Escribe Adolfo Santos
Acosado por las denuncias de corrupción, soborno y fraudes en la Justicia y el fracaso ante la resistencia palestina, Benjamin Netanyahu se vería obligado a abandonar el cargo de primer ministro de Israel después de doce años en el gobierno. Sin protección ni inmunidad, su próximo destino podría ser la cárcel.
Esta salida, a la que Netanyahu trata de resistir, fue forzada por la heroica resistencia palestina y una poderosa movilización mundial. Su intento de usar los bombardeos sobre Gaza para sostener su gobierno fracasó. Pero no se trata solo de un fracaso personal, demuestra además una profunda crisis del Estado sionista de Israel, denunciado por racista y genocida, y de su gobierno. Una crisis que le impidió a Netanyahu tener una mayoría parlamentaria después de cuatro elecciones en los últimos dos años. La unidad interna que reinaba hasta hace poco tiempo comenzó a resquebrajarse y la ultraderecha sionista encuentra cada vez más dificultades para ejecutar sus planes de colonización total.
El nuevo gobierno, acordado entre ocho fuerzas partidarias de derecha y de centro, y que contará con el apoyo inédito de cuatro diputados islamistas, será un verdadero Frankenstein. Los miembros de la nueva coalición tienen poco en común, aparte de querer sacarse de encima a Netanyahu, por eso se vieron obligados a pactar una rotación. Los primeros dos años asumiría Naftali Bennet (La Casa Judía/Nueva Derecha) y los dos siguientes Yair Lapid, líder de Yash Atid (Hay un Futuro), principal partido de oposición, con diecisiete diputados y articulador de este frente.
Bennett, un millonario ultranacionalista religioso de 49 años, obtuvo apenas seis bancas en la última elección y ya desempeñó funciones en el gobierno de Netanyahu. Ex líder colono, es favorable a construir más asentamientos en Cisjordania y a ampliar la anexión de territorios palestinos. Por eso, esta unidad heterogénea del posible nuevo gobierno, que debería ser aprobado por el Parlamento (Knesset), este miércoles 9, no significará, por sí misma, un cambio favorable para la causa palestina, pero su dinámica podrá aumentar la crisis del sionismo.
Pero las diferencias ideológicas de la frágil alianza son apenas una parte del problema. La verdadera crisis la produce la tenaz resistencia del pueblo palestino a la política colonial. Si Netanyahu permaneció por tantos años en el gobierno fue por sus promesas de derrotarlos, algo que no consiguió a pesar de las inhumanas masacres denunciadas por diversos organismos internacionales de derechos humanos. Esa represión, lejos de disminuir la resistencia, la ha potenciado inclusive dentro de Israel.
Los conflictos en las llamadas “ciudades mixtas” entre israelíes y palestinos con ciudadanía israelí son cada vez más frecuentes y ya desestabilizan al sionismo. La numerosa población palestina que vive en Israel, completamente discriminada, ha comenzado a movilizarse en apoyo de los palestinos que luchan en Gaza y Cisjordania, como lo hicieron durante la huelga general del 18 de mayo y lo continuarán haciendo para conquistar derechos que les son negados en su propia tierra.
Cada vez está más claro que no hay solución posible mientras se mantenga la ocupación colonial del territorio palestino. El sionismo no es todopoderoso y sufre una severa crisis que se agrava por el rechazo generalizado a su política racista y de apartheid. Será muy importante darle continuidad a la movilización mundial a favor de la causa palestina, sobre todo en los Estados Unidos, donde la opinión pública se está volcando contra las posiciones sionistas y crece un movimiento contra el apoyo político y financiero dado a Israel. La única salida para esta catástrofe humanitaria es acabar con esta opresión racial y colonial e instaurar un Estado único laico, no racista y democrático en los territorios históricos de Palestina, donde ambos pueblos, judío y palestino, puedan vivir en paz, sin persecuciones étnicas o religiosas de ningún tipo.