Por Miguel Lamas, redactor de revista Correspondencia Internacional y dirigente de la UIT-CI
4/11/2021. El presidente yanqui, Joe Biden, se durmió en su sillón en la primera sesión mientras alguien informaba. Cuando Biden despertó de su siestita criticó la ausencia del presidente chino Xi Jinping y del ruso Vladimir Putin. Mientras tanto, en la puerta del lado de afuera, Greta Thunberg, la joven líder ambientalista, gritaba con un megáfono “los cambios no van a venir desde ahí adentro sino desde la calle”, “basta de bla, bla, bla”.
Estos hechos anecdóticos muestran simbólicamente la burla a la humanidad que es el nuevo circo de la COP26.
Está reunida en Glasgow (Escocia) la COP26 (Cumbre del clima número 26), entre el 1 y el 12 de noviembre, con participación de la mayoría de los Estados del mundo y auspicio de la ONU.
Se trata un evento anual (suspendido el 2020 por la pandemia) en el que los gobiernos discursean sobre su preocupación respecto del calentamiento global, y se comprometen a acciones para evitar que supere 1,5 grados desde la era pre industrial (es decir desde 1850). Sin embargo, los acuerdos de anteriores 25 cumbres no se han cumplidos o resultaron ridículamente insuficientes.
Ya se realizaron 25 cumbres climáticos y tanto la ONU y casi todos los Estados del mundo reconocen la gravedad del problema. Pero, por los intereses del capitalismo mundial, y de sus gigantescas multinacionales, no se han tomado las medidas urgentes y de fondo que la situación requiere para impedir el calentamiento global.
Las cumbres se comprometieron a un proceso mundial para abandonar paulatinamente los combustibles fósiles (carbón, gas, petróleo) y reemplazarlos por otras formas de energía no contaminante (eólica del viento, solar, hídrica, etc). Pero en diez años, la cuota de los combustibles fósiles en el mix energético mundial es casi la misma: del 80,3% en 2009 al 80,2% en 2019. A esto se agrega la utilización en muchos países de los llamados “biocombustibles” que significa quemar vegetales y que también emiten CO2. Por ello, las emisiones mundiales de CO2 siguen aumentando inexorablemente en valor absoluto (salvo durante la crisis de 2008 y la pandemia de 2020).
El ciclo natural es que el CO2 es absorbido por las plantas, que liberan oxígeno. Pero la disminución de bosques y el enorme exceso de CO2 producido por las grandes industrias capitalistas, rompió ese ciclo natural. Y el exceso de CO2 se acumula inexorablemente año a año. El causante de este desastre es el sistema capitalista-imperialista que produce con el eje de la ganancia privada y no en beneficio de la humanidad.
Según otro informe científico de la ONU, de febrero de este año, se necesita una reducción del 45% de las emisiones de gases de efecto invernadero de aquí a 2030 para evitar un calentamiento catastrófico y actualmente los planes de los gobiernos capitalistas solo alcanzará para disminuir las emisiones un 1%!
Entre los compromisos incumplidos de cumbres de hace 10 años también estaba ayudar a países semicoloniales para el 2020 a realizar los cambios energéticos con 100 mil millones de dólares al año. Este es otro compromiso ridículo, conociendo que sólo el gasto en armas en el mundo es 15 veces esa cantidad (y casi todo de los países imperialistas). ¡Pero tampoco se cumplió! ¡Y ahora dicen que va a ser para el 2025, pero como préstamos! Mientras tanto el 50% de la población mundial es responsable de sólo el 7% de las emisiones de dióxido de carbono. Y el 10% más rico, concentrado en los países imperialistas, es responsable del 50%. Y los pobres del mundo son sometidos a planes de hambre, saqueo, fuga de capitales y a una aplastante deuda externa.
¡Desde las calles!
Como lo dijo Greta Thunberg los cambios vendrán desde la lucha en las calles, porque ya los gobiernos capitalistas y las multinacionales a las que responden no están dispuestos a hacerlos.
Hoy ya hay un desarrollo tecnológico de nuevas formas de energía que podrían disminuir drásticamente los combustibles fósiles. Pero, estos cambios energéticos son costosos. Y las multinacionales que se benefician de la depredación ambiental mostraron que no están dispuestos a hacerlos porque no quieren disminuir sus ganancias. Sólo algunas se limitan a hacer nuevos negocios con el capitalismo “verde” con subsidios estatales, pero manteniendo la mayoría de grandes capitales sus inversiones petroleras e incluso el carbón que es lo más contaminante. China que es uno de los países que más emite CO2, ahora tiene déficit energético y vuelve a aumentar producción de carbón. Pero en China fabrican sus productos, y utilizan la energía de ese carbón, gran parte de las multinacionales europeas, norteamericanas y japonesas.
Entonces está muy claro que no habrá cambios si no son impuestos por la lucha. Los cambios de fondo se lograrán con una lucha internacional que logre gobiernos del pueblo trabajador que inicien un cambio socialista que expropie a las transnacionales y haga una planificación económica internacional para el cambio energético, eliminando además gastos inútiles o perjudiciales, en primer lugar los enormes presupuestos militares.
Pero, en ese camino, la lucha es ahora, junto a millones de personas que en todo el mundo luchan por impedir el desastre ambiental.
Desde la UIT-CI somos el sector socialista revolucionario de este movimiento amplio en defensa de la vida en el planeta. La UIT-CI apoya e impulsa todas las luchas populares y de la juventud, en defensa de los recursos naturales y que enfrenten el saqueo y la depredación de la naturaleza. Levantamos las consignas como no a la contaminación del agua, el aire, las tierras y el mar; no a la destrucción de las selvas y bosques. No a la destrucción de la naturaleza por las multinacionales y su política de saqueo imperialista. Y llamamos a la unidad de acción de sindicatos y centrales de trabajadores, así como organizaciones de izquierda, de mujeres, de derechos humanos y populares, campesinos, indígenas, con los jóvenes estudiantes y movimientos ambientalistas. Tratamos de llevar la movilización contra las multinacionales petroleras, mineras, Bayer-Monsanto en la agricultura, y los gobiernos que les responden, beneficiarias directas de la depredación ambiental.