Por Mercedes Petit • mpetit@izquierdasocialista.org.ar
(Publicado en Correspondencia Internacional Nº 29, agosto-diciembre 2010)
La crítica situación que vive el pueblo cubano reabre viejos debates o instala otros nuevos sobre lo que fue y es el castrismo. Defensores actuales del gobierno cubano, en primer lugar el castro-chavismo, se suman a las versiones de derecha y socialdemócratas diciendo que en Cuba, como en la ex URSS, habría fracasado el “estatismo”. Son los que abandonan el punto clave del triunfo de 1959-60: la expropiación de la burguesía. Son los que siguen apoyando a la dictadura estalinista de los Castro y esconden con mentiras la transformación capitalista que impusieron en Cuba. En Venezuela defienden el capitalismo de economía mixta con las multinacionales que proclama el presidente Chávez con su falso “Socialismo del Siglo XXI”.
Otra versión la dan algunos progres ex castristas. Hace medio siglo eran fanáticos incondicionales de Fidel y acusaban de “contrarrevolucionario” a todo aquel que, como nuestra corriente morenista, pretendiera señalar cualquier crítica desde la izquierda. Tardíamente fueron descubriendo que en Cuba no había libertades, todo era monolítico, había problemas. Algunos, incluso, definen correctamente ahora que existe una dictadura estalinista, pero reescriben falsamente la historia1. Reconocen que hubo un largo período de avances de la revolución y gran mejoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores (este es un hecho que nunca nadie pudo negar, reconocido hasta por la madre Teresa de Calcuta). Pero lo dibujan como una “utopía igualitaria”, condenada a fracasar porque ya contenía una fatal centralización, ligada al estatismo, que la condenaba a ser represiva. Cuando eran castristas, no detectaron que existía una dictadura que controlaba monolíticamente aquel Estado.
La verdadera historia es que Cuba Socialista nunca fue “igualitaria”, porque nació con un aparato burocrático totalitario, su partido-ejército, que dio lugar al PC cubano y a las Fuerzas Armadas Revolucionarias, dirigidos por los hermanos Castro. Eran burócratas privilegiados, al estilo estalinista, con la diferencia que encabezaron una revolución y tenían recursos infinitamente menores, incluso para los privilegios. Siempre tuvieron mejores salarios, mercados especiales, nunca tuvieron que usar la libreta de racionamiento.
Estos ex castristas ahora hacen campaña política diciendo que no va lo estatal, que no hay que expropiar, que hay que privatizar todo. En relación a la Cuba actual, no cuestionan para nada el retorno al capitalismo. Por el contrario, quieren liberalizar a fondo, hacia un “nuevo socialismo democrático”, que se lograría si se incorporara a un “diálogo de transición” a la gusanería de Miami. Se equivocaron en la década del 60, siendo furibundos castristas, y se equivocan en la actualidad, criticando por derecha el curso capitalista protagonizado por los Castro.
Lo grande de la revolución cubana fue su avance hacia la ruptura con la burguesía y el imperialismo, al calor de la movilización de los trabajadores y el pueblo. Fue esa revolución que empujó a los Castro a radicalizar la reforma agraria, congelar tarifas y alquileres, expropiar las destilerías, ingenios azucareros y bancos y romper con los yanquis. Aquella “centralización” fue un logro histórico: la puesta en marcha del plan económico nacional basado en la propiedad estatal, con el monopolio del comercio exterior y las nacionalizaciones. Y así se conquistaron aquella salud y educación que pusieron a Cuba Socialista en uno de los primeros lugares de América Latina.
Aquellas conquistas se lograron a pesar de que existía la burocracia privilegiada y represiva. La mejor prueba de lo que decimos la dio el Che Guevara, quien en todo momento combatió la burocratización y la denunció públicamente, con su visceral y genuino igualitarismo.
Los Castro se subordinaron a la burocracia mayor, el colosal aparato del Partido Comunista de la Unión Soviética. De su mano, se fueron apartando del camino revolucionario e internacionalista de los primeros años y del Che.
Nunca más impulsaron nuevos triunfos socialistas en América Latina, apoyando la “coexistencia pacífica” y el pacto de los burócratas rusos con el imperialismo. Apoyaron el aplastamiento de la revolución de los obreros checos en 1968. Se sumaron a la reaccionaria y suicida “vía pacífica al socialismo” de los partidos comunista y socialista en Chile, que abrió camino a Pinochet en 1972. En 1979, Castro llamó a los sandinistas a no hacer en Nicaragua una nueva Cuba. El 1981 apoyaron el golpe de Jaruselsky contra los obreros polacos.
Otra sería la realidad de Cuba y América Latina si todo el prestigio y poderío del castrismo hubiera estado al servicio de lograr nuevos países socialistas en el continente. Poniendo la riqueza latinoamericana al servicio de sus pueblos, no de las multinacionales y el imperialismo. Y sin monolitismo y partido único, con democracia y libertades para que las masas en lucha se organizaran, discutieran, rectificaran errores y fortalecieran los aciertos.
Incluso así, ante golpes o retrocesos, la moral y conciencia de los pueblos podría haber seguido avanzando, construyendo una alternativa socialista y revolucionaria. Hubo muchas oportunidades arruinadas. Por todo esto, nuestra corriente, a la par de defender incondicionalmente a Cuba Socialista, denunció siempre las traiciones de Fidel Castro.
Hoy en Cuba crece la bronca y el desencanto en el pueblo. Y así se instala el peligro de que se reproduzcan los retrocesos en la conciencia que se dieron en la ex URSS y Europa del Este, donde los avances restauracionistas, de la mano de la propia burocracia, no hicieron otra cosa que crear entre las masas fatales ilusiones en el capitalismo. El gran desafío es luchar por una nueva revolución socialista.