Escribe Adeed Nassar
Trípoli es la segunda ciudad de Líbano en cuanto a población, importancia económica y administrativa, por lo que se la denomina «la segunda capital» de Líbano.
La población de Trípoli se acerca al millón de habitantes, y es una de las ciudades más antiguas del Mediterráneo, además de tener su relevancia histórica y una importante ubicación estratégica.
Las políticas económicas neoliberales, que podemos caracterizar de mafiosas, basadas principalmente en el endeudamiento, la inversión rentista y el préstamo, destruyeron los sectores productivos y mucho del empleo del país, y Trípoli fue la que más sufrió con estas políticas. Durante décadas, las industrias de Trípoli fueron destruidas; se suspendió la refinería de petróleo, su puerto abandonado, así como a todos los proyectos de desarrollo que se habían iniciado desde los años setenta del siglo pasado: el estadio olímpico, el centro internacional de exposiciones, etc.
En cuanto a los servicios básicos, como educación, salud, hotelería y medio ambiente… han disminuido dramáticamente.
Así, la tasa de desempleo aumentó hasta límites insoportables en la ciudad, y el índice de pobreza se incrementó hasta superar el 60% de su población, hasta llegar a decirse que es la ciudad en promedio más pobre, aunque hablamos de una cifra que no supera los dedos de una mano y se trate quizás de la ciudad más rica de los países de la región.
Durante las tres últimas décadas, las fuerzas del régimen, así como las potencias regionales, vieron en Trípoli, sumida en la pobreza, una presa a manipular poniendo la milicia al servicio de los objetivos de este partido local o regional.
La distribución de ayuda «humanitaria» era una oportunidad para aprovecharse de la pobreza y la indigencia de la población, y emplear esos recursos en la formación de bandas de asesinos o milicias armadas, como en las operaciones de corrupción que acompañan a las elecciones parlamentarias o municipales con la compra de votos.
Con el estallido de la actual crisis económica, financiera y existencial hace dos años, el sufrimiento del pueblo de Trípoli se duplicó. Por ello, la participación de Trípoli en el levantamiento del 17 de octubre fue único, y los libaneses la llaman: la novia de la revolución.
El estallido de la epidemia de COVID-19 y las varias cuarentenas totales ajustaron aún más las tuercas a los habitantes de la ciudad, la mayoría de los cuales trabajan a diario para conseguir el sustento.
La creciente presión empujó a los habitantes de la ciudad a levantarse de nuevo y con más fuerza, por lo que dirigieron la represión a disparar directamente contra los manifestantes, lo que provocó heridos de bala, y la muerte de más de un manifestante.
El último domingo de enero de 2021, y en solidaridad con la ciudad y su pueblo, cientos de libaneses salieron de todas las regiones y se dirigieron a Trípoli manifestándose allí, rompiendo las decisiones de cierre general de la autoridad y denunciando las medidas represivas practicadas contra los habitantes de la ciudad.