Movimiento Socialista de Trabajadoras y Trabajadores
Entre finales de septiembre y mediados de octubre de 1937 se llevó a cabo la peor masacre racista del siglo XX en la región, la campaña trujillista de limpieza étnica contra la comunidad haitiana y dominicana de ascendencia haitiana en la zona fronteriza de República Dominicana con Haití.
Si bien no existen cifras precisas de la cantidad de personas asesinadas, debido a la política de ocultamiento del Estado dominicano, se trató de una matanza en la que participaron hordas de militares, policías y civiles, algunos de ellos liberados de las cárceles para integrarse a bandas paramilitares. Miles de cadáveres fueron arrojados al mar o enterrados en fosas comunes. El propio Joaquín Balaguer, canciller de la dictadura para el momento de la masacre, estima que 17 mil personas fueron asesinadas. Hay registros de que se siguieron realizando ejecuciones de personas haitianas hasta mediados de 1938.
El Estado dominicano llegó a un acuerdo, tutelado por el gobierno yanqui, en virtud del cual pagó una simbólica indemnización de 550 mil dólares al Estado haitiano, el equivalente aproximado de 9 millones de dólares actuales. Sin embargo, el Estado dominicano nunca ha asumido plenamente su responsabilidad y la masacre no es conmemorada oficialmente.
Entre los antecedentes de la barbarie desatada por la dictadura proyanqui y anticomunista de Trujillo están la firma de un tratado binacional de delimitación de fronteras, criticado por sectores de la propia derecha que lo consideraron una cesión territorial. También se realizó una campaña masiva de deportaciones de inmigrantes haitianos por parte del régimen y se implementaron programas racistas de promoción de la inmigración de europeos para “blanquear” la zona fronteriza. Todo ello en el marco de la promoción por parte de la burguesía de una ideología filohispánica y antihaitiana desde el siglo XIX.
Trujillo pronunció un discurso el 2 de octubre en Dajabón en el que dio a la masacre en curso una connotación de venganza por supuestos robos de ganado a propietarios dominicanos. También se asume en documentos oficiales de la dictadura la doctrina fascistoide de la “invasión pacífica”, teoría conspirativa según la cual los inmigrantes haitianos estarían realizando una invasión secretamente concertada. Intelectuales que apoyaban a la dictadura fueron directamente apologistas de la masacre, como el racista Peña Batlle, con argumentos de “purificación racial”.
Actualmente dirigentes de los principales partidos políticos del sistema, y no solo de la extrema derecha, siguen usando el discurso de la “invasión pacífica” para hacer apología de medidas como la privación de la nacionalidad a miles de personas dominicanas de ascendencia haitiana, para exigir o justificar deportaciones masivas y violaciones de derechos humanos, así como la violación de los derechos laborales de los trabajadores inmigrantes haitianos.
Tanto por la dimensión del genocidio trujillista contra personas haitianas y dominicanas de ascendencia haitiana, como por la permanencia de políticas de Estado y discursos racistas y xenófobos, es un reclamo democrático elemental la conmemoración oficial de la Masacre del Perejil, también conocida como El Corte.
Muchos elementos de la ideología racista y el discurso que alimentaron la campaña genocida siguen siendo empleados por políticos de la derecha y autoridades del gobierno dominicano hasta el día de hoy. Actualmente los linchamientos contra personas haitianas quedan casi siempre en la impunidad, lo cual demuestra que el compromiso de los sucesivos gobiernos con el racismo y la xenofobia sigue intacto. Se sigue estigmatizando a la inmigración haitiana como un lastre para los servicios públicos o la asistencia social del Estado en los grandes medios de comunicación. Cíclicamente hay operativos violentos y arbitrarios de deportaciones, la extorsión y el robo por parte de los cuerpos represivos contra los inmigrantes son permanentes. Ante cada coyuntura de dificultades políticas o económicas, se recurre al cuco de la inmigración haitiana para distraer al pueblo dominicano, arengando el odio racista y xenófobo. Con esa ideología, la clase dominante pretende intoxicar al pueblo para que no reconozca a sus verdaderos opresores y a quienes lo explotan y roban todos los días, los capitalistas y sus gobiernos. Por eso es tan importante hoy rescatar la memoria histórica y destruir los residuos trujillistas.
Es un error desvincular la lucha antirracista que libran las personas dominicanas, de ascendencia haitiana o no, de la lucha antirracista de las personas inmigrantes haitianas, y sus respectivas organizaciones. Más allá de las formas específicas en las que el racismo oficial afecta a distintos sectores, la lucha antirracista debe ser una sola, fraccionarla es debilitarla. La masacre de 1937 fue un crimen en contra de la comunidad inmigrante haitiana, la comunidad dominicana de ascendencia haitiana, y también contra disidentes políticos y personas que se opusieron a la campaña genocida. El régimen empleó la masacre para aterrorizar al conjunto del pueblo dominicano. Hoy debemos confluir unitariamente en la lucha contra el racismo todas las personas dominicanas e inmigrantes que defendemos la dignidad y los derechos humanos. La exigencia de que se conmemore oficialmente la masacre de 1937 es parte de esa lucha.