condiciones de las décadas del ’20 y el ’30, que no permitieron ganar a nuevos dirigentes forjados en las luchas obreras, y el inicio de la Segunda Guerra Mundial, que profundizó la disgregación organizativa de la Cuarta pese a la heroica actividad de los trotskistas en la lucha contra el nazismo.
La lucha contra el revisionismo oportunista y el sectarismo en el trotskismo
La derrota del nazismo y el gran ascenso revolucionario previstos por Trotsky sucedieron. Pero la Cuarta, proyectada para ser la dirección revolucionaria de las masas, prácticamente sin dirección política y desorganizada, atravesaría años de debilidad, crisis y disgregación.
El vacío de dirección en la Cuarta fue suplantado por una dirección oportunista, encabezada por el dirigente griego Michel Pablo y el belga Ernest Mandel. Desde el Tercer Congreso, en 1951, Pablo y Mandel impusieron el curso revisionista oportunista promoviendo la capitulación a las direcciones mayoritarias de las masas, los partidos comunistas burocráticos y reformistas y los movimientos nacionalistas burgueses.
Con la equivocada definición de que se iba a producir una tercera guerra mundial y que los partidos comunistas estalinistas se volverían revolucionarios, iniciaron un entrismo en ellos que duró cerca de veinte años en Europa. El dirigente trotskista argentino Nahuel Moreno combatió la política oportunista desde 1948. Denunció que ese entrismo implicaba renunciar a la tarea fundamental de construir partidos revolucionarios de la Cuarta Internacional. Pero Pablo y Mandel impusieron su política capituladora con métodos burocráticos, llevando a la ruptura de la Cuarta en 1952. Ese mismo año cometieron una de las más grandes traiciones. Tras la revolución en Bolivia, ordenaron a los trotskistas, contra toda la experiencia revolucionaria previa, apoyar al gobierno nacionalista burgués de Víctor Paz Estenssoro. En oposición, desde el partido argentino, Moreno impulsó combatir al gobierno y alentar la lucha por el poder de las organizaciones obreras y campesinas (las milicias y la Central Obrera Boliviana).
La capitulación de Pablo y Mandel volvió a repetirse ante la conducción nacionalista pequeñoburguesa castrista, que encabezó la revolución cubana desde finales de la década del ’50. Como reacción, surgió un ala sectaria, encabezada por Gerry Healy y Pierre Lambert, que negaban el carácter obrero del Estado cubano. Oponiéndose a ambos sectores, Moreno fue definiendo el carácter obrero del Estado cubano y ratificó el carácter burocrático y oportunista de la dirección castrista, la necesidad de una revolución política y de construir partidos trotskistas como única alternativa de dirección internacionalista y revolucionaria.
En los años ’80, el Secretariado Unificado, encabezado por Mandel, apoyó al gobierno de conciliación de clases de Daniel Ortega y Violeta Chamorro, surgido tras la revolución sandinista de 1979. Rompiendo con los principios revolucionarios, avaló la represión a los trotskistas orientados por Moreno, que dirigían la brigada de combatientes Simón Bolívar. El mandelismo abandonó las definiciones centrales del trotskismo de construir partidos revolucionarios, que fue reemplazada por construir “partidos anticapitalistas amplios” y la necesidad del gobierno de trabajadores. En las últimas décadas, sus partidarios apoyaron a los gobiernos burgueses del PT en Brasil, siendo parte de su gabinete de ministros; el de Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela, y el gobierno de Syriza en Grecia.
Continuamos la lucha revolucionaria de Trotsky
Izquierda Socialista y la Unidad Internacional de Trabajadoras y Trabajadores – Cuarta Internacional continuamos la lucha revolucionaria de Trotsky bajo el hilo conductor que nos legó nuestro máximo dirigente y maestro, Nahuel Moreno, en la pelea por mantener los principios y la política trotskistas. Seguimos levantando la independencia de clase, la necesidad del partido revolucionario con centralismo democrático y por construir una organización revolucionaria internacional que pelee por gobiernos de trabajadores en cada país y el socialismo con democracia obrera en todo el mundo.
En el siglo XXI, la clase obrera y las masas no dejaron de protagonizar heroicas luchas, rebeliones y revoluciones. Ejemplo de ello son la rebelión antirracista en los Estados Unidos contra Trump, la rebelión popular en Líbano, o las movilizaciones multitudinarias en Bielorrusia. Pero al igual que en tiempos de Trotsky y Moreno, sigue planteada la necesidad de superar la crisis de dirección revolucionaria que seguimos dando, combatiendo la autoproclamación y el sectarismo, que fueron la respuesta equivocada al oportunismo, y llamando a “unir a los revolucionarios” en la tarea de reconstruir la Cuarta Internacional.