Por Reynaldo Saccone *
En Correspondencia Internacional N° 46, abril 2021
El martes 8 de diciembre de 2020, la británica Margaret Keenan, de 89 años, fue la primera persona del planeta en recibir una vacuna autorizada como parte de un programa oficial de inmunización. Desde entonces y hasta el 24 de marzo de 2021, unos cien días, se han aplicado en todo el mundo 489 millones de dosis en una proporción de 6,27 cada cien habitantes. Las estimaciones más optimistas dicen que, de poder mantenerse el ritmo actual de vacunación, se tardaría un mínimo de dos años en aplicar por lo menos una dosis al 70% de la población mundial. ¿Por qué escasean las vacunas?
Teniendo en cuenta que la mayoría de las vacunas requieren dos dosis, no se podría lograr la inmunidad mediante el llamado “efecto rebaño” antes de tres años y medio. Pero hay un problema más grave aún que empeora cuanto más se tarde en inmunizar a la población, la aparición de nuevas cepas.
La pandemia ha producido hasta la fecha 125 millones de contagios confirmados, ha acumulado 2.750.000 víctimas fatales y sigue, en las últimas semanas, un curso ascendente. No solo se mantiene activa. Apareció un problema nuevo, la mutación del virus. Hay varias cepas nuevas, dos muy peligrosas, el llamado virus Manaos, originado en Brasil, y la mutación sudafricana. Ambas se han revelado con mayor contagiosidad y virulencia que la cepa originaria. También son, potencialmente, capaces de eludir las defensas generadas por las vacunas. Según especialistas, Brasil, donde la circulación del virus está apenas limitada por escasas medidas restrictivas, está resultando un campo propicio para la aparición de mutaciones resistentes a las vacunas. “Los virus siempre están mutando. Las mutaciones que le sean favorables, cuando no existen restricciones a la transmisión, serán seleccionadas y predominarán” (Denise Garrett, BBC, 25/3/2021). Cuanto más tiempo tarde una población en vacunarse, más posibilidades habrá de generar cepas resistentes y, obviamente, más peligrosas y agresivas.
Vacunación: la crisis de una esperanza
Mientras la pandemia acrecienta su peligrosidad, hace su aparición la crisis de la vacunación, que tiene dos caras: una crisis de producción y una crisis de distribución. Ya hemos visto en cifras el déficit de la producción. Veamos ahora la crisis de distribución. En primer lugar, el déficit de entregas. Hay una diferencia abismal entre las dosis compradas o reservadas por los países y las realmente entregadas. De acuerdo con un relevamiento de la cancillería argentina, en marzo de 2021 veinticuatro países de altos y medianos ingresos compraron 3.900 millones de vacunas, pero solo les entregaron 513 millones, es decir 13,16% de lo contratado. Esta situación ha provocado airados roces entre los Estados compradores y las multinacionales. Son públicas las quejas de la Unión Europea contra Pfizer, Moderna y AstraZeneca por sus incumplimientos. Un reciente ejemplo de estos enfrentamientos es el diferendo surgido entre AstraZeneca y el gobierno italiano por el hallazgo de una partida de treinta millones de dosis de la vacuna Oxford en un depósito cerca de Roma, que puede culminar incautada. Preparadas para su exportación al Reino Unido, su existencia no fue informada al gobierno italiano ni a las autoridades comunitarias, según el diario La Stampa.
En segundo lugar, la crisis de distribución se evidencia en la desigualdad con que se ejecuta. En este aspecto hay cifras contundentes. Mientras la media mundial de vacunados es 6,27, el Reino Unido alcanza 46% y los Estados Unidos llegan a 39%, la media de la Unión Europea se sitúa en 14%, más del doble global. El caso de Israel, que tiene un contrato especial con Pfizer, y los de Chile y los Emiratos, que responden a políticas especiales de compra, marcan los picos más agudos de la desigualdad.
En cambio, rondando el promedio mundial se sitúan Brasil (7,50), Panamá (7,42), Argentina (7,37). Rusia y China, que exportan vacunas al mundo, han inmunizado solamente al 6,71% y 5,76% de sus respectivas poblaciones. A pesar de estas desigualdades, los habitantes de estos países están, en realidad, mejor que el resto del mundo. Han recibido alrededor del “90% de las vacunas hasta ahora aplicadas” (NYT, 21/3/2021). Mientras que, como revela Gavin Yamey, profesor de salud global y política pública de la Universidad de Duke, Estados Unidos, “en unos ciento treinta países, donde viven más de 2.500 millones de personas, no se ha recibido ni una sola vacuna” (María Elena Navas, BBC, 19/3/2021).
Un plan para hacer de la vacuna un gran negocio de las farmacéuticas
A once días de haberse hecho públicos los primeros casos de Covid-19 en Wuhan se pudo descubrir el genoma del nuevo virus. Habían pasado solo 333 días cuando se aplicó la primera vacuna ya regulada y se inició una campaña masiva mundial de inmunización. Nunca tan rápido en la historia. Para la vacuna de la gripe se tardaron veinte años y, después de treinta años de investigación, aún no se ha logrado una vacuna para el VIH-SIDA. Sin embargo, este extraordinario logro de la ciencia cayó preso de las leyes de funcionamiento del capitalismo y del mercado. La sed de ganancias de los monopolios y las fronteras nacionales se convirtieron en trabas para el desarrollo de las vacunas. Se da, entonces, la situación contradictoria que la humanidad dispone de un arma para enfrentar la pandemia pero no puede utilizarla como es necesario.
Veamos cómo los empresarios de las multinacionales se adueñaron de las vacunas. Tres semanas después de que fuera dado a conocer el primer prototipo de vacuna para iniciar ensayos clínicos en humanos, Bill Gates manifestó a la prestigiosa New England Journal of Medicine una especie de declaración de principios de las multinacionales farmacéuticas que, en sus partes decisivas, decía lo siguiente: “El financiamiento de los gobiernos es necesario porque los productos para la pandemia son inversiones de extraordinariamente alto riesgo; el financiamiento público minimizará los riesgos para las compañías farmacéuticas y les permitiría meterse en el negocio con los dos pies. Además, será necesario que los gobiernos y otros aportantes financien -como un bien público global- instalaciones de fabricación que puedan generar una provisión de vacunas en cuestión de semanas. Estas instalaciones podrán hacer vacunas para programas de inmunización de rutina en tiempos normales y podrán ser rápidamente adaptadas para la producción durante una pandemia. Finalmente, los gobiernos financiarán la adquisición y distribución de vacunas a la población que las necesite (New England Journal of Medicine, 28/2/2020, Bill Gates).
Multimillonarios aportes de fondos públicos a la industria farmacéutica
Tener la vacuna fue el objetivo de las grandes potencias imperialistas: Estados Unidos, el Reino Unido y la Unión Europea, pero también de China y Rusia. Conseguirla primero no solo daba una ventaja estratégica para venderla globalmente, también podía proporcionar prestigio internacional en un momento de roces y disputas comerciales y políticas. Estas necesidades ayudan a explicar el caso de China y Rusia que, pese a ser productoras y exportadoras en gran escala de vacunas, tienen una tasa de población vacunada inferior a la de Brasil y la Argentina.
No habían pasado dos meses de las declaraciones de Bill Gates cuando el gobierno de Donald Trump ya había dotado un fondo de más de 10.000 millones de dólares con participación público-privada, llamado Operación Warp Speed, que fue distribuido entre las principales multinacionales. Moderna recibió 2.500 millones de dólares, Pfizer 2.000 millones, AstraZeneca debió asociarse a una empresa estadounidense para obtener 1.200 millones, Novax 1.600 millones, Johnson y Johnson 1.500 millones y GSK/Sanofi 2.100 millones (datos de la OMS y Evaluate Pharma).
Con ese multimillonario subsidio, las grandes farmacéuticas se lanzaron a los ensayos de las fases I y II reduciendo los severos protocolos de investigación y acortando las etapas. A mediados de 2020, cuando aún no habían comenzado los ensayos masivos de la fase III para cada vacuna, las empresas empezaron a vender su futura producción en las cantidades astronómicas que hemos señalado. La mencionada compulsa de la cancillería argentina revela que Alemania, para una población de 82 millones de habitantes, compró 311 millones de dosis y Japón, para 127 millones, adquirió 564 millones. Según investigaciones de la Universidad de Duke, las farmacéuticas han vendido anticipadamente 7.300 millones de dosis que servirían para vacunar a la mitad de la población mundial en 2021 si se hubiesen distribuido de modo equitativo. Esta venta en exceso se convirtió, de hecho, en un nuevo subsidio.
Leyes especiales para garantizar las ganancias monopólicas
No satisfechos con utilizar los subsidios estatales para la producción, los monopolios exigen además a los gobiernos leyes que protejan sus intereses y garanticen sus ganancias. Resulta ilustrativo el ejemplo de la Argentina. En noviembre de 2020 el Congreso nacional aprobó, con el voto favorable de los diputados oficialistas y de la oposición burguesa (el Frente de Izquierda-Unidad votó en contra), una ley hecha a medida de los requerimientos de las multinacionales. Les garantiza inmunidad judicial frente a los reclamos que pudieran plantearse por efectos colaterales, confidencialidad de los contratos en cuanto a precios y pagos, secreto de los procedimientos de fabricación, extraterritorialidad jurídica y condiciones de indemnidad patrimonial respecto de indemnizaciones y otras reclamaciones pecuniarias. Esta exigencia de los monopolios imperialistas fue reconocida por el propio ministro de Salud argentino quien, ofuscado por el fracaso de sus negociaciones con Pfizer, declaró a la prensa “Les hicimos una ley como ellos pedían, pero no les alcanzó, querían más”.
La confidencialidad en los contratos es una gran ventaja que les permite establecer precios diferenciados según el Estado comprador. Todas las negociaciones se han hecho de manera secreta, lo que echa por tierra la cháchara sobre la transparencia de la democracia burguesa. “Solo por poner un ejemplo, con los precios que Europa ha acordado con los productores –roto el secreto por una ministra belga–, la factura de las dosis para 40 millones de personas en España con la vacuna de Pfizer superaría los 1.000 millones de euros, mientras que con la de AstraZeneca podríamos vacunar al mismo número de gente pagando solo 140 millones” (Rafael Vilasanjuan, realinstitutoelcano.org, 3/2/2021).
Las patentes garantizan el monopolio y frenan la producción de las vacunas
Los subsidios estatales y la compra anticipada de la producción –como aconseja Bill Gates– financian en gran parte, quizá en su totalidad, la producción de las vacunas. Pero es con las patentes que se concreta el monopolio por parte de las multinacionales, asegurando a cada empresa la exclusividad para producirlas y venderlas. Un producto patentado no puede ser elaborado por nadie, salvo que el propietario de la patente lo autorice expresamente, es decir le dé una licencia, obviamente, paga. Mediante las patentes, las multinacionales monopolizan la producción de vacunas a pesar de que estas son el resultado de una elaboración colectiva que se apoya en desarrollos e investigaciones de décadas en universidades, hospitales y centros científicos de todo el mundo y fuertemente financiados por presupuestos públicos. Como consecuencia, la actividad científica de cada país tiende a convertirse en proveedora gratuita de insumos para la ganancia de los monopolios. El biólogo Rob Wallace, de la Universidad de Minnesota, revela que, en el contexto de la red mundial de vigilancia de la influenza, los países envían muestras anuales de cepas a la OMS que, a su vez, las ofrece sin costo a las multinacionales que elaboran las vacunas antigripales (Wallace, Rob [2016], Big Farms Make Big Flu. New York, Monthly Review Press).
Las patentes y la propiedad intelectual no solo están respaldadas por la legislación de cada país, también lo están a nivel internacional mediante los acuerdos de la Organización Mundial de Comercio (OMC) que obligan a los países a respetarlas.
¿Por qué no alcanzan las vacunas?
Hemos visto las enormes facilidades obtenidas por la industria farmacéutica para las vacunas: subsidios faraónicos, compras anticipadas, leyes protectoras y, como remate, la exclusividad garantizada por las patentes internacionales. Sin embargo, las vacunas no alcanzan siquiera para los países más desarrollados. La manifiesta escasez ha desatado una crisis que provoca fuertes roces entre las multinacionales y los gobiernos, especialmente de la Unión Europea. A tal punto que el presidente del ejecutivo de la comisión, Charles Michel, ha amenazado a Pfizer, primero, y a AstraZeneca después, a aplicar el artículo 122 del estatuto de la UE que habilita a los gobiernos a desconocer transitoriamente las patentes.
Las empresas dicen que no hay mayor producción porque, al ser nueva, las fábricas no están preparadas. Argumento falaz, porque un rasgo de la industria capitalista es su capacidad y rapidez para adaptarse a nuevas exigencias de producción. Es conocido el ejemplo de Ford que, en la Segunda Guerra Mundial, se reconvirtió para fabricar aviones de guerra y llegó a producir más de diez mil por año. Una sola empresa construyó casi la cuarta parte del total de aeronaves que hizo el resto de la industria norteamericana en el mismo lapso. El agotamiento de insumos o de materias primas no tiene relevancia ante la potencia de la industria moderna. Esa no es la verdadera explicación.
La explicación está en que los laboratorios ya obtuvieron las ganancias, que son colosales. Los subsidios, la venta anticipada y la perspectiva muy probable de que, como en el caso de la gripe, la vacunación sea anual y entonces la producción sea permanente, han elevado el valor de las acciones de estas empresas. Por ejemplo, las de Moderna subieron en un solo día 30% después de recibir el subsidio de Trump en mayo de 2020. Desde ese momento, tanto las acciones de Moderna como de las otras farmacéuticas, se vienen manteniendo en valores elevados. Esta es la razón por la que la industria no va más allá del límite que le fija su tasa de ganancia. ¿Por qué arriesgar más capital si se están obteniendo altísimas ganancias en relación con tan escasa inversión? Con el reaseguro de las patentes, que impiden la competencia, las multinacionales no necesitan aumentar la producción.
Es necesario liberar la producción de vacunas anulando las patentes
Los intereses de las trabajadoras y los trabajadores y el pueblo son otros. Quieren aplastar la pandemia, quieren defender su salud y su vida. El régimen de patentes se alza como una barrera que impide que se produzcan las vacunas que el mundo necesita. En los acuerdos de la OMC existen los resquicios que permiten a los gobiernos suspender las patentes, como el punto 2 de la Declaración de Doha.
A eso se refiere el titular de la OMS, Tedros Ghebreyesus, cuando dijo en rueda de prensa: “Muchos países que cuentan con capacidad para fabricar vacunas pueden empezar a fabricar sus propias vacunas si se renuncia a los derechos de propiedad intelectual de las patentes, según lo dispuesto en el acuerdo Adpic (de la OMC)… Esas disposiciones están ahí para su uso en emergencias… en la OMS creemos que estamos en ese momento de excepción de patentes en productos médicos” (Antena 3. Noticias, 5/3/2021).
No obstante, estas declaraciones no salen del terreno de las intenciones. Es necesario movilizar a los trabajadores y el pueblo para crear una relación de fuerzas que obligue a los gobiernos a desconocer las patentes de las vacunas y demás insumos necesarios para enfrentar la pandemia. Las vacunas, fruto de la elaboración colectiva, deben ser recuperadas para las trabajadoras y los trabajadores y el pueblo para que sirvan en la lucha contra la pandemia. No habrá vacunas suficientes mientras la producción sea regida por las multinacionales. En el camino de la lucha por la liberación de las patentes sostenemos que toda la industria farmacéutica deberá ser estatizada y puesta al servicio no solamente de la lucha contra la pandemia sino también de todas las necesidades de salud de los trabajadores y el pueblo.
*Médico, ex presidente de la Cicop (Sindicato de Profesionales de la Salud de la provincia de Buenos Aires, Argentina, y dirigente de Izquierda Socialista/UIT-CI).