Por Görkem Duru, dirigente de la UIT-CI, Turquía.
En el Líbano, donde se sufre la más profunda crisis económica de su historia, la dantesca explosión en el puerto de Beirut el 4 de agosto reveló la furia incontrolable de las masas. La explosión de 2.750 toneladas de nitrato de amonio, que estaba guardado en un depósito desde 2013, en el puerto más importante del país, causó 200 muertos, 5.000 heridos y casi 300.000 libaneses sin hogar. Estos números revelan el grado de la destrucción y, cuando la combinamos con las consecuencias económicas y sociales a mediano y largo plazo, entendemos la situación desesperada de la clase trabajadora libanesa.
Por un lado, el gobierno prometió que una comisión se formaría para identificar a los culpables en un intento de evitar que la bronca por la explosión se dirija hacia ellos. Por otro, declaró el estado de emergencia y trató de intimidar a las masas otorgándole poderes extraordinarios al ejército en las calles de Beirut. Sin embargo, a los ojos de la clase trabajadora libanesa, los responsables de la explosión son obvios y las masas se rehúsan a abandonar las calles, cantando “Queremos que el régimen caiga”. En el sexto día de protestas, el gobierno de Hasan Diyab tuvo que renunciar después de que muchos de sus ministros ya lo habían hecho. En otras palabras, el gobierno de tecnócratas con tendencias democráticas reaccionarias, que asumió el 21 de enero de 2020 como resultado de que el gobierno de Saad Hariri había sido tirado por la “Revolución del 17 de octubre” (el gobierno de Hariri renunció el 29 de octubre de 2019), fue forzado a abandonar su puesto luego de seis meses, bajo la presión de las masas movilizadas.
Las masas lograron un éxito significativo forzando al gobierno a renunciar. Sin embargo, al presentar Diyab su renuncia, anunció que el país tendría elecciones anticipadas dentro de dos meses. El capitalismo libanés, que ha estado al borde de la decadencia, trató de esconderse detrás del gobierno de Diyab para salvarse y mantener vivo el régimen corrupto, degenerado y sectario.
Régimen degenerado, capitalismo podrido
La explosión en el puerto de Beirut es un ejemplo suficiente para revelar la profundidad de la corrupción y la decadencia del país. El hecho de que 2.750 toneladas de nitrato de amonio estaban almacenadas en el puerto por más de seis años, y que no se tomaron medidas para transportarlas a algún otro lugar, a pesar de las varias advertencias, es evidencia de que la esfera de responsabilidad es muy amplia. Y esta responsabilidad no puede reducirse a nivel individual solamente, pretendiendo que fue resultado de la “negligencia” o la “incompetencia” de uno u otro de los gerentes. Lo que aparece frente a nosotros es el brutal y explotador orden capitalista que prioriza la ganancia sobre la vida humana, así como los líderes libaneses sectarios en su conjunto que representan ese orden. Esos representantes son los que establecieron un orden clientelar y sectario en cooperación con el imperialismo y lo llamaron la llamada «Suiza del Medio Oriente», los que cortaron el acceso del pueblo libanés a muchos servicios públicos mediante políticas neoliberales y privatizaciones, los que multiplicaron sus beneficios convirtiéndose en accionistas de los bancos del país y los que restringieron el acceso de los trabajadores a su dinero en los bancos durante la crisis económica mientras intentaban pasar de contrabando sus propias riquezas al extranjero…
Desde 2019, los trabajadores libaneses habían estado peleando contra una crisis económica profunda. Lo que inició el proceso revolucionario en el país en octubre de 2019 fue la negativa de las masas a pagar el costo de la crisis; hicieron su aparición en el escenario político con el deseo de oponerse a las políticas de austeridad. La crisis se profundizó aún más con la pandemia del Covid-19. Cuando la deuda externa del país alcanzó los 92.000 millones de dólares, correspondientes al 170% de su PIB, el gobierno anunció el default en marzo. Los bancos restringieron el acceso de los trabajadores a su propio dinero en sus cuentas bancarias. La tasa de inflación subió hasta el 400%, destruyendo el poder adquisitivo del pueblo libanés. Casi el 55% de la población en edad de trabajar está actualmente desempleada, mientras que cerca del 60% de la población total vive por debajo de la línea de pobreza. Si bien existen graves deficiencias en el acceso de los trabajadores a los recursos básicos como la electricidad y el agua potable, la crisis que se ha profundizado con la pandemia ha provocado la aparición de nuevas dificultades para acceder a otros artículos vitales como el trigo y los medicamentos.
Es bastante obvio que la explosión producida en este contexto empeorará el estado de cosas en el país debido a sus consecuencias económicas y sociales. El principal puerto del Líbano, que funciona con un modelo económico basado en la importación en lugar de uno basado en la producción, está ahora destruido; otros puertos del país están lejos de poder llevar el mismo nivel de capacidad comercial, ya que el gobierno nunca ha hecho las inversiones necesarias en ellos. Teniendo en cuenta las dificultades ya existentes para acceder a productos de primera necesidad como el trigo y los medicamentos antes de la explosión, la destrucción del almacén de trigo en el puerto de Beirut, junto con los graves daños sufridos por los dos hospitales más importantes de Beirut como consecuencia de la explosión, dará lugar a un posible brote de crisis alimentaria y sanitaria en el país en un futuro cercano, además de la pandemia en curso. Además, estas consecuencias se complican aún más por el hecho de que más de 300.000 libaneses quedaron sin hogar y de que un número importante de edificios de la ciudad se derrumbaron o resultaron gravemente dañados, lo que revela el peso de la carga tanto de la crisis económica como de la incapacidad del régimen para gobernar.
El estado de cosas mencionado anteriormente es indicativo de los escombros capitalistas en que se ha convertido el país debido al régimen dependiente del exterior y sectario construido en el Líbano en asociación con el imperialismo y el Irán (Hezbolá) como resultado del Acuerdo de Taif firmado en 1989 tras la guerra civil que tuvo lugar en el país entre 1975 y 1990. El régimen que pretendía hacer invisibles los conflictos de clase basados en fundamentos sectarios a favor de la explotación capitalista hizo que los líderes y políticos sectarios chiítas, suníes o cristianos se convirtieran en capitalistas notorios, que siguieron añadiendo riqueza a sus fortunas y cuyos nombres empezaron a figurar en la lista de los 100 más ricos del país, lo que provocó que el velo sectario se diluyera a los ojos de los trabajadores.
La profunda crisis social y económica que atraviesa el Líbano hace que los buitres capitalistas imperialistas se froten las manos con satisfacción; por un lado, tratan de garantizar sus intereses manteniendo vivo el régimen a pesar de las movilizaciones de masas y, por otro, se esfuerzan por aumentar sus beneficios participando en la reconstrucción de Beirut mediante el ofrecimiento de «paquetes económicos y de ayuda» para arreglar el colapso causado por la crisis económica y la explosión. En resumen, tratan de reforzar la dependencia externa del país mediante el endeudamiento. La visita del presidente francés Emmanuel Macron al país al día siguiente de la explosión es una muestra de este plan.
Las masas libanesas se movilizaron una vez más contra la visita de Macron, sabiendo que cualquier «paquete de ayuda económica» externo sería lanzado contra ellos como un «plan de austeridad económica». Amalgamaron su rabia contra la destrucción de la explosión con su ira contra el colapso económico y el régimen sectario, clientelista y corrupto.
«Preparar la horca»
Como fue el caso al comienzo del proceso revolucionario que ha estado atravesando el Líbano, las masas se rebelaron una vez más contra la crisis económica y el régimen para impulsar sus demandas sociales y democráticas: «¡El pueblo quiere que el régimen caiga!» «¡Que se vayan todos los asesinos!»
Los trabajadores se negaron a abandonar las calles, a pesar de que el gobierno otorgó amplios poderes al ejército mediante la declaración del estado de emergencia para reprimir el movimiento de masas, y de la dura interferencia de los organismos encargados de hacer cumplir la ley en las protestas utilizando gases lacrimógenos, así como balas de plástico y de verdad. Los trabajadores libaneses se reunieron en la Plaza de los Mártires de Beirut el 8 de agosto, que fue declarado como el «día de la ira». Levantaron la horca y llevaron a cabo ceremonias de ahorcamiento de políticos y exigieron que se juzgara a los responsables de la explosión y el colapso económico del país, es decir, a los representantes del régimen sectario. Las masas ocuparon los edificios de los Ministerios de Energía, de Asuntos Exteriores y de Economía, así como la sede de la Asociación Bancaria del Líbano y varios bancos.
El gobierno de Diyab, que anunció que se crearía una comisión para investigar a los responsables de la explosión, también declaró que el país iría a elecciones anticipadas ante la presión de la opinión pública; sin embargo, esta declaración no logró convencer a los trabajadores libaneses de que se retiraran de las calles. Mientras continuaban las manifestaciones, los Ministros de Finanzas, de Información y de Medio Ambiente y Justicia dimitieron, tras lo cual el gobierno de Hasan Diyab también presentó su dimisión tras la declaración de elecciones anticipadas dentro de dos meses.
Tras la dimisión del gobierno de Saad Hariri durante el proceso de la «Revolución del 17 de octubre», los capitalistas libaneses y los líderes sectarios, cuyo interés es garantizar la continuación del régimen actual, habían acordado formar un gobierno tecnocrático dirigido por Hasan Diyab. El principal objetivo de estos gobernantes era postergar las demandas de transformación económica y social de las masas absorbiendo algunas de estas demandas contra el régimen a través de acuerdos democráticos parciales dentro del sistema – por ejemplo, la preparación de una ley electoral más democrática – con el fin de garantizar la continuidad de las políticas de explotación capitalista.
Aunque la aparición de la pandemia Covid-19 y la consiguiente retirada de las masas de las calles permitieron al gobierno de Diyab ahorrar tiempo para seguir adelante con este plan, el agravamiento de las condiciones económicas y sociales con la pandemia allanó el camino para la vuelta a la movilización de los trabajadores libaneses en abril. Los trabajadores, que eran conscientes de los niveles de desempleo, las desigualdades en la distribución de los ingresos y el alcance de la corrupción en la que estaban implicados los representantes del régimen sectario, vieron que lo que estaba ocurriendo era una profundización de la crisis en lugar de una resolución de sus demandas básicas. Por lo tanto, aceleraron la movilización revolucionaria, que se intensificó debido a la destrucción causada por la explosión y puso fin al gobierno de Diyab.
Sin embargo, los capitalistas libaneses y los líderes sectarios tratan de mantener vivo su régimen en cooperación con el imperialismo refugiándose detrás del llamado a elecciones anticipadas. Mientras tratan de hacerlo, los factores más fundamentales en los que se apoyan son la represión que podrían ejercer sobre las masas utilizando el aparato estatal, los llamamientos reaccionarios democráticos como el «establecimiento de un gobierno de unidad nacional», así como, y tal vez lo más importante, la división sectaria que sigue existiendo en el país a pesar de su erosión debido a las políticas de explotación capitalista.
Contra el llamamiento a la celebración de elecciones anticipadas, el factor más decisivo en la lucha de la clase obrera libanesa en dirección a la ruptura con el régimen y las políticas de explotación capitalista es plantar y construir la unidad de clase de los trabajadores, las mujeres, los jóvenes y los oprimidos para oponerse a las diferencias sectarias que han sido constantemente incentivadas por el imperialismo y los gobernantes del país.
¡Que se vayan todos! ¡No a las elecciones anticipadas! ¡Por una Asamblea Constituyente independiente, libre y soberana!
La base para establecer esta unidad es la capacidad de continuar con las movilizaciones contra todas las maniobras que el imperialismo y los capitalistas libaneses puedan aplicar para preservar el régimen, y para poner en marcha organismos autogestionarios dentro de la lucha. Las movilizaciones se han producido de forma espontánea durante los últimos 10 meses y no se puede hablar todavía de la aparición de tales organismos. En otras palabras, la insurrección en curso ha ido avanzando sin dirección, lo que apunta a la falta de presencia de una alternativa que pueda conducir a la ruptura con el régimen actual, a pesar de la lucha determinante de los trabajadores libaneses contra el colapso económico y social.
En este preciso momento, es más importante que nunca que las masas y los socialistas libaneses establezcan órganos de autoorganización y se organicen en torno a un programa de acción urgente orientado a la ruptura con el régimen y el orden de explotación capitalista. Esto, si se logra, sería un gran paso adelante en el curso del proceso revolucionario a favor de todos los explotados y oprimidos.
Ese paso adelante podría tener como objetivo la lucha por la convocatoria a elecciones de una Asamblea Constituyente independiente. libre y soberana para contrarrestar las maniobras electorales a las que recurre el establishment para mantener vivo el régimen. Ellos planean nuevas elecciones, en los marcos del viejo régimen para seguir las tres fracciones burguesas en el poder. La lucha por una Constituyente soberana, sería la forma de presentar una ruptura brusca con el régimen sectario, degenerado y corrupto, así como con la Constitución que lo sustenta; eso sería, de una vez por todas, «que se vayan todos».
En caso de que la movilización de las masas libanesas diera un salto adelante en el que la exigencia de una Asamblea Constituyente independiente, libre y soberana podría discutir toda la reorganización del país. Los socialistas libaneses deberían en ella plantear medidas de fondo en consonancia con el eje de ruptura con la política de explotación imperialista y capitalista. En el camino de un gobierno obrero y popular que pudiera impulsar la cesación de pagos de la deuda externa, la expropiación de los bancos y de todas las instituciones públicas privatizadas sin compensación y el establecimiento de una economía central y planificada.
A medida que la pandemia del Covid-19 profundiza la crisis económica mundial, estamos atravesando tiempos en los que no hay más descripción que la expresión «socialismo o catástrofe» que puede referirse apropiadamente al estado de nuestro mundo. Si el levantamiento de los trabajadores libaneses pudiera crear una alternativa a su régimen y al sistema capitalista de explotación en esta coyuntura mundial, daría un ejemplo extremadamente importante para todos los trabajadores del mundo. Lo que nosotros, los revolucionarios internacionalistas, debemos hacer es apoyar la lucha continua de las masas libanesas en el plano político y organizativo, así como desarrollar formas de solidarizarse con ella.
17 de agosto de 2020